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Archive for julio 2012

Los ojos del público se asoman, fascinados, al ventanal abierto por el proyector en la pared norte del Salón Multiusos, mientras la voz pausada de monsieur Lussot hilvana, con cada imagen, las vivencias acumuladas en sus recorridos de tantos años por los tozales, cañones y barrancos de la Sierra.

Una bandada de grullas en perfecta formación sobre la ermita de San Úrbez de Nocito; una pareja de chovas piquirrojas posadas sobre la aromosa alfombra de tremoncillo (tomillo) que rodea el Treviño de Adahuesca o varios arrendajos cobijados en la milenaria carrasca de Lecina.

Monsieur Lussot -voluntarioso caminante, espléndido fotógrafo y entretenido narrador- acude, como cada año, a las Jornadas Culturales del Barrio, con sus magníficos álbumes de diapositivas de la Sierra de Guara, escrupulosamente ordenados por temas.

Las últimas imágenes proyectadas muestran una vertiginosa panorámica de foces, roquedales, pozas y picachos blanqueados para los que monsieur Lussot y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio -que suele ayudarle en las proyecciones- han elegido una canción de María del Mar Bonet cuya letra se ha repartido, traducida al castellano, entre los asistentes.

Planea, en esa armoniosa voz femenina que parece surgir de la propia Sierra, el recuerdo de Didier, hijo de monsieur Lussot, que pereció hace varios años en un accidente de montaña en el Couloir de Gaube.

(…)
Bon ocell, porta’m amb tu al país
d’altres temps, sigues el meu amic.
Com abans, en somnis clars d’infant,
estels i més estels collirem tremolant.

Com abans, en somnis clars d’infant,
com abans, damunt d’un núvol blanc,
com abans, tu i jo el sol encendrem
i a l’illa del record la pluja llançarem…

L’ocell negre tombà els ulls al sol,
cap al cel tot d’una emprengué el vol.[1]

ANEXO


TRADUCCIÓN DE LAS ESTROFAS

[1]Buen pájaro, llévame contigo al país / de otros tiempos, sé mi amigo. / Como antes, en luminosos sueños infantiles, / estrellas y más estrellas cogeremos temblando. / Como antes, en luminosos sueños de niño, / como antes, sobre una nube blanca, / como antes, tú y yo el Sol encenderemos / y en la isla del recuerdo la lluvia lanzaremos.. / El pájaro negro volvió los ojos al sol, / de pronto, hacia el cielo emprendió el vuelo.

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«Don’t Talk to Strangers»: Rolf Steffens


«Tengo 37 años y soy discapacitada. Lo he sido siempre. Nací con una enfermedad neuromuscular degenerativa. Mi madre no lo sabía, de hecho lo supo cuando yo tenía un año y medio, y estando embarazada le comunicaron la alta posibilidad de que mi hermano sufriera el mismo problema. El milagro de la vida hizo que naciera sano.

He dependido de terceras personas siempre. He sido, y soy, feliz. Gracias a unos padres coraje que siempre han cuidado de mí de forma excelente he tenido una educación digna y una vida socialmente aceptable. Incluso desde hace 15 años estoy incorporada al mundo laboral, gracias a ayudas técnicas y al incondicional apoyo de los míos.

Pero detrás de toda esa aparente felicidad hay un drama humano que hoy quiero que todo el mundo conozca. Todos los días hay dolor por una salud decadente, rabia por ser diferente a los demás, impotencia por no poder llevar una vida adulta e independiente… Por otro lado mis padres envejecen, no tardando mucho necesitarán también cuidados. Con todo el optimismo y la energía vital que me han transmitido, hay una frase que han repetido incansablemente durante toda mi vida: “¿Qué será de ti cuando nosotros faltemos?”. Y yo también me pregunto, “¿Qué haré yo el día que ellos me necesiten?”.

Corren tiempos difíciles para todos, pero me cuesta entender algunas de las medidas que se están tomando en nuestro país para solucionar la crisis económica. Como dice el refranero popular, parece que a perro flaco todo son pulgas. Hace poco, demasiado poco, le reconocieron a mi madre un derecho, a través de la Ley de Dependencia, que se ha ganado a pulso desde el día en que yo nací.

Tuvo que dejar de trabajar fuera de casa para cuidarme, para darme la maravillosa vida que he tenido. Pudo haber decidido seguir con su existencia, trabajar y tener un devenir de sus días más gratificante, y haber dejado en manos de la Administración Sanitaria los cuidados que yo necesitaba. Pero no lo hizo, sabía que entonces no había garantías de que yo recibiera los apoyos necesarios para desarrollarme como persona con normalidad. Ahora, cuando seguramente más lo empieza a necesitar por su edad, le quitan ese derecho, todo su esfuerzo ya no se verá recompensado con una jubilación digna. Sé que muchos piensan que esto le está costando mucho dinero al Estado, pero no imaginan la cantidad de dinero que se ha ahorrado ese Estado no acudiendo nunca al sistema público para atender mis necesidades.

Y para rematar, el ministro Gallardón acaba de anunciar que la malformación del feto no será ya un supuesto para abortar. En concreto, considera que hay que dar el mismo nivel de protección a un concebido sin ningún tipo de minusvalía o malformación, que a aquel del que se constate que carece de algunas de las capacidades del resto de concebidos. Y yo me pregunto desde la posición de una persona que tuvo derecho a vivir a pesar de su malformación, ¿es un Gobierno responsable aquel que obliga a nacer a personas con graves problemas de salud a las que luego no piensa proteger?.

Pertenezco a aquella generación a la que llamaron “niños de la democracia”. Y he recibido una educación constitucional. Yo tenía entendido que el derecho a la igualdad propugnado en nuestra Constitución se basaba en que todos los individuos deben estar en condiciones tales que efectivamente puedan tener acceso a las mismas oportunidades. Así que como ya viene siendo costumbre durante los últimos meses, tengo esa amarga sensación de que estamos presenciando una involución social muy grave, se están tomando decisiones sin tener en cuenta nuestro pasado reciente, atacando a las bases mismas de la sociedad que tanto nos ha costado construir, y sin buscar el consenso con los verdaderamente afectados, atendiendo únicamente a creencias morales y a ideologías trasnochadas.

Nadie tiene derecho a decirle a una mujer qué debe hacer ante una tesitura tan grave, sobre todo nadie que no conozca el problema desde dentro. Estoy convencida de que aquellos que se erigen blandiendo argumentos sobre el derecho a la vida nunca han tenido un hijo con una enfermedad incurable o carente de capacidades necesarias para un desenvolvimiento vital normalizado. Vivimos en un país en el que es fácil opinar desde fuera, sin intentar conocer a fondo la experiencia de los que sufren un problema.

Desde aquí quiero alzar mi pequeña voz para dar un grito rabioso y contundente. Por mi propia situación personal no puedo pronunciarme a favor del aborto. Pero, señores gobernantes, sean consecuentes con sus ideas. Garanticen una vida digna a aquellos a los que van a nacer con algún tipo de discapacidad a través de los instrumentos que proporciona la Ley de Dependencia. Y no se olviden de las madres que verán mermados sus derechos como mujeres, primero al no poder decidir sobre su propio embarazo, y segundo al no poder volver a tener la vida familiar y laboral que tenían.

Me duele pensar en cuánta lucha y cuánto esfuerzo hay detrás de todos estos derechos que ustedes están sesgando. Cuántas familias que han sacrificado todo por conseguir una existencia feliz para esos hijos más vulnerables. Cuantas madres que desearían haber tenido más información antes de decidir, y cuántas hoy se lamentan amargamente por el futuro incierto de sus hijos… ».-  Carta de ELENA GÓMEZ MARTÍNEZ, de Teruel, publicada en la sección Cartas al Director de Aragón Digital.

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Regurgitan los patriotas chascarrillos disfrazados de solemnidad chabacana y burbujea la tóxica ciénaga donde evacuan la podredumbre líquida que excretan sus cerebros.

Ungidos con su propio miasma, reptan sobre el sometido latifundio dejando en el ambiente su maloliente esencia de albañal.




[…]

Si uno tuviera tiempo sentiría
como veinte minutos de vergüenza
.

[…]

Mario Benedetti

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—¿Os acordáis de monsieur le clochard?-, pregunta la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, que barniza la encimera de la barra del bar de las piscinas de la Huerta Blanquiador.
La mayoría de las componentes de la Asociación de Mujeres  -atareadas en el acondicionamiento de la zona ajardinada que separa la cafetería del recinto para bañistas-  asiente, tal vez recordando aquel otoño de la edad de la inocencia cuando la veterinaria, entonces una chiquilla de apenas diez años, regresó por tercer año consecutivo al Barrio, al campamento de romaníes franceses que se instalaba en la explanada mientras duraba la temporada de vendimia.

La señorita Valvanera, la maestra, acogía con afecto -y, según algunas madres del Barrio, con excesivo empalago– a las siete u ocho criaturas del campamento que acudían a la escuela un número indeterminado de jornadas para marchar de nuevo a otras tierras y otras escuelas, allí donde las llevara la trashumancia laboral de sus familias. Pero siempre volvían al Barrio.

—Mam’zelle Valvanera, este verano hemos hecho deberes con monsieur le clochard-, dijo un día la veterinaria, niña aún, a la maestra.
—¿Quién es el señor Clochard?-, se interesó la maestra.
—Je sais pas… Llegó un día y se quedó con nosotros.

Monsieur le clochard, apelativo que sustituyó el patronímico ignorado de aquel peculiar personaje, era un ferrolano cincuentón, errabundo, polígloto y de inteligencia cultivada que se había unido a la caravana romaní a finales del otoño anterior. A cambio de comida y alojamiento, se ocupaba de infundir en la chiquillería la curiosidad suficiente por lo que, en aquellos años, se denominaba, casi con veneración, cultura general.

El siguiente otoño, cuando volvieron los gitanos a su lugar en la explanada de la otra orilla del barranco, monsieur le clochard ya no iba con ellos. Hombre inquieto y vagabundo por convicción -que así lo definía la señorita Valvanera– trazó un nuevo itinerario dejando en la roulotte donde pernoctaba una muda escrupulosamente doblada y un ejemplar, en encuadernación de lujo y edición en francés, de El vagabundo de las estrellas, de Jack London, que la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio regaló, algunos años después, a la maestra el día que esta se jubiló.

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