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Archive for diciembre 2020

«Festín»: Archivo personal


¿Qué sobras nos toca comer hoy?”, pregunta Jenabou con cierto retintín. “Nos terminaremos la sopa de pescado y lo que quedó del hojaldre de espinacas. Para mañana, aún tenemos cardo y ternasco”. El frigorífico, transformado en caja fuerte de todos los restos no engullidos en Nochebuena y Navidad, es un muestrario del desenfreno gastronómico de María Blanca, la vecina, que fue la anfitriona navideña —junto con el señor Paco, su marido— de Agnès Hummel, la señorita Valvanera, Étienne, la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio y la pequeña Jenabou. Siete comensales a la mesa, pero aunque hubieran sido veinte habría habido comida de sobra para completar con el excedente dos o tres fiambreras de más que mediana capacidad. La señorita Valvanera que, como buena montañesa, disfruta entonando estómagos ajenos, disculpaba la bacanal culinaria de la mujer por ser esa su manera, decía, de “darnos las gracias por compartir su mesa”, y tal vez no errara en su barrunto cuando hasta el circunspecto Paco, el marido de María Blanca, un hombre excesivamente callado, se explayó en la cena y la comida contando divertidas anécdotas de los diferentes puestos de la Guardia Civil donde prestó servicio y enseñándole trucos de magia con cartas a Jenabou que, tan encandilada como sincera, le soltó: “Tendrías que ser asi de majo siempre, Paco”.

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«Catedral de Huesca al cielo»: Kum111


Cuando sobre el mediodía del 26 de agosto de 1937, tropas de la IV Brigada de Navarra y de la italiana División Blindada Littorio, adscritas ambas al ejército sublevado contra la República, entraron victoriosas en la ciudad de Santander, los ecos de la conquista llegaron hasta Huesca, ciudad que había quedado en manos fascistas desde el inicio de la guerra. El jolgorio festivo de los afectos a Franco engalanó momentáneamente la capital oscense y una ruidosa pirotecnia se elevó a las nubes hasta que uno de los cohetes lanzados impactó contra el chapitel de madera emplomada que coronaba la torre del campanario de la magna catedral altoaragonesa, incendiándose y desmoronándose aquel y finalizando así, bruscamente, la celebración.

De tal guisa, con la torre sin remate, conocieron las siguientes generaciones el magnífico templo, relegada al olvido forzado la causa de tan irregular arquitectura. Pero hete aquí que, a mediados de este mes de diciembre, ochenta y tres años después de la accidentada pérdida del elemento ornamental catedralicio, el portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Huesca presentó una enmienda a los presupuestos municipales proponiendo que el Consistorio de la ciudad se hiciera cargo de la reconstrucción del desaparecido chapitel que, argumentaba, fue destruido por la artillería republicana en el transcurso de la guerra.

Tan falaz afirmación, no se sabe si fruto de la ignorancia o del revisionismo histórico, ha producido más ruido, si cabe, que el cohete desviado que descabezó la vieja torre, y a la indignación, no exenta de chanzas, de quienes conocían la versión real de lo acontecido aquel agosto de 1937, han venido a añadirse las declaraciones del representante de Patrimonio de la Diócesis, que ha desmentido con pruebas documentales que la pérdida del chapitel se debiera a la intervención belicosa republicana sino a la suma de la fatalidad, la imprudencia y la nula destreza de algún falangista metido a pirotécnico chapucero.

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«La huella»: Archivo personal


En plenitud de mis facultades, actuando libremente y tras una adecuada reflexión, en base a la normativa vigente declaro que si en el futuro mi salud se deteriora de forma irreversible, hasta el punto de impedirme tomar decisiones sobre los cuidados y el tratamiento que deseo recibir, considero que el mayor beneficio para mí es finalizar mi vida cuanto antes. Por ello, exijo que se respeten mis valores y mi dignidad, de acuerdo con las siguientes instrucciones previas, voluntades anticipadas o testamento vital:

  1. Rechazo todo tratamiento, intervención o procedimiento que contribuya a mantener mi vida: técnicas de soporte vital, fluidos intravenosos, fármacos (incluidos los antibióticos), hidratación o alimentación artificial (por sonda nasogástrica o gastrostomía), marcapasos o desfibrilador. En caso de enfermedad añadida (proceso intercurrente) o daño cerebral con posibilidad de recuperar mi capacidad para expresarme, pero con una vida dependiente, solicito una adecuación del esfuerzo terapéutico que me permita morir con dignidad.
  2. Solicito que se me administren los fármacos adecuados, en las dosis necesarias, para inducirme una sedación paliativa profunda y mantenida hasta mi fallecimiento, un estado en el que, a juicio de mi representante, no exista ningún sufrimiento físico o psíquico, incluso cuando este tratamiento pueda acortar mi vida.
  3. Si por mi deterioro cognitivo necesitara la ayuda de otra persona para beber y/o comer, es mi voluntad renunciar a esa ayuda, por lo que no deseo ser alimentado/a, ni hidratado/a por otras personas, sea con cuchara o por cualquier otro medio, recibiendo los cuidados de confort que alivien los síntomas que pudieran aparecer durante mi proceso de deterioro por inanición y deshidratación (sequedad de boca, intranquilidad, agitación, dolor…), permitiéndome morir en paz.
  4. Si la legislación regula el derecho a morir con dignidad mediante la eutanasia, es mi voluntad no prolongar mi situación de incapacidad y morir de forma rápida e indolora, de conformidad con la regulación establecida al efecto.
  5. Si algún/a profesional responsable de mi asistencia se declarase objetor/a de conciencia con respecto a alguna de estas instrucciones, solicito que sea sustituido/a por otro/a profesional, garantizando así mi derecho a que se respete mi voluntad.

(Extracto del Documento de Voluntades Previas firmado por el titular de esta bitácora en 2009.- Asociación Derecho a Morir Dignamente)


Como dejó escrito el entrañable y recordado profesor Antonio Aramayona, en su adiós postrero: «He procurado a lo largo de mi vida que coincidieran lo que pienso, lo que quiero, lo que hago y lo que debo. Por eso he intentado también que mi vida haya sido digna, libre, valiosa y hermosa. Y así he querido también mi último hálito de vida: digno, libre, hermoso y valioso. Así he querido vivir y así he querido morir.«


17 de diciembre de 2020.- Proposición de Ley sobre la Eutanasia en el Congreso:
198 votos a favor.
138 votos en contra.
2 abstenciones.

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«Receso»: Archivo personal


No osa la penumbra periférica adentrarse en la luminosidad rampante que envuelve la ciudad prenavideña por la que discurre un discreto arroyuelo humano enmascarado que apura las horas entre tentadores escaparates y terrazas medio llenas donde las tertulias desafían los avances del frío.

Nena, ¿te apetece un chocolate con churros?”, pregunta Agnès Hummel a Jenabou. “No. Quiero lo mismo que vosotras”.

La calle es un murmullo que se alza y desciende como si una batuta invisible guiara la cadencia del sonido.

Llega el camarero, ataviado con una liviana camisa negra, con los vasos de panacota con frutos rojos, los distribuye y musita un “que aproveche” mientras se dirige, con la bandeja bajo el brazo, hacia los ocupantes de una de las mesas próximas.

De la juguetería que hay a la vuelta de la esquina sale, de sopetón, un popurrí estridente de villancicos que hacen las veces de banda sonora de paseantes y sedentarios y obligan a elevar las voces de los agrupados en las tres terrazas que se apropian de parte del espacio peatonal.

Acude el camarero a la mesa de las panacotas para realizar el cobro de las consumiciones y, a la par que las mujeres recogen las bolsas y paquetes que habían guardado bajo las sillas, se desliza la niña con los patines en dirección a la cercana plaza.

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«La nieve de la memoria»: Archivo personal


En recuerdo de la Sublevación Republicana de Jaca (1930).


«Lo único que lamento es no haber podido salvarte a ti, Ángel«, fueron las sentidas palabras del capitán Fermín Galán Rodríguez a su compañero de sublevación e infortunio, el también capitán Ángel García Hernández.

El Tribunal Militar acababa de dictar sentencia en el Acuartelamiento Pedro I de Huesca; en la misma se condenaba a ambos reos a ser pasados por las armas, por rebelión militar y sedición. Apenas unas horas después, en el polvorín del Camino Viejo de Fornillos, los dos Capitanes de Invierno —que así serían llamados—, separados unos diez metros el uno del otro, se enfrentaban, a cara descubierta, a los dos pelotones de ejecución.
¡Viva la República!
¡Viva la Libertad!

Sobre las tres y diez de la tarde del domingo, 14 de diciembre de 1930, el último proyectil que impactó en cada uno de los dos cuerpos inmolados ponía un falso punto final al sueño republicano de los dos capitanes, al de los setecientos efectivos, militares y civiles, que, a su mando, habían iniciado la marcha desde Jaca a Huesca por carretera y ferrocarril, y al de la ciudadanía que aborrecía la institución monárquica.

La aventura republicana, comenzada en Jaca a las seis de la mañana del 12 de diciembre de 1930, apenas había durado treinta horas.

Cuatro meses después de los fusilamientos, el 14 de abril de 1931, se proclamaba la II República Española. En el cementerio de Huesca, la hornacina de García Hernández  —en la parte católica—  y la tumba de Galán  —en la civil—, quedaron cubiertas por las flores que manos republicanas unieron a las depositadas por la esposa y la hija del primero y la madre y los hermanos del segundo.








NOTAS

  • En marzo de 1931 el Consejo Supremo de Ejército y Marina concedió a Carolina Carabias Castro, viuda del capitán Ángel García Hernández, una pensión de mil quinientas pesetas con efectos retroactivos.
  • Tanto la viuda de Ángel García como María Jesús Rodríguez Castañeda, madre de Fermín Galán, se significaron en la petición del indulto para el resto de los implicados en la Sublevación Republicana de Jaca, así como en la organización de actos para recabar ayuda para las familias de los soldados muertos en la confrontación.
  • Las familias de los capitanes fusilados fueron extraordinariamente consideradas públicamente tras la proclamación de la II República, no obstante, el gobierno no quiso atender la petición de traslado de los restos de los dos militares a Madrid ni se avino a depurar responsabilidades por las irregularidades que se dieron en el juicio que terminó con el fusilamiento de Galán y García Hernández.
  • El capitán José María Vallés Foradada, defensor de Galán y García Hernández, fue el encargado de deponer y detener, el 20 de julio de 1936, al alcalde democrático de Huesca, Mariano Carderera, que sería posteriormente fusilado. El capitán Vallés, posicionado junto a quienes se alzaron contra la II República, ofició de alcalde de la ciudad hasta diciembre de 1936.
  • La tumba del capitán Galán fue violentada por elementos fascistas tras estallar la Guerra (In)civil y no sería restaurada hasta los años sesenta.
  • El artista ácrata Ramón Acín Aquilué, amigo de Galán e implicado, también, en la asonada republicana, diseñó en 1932 un monumento conmemorativo que, con el título Mártires de la Libertad, iba a ser instalado en las escalinatas del emblemático paseo jacetano que hoy se llama de la Constitución. Nunca pudo llevarse a cabo. Acín, que proyectaba construirlo en el otoño de 1936, fue fusilado por los fascistas ese mismo verano. La maqueta en cartón [FOTO] del proyecto desapareció tras el asesinato del escultor oscense.







ANEXO


NOTA

Una primera versión del artículo se publicó en esta bitácora el día 12 de diciembre de 2010.

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«Otoño en el valle»: Archivo personal


A través de la neblina que la luz extraviada del Sol va arañando, se vislumbra el perfil de peña Foratata, velamen quieto del valle de Tena, a cuyo pie hormiguean, sendero adelante, los cuatro mochileros en este día calmo, glacial y, a trechos, nebuloso, como a punto de nieve. Baja el río tranquilo, bordeado de otoño invernal, con las aguas limpias mostrando su lecho térreo y las brillantes truchas culebreando entre las piedras. Sisean las ramas desvestidas de los álamos y circundan la trocha los abetos viejos de hojas aplanadas que el viento arrastra hasta la vereda, acolchando los pasos que la recorren. Quizás por esta misma senda paseara sus sueños Fermín Arrudi, aquel gigante de Sallent que recorrió el mundo mostrando su imponente presencia pero que siempre regresaba a su familiar universo pirenaico de crestas montaraces y gentes introvertidas y generosas. De él, de ese gigante bonachón que vivió unas casas más allá, recuerda la señora María Luisa, la anfitriona, aquello que le contaba su abuela, que conoció de niña a Fermín. Y, entre anécdotas, va sirviendo a los agotados andarines colmadas raciones de bisaltos salteados con jamón, mientras en la sartén bailan, exhalando el más delicioso de los aromas, las tortetas negras cortadas en láminas, esperando su turno para ser devoradas con fruición.

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«El día naciente»: Archivo personal


La luz amarilla de la única farola indemne —de las ocho dispersas por los aledaños de gravilla de los bloques de edificios— recorta la silueta del hombre viejo del kangal, detenido junto a la fuentecilla inutilizada. Inmóvil entre los claroscuros, semeja una estatua levemente inclinada y de contornos amorfos.

El kangal y Luna, la perra caniche del bloque B, van y vienen entre el cerco de luz y las sombras de la madrugada; se perciben los jadeos del ejemplar grande y los tenues gruñidos de la perrilla que, pese a su pequeño tamaño, quintuplica la edad del perro que la rastrea, retozón, alrededor de los raquíticos troncos de los árboles bisoños que la oscuridad hace invisibles.

Silba el hombre y, al darse la vuelta, advierte la presencia de las dos formas humanas sentadas en el banco, a apenas tres zancadas de él. Retorna a silbar el viejo; un silbido largo, casi un chillido, que atrae al kangal hasta sus piernas. Y, entonces, la luz del amanecer empieza a resquebrajar la negrura de la sierra —entre los dos bloques de pisos encarados al este— amalgamando silenciosos fuegos artificiales que colorean el cielo y abren brechas relucientes en la envoltura lóbrega del parquecillo y los edificios circundantes, exponiendo a cielo abierto las facciones de los ocupantes del banco, a quienes el viejo del kangal reconoce y saluda alzando una mano enguantada para, a continuación, girarse con el perro pegado a él, desandando el camino hasta el bloque C.

Luna, la caniche, erguida junto al banco, contempla la marcha del viejo y el kangal y les lanza un lacónico ladrido.

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«De la supervivencia»: Archivo personal


El 30 de julio de 1749 tuvo lugar en tierras españolas un hecho vergonzoso al que apenas hacen referencia los estudiosos y divulgadores de los acontecimientos históricos y que, en edicto sancionado por el rey Fernando VI, no tenía otro objeto que “prender a todos los gitanos avecindados y vagantes en estos reinos, sin excepción de sexo, estado ni edad, sin reservar refugio alguno a que se hayan acogido” (sic).

La Gran Redada o Prisión General de los Gitanos —que por ambas denominaciones es conocida la persecución a que fueron sometidos los gitanos y cuyo fin no pretendía sino su exterminio— fue una operación secreta organizada por el marqués de la Ensenada y el obispo de Oviedo y Gobernador del Consejo de Castilla, Gaspar Vázquez Tablada, —aunque, evidentemente, el impulso fue soberano—. La aprehensión se preparó discretamente y se llevó a cabo de manera sincronizada, e incluso con el concurso del ejército, en todo el territorio español, siendo detenidas entre 10.000 y 12.000 personas —prácticamente la totalidad de los gitanos que vivían en España—.

Condenadas a prisión las mujeres —junto con sus hijos e hijas— y obligados a realizar trabajos forzados los hombres en arsenales y galeras, el confinamiento de los gitanos españoles se alargó, a todos los efectos, durante dieciséis años, hasta el 6 de julio de 1765, cuando, por mandato del rey Carlos III, hermano y sucesor de Fernando VI, se emite orden de liberar a todas las personas gitanas presas, aunque no sería hasta dieciocho años después cuando los últimos gitanos supervivientes —muchos habían perecido en las cárceles— de la redada de 1749 recobrarían la libertad. ¡Treinta y cuatro años de encarcelamiento por haber nacido gitanos…!

Planteada por los ministros del rey la necesidad de establecer una nueva legislación sobre los gitanos, Carlos III solicitó que fuera retirada del preámbulo de la ley cualquier referencia a lo acontecido en 1749, alegando que “hace poco honor a la memoria de mi hermano”.




ANEXO
Pragmática del rey Carlos III sobre los gitanos (1783):

  • Declaro que los que llaman y se dicen gitanos no lo son por origen ni por naturaleza, ni provienen de raiz infecta alguna. Por tanto, mando que ellos y cualquiera de ellos no usen de la lengua, traje y método de vida vagante de que hayan usado hasta el presente, bajo las penas abajo contenidas.
  • Prohibo a todos mis vasallos, de cualquier estado, clase y condición que sean, que llamen o nombren a los referidos con las voces de gitanos o castellanos nuevos bajo las penas de los que injurian a otros de palabra o por escrito.
  • Es mi voluntad que los que abandonaren aquel método de vida, traje, lengua o jerigonza, sean admitidos a cualesquiera gremios o comunidades, sin que se les ponga o admitan, en juicio ni fuera de él, obstáculo ni contradicción con este pretexto. A los que contradijeren y rehusaren la admisión a sus oficios y gremios de esta clase de gentes enmendadas, se les multará por la primera vez en diez ducados, por la segunda en veinte y por la tercera en doble cantidad; y durando la repugnancia, se les privará de ejercer el mismo oficio por algún tiempo a arbitrio del juez y proporción de la resistencia.
  • Concedo el término de noventa días, contados desde la publicación de esta ley en cada cabeza de partido, para que todos los vagabundos, de esta y cualquiera clase que sean, se retiren a los pueblos de los domicilios que eligieren excepto, por ahora, la Corte y Sitios Reales, y abandonando el traje, lengua y modales de los llamados gitanos, se apliquen a oficio, ejercicio u ocupación honesta, sin distinción de la labranza o artes.
  • A los notados anteriormente de este género de vida no ha de bastar emplearse sólo en la ocupación de esquiladores, ni en el tráfico de mercados y ferias ni menos en la de posaderos y venteros en sitios despoblados; aunque dentro de los pueblos podrán ser mesoneros y bastar este destino, siempre que no hubiese indicios fundados de ser delincuentes o receptadores de ellos.
  • Pasados los noventa días procederán las justicias contra los inobedientes en esta forma: A los que, habiendo dejado el traje, nombre, lengua o jerigonza, unión y modales de gitanos, hubiesen además elegido y fijado domicilio, pero dentro de él no se hubiesen aplicado a oficio ni a otra ocupación, aunque no sea más que la de jornaleros o peones de obras, se les considerará como vagos y serán aprehendidos y destinados como tales, según la ordenanza de éstos, sin distinción de los demás vasallos.
  • A los que en lo sucesivo cometieren algunos delitos, habiendo también dejado la lengua, traje y modales, elegido domicilio y aplicándose a oficio, se les perseguirá, procesará y castigará como a los demás reos de iguales crímenes, sin variedad alguna. Pero a los que no hubieren dejado el traje, lengua o modales, y a los que, aparentando vestir y hablar como los demás vasallos, y aun elegir domicilio, continuaren saliendo a vagar por caminos y despoblados, aunque sea con el pretexto de pasar a mercados y ferias, se les perseguirá y prenderá por las justicias, formando proceso y lista de ellos con sus nombres y apellidos, edad,  señor y lugares donde dijeren haber nacido y residido.
  • Exceptúo de la pena a los niños y jóvenes de ambos sexos que no excedieren de dieciséis años. Estos, aun sean hijos de familia, serán apartados de la de sus padres que fueren vagos y sin oficio y se les destinará a aprender alguno o se les colocará en hospicios o casas de enseñanza.
  • Verificado el sello de los llamados gitanos que fueren inobedientes, se les notificará y apercibirá que, en caso de reincidencia, se les impondrá irremisiblemente la pena de muerte; y así se ejecutará sólo con el reconocimiento del sello y la prueba de haber vuelto a su vida anterior.






NOTA

La primera versión del artículo se publicó en esta bitácora el día 18 de octubre de 2009.

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«Mientras la ciudad duerme»: Archivo personal


(…) Que por largo discurso de años (el rey) ha procurado la conversión de los Christianos Nuevos deste Reyno, haviéndoseles concedido Editos de gracia y otras muchas diligencias que con ellos se han hecho para instruyrlos en nuestra Santa Fe, y lo poco que ha aprovechado, pues cresciendo en su obstinación y dureza han tratado de conspirar contra su Real Corona (…) solicitando el socorro del Turco y de otros Príncipes, de quien se prometían ayuda (…). Y aunque por muy doctos y santos hombres se le avía representado la mala vida de los dichos Moriscos y quan offendido tenían a nuestro Señor, y que en consecuencia estava su Magestad obligado al remedio, assigurándole que podía sin escrúpulo castigarlos en las vidas y haziendas, porque la notoriedad y continuación de sus delictos y la pravedad y atrocidad dellos los tenían convencidos de hereges, apóstatas y proditores de lesa Magestad, divina y humana, y que por lo dicho podía proceder contra ellos con el rigor que sus culpas merecían. Pero que desseando su salvación, procuró reduzirlos por medios suaves y blandos, y aviendo entendido que no han sido de provecho, antes bien, que se preparavan para los susodichos y mayores daños (…), la razón de bueno y cristiano gobierno obligava en conciencia a su Magestad a expeler de sus Reynos y Repúblicas personas tan escandalosas, dañosas y peligrosas a los buenos súbditos, a su Estado y sobre todo de tanta offensa y deservicio de Dios nuestro Señor (…).- Extracto del “bando que el Excelentissimo Señor don Gastón de Moncada, marqués de Aytona, Lugarteniente y Capitán General en el presente Reyno de Aragon, ha mandado publicar, en nombre de la Magestad Catholica del Rey don Felipe Tercero Nuestro Señor, para la expulsión de los moriscos de dicho Reyno”.


Duerme la ciudad y marcha el paseante por la callejuela en pendiente dedicada a Ramiro el Monje y que, desde siempre, ha sido denominada la Correría; se detiene en el último tramo y contempla el final de la cuesta. Cierra los ojos unos instantes y cree escuchar un vocerío que procede de abajo, allí donde estuvo la Alquibla, una de las cuatro puertas de la vieja ciudad amurallada. Extramuros, la Morería, con los tenderetes mudéjares rozando el portalón que comunicaba a los cristianos conquistadores con los musulmanes oscenses desalojados del recinto protegido donde, como símbolo de su derrota, se alzaba, en lo más alto, la Católica Catedral que, durante cientos de años, fue la Gran Mezquita de la Wasqa sarracena.

Aljamas Reales, consideraron los monarcas aragoneses los barrios de la Morería y la Judería levantados a los pies de las murallas; Aljamas Reales con cuyos impuestos se pagaron guerras, monasterios, atavíos y fruslerías de las consortes reales aragonesas a quienes sus egregios esposos concedieron, en tiempos de paz, la prerrogativa de incluir en su peculio los sueldos jaqueses que moros y judíos estaban obligados a pagar a la Corona.

La aparente convivencia bien delimitada entre unos y otros  con los conatos habituales de agresión entre los miembros de las tres comunidades que, pese a todo, compartían cierto relajo en el trato en las Tahurerías—  sufrió un primer sobresalto con el Decreto de Expulsión de los Judíos que el propio Fernando el Católico  olvidada la tradicional protección que los monarcas aragoneses habían dado a las comunidades no cristianas de sus territorios—  se encargó de rubricar en 1492 y que sirvió de aviso a los mudéjares aragoneses, a quienes Carlos V, nieto del catolicísimo Fernando, obligaría, mediante la Pragmática de conversión forzosa, a elegir entre el bautismo o la expulsión en 1526.

Ochenta y cuatro años más conseguirían permanecer los mudéjares, convertidos en moriscos, en las afueras de esa Huesca que era su ciudad y la de sus antepasados. El 29 de mayo de 1610, y como consecuencia de la Rebelión de las Alpujarras y el temor a que los moriscos españoles terminaran aliándose con el Imperio Turco-otomano, fueron conminados a dirigirse fuera de territorio español. Se calcula en cerca de 60.000 los expulsados en Aragón  entre un 15% y un 20% de la población aragonesa.


Cuando el paseante retoma su camino por el empedrado de la Correría para alcanzar la inexistente puerta de la Alquibla, percibe, más en su imaginación que en su bulbo olfatorio, el aroma a albahaca; esa albahaca que los moriscos cultivaban en las huertas de la Morería y que, siglos después, sigue siendo enseña y fragancia de la ciudad que dejaron atrás.

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