«Hoguera»: I.blasco
Dice la tradición que un invierno llegaron a la Galliguera los Santos Capotudos —Sebastián, Águeda, Pablo, Antón, Blas, Babil, Valentín y Vicente—, rostros y manos ateridos, rígidas las capas blanqueadas por la nieve y arrecidos los pies cansados. Acogióse cada uno a la hospitalidad brindada por los pequeños pueblos surgidos en las orillas del río Gállego y terminaron morando en iglesuelas y ermitas, protegidos de los rigores del Solsticio Frío, transmutados en tallas veneradas, recordatorio de los ancestrales dioses olvidados en cuyo honor se encendían hogueras con rescoldos que humeaban hasta la primavera.
Fenecidos en la memoria los dioses protectores de humanos, cosechas y ganado, continuaron crepitando las llamas para festejar a los nuevos locatarios de los templos erigidos y las tierras del Gállego refulgían por la noche entre bailes, cánticos, patatas, longaniza, chullas y humaredas.
Quedóse anoche el frío viejo tras la sierra guardiana escuchando, añorante, el murmullo del río, las canciones y los ayes contenidos de la carne jugosa acostada en las brasas.