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Archive for junio 2020

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«Ánade en el Lavador»: Archivo personal

 

Algunos de los patos estacionales que anidaban en la floresta próxima al meandro y se solazaban en aguas del azud, han recalado en el primitivo Lavador [*] público cercano al ventorrillo en ruinas, expulsados —según contaba Lurditas, la alguacila— por Moisés y Ludivina, la pareja de cisnes negros que, desde hace algún tiempo, residen permanentemente junto a la represa. “Por cada año que pasa, más mala hostia gastan esos cisnes tuyos”, se quejaba Lurditas a Andresa, quien, en el mes de enero, cedió al Barrio la propiedad de las aves que, en opinión de algunos vecinos, se han adueñado por completo del rebalse y sus orillas, hasta el punto de reprender ocasionalmente, con resoplidos nada amistosos, a algunas de las contadísimas personas del Barrio que acostumbran a bañarse en la que fuera balsa de riego, actualmente en desuso.

En el obsoleto Lavador, amplio y poco profundo, nadaban —entre paredes algosas recubiertas de una importante colonia de sanguijuelas— diferentes anátidas que, de vez en cuando, contaban con algún espectador de paso contemplando con lástima sus incómodas evoluciones en la superficie densa y pestilente. Lurditas, convertida en voluntariosa defensora de las ánades desalojadas del azud y receptiva a las sugerencias de los paseantes, acondicionó con presteza el desidioso pilón vaciándole el agua pútrida, desinfectando el interior del receptáculo, recomponiendo el drenaje y el caño que recibe el agua canalizada desde el manantial, desbrozando los contornos y transformándolo en un remedo de estanque de bordes holgados y ligeramente oblicuos. “Pero ya os digo que se trata de un apaño transitorio”, explicaba, recién iniciado el verano, en la reunión de la Junta Vecinal. “Estos patos del Lavador tienen su sitio en el humedal, y si los cisnes no saben compartir el espacio ni cuando no incuban, habrá que ir pensando en otras soluciones”.



NOTA

[*] Forma utilizada en el Barrio para referirse al lavadero.

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«Donde reina el olvido»: Archivo personal


Siguiendo un desvío en la N-240 que une Huesca con la sin par Navarra, ocultas a los ojos de quienes bordean el río Gállego y se rinden ante la espectacularidad rojiza de los mallos de Riglos [FOTO], otras moles hermanas [FOTO] se yerguen, con impresionante, caprichosa y parda galanura, sobre el empinado trazado de la localidad de Agüero, antigua capital del medieval y singular Reino de los Mallos que recibiera como dote la reina Berta de su «muy amado esposo«, el rey de Aragón y Pamplona, Pedro I.

Y en ese lugar, siglos después de perderse el rastro de la reina que gobernó un reino dentro de otro, nacería, el 9 de febrero de 1912, Ángel Fuertes Vidosa, uno de los ocho hijos de los tenderos del pueblo. Moriría treinta y seis años después, el 26 de mayo de 1948, lejos de su  localidad natal y de las siluetas legendarias de los farallones agüeranos, en la Masía dels Guimerans, en  Portell de Morella (Castellón), en desigual lucha contra la Guardia Civil.


Ángel Fuertes Vidosa, maestro con plaza en propiedad en Liesa (Huesca) cuando estalló la Guerra (In)civil, miembro de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza y militante del Partido Comunista, se exilió a Francia en 1939 y participó activamente como resistente contra la ocupación alemana, siendo condecorado con la Cruz de Guerra. Responsable del Estado Mayor de la Agrupación de Guerrilleros Españoles, creada para luchar contra el nazismo, tuvo a su mando las brigadas de Carcasonne y Toulouse. Regresó a Aragón clandestinamente en 1944, para reorganizar el Partido Comunista y formar guerrilleros capaces de enfrentarse contra las fuerzas represivas de la dictadura. Los familiares paisajes de las sierras cercanas a Agüero, donde arraiga y crece la humilde literesa, fueron el escenario  de los grupos de instrucción de los maquis a sus órdenes.

En 1946, reunido con otros compañeros en una cueva de Camarena de la Sierra (Teruel), participó en la fundación de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA), formada por varias partidas que tuvieron en jaque a la Guardia Civil en diversos puntos de las geografías aragonesa, castellana, catalana y levantina hasta 1952. El nombramiento, en 1947, del coronel Manuel Pizarro Cenjor como gobernador civil de Teruel y jefe de la 5ª Región Militar, marcaría un punto de inflexión  en las actuaciones de la AGLA. La represión del coronel —más tarde general— Pizarro contra los “forajidos y sus cómplices” (sic) se tradujo en detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones sumarísimas que mermaron la capacidad de acción de la guerrilla.

La captura y ejecución de Vicente Galarza, jefe de la AGLA, obligó a Ángel Fuertes a asumir el mando de la agrupación hasta su propia muerte y la de tres de sus hombres en la masía donde se ocultaban. La delación del masovero que suministraba víveres a los guerrilleros, propició que la Guardia Civil montara un operativo en torno a la casa que no dejaba ninguna ruta de escape a los refugiados. Hora y media, dicen, que duró la refriega. Ángel Fuertes Vidosa, el maestro de Agüero, todavía tuvo la sangre fría de destruir algunos documentos comprometedores, además de todo el papel moneda que portaba, antes de morir. Solamente Manuel Torres, un joven guerrillero de veinte años, sobrevivió al ataque.


En el año 2003, el escritor Jorge Cortés Pellicer (Zaragoza, 1953) publicó La savia de la literesa, una excelente, intensa y bien documentada novela donde, además de narrarse los hechos más destacados de la biografía de Ángel Fuertes Vidosa —desde septiembre de 1944 hasta su muerte en la provincia de Castellón—, se realiza una extraordinaria y minuciosa aproximación a las vivencias, inquietudes y circunstancias de los hombres y mujeres que soñaron con transformar el curso de la historia de España y pagaron su osadía con la tortura, la cárcel, la muerte y el silencio.


NOTA

Un esbozo de este artículo se publicó por primera vez en esta bitácora el día 26 de mayo de 2012.

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«Epí ta metá ta physiká»: Archivo personal


La mañana del 23 de junio de 1959, recién llegado el verano, cinco meses y algunos días después de la elección de De Gaulle como Presidente de la V República, Le Petit Marbeuf, una modesta Sala Cinematográfica parisina, descorría el telón que protegía su impoluta pantalla para que un reducido grupo de cinéfilos asistiera al primer pase de la película  J’irai cracher sur vos tombes / Escupiré sobre vuestra tumba, basada en el libro homónimo de Boris Vian cuya publicación, trece años antes, había levantado una gran polvareda en las mentes biempensantes de la sociedad francesa y llevado a las autoridades de la República a prohibirlo por pornográfico e inmoral, condenándose, asimismo, al autor —que lo había firmado bajo el seudónimo de Vernon Sullivan, atribuyéndose únicamente la traducción— por ultraje a los muertos.

Entre los asistentes a la primicia, el propio Boris Vian, buscando pasar desapercibido dadas las pésimas relaciones que había mantenido con el productor y el director de la película, que no habían dudado en expulsarle del proyecto por sus personalísimas ideas para convertir en guión la novela, de cuyos derechos ya no gozaba por haberlos vendido para su adaptación cinematográfica.

Y finalizada la proyección, una vez encendidas las luces de la sala, la tragedia: Boris Vian, novelista, dramaturgo, poeta, músico, cantante, inventor,  ingeniero, antimilitarista, ateo, irónico, crítico y comisionado del estrambótico Colegio de la Patafísica, yacía muerto en su butaca. Su maltrecho corazón había sucumbido a un ataque cardíaco. Tenía treinta y nueve años.

 

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«Alféizar»: Archivo personal


A menos de una semana para el regreso de la señorita Valvanera y Agnès Hummel al Barrio, ya andan las ajetreadas bachilleras trasteando en la casa de la primera, dejándola, en palabras de Presen, «limpia como la vena del agua«, con el imprescindible Emil repescado para aquellas tareas que requieren el uso de la escalera de mano, no fuera que las ya maduras exalumnas sufrieran algún contratiempo lidiando, en las alturas, con los soportes y rieles de las cortinas. La limpieza, como siempre que se ponen en faena para la vieja maestra, está siendo minuciosa y también incluye el repintado de los tiestos, jardineras y bordillos del patio exterior y el solario, actividad que las añosas expupilas han dejado en manos de la gente más joven para acallar a quienes las acusan, no sin razón, de actuar como aquellos validos reales que frenaban a quienes ellos, y no el rey, consideraban inoportunos.

Presen y Maruja, que gobiernan a su albedrío a todos los voluntarios que se pasan por la casa, ya han tenido un par de encontronazos con María Petra y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, que, relegadas a pintar bordillos y macetas, han mostrado su desacuerdo abandonando brochas y latas de pintura para dirigirse al salón a organizar las dos vetustas librerías abarrotadas de volúmenes. Como las rivalidades no son suficiente motivo para enturbiar las relaciones cordiales que mantienen quienes, a lo largo de cuarenta y un años y en diferentes tandas y épocas, pasaron por el aula de la vieja profesora, las dos exalumnas más contestatarias han aceptado volver a hacerse cargo de la pintura y Presen y Maruja, a cambio, han accedido a que, en los recesos, se ocupen también de la biblioteca.

A media tarde, entre chácharas y vaivenes del viento, se interrumpen los trabajos y se reúnen en el patio ajardinado, alrededor de la mesa redonda de tablero marmolado cubierto de botellines de cerveza y refrescos, donde, olvidados los desencuentros iniciales, se planifican las últimas labores a realizar la tarde siguiente. Suena, en el antiguo tocadiscos situado en la recocina, Sam Cooke, del que mam’zelle Valvanera, fan incuestionable, atesoró varios vinilos y cuya fotografía preside, desde un póster satinado, el zaguán de la casa.


«It’s been a long, a long time coming
But I know a change gonna come, oh yes it will…
» [VÍDEO]
(Ha pasado mucho, mucho tiempo / pero sé que vendrá un cambio, oh si, lo hará…)



NOTA

A Change Is Gonna Come (Un cambio vendrá), es una canción popularizada por Sam Cooke que se convirtió en uno de los himnos del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos.

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«Al borde del camino»: Archivo personal

 

Bajo el puente, el antiguo trazado de la vía del Canfranero transformado en camino de gravilla; en la hondonada, la ciudad provinciana, con las torres de la catedral dominándola en su atalaya; de frente, ya visible desde la carretera limpia de arbolado, a media hora de tranquilos pasos, el santuario. Carretera parcheada, campos de trigo y matorrales dispersos. Un desagradable olor a pollos hacinados cabalga en la brisa acalorada que recorre el camino. Dos perros se desgañitan, furiosos y amenazantes, al otro lado de la verja de la torre [*]. Un par de curvas más allá, los juncos y las zarzas de la acequia invadida por cangrejos rojos. Unas zancadas más  apretado el paso y contenida la respiración para contrarrestar el hedor putrefacto que emana de entre las hierbas del arcén—  y el desvío al santuario-ermita de Loreto [FOTO].

 

Refiere la historia que los habitantes de la prerromana Bolskan celebraban en el poblado de Lur el culto al dios Lug, divinidad luminosa festejada en el estío. Y fue allí, en el viejo Lur, convertido siglos después en fundus romano denominado Lauret o Loret, dependiente de Osca, donde la tradición asegura que nació, en el siglo III, Lorenzo, hijo de Paciencia y Orencio, ricos labradores, y hermano gemelo de Orencio.

Señálese que esta tradición de la oscensidad de Lorenzo dimana de las primeras estrofas del Martirio de San Lorenzo, poema narrativo medieval compuesto por Gonzalo de Berceo, en el que se hace referencia a Huesca como cuna del mártir. Posteriormente, ante la necesidad de ubicar convenientemente al personaje, los hagiógrafos hallaron en el poblado de Lauret o Loret, enclave del antiguo culto pagano al Sol y la Luz, el lugar idóneo de nacimiento, añadiéndole, además, una santa familia y hasta el detalle de un hermano gemelo con el que, si nos atenemos escrupulosamente a la cronología, se lleva dos siglos de diferencia.

En el décimo día del mes de agosto del año 258, Lorenzo, que vivía en Roma y era diácono del Papa Sixto II, fue ejecutado por negarse a entregar lo que los romanos consideraban tesoros de la Iglesia. El martirologio católico asegura que fue asado, literalmente, en una parrilla, circunstancia que contradice el Edicto del emperador Valeriano, que ordenaba ejecuciones rápidas e inmediatas de obispos, diáconos y presbíteros cristianos, como así sucedió con el propio Sixto II, que murió decapitado.

Sea como fuese, Lorenzo, nacido en Lauret o Loret, terminó siendo San Lorenzo y, según se cuenta, ya en el siglo XI, en el que había sido poblado prerromano de Lur dedicado al dios Lug, se ubicó un pequeño oratorio que honraba al santo oscense, afirmación peregrina porque, en aquella época, tanto Loreto como las localidades adyacentes estaban habitadas por musulmanes de Huesca obligados a vivir extramuros de la urbe y es poco probable que los devotos cristianos eligieran ese lugar para dar rienda suelta a su fervor por un santo del que, entonces, si algún pormenor se sabía no era el de su origen. Cuéntase, también, que un siglo más tarde nació la primera cofradía en honor al santo y que, en el siglo XIII, el sencillo oratorio fue embellecido y ampliado, lo cual resulta asombroso y hasta fantástico dado que no se documentó la adscripción de San Lorenzo con Loreto, su supuesta cuna, hasta el siglo XIV.

El espaldarazo definitivo al diácono de la parrilla fue la victoria hispana en la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo, en cuya memoria se levantó el monasterio de El Escorial. Parece ser que, en primera instancia, se pensó edificarlo en Huesca, pero la idea se abandonó “por la mala calidad de la piedra del entorno oscense” (sic). No obstante, diez años después de la construcción madrileña, se puso la primera piedra del santuario oscense actual, de formas neoclásicas con fachada herreriana, que fue inaugurado en 1777.

En 1936, durante el asedio a la ciudad de Huesca —en manos de los fascistas— por parte del ejército leal a la República, el santuario de Loreto fue sede de la Columna Garibaldi, formada por brigadistas italianos, que denominaron al santuario Castillo Errico Malatesta, como queda constancia, todavía, en sus muros [FOTO]. Hasta hace algunos años, la CNT de Huesca celebraba, cada Primero de Mayo, una comida campestre —en recuerdo de los libertarios de la Garibaldi— frente a la fachada del templo que preside una estatua —defenestrada durante el asedio a la ciudad— del tan querido como ilusorio patrono oscense.

 

El Camino Viejo de Loreto, en paralelo a la carretera seguida a la ida, estrecha su pendiente pedregosa. Un avispero gordezuelo y grisáceo cuelga entre las zarzas tapizadas de telaraña. En lo alto del desnivel, cuando ya se avistan las edificaciones urbanas, un pequeño monumento [FOTO], antaño cubierto de piedras, señala el lugar donde la madre de los gemelos Lorenzo y Orencio aguardaba cada dia a sus hijos, que llegaban del colegio desde Osca. El camino baja, recto y polvoriento, encajonado entre torres, chalés, matorrales y campos. Duele ya el sol, certero e implacable, a las doce en punto del mediodía dominical en la ciudad de Huesca.


NOTA

[*] Nombre que se da en Aragón a las casas de campo de las zonas llanas.

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«Naturaleza»: Archivo personal


Ella, la culebra. Al pie de la costana de acceso al viejo molino de aceite. Arqueada e inmóvil. Casi mimetizada entre el mantillo. Sin duda advertida por sus precisos receptores térmicos de las inquietantes morfologías vivas que se arriman, silentes, calibrándole las brillantes escamas dorsales atravesadas por dos líneas longitudinales oscuras. Quietud. Un tenue giro de cabeza. Los ojos globosos y renegridos del ofidio se miden con las atentas pupilas humanas que parecen absorberlo. Súbitamente, alzando apenas unos milímetros la zona ventral clareada y chascando contra el suelo la parte inferior de su anatomía, la huida. Ágil y flexible. Abarquillando el cuerpo en bucles acompasados para, en escasos segundos, desaparecer entre la urdimbre de zarzas desbordantes que cubren los sillares del murete de contención.



Al principio parecía muerta, ¿verdad?”, comenta Jenabou, sentada al borde del azud, con los pies rozando las todavía frías aguas de la orilla y volviendo repetidas veces la cabeza —con más curiosidad que prevención— hacia los arbustos sarmentosos que se extienden por la ladera, casi rozando las paredes del aliviadero de la balsa. “Seguro que nos está vigilando desde su escondrijo y huele que somos inofensivas, ¿verdad, mamá?”. Y, una vez introducida en el agua, tiritando pese al neopreno y con las manos asidas al resalte del tapial, añade: «Si quisiera venirse a vivir al corralito de casa, que ya sé que no, se me ha ocurrido hasta un nombre. ¿Sabes cómo llamaría a la culebra…? Lupercia«.

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«Claroscuros»: Archivo personal


En 1992 se estrenó, en la Filmoteca de Zaragoza, la película Carne de fieras, un ingenuo folletín cuyo metraje fue reconstruido y montado cincuenta y seis años después de su filmación, tras haber sido comprados los cuarenta y dos rollos originales en el Rastro madrileño por el coleccionista zaragozano Raúl Tartaj [*]. La película, filmada en Madrid entre el 16 de julio y el 26 de septiembre de 1936, estaba firmada por Armand Guerra, un cineasta anarquista de nombre real José María Estivalis Calvo, cuya obra y trayectoria vital fueron descubriéndose conforme los esforzados montadores, Ferrán Alberich y Ana Marquesán, avanzaban en la tarea.


José Estivalis falleció en una calle de París, el 10 de marzo de 1939, cuando, al parecer, se dirigía a una embajada a solicitar nuevos documentos de identidad  los suyos habían quedado atrás, entre España y los sucesivos campos de concentración franceses de los que escapó. La obra de este tipógrafo, traductor, escritor, conferenciante y cineasta que, por diversas fuentes, se cree fue prolífica, se perdió entre bombardeos, intolerancia, oscurantismo y miedo —su compañera, Isabel Anglada Sovelino, hizo desaparecer los escritos de Estivalis cuando los nazis ocuparon Francia—, quedando como única muestra de su quehacer cinematográfico la celulosa salvada de entre los estrambóticos objetos de un mercadillo.


Pero si la historia del rodaje  con la sublevación del 18 de julio de por medio—  y la aparición, tantos años después, de la película conforman una sucesión de situaciones rocambolescas  Armand continuó, pese a la guerra, con la película porque de ella dependía el sustento de varias personas—  no lo son menos las vicisitudes posteriores de las dos protagonistas femeninas del film que algunos tildan de maldito.

Tina de Jarque, bellezón moreno de la época y una de las vedettes más internacionales de la década de los años veinte, políglota, cantatriz, musa erótica y con distinguidas relaciones vía tálamo, desapareció misteriosamente en 1937. Cuéntase que, detenida por un grupo de anarquistas, convenció a uno de sus guardianes para huir juntos  y con un respetabilísimo botín en dinero y joyas—  siendo interceptados en Alicante, donde se les pierde la pista. Parece ser que, terminada la contienda, algún familiar presentó denuncia por su desaparición y posible asesinato a manos de milicianos anarquistas, pero, dada la personalidad poco convencional de la actriz para la instaurada moralidad posbélica, la Causa General archivó el caso y Tina de Jarque quedó en el olvido. Se cree que, acusada de robo y espionaje, fue fusilada junto a las personas que la acompañaban y enterrada anónimamente en el camposanto valenciano.

De otra de las protagonistas, la artista circense y actriz de varietés Marlène Grey, que encandiló y escandalizó al Madrid de preguerra con sus actuaciones desnuda, entre leones, en el Teatro Maravillas, se dice que murió en 1939 en Marsella a causa de las heridas que le produjo uno de los leones del show, circunstancia que contradice otra versión que la sitúa, con su espectáculo, en el Magreb, en las postrimerías de los años cuarenta.

Del resto del reparto y el equipo técnico se sabe que algunos, como Alfredo Corcuera, se exiliaron y otros tuvieron que rendir cuentas de su ideología al terminar la guerra, como el actor y cantante zaragozano Antonio Galán, el albaceteño Tomás Duch  director de fotografía que se vio obligado a trabajar en la década de los cuarenta, por caridad,  sin figurar en los títulos de crédito—  y el compositor Andrés Rojas, autor de la música original que, pese a no ser nunca grabada, fue reconstruida por el músico Pedro Navarrete a partir de las anotaciones y partituras del propio Rojas cedidas por sus herederos a la Filmoteca de Zaragoza. Pablo Álvarez Rubio, protagonista masculino de Carne de fieras e indiscutible galán en las proyecciones cinematográficas de la República, continuó trabajando tras la guerra, aunque en papeles muy reducidos. Falleció en 1983.

Del pequeño actor que interpretaba a Perragorda, el niño colillero de la película, jamás se supo.




ANEXO


NOTA

[*] Raúl Tartaj, que fue representante del cantante argentino Carlos Acuña y actor ocasional, llegó a atesorar 1.950 películas en su colección. Esos fondos cinematográficos, entre los que se encontraba Carne de fieras, los vendió, en 1991, a la Filmoteca de Zaragoza. Raúl Tartaj falleció en 2007.

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Infortunium

«Aflicción»: Archivo personal


…y en el atribulado intersticio entre tu ausencia y nuestra desolación, tu aroma.
2002-2020



Cuando decimos a alguien: «no puedo vivir sin ti«, lo que realmente significamos es: «no puedo vivir sabiendo que sufres, que eres desdichado, que pasas necesidades«. Nada más. Cuando se muere, nuestra responsabilidad ha terminado. Ya no podemos hacer más nada por ellos. Podemos descansar en paz.- GRAHAM GREENE (1904-1991), fragmento de la novela El revés de la trama.


…mas esa paz ficticia, virreina diurna, se retira a sus desconocidos aposentos cuando el tiempo pretérito batalla con el presente para yacer, junto al abatido corazón, en el noctívago lecho de tantos recuerdos.

 

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«Rojeces»: Archivo personal

 

Suben por el ribazo exageradamente distanciados los unos de los otros, embozados y en silencio, con el mismo sigilo de antaño, cuando, apenas rozando la adolescencia, rehuían al señor Rufino, el viejo cascarrabias de Casa Zerigüel, que dormitaba apoyado en el muro de piedras del huerto y se despabilaba, no bien percibía sus risas contenidas al otro lado del herbaje, para lanzarles toda suerte de improperios, a los que respondían con idéntica crudeza pero en voz muy baja, para evitar que los oídos del hombre recibieran el aluvión de lindezas y se precipitara hacia el pueblo, a incordiar todavía más a sus familias añadiendo los agravios verbales a las acostumbradas quejas que terminaban con la misma advertencia: “Si no los atáis corto y los cojo enredando en el pasto, les rompo el bastón en las costillas. Avisáus quedáis”. Y las madres y padres asentían sin hacer ningún comentario, porque el señor Rufino, desde que, según se decía en el Barrio, le había dado un mal aire, habíase vuelto intratable y cualquier tentativa de razonar con él era inútil.

Más de treinta años lleva Rufino de [Casa] Zerigüel muerto y enterrado y todavía lo recuerdan mientras depositan las mochilas en lo alto de la pendiente, sobre la tierra humedecida por la lluvia del día anterior, y dejan resbalar las miradas por el campo que las caprichosas semillas de las amapolas tomaron este año para su acomodo, embelleciéndolo; el mismo campo por el que, muchos años atrás, dejaban rodar los cuerpos, inmunes entonces al dolor y las magulladoras de los guijarros ocultos y dispersos entre el forraje, en carrera sin reglas y cuya meta se hallaba al final del suave desnivel del otro lado, a escaso metro y medio del lugar donde el señor Rufino aguardaba, sin dejar de maldecirles, con el grueso bastón en alto, dispuesto a cumplir una amenaza que, por la torpeza propia de la edad del hombre y la ligereza juvenil de sus escurridizas víctimas para esquivar las arremetidas, nunca se hizo efectiva.

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Kike Lera en Aerolíneas de Leyenda


A chen que dixa tresbatir a suya fabla ye prenzipiando a amortar-se como pueblo [1].


El equipo de gobierno psoecialista del Ayuntamiento de Huesca ha vuelto a manifestar, implícitamente, el desprecio que le merece la fabla [2] suprimiendo, sin proponer otras alternativas, la Oficina de la Lengua Aragonesa que, desde hacía cuatro años, tenía como objetivo el fomento y la normalización de la lengua privativa en los diferentes ámbitos ciudadanos. La cruzadainiciada por PP, Vox y Ciudadanos, con la aquiescencia del PSOE, en octubre de 2019— contra los reductos lingüísticos oscenses que defienden la supervivencia de la siempre maltratada lengua aragonesa, ha alcanzado el cenit con la contraprestación del alcalde, Luis Felipe Serrate, que para mantenerse como mandamás municipal no ha dudado en dejar que se pisotee el patrimonio idiomático, demostrando que su querencia por el bastón de mando, sea cual sea su coste, desplaza y suprime la tan manida como cínica «vocación de servicio a la ciudad» que declaraba en la cartelería de los períodos electorales. Ampararse, además, en los 21.000 euros de presupuesto anual que costaba el mantenimiento de la oficina externa de asesoramiento contratado, no es sino una fallida maniobra para ocultar el desinterés de las autoridades municipales por establecer, en el propio Ayuntamiento, un patronato lingüístico que se ocupara de los mismos menesteres sin recurrir a gestores ajenos a la corporación, en una ciudad donde, pese a las insidiosas campañas —desde determinadas instancias políticas— en contra de los hablantes de aragonés, se mantiene un enriquecedor, tradicional y arraigado léxico que sobrevive por el empeño de muchos oscenses, que lo aprendieron de sus ascendientes y lo usan en sus relaciones cotidianas.




NOTAS

[1] En aragonés, La gente que deja perder su lengua empieza a extinguirse como pueblo.
[2] Id., habla, lengua. Se utiliza para denominar, familiarmente, a la lengua aragonesa.

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