«Paisaje patrio»: Archivo personal
Regresando de Madrid en el AVE y con el agotamiento derivado de tres días de obligadas caminatas y alentadoras visitas culturales y musicales que repasaban, bien apoltronados en los asientos, comentaba Tatyana que era una lástima que el Congreso de los Diputados no hubiera dado la posibilidad de acceso al público peatón —con la consabida entrada con derecho a palomitas, pitada y un cóctel de La Cerda de Chueca— para asistir, la mañana del martes, al espectáculo del comienzo de la Moción de Censura, donde Santiago Abascal, embutido como siempre en ropa dos tallas menos de la que le corresponde, daba lecciones de código indumentario —afeando a algunas de sus Señorías su, para él, desastrada apariencia— y Ramón Tamames descosía sin miramientos su propia historia personal mientras caían, entre tijeretazos, las desgastadas bolas de alcanfor impregnando de rancio tufillo el hemiciclo. Cacarear en modo fascio-piomoísta que la guerra (in)civil empezó en el año 1934 radiografía la deriva doctrinaria de Tamames, por muy comunista que fuera décadas atrás, al igual que aludir a las atrocidades cometidas, al cincuenta por ciento, por ambos bandos supone una verdad a medias cuando aquellas las extendieron en el tiempo y el espacio los golpistas y propiciadores de la guerra en la arbitraria —y de tal magnitud que aun hoy en día espanta— Causa General contra los vencidos, que la lucidez de don Ramón ha traspapelado en tanto que candidato independiente de quienes se hallan más cercanos ideológicamente al Fuero de los Españoles de 1945 que a la propia Constitución Española de 1978, de la que Tamames se declara defensor. Lástima que el inflado ego del reputado intelectual y economista le haya impedido vislumbrar la inutilidad de este postrer desvelo político que únicamente ha servido para azuzar peroratas mitineras en unos y otras.
Llegaba el tren a la Estación Intermodal oscense y se desperezaba el grupo de viajeros para acceder al andén, dejando entre las puertas automáticas una cita de don Antonio Machado: «En España, lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva».