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«Calle Waliców, 14 (Varsovia)»: Archivo personal

 

En el libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés, de Eduardo Galeano (1940-2015), hay un cuentecillo que, bajo un barniz de cuarteada frivolidad, oculta un mazacote de amargura. Dice así: «El hombre encontró la lámpara de Aladino tirada por ahí. Como era un buen lector, el hombre la reconoció y la frotó. El genio apareció, hizo una reverencia y se ofreció: ‘Estoy a tu servicio, amo. Pídeme un deseo y será cumplido. Pero ha de ser sólo un deseo’. Como era un buen hijo, el hombre pidió: ‘Deseo que resucites a mi madre muerta’. El genio hizo una mueca. ‘Lo lamento, amo, pero es un deseo imposible. Pide otro’. Como era un buen tipo, el hombre pidió: ‘Deseo que el mundo no siga gastando dinero en matar gente’. El genio tragó saliva: ‘Este… ¿Cómo dijo que se llamaba su mamá?’».

Me vino a la memoria la fabulilla del autor uruguayo en tanto evocaba la visita a aquel edificio abandonado, en el número 14 de la calle Waliców de Varsovia, uno de los pocos que quedaron en pie tras la destrucción de la ciudad por los nazis. Adosada y formando parte del gueto judío devastado, aquella casa de finales del siglo XIX, con dos apartamentos —muy bien acondicionados en su época— en cada una de sus siete plantas y amplios sótanos que se podían reconvertir en viviendas y bajos comerciales, mostraba todavía rastros de su elegancia de antaño, cuando los inquilinos que la habitaban le daban vida envueltos en los sonidos cotidianos de la ciudad. Allí, entre sus paredes, moraron familias judías y cristianas; artistas y comerciantes; comunistas y liberales, hasta que la ocupación nazi trastocó todos los sueños y demolió la esperanza.

El estruendo de bombas y disparos destrozó la rutina y las viejas canciones se transformaron en aullidos desgarradores. El dolor, el polvo, el hambre y la muerte se hicieron fuertes en Varsovia, en el gueto y en el número 14 de la calle Waliców, condenado a ser referente del terror para tantos ojos futuros que, como los míos, contemplarían y captarían el pavor de un pasado que itinera, regresa y explosiona delante nuestro.

Donde ayer fueron Varsovia o Dresde, hoy son Mariupol o Rafah. Las bombas nazis sobre Varsovia o las de los aliados contra la población civil de Dresde tenían el mismo propósito que las de Putin sobre Ucrania o las de Netanyahu sobre Gaza: Aterrorizar y aniquilar a la población no combatiente. Como no pueden dar el golpe efectivo a los gobernantes y cuadros militares —o a los sanguinarios terroristas de Hamás, en el caso de Israel— se ceban con la ciudadanía inerme.

(Y pienso en la lámpara mágica del cuento de Galeano, tan inoperante como apelar, ante los verdugos de antes y ahora, a la compasión, a la humanidad).

Entalto III

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«As crabetas/Las cabritas»: Archivo personal


I

Aun antes de culminar por segunda vez el repecho que asciende desde el río a la trocha, entrevió la sombra de las rapaces necrófagas en el farallón, planeando, en vuelo silencioso, sobre la angostura pedregosa del cauce fluvial, atraídas por el cadáver, todavía caliente, del desgraciado muflón recién despeñado. Minutos antes, lo había visto precipitarse del remate del peñasco vertical, entre una lluvia de rocas de distintos tamaños que golpearon con estrépito el suelo de la hondonada y quedaron como ofrendas al animal quebrado. Él, que acababa de llegar jadeante al antepecho que se abría al barranco, volvió a descender raudo, arrastrando culo y piernas por los guijarros y matorrales de la pendiente, suplicando a la Madre Naturaleza que el muflón careciera de cualquier atisbo de vida para no verse en la obligación de rematarlo. Sintió en sus manos la tibieza de aquel cuerpo roto bajo los mechones lanosos; le acarició el hocico y pasó los dedos por la cornamenta desencajada y, cuando se separó del animal muerto, vio la sangre que le empapaba los vaqueros en la parte de las rodillas.


II

Apoyado en el pretil, con los restos del muflón visibles veinte o treinta metros por debajo, contempló los círculos señalizadores de los cuatro buitres leonados con sus dos metros de alas tensadas, elegantes y pacientes bajo el Sol que metalizaba sus cuerpos y engrandecía sus siluetas reflejadas en el roquedo. Cerró los ojos a la luminosidad que, a ratos, los cegaba y, al abrirlos de nuevo, las vio: Tres cabras asilvestradas lo observaban desde la cornisa del escarpe enfrentado. Quietas, curiosas, atentas. Tal vez testigos de la mortal caída y de las caricias humanas junto al lecho del río. Escasamente tuvo tiempo de retener la imagen en el móvil, con el Sol distorsionando la panorámica, antes de desaparecer las cimarronas por el lado oculto de la escarpadura.



NOTA

Entalto es un vocablo aragonés que significa hacia arriba, en lo alto.

Una crónica rural

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«Desde el balcón principal»: Archivo personal


A mediados de los años sesenta, el Gobernador Civil (y, a la vez, Jefe Provincial del Movimiento) de la provincia visitó el Barrio. Unos dicen que de paso a la localidad vecina, donde iba a inaugurar unas bodegas; otros, que se trató de una visita privada para una jornada de caza en el Coto de Arriba que, en aquella época, pertenecía a los Artero, los más pudientes del pueblo según el canon de las apariencias y, en realidad, con menos posibles de los que se atribuían.

El caso es que pasar por el pueblo, el preboste de la provincia pasó, y no de largo, porque el Salón de Plenos del Ayuntamiento y varios vecinos fueron testigos del vino español con el que se agasajó a la autoridad y su comitiva, que el hombre, ya estuviera de inauguración, de caza o de parrandeo, apareció en compañía de un séquito de señores con la severidad cosida al rostro y la indumentaria reglada por el No-Do.

Trago va, mascadura viene —algo sólido habría, es un suponer, para acompañar la bebienda—, inició la tanda de peroratas el Alcalde que, combinando peloteo y surrealismo, ofrendó a la máxima autoridad provincial… un cochino. Sí, un cerdo, in absentia, se entiende, porque como era de recibo por razones sencillas de interpretar, el animal no se hallaba entre los asistentes a la recepción, aunque algunos de ellos, pese a ser bípedos, pudieran competir con el gorrino superándolo, “y no precisamente en inteligencia”, según la apreciación hecha años después por el señor Anselmo, el Anarquista, ante quien esto escribe.

Concluida la cháchara lisonjera del Alcalde, su compadre Artero, como ya lo había acordado con el regidor municipal, se apresuró a poner uno de los ejemplares porcinos de su finca —de los tres que cebaba para consumo particular, “el de mayor volumen”, recordaban que dijo— a disposición del Ayuntamiento y de la superioridad agasajada en cuanto finalizara el acto; mas no se precisó remolque con el yugo y las flechas entintados en los laterales ni armón con cinchas rojigualdas para trasladar el obsequio viviente a la sede gubernamental oscense porque al Jefe Provincial del Movimiento, tras aceptar, “muy agradecido”, tan honroso presente, le faltó tiempo para cederlo a su vez, campechano y generoso con lo ajeno, “al pueblo”, es decir, al Barrio, con lo que hasta el más babieca de los reunidos entendió que, cuando llegara la época de matanza, las morcillas, tortetas, jamones y restos del abundante despiece del dos veces regalado suido doméstico (de proporciones descomunales, al decir de su primer dador) se compartirían en populosa armonía en cualquiera de las festividades que abundaban en la localidad.

Pasadas unas semanas desde la marcha del Gobernador Civil, únicamente resultaron suculentos los dimes y diretes, porque si para catar morcillas hubiera tenido que esperar el vecindario a las resultantes del marrano obsequiado, aviados estaban, dado que del animal no se volvió a saber ni vivo ni muerto ni en efigie y pocos se aventuraron a informarse. Solo Agustín del Correo y Anselmo, el Anarquista, aprovecharon las partidas de guiñote que compartían con el Alcalde en el Café de Constancia  —antecesor del bar del Salón Social—  para preguntar, con notoria mala baba, si había noticias “del cerdo del Gobernador”; así un día y otro y otro. Tanto perseveraron con la malintencionada apostilla que el cabo de la Guardia Civil, que era el cuarto integrante del grupo de jugadores, harto de llamarlos al orden, dejó de visitar el Café una larga temporada.

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«A la sombra del brezo»: Archivo personal


Hundíanse los pasos del caminante en el huello arenoso marcando fugaces relieves en la ribera dorada que alcanzaban las olas mediterráneas lamiendo con sus blondas de espuma los pies en movimiento. Alejado del agua, tejía el artesano cambrilense las ramitas de brezo expuestas en brazadas junto al taburete a ras de suelo que le servía de asiento. Domaban las manos vezadas el ramaje; lo estrujaban, alisaban, entretejían, lazaban, humedecían. Iba tomando forma el parasol, con la urdimbre  del extensor fija y la contera terminada en escobilla, ante los dos únicos espectadores  —uno, el de más edad, de pie y el caminante acuclillado—  que asistían, atentos y silenciosos, a la diligencia manual del hombre del taburete que, como un actor con mucho recorrido, se embebía en su tarea sin mirar en ninguna ocasión hacia el público. Después, el regreso del caminante a Salou; la arena, la espuma, el mar; el recién recordado “coge pan vienés cuando vuelvas”; el portero del edificio tendiéndole el libro “que se dejó usted anoche en la zona de descanso del hall”; el delicioso aroma a comida que saludó apremiante su bulbo olfativo nada más entrar en el apartamento; el tierno bullicio en el salón comedor; Jenabou tomándole la mano con un “ven, ya verás qué menú más chulo han preparado Agnès y Mam’zelle”. Sobre la mesa, los platos, con la señorial estética de su contenido [FOTO] introduciéndose en su retina y sus efluvios desbordándole aún más las fosas nasales mientras la señorita Valvanera le decía: “A ver si te gusta nuestra versión de los pelmeni”. Y, entre bocado y bocado, el caminante, bogando en la placidez, miraba hacia el balcón para entrever, una vez más, las cabriolas del oleaje.

Guitonerías

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«Desde el mirador»: Archivo personal


A buen paso y sin paradas, caminan desde Zizur hasta el cordal de la sierrecilla —donde una prospección descubrió un emplazamiento romano de campaña— que domina Gazólaz, siguiendo el familiar itinerario que otros senderistas, en su mayoría mujeres, recorren en una y otra dirección, aunque obviando la ascensión al monte. Son tantas las personas que parecen haber acordado transitar a la vez por la misma vereda que el camino ya semeja un bulevar festoneado de hierbas y árboles entre los que, con mejor o peor soltura, hace el paseíllo una buena colección de calzado deportivo con el color blanco como seña predominante.

A la vuelta, pasado el mirador, se cruzan con el señor Juan-Ignacio  —ochenta y seis años mejor que bien llevados— y su nuera, vecinos de Madalina y Camelia y habituales entre los paseantes que hacen la ruta Zizur-Gazólaz-Zizur. “A estos mañicos habrá que empadronarlos en Navarra”, les dice el hombre, con un guiño, sin detener la marcha.


El señor Juan-Ignacio nació, en 1937, en un caserío de Oyarzun que, durante la II Guerra Mundial, sirvió de refugio a aviadores aliados derribados en Francia y que la conocida como Red Comète, que contaba con colaboradores en el País Vasco, se encargaba de trasladar a los consulados británicos de San Sebastián y Bilbao, rehuyendo a la Gestapo y a la policía franquista. La Red Comète fue puesta en marcha en 1941 por la joven belga Andrée (Dédée) de Jongh (1916-2007) para evacuar a través de la frontera franco-española a pilotos aliados, combatientes fugados de campos de concentración y prisiones, judíos y cualquier persona perseguida por los nazis. Entre los colaboradores españoles, la Red Comète contó con María Garayar Recalde (1893-1983) y miembros de su familia. Tanto su marido, pese a no pertenecer a la Red, como ella y sus cuñados fueron detenidos por la policía franquista y encarcelados. En Bélgica y Francia, varios miembros de la Red Comète cayeron en manos de la Gestapo y algunos fueron fusilados, pese a ello los nazis no consiguieron desmantelar la organización, a la que también perteneció Maritxu Anatol Aristegi (1909-1981), una francoespañola con residencia en Irún cuya heroica contribución a la Red Comète fue reconocida en 1946 por los gobiernos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Miradas de agua

PuentedeLasCadenas

«Puente de las Cadenas (Budapest)»: Archivo personal


«Budapest es la más hermosa ciudad del Danubio; una sabia autopuesta en escena, como en Viena, pero con una robusta sustancia y una vitalidad desconocidas en la rival austriaca. Si la Viena moderna imita el París del barón Haussman, con sus grandes bulevares, Budapest imita a su vez este urbanismo vienés de acarreo, es la mímesis de una mímesis; es posible también que gracias a esto se asemeje a la poesía en su acepción platónica y su paisaje sugiera, más que el arte, el sentido del arte».- Claudio Magris, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2004, autor de El Danubio


A escasas horas de abandonar Budapest, regresan al Bastión de los Pescadores, en Buda, para admirar y absorber desde las alturas la ciudad y el río una última vez. La neblina matinal apenas les deja atisbar los contornos borrosos de la ciudad [FOTO] que las retinas mantienen nítidos, fijados a perpetuidad tras el callejeo incesante y puntilloso por rúas y avenidas que siempre terminaban, sin que el azar interviniera, a orillas del Danubio. El río. El amado. Aquel al que suelen retornar reviviendo, desordenados, los tramos magníficamente descritos por Magris. Conocieron el río en la rumana Galați, aprendieron a amarlo siguiendo su curso por el delta hasta la desembocadura en el mar Negro y rindiéronse a él en su nacedero de la Selva Negra. Desde el bastión aquincense lo perciben, huelen su fango y recrean en sus recuerdos la travesía de una hora, cuatro días atrás, sobre sus aguas enturbiadas, con el atardecer de Budapest iluminado y las miradas yendo de los puentes [FOTO] a las colinas y de las brillantes ondulaciones del río al majestuoso edificio del Parlamento [FOTO], el segundo mas grande del mundo detrás del mandado construir por el megalómano Ceaușescu en Bucarest.



Horas después del minicrucero, devendría la angustia  —como ya les sucedió, rememoraban Marís y Yoly,  en la visita realizada en noviembre—,  cuando, al día siguiente, bien guardadas en el hotel las chapas con la bandera palestina, se acercaron a la Gran Sinagoga y visitaron el antiguo gueto judío de edificios abandonados [FOTO] para encaminarse, otra vez, al río, a la orilla donde sesenta pares de zapatos forjados en hierro [FOTO] recuerdan una de las innumerables atrocidades nazis perpetradas contra judíos y romaníes: los despiadados verdugos obligaban a sus víctimas a descalzarse, las ataban por parejas, disparaban a una de las personas emparejadas y ambas eran arrojadas al Danubio, convertido en fosa receptora del horror.
Luego, sin apartarse de la ribera danubiana y con idéntica aprensión y doliente desgarro, caminaron unos metros más para depositar un ramo de flores en el Memorial [FOTO] dedicado a los romaníes húngaros asesinados por los nazis y sus colaboradores magiares; esos romaníes masacrados a los que la historia oficial reconoció tardíamente y con desgana y cuyas hermanas y hermanos de etnia continúan siendo señalados en bloque, aun en el siglo XXI, con los estereotipos que conducen a la etnofobia.

Itadakimasu

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«Del colorido tartar»: Archivo personal


Faltaban todavía tres cuartos de hora para la apertura del bufé y ya se habían congregado a la puerta del establecimiento dos decenas de personas. “Venga, venga, que se nos impacientan fuera los convidados”, apremiaba Carmen. La larga mesa de caballetes  —ataviada con mantel de tela blanca y una franja de papel rojo atravesando la parte central—  iba cubriéndose con bandejas de nigiris [1], gyozas [2], brochetas de yakitori [3] y platitos con tataki [4] de pescado marinado en vinagre, aceite de sésamo y jengibre colocados junto a pequeños cuencos con la sopa ramen [5] de fideos con huevo duro y verduras, las salseras con tentsuyu y soja y las jarritas de sake caliente y yogur líquido. En la barra de la zona de bar, reposaban unas originales botellas de cristal tallado  —de la colección privada de Carmen—  conteniendo reishu [6], sochu [7] de boniato, vino blanco y té verde. En la cocina, Mª Ríos, Emil e Iliane daban los últimos toques al plato estrella: tartar de salmón con aguacate, arroz y huevo de codorniz.

En un rincón, sentado en una banqueta, con el rostro apacible, el itamae [8] Nasu  —un treintañero de ascendencia nipona pero nacido y criado en Reus—  contemplaba el ir y venir de los esforzados e inquietos cursillistas gastronómicos de ambos sexos preparando el escenario para agasajar y ganarse la aprobación de sus convecinos. “Estoy nerviosísima, itamae”, le confesaba Carmen, recién elegida presidenta de Las Tejedoras [9], organizadoras, en colaboración con el gastrobar Mia-te tú, del Taller de Cocina Japonesa.

A las doce y media fueron pasando los invitados, a los que recibieron, todo sonrisas, la responsable de Las Tejedoras y el chef Nasu. “Sean ustedes bienvenidas y bienvenidos. En España, antes de comer se dice ‘Buen provecho’. En Japón decimos ‘Itadakimasu’, que es una forma de dar las gracias a todas las personas que han intervenido para que la comida pueda llegar a nuestra mesa”, explicaba el itamae. Fue en ese momento cuando la señora Visitación, una nonagenaria asaz pinturera, se dirigió a Carmen: “¿Me falla a mí el audífono o este cocinero japonés tiene acento catalán?”. Y las carcajadas que campanillearon en el ambiente fueron el prolegómeno de cerca de tres horas excelsas de sabores, texturas, colores, aromas y pláticas en las que, si no fuera porque no existe tal reconocimiento formal en la localidad, la mayoría de los comensales de más edad hubieran nombrado a Nasu Hijo Adoptivo Preferente del Barrio.







NOTAS

[1] Sushi de bola de arroz que lleva por encima pescado fileteado, tortilla etc… pero que no va envuelto en alga nori.
[2] Pequeñas empanadillas rellenas de verduras y carne de cerdo que se cocinan al vapor.
[3] Brochetas con pollo y verduras.
[4] Pieza de pescado (o carne) muy hecha por fuera y cruda por dentro.
[5] Nombre que se da a la sopa de fideos con caldo de carne, de pescado…
[6] Sake frío.
[7] Bebida destilada que se consume diluida en agua fría o caliente.
[8] Palabra japonesa para referirse al chef o cocinero.
[9] Nombre que reciben en el Barrio las miembros de la Asociación de Mujeres.

10julio1910

«Primera manifestación feminista. Barcelona, 1910»


A las cuatro de la tarde de aquel calurosísimo 10 de julio de 1910, comenzaron a llegar los primeros grupos de mujeres a la barcelonesa plaza de Urquinaona. Habían sido convocadas por la Sociedad Progresiva Femenina, entidad que aglutinaba a diversas asociaciones de ideario feminista que seguían la estela de su fundadora, Ángeles López de Ayala Molero (1856-1926), una intelectual republicana, librepensadora y laicista que, ya en 1891, había constituido, junto con la anarquista Teresa Claramunt Creus (1862-1931) y la espiritista Amalia Domingo Soler (1835-1909), la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona, una de las primeras organizaciones feministas de la historia.

A las cuatro y media de la tarde, la riada de manifestantes (se calcula que había más de 20.000) se puso en marcha en dirección al Gobierno Civil, coreando el lema principal que podía leerse en la pancarta-estandarte de color rojo que encabezaba la manifestación: Abajo el clericalismo. Viva la libertad.

Apoyadas por las Juventudes Radicales, que ejercían de cordón de seguridad para evitar incidentes con los viandantes, las mujeres  —algunas portando pequeñas caricaturas de la República dando una patada en el culo de un fraile—  llegaron a su destino. Antes de la alocución de López de Ayala recordando a sus compañeras las razones de la convocatoria y el compromiso personal de las asistentes en la defensa de sus derechos, se entregó en la Secretaría del organismo gubernamental un pliego —refrendado con las firmas de 22.000 mujeres— exigiendo la limitación del poder de la Iglesia Católica. Porque de lo que se trataba era de exponer públicamente el rechazo femenino al dominio eclesiástico en todos los ámbitos de la vida, dejando claro que “las mujeres somos seres humanos con capacidad para pensar por nosotras mismas, tomar nuestras propias decisiones y actuar en consecuencia”.


Que la perseverancia en las proclamas de aquellas protagonistas de la primera manifestación feminista de la historia de España tenía más detractores que avalistas lo demuestran los continuos sinsabores padecidos por Ángeles López de Ayala que, además de ser encarcelada en tres ocasiones por la exposición de sus ideas, sufrió diversos atentados contra su integridad y el incendio provocado de su vivienda en Santander. Que en la actualidad, transcurridos ciento catorce años de la histórica marcha, pervivan actitudes patriarcales edulcoradas, cuando no abiertamente sexistas, evidencian que, pese a todo el camino avanzado, resta todavía un buen trecho por desbrozar.

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«Entrada de la antigua prisión del monte Ezkaba (Pamplona)»: Archivo personal


  • EL FUERTE.- En 1878, en el monte Ezkaba próximo a Pamplona, a más de 800 metros de altitud y como defensa navarra contra las arremetidas carlistas, mandó construir Alfonso XII un fortín militar que lleva su nombre, aunque es conocido popularmente como fuerte de San Cristóbal o de Ezkaba. Considerado obsoleto en 1919, no fue hasta 1934, durante la II República, cuando la fortaleza se convirtió en penal para presos peligrosos y políticos —algunos de ellos relacionados con la Revolución de Asturias—. Estallada la guerra (in)civil, los golpistas mantuvieron el fuerte como cárcel, en este caso para prisioneros republicanos, hasta su cierre definitivo en 1945.

    Propiedad del Ministerio de Defensa, el fuerte de San Cristóbal fue declarado Bien de Interés Cultural en el año 2001.



  • LA FUGA.- El 22 de mayo de 1938, con una población reclusa de unos 2.500 hombres encarcelados en condiciones infrahumanas, se produjo en el bastión de San Cristóbal una de las huidas más numerosas y trágicas de la historia de España: 795 presos republicanos consiguieron escapar, organizándose de inmediato una caza implacable que, dada la topografía del terreno y el paupérrimo estado físico de los fugados, no tardó en dar sus frutos a favor de los administradores de la fortaleza.

    Doscientos seis presos fueron abatidos in situ por sus perseguidores y quinientos ochenta y seis detenidos y regresados a sus lóbregos cubículos en las semanas siguientes —catorce de ellos, acusados de ser los cabecillas de la fuga, serían fusilados en agosto de ese mismo año—. Tan solo tresJovino Fernández, Valentín Lorenzo y José Marinero— de los setecientos noventa y cinco republicanos evadidos, burlaron a sus rastreadores y consiguieron llegar a Francia.



  • LA VISITA.- Antes de las nueve de la mañana ya han llegado las treinta personas que se inscribieron para realizar una visita guiada por el interior del fuerte de San Cristóbal. Hace frío. Mucho. Una mujer de mediana edad, arrebujada en un plumífero, comenta el malestar que se ha apoderado de ella pensando en “esos pobres de aquel entonces malviviendo con la climatología extrema de Pamplona”, a lo que un joven, de poco más de veinte años, le replica: “Por la climatología, el hambre, las enfermedades, los maltratos…”. Hay, amén de curiosidad, cierta desazón en algunas miradas pese a lo poco que se atisba a través de la reja externa [FOTO]. Los tres amables guías dirigen al grupo hacia el interior. Los visitantes marchan despacio, flanqueados por viejos edificios [FOTO] mientras uno de los guías realiza indicaciones: “Vamos a atravesar ese arco para acceder a las celdas[FOTO]. El recinto carece de luz eléctrica y solo las linternas ayudan a vislumbrar los diferentes espacios. “Estos eran los locutorios[FOTO], señala. Cada estancia sobrecoge. En algunos habitáculos todavía son visibles las inscripciones dejadas en la pared por quienes allí vivieron su calvario [FOTO]. A ratos, entre los escasos y puntuales murmullos de quienes observan cada recodo del lugar en este invierno de 2024, parecen escucharse los susurros de aquellos hombres desesperanzados entre mugre, endeblez y padecimientos.

    La salida de este Lugar de Memoria es, para algunos de los visitantes, casi una liberación. Hay suspiros y respiraciones profundas, como si las dos horas pasadas reviviendo el abatimiento de otros seres humanos entre esos deslucidos muros, hubieran enlentecido, hasta casi anularla, la función pulmonar.

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«Signum Regium de Aragón en Budapest»: Archivo personal


En Budapest, en la orilla danubiana correspondiente a la histórica ciudad de Buda, ondea, junto a la enseña húngara, el Señal Real de la Corona de Aragón; es el homenaje de la capital de Hungría a la princesa magiar que en el siglo XIII matrimonió con el monarca Jaime I de Aragón, convirtiéndose en reina de los territorios de la Corona. Desde que, tras la caída del comunismo, las autoridades húngaras redescubrieron a la compatriota que fue soberana consorte de una monarquía medieval de la península Ibérica, la (casi) desconocida Violante, de la Casa de Árpád, hija, esposa y madre de reyes, ha sido la protagonista de reconocimientos y honores, incluida la ofrenda floral, en 2005, del entonces presidente de Hungría, Ferenc Mádl, quien, acompañado de los Príncipes de Asturias, visitó el monasterio cisterciense de Santa María de Vallbona (Lérida), donde la reina Violante se halla enterrada. Ya en 2003, las autoridades húngaras habían donado 12.000 euros para restaurar el sepulcro [FOTO] que contiene los reales despojos.


Afirman los historiadores que Violante de Hungría (1215-1251) era una mujer culta y resuelta que llegó a entenderse muy bien con el esposo que le había buscado el papa Gregorio IX, tras haberse anulado el matrimonio del rey aragonés con Leonor de Castilla. El nuevo enlace de Jaime I el Conquistador (1208-1276) con Violante tuvo lugar en Barcelona, en diciembre de 1235, en una ceremonia celebrada por el obispo de Pécs, en cuya compañía y la de un centenar de soldados y sirvientes, había llegado la princesa desde su país natal.

Según las crónicas, la soberana fue la mejor valedora de la conquista del reino musulmán de Balansiya/Valencia, que su marido llevaba años forjando en contra del parecer de la nobleza aragonesa. La reina Violante no solo animó a Jaime a mantener el asedio de cada plaza en liza en las distintas fases de la conquista, sino que arengaba a las tropas paseándose a caballo entre la soldadesca, que la veneraba, no en vano, poniendo por delante su estatus de consorte, tenía por costumbre acompañar al rey en sus desplazamientos, ejerciendo de esposa tanto como de asesora, y algunos de sus nueve hijos habían nacido en una tienda de campaña cercana a cualquier contienda en la que intervenía el monarca.

De su capacidad negociadora es buena muestra el Tratado de Almizra (en el que intervino como mediadora) pactado entre Jaime I y el príncipe Alfonso de Castilla (futuro Alfonso X el Sabio, que acabó siendo yerno del monarca aragonés y de Violante) para establecer los límites territoriales de la Corona de Aragón y del Reino de Castilla.


Violante, princesa de Hungría y reina consorte de la Corona de Aragón, falleció  —se dice que de unas fiebres que le contagió uno de sus hijos—  en el santuario de Santa María de Salas de Huesca, trasladándose sus restos al monasterio de Vallbona, en Lérida, del que era benefactora y donde había expresado su deseo de reposar definitivamente.