«Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado; lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza.»– Edvard Munch.
…y aúlla…
Cuando la longitud de las modernas grúas compite con la majestuosa alzada de las cumbres. Cuando la hondonada que oficiaba de cabañera se transforma en vertedero incontrolado. Cuando la fauna silvestre yace, cual fúnebres mojones inanimados, a lo largo de la carretera. Cuando una aberrante alfombra renegrida sustituye los bosques de coníferas. Cuando se le conquista orilla al anciano cauce de aguas apacibles. Cuando entre la especulación y el sentimiento bucólico no hay un equilibrio razonable.
…y se defiende.
Rugió el cierzo y lanzaron los cirros hirientes navajas acuosas. Tronaron los promontorios pétreos y rasgáronse sus costurones de hielo.
…y resiguió el líquido brutal las ancestrales huellas invadidas por el factor humano.