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Archive for noviembre 2020

«Atalanta»: Archivo personal


Atalanta, la gata, se cuela, como tiene por costumbre, en casa de la señorita Valvanera; se dirige, sorteando cualquier reclamo humano, a la Alcoba de los Libros  que así llama la vieja maestra al cuarto que oficia de despacho/biblioteca  y se repantinga entre los cojines del banco corrido pintado en blanco roto que hay junto al ventanal, bajo cuyo asiento abatible —en el receptáculo interior coquetamente forrado con tela decorada con margaritas— guarda con celo la antigua maestra su colección de ediciones del Diccionario de la Lengua Española, siendo el ejemplar más antiguo de 1899.

Jenabou, que ha subido a por la gata, la reconviene con un “Jolines, Atalanta, sal de allí, que luego las regañinas de Mamz’elle y mamá me las llevo yo”, elevando exageradamente la voz para que la señorita Valvanera y sus visitas la escuchen desde el zaguán.

Atalanta es una superviviente. Hace seis meses, un colaborador del Proyecto Michinos que clasificaba residuos en el Punto Limpio de la localidad, la encontró hecha un ovillo en la carcasa de un microondas y se la llevó a la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. Su estado era tan extremo  famélica, aletargada, con los ojos cubiertos de costras y el abdomen tumefacto—  que la veterinaria se planteó, incluso, si no sería más acertado y compasivo proceder a inyectarle una dosis terminal de pentobarbital sódico.

Superadas las dos primeras semanas críticas, el cuerpo de la gata fue respondiendo a la medicación y, cinco semanas después de su llegada, ya jugueteaba con Yaiza, la perra, y Kuro y Teruca, los otros felinos de la casa, que acogieron con afabilidad a su nueva compañera.

Jenabou, la hija de la veterinaria, que por aquellos días estaba leyendo la historia de Atalanta, en la versión de Gianni Rodari, sugirió dar el nombre de la heroína griega a aquella michina atigrada y luchadora que había vencido a la muerte.

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«A ras de suelo»: Archivo personal


Clareaba la aurora las calvas calizas de los conglomerados de aluviales y acariciaba la luz al guardián Pisón, señorial gigante durmiente, mientras los caminantes tomaban la ruta del este, por la senda viciada donde cientos de pisadas añejas condenaron a la vegetación a retirarse bordeando una estrecha franja terrosa y agrietada que se perdía ladera arriba, entre los bojedales. A lo lejos, peña Gratal, donde el amanecer fosforescente parecía haber prendido una indiscreta hoguera anaranjada a semejanza de aquellas otras que hace más de ochenta años encendían los republicanos huidos durante los primeros meses de guerra para indicar a las gentes de los pueblos vencidos de la sierra que «la llama de la esperanza era más poderosa que el rugido de las pistolas sanguinarias que dejaban un rastro de cadáveres jóvenes y viejos, maniatados, en campos, barrancos y cunetas«. Así, al menos, lo había relatado Mariano Constante en aquella charla extraordinaria que fue a dar en la Escueleta Vieja del Barrio —hará más de veinte años— y en la que el grupo que subía hace unas semanas, con el frescor del alba, por el angosto sendero, supo, por primera vez, por boca del viejo orador exiliado, de la existencia de Ambrosio Pargada.


Nació Ambrosio en el singularísimo pueblo de Riglos  donde reinan los mallos—  allá por 1909, apegado, desde niño, a una sierra que amaba y conocía como una prolongación de su propia casa. Solitario y poco dado a palabrerías, se dedicaba a cultivar las buenas hectáreas de tierra de la familia, a cuidar del ganado y a la caza, afición ésta que le costaría la pérdida del brazo derecho al explotar la escopeta que manejaba. Fue, desde entonces, el Manco de Riglos. Y así pasaría a la historia de la guerrilla.

De conocidas convicciones libertarias, colaboró, como la mayoría de los anarquistas de Huesca, en la Sublevación de Jaca de 1930. Cuando estalló la Guerra (In)civil, hizo creer a todos que había marchado a luchar con el ejército republicano mientras se ocultaba en la sierra y se dedicaba a guiar a fugitivos hasta las zonas que no habían conquistado los sublevados. Pero siempre regresaba, a escondidas, a Riglos, a su casa, burlando las patrullas falangistas y, en ocasiones, hasta enfrentándose a ellas con un arrojo que sus conocidos tildaban de locura.

Al alargarse la guerra se enroló en la Columna Roja y Negra y, finalizada la contienda, regresó a su pueblo. Fiel a sí mismo, siguió ayudando a quienes se adentraban en la sierra para, montaña a través, llegar a Francia. Pero fue detenido en 1944 y encerrado en la prisión de la vecina localidad de Ayerbe donde, conocedor de que iba a ser fusilado, protagonizó una increíble fuga rompiendo el enrejado de la ventana de su celda y ganando, de un salto, la calle. Marchó a la Sierra de Guara, su conocido y seguro refugio, y, aun manteniendo su independencia y soledad, colaboró con los Grupos de Acción Anarquista. Finalmente decidió pasar a Francia sufriendo, durante la durísima marcha, una caída por un barranco y fracturándose una pierna. Del respeto que se tenía, dentro del maquis, por el Manco de Riglos es suficiente prueba que, imposibilitado para seguir el viaje por su propio pie, fuera transportado hasta el vecino país en una camilla por seis guerrilleros que representaban a cada uno de los grupos con quienes había cooperado Ambrosio Pargada desde 1936.

En Francia, el Manco de Riglos fue atendido de sus heridas en la Colonia de Aymare [*], colectividad fundada por anarquistas españoles cerca de Le Vigan; allí residió hasta mediados de los años sesenta.

Ambrosio Pargada, el Manco de Riglos, falleció en el hospital psiquiátrico de Leynes (Francia) en junio de 1974.


Seis horas de marcha ininterrumpida, con el Sol otoñal refulgiendo en los claros, los rostros aguados y los pies, cada vez más grávidos, arrastrando todas las piedras de la pendiente. Deteníase el grupo de excursionistas en el carrascal, cerca del destartalado puente próximo a la carretera. En el obsoleto poste de luz, ligeramente inclinado, un viejo ejemplar oscuro de águila ratonera manteníase erguido, indolente, aparentemente ajeno a los intrusos que, sentados a la sombra de una encina, lo contemplaban mientras engullían, con indisimulada avidez, los bocadillos.






APÉNDICE

[*] La Colonia Aymare de Ancianos y Mutilados de la Revolución Española fue una propiedad formada por 120 hectáreas de terreno y un castillo en ruinas situada cerca de la población de Le Vigan (Francia), comprada en 1939 por la Sociedad Internacional Antifascista y el Movimiento Libertario Español para atender a refugiados españoles ancianos, mutilados de guerra y enfermos de todas las edades.

Con la ocupación alemana y el establecimiento del Gobierno de Vichy, en cuya área de influencia se encontraba Aymare, funcionó, también, como refugio para perseguidos de cualquier nacionalidad y, en 1948, pasó a ser una Colectividad Agrícola Anarquista basada en el autoabastecimiento y la autosuficiencia.

En 1967, tras veintiocho años de existencia, la Colectividad de Anarquistas Españoles de Aymare fue, finalmente, desmantelada y vendida. Sus actuales propietarios rehicieron el antiguo castillo que daba nombre a la propiedad y lo convirtieron en un resort de lujo.

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«Proyección»: Archivo personal


El Pueblo Saharaui llevaba tiempo avisando a la Comunidad internacional de las posibles consecuencias del fracaso de la gestión de las Naciones Unidas con respecto a la descolonización del Sahara Occidental.

Tanto el Frente Polisario como el Reino de Marruecos firmaron el alto el fuego en el año 1991 con el compromiso de celebrar un referéndum de autodeterminación. El Pueblo Saharaui lleva esperando casi 30 años la celebración de ese referéndum que nunca llega

Marruecos se ha apropiado de casi todo el territorio, y ya todo el mundo da por hecho que el conflicto se ha generado en una frontera marroquí con Mauritania, cuando lo cierto es que nadie reconoce esa frontera fantasma que se encuentra a más de 1.000 km de Marruecos, según las fronteras reconocidas por la Comunidad Internacional.

El pasado 13 de noviembre Marruecos violó el alto el fuego enviando fuerzas militares a través de tres brechas al este del paso ilegal de Guerguerat, para desalojar a los civiles saharauis que bloqueaban el paso de camiones en territorio saharaui para denunciar el saqueo de los recursos naturales del Sáhara Occidental.

La respuesta del Frente Polisario no se hizo esperar. El sábado 14, el Presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, Brahim Gali, emitía un decreto anunciando el fin del compromiso con el alto el fuego firmado entre el Frente Polisario y Marruecos, viéndose abocado, en un acto de legítima defensa, a reanudar las hostilidades contra las tropas del ejército de la potencia ocupante.

El Pueblo Saharaui es un pueblo pacífico. Le avalan 29 años confiando en la ONU, 45 años esperando un referéndum, 45 años aguantando masacres y agresiones sistemáticas por parte de Marruecos y 29 años de promesas incumplidas.

Mientras esto pasa y las noticias se tergiversan, en los territorios del Sahara Occidental ocupados por Marruecos se están allanando casas de activistas saharauis por fuerzas parapoliciales o policías de paisano, como se demuestra en los vídeos que se cuelgan en las redes sociales, y la Comunidad Internacional sigue sin prestar atención.

¿Cuántas vidas se deben perder para ser escuchados? ¿El mensaje que se traslada es que la fuerza es la única vía de negociación?

Esperamos que este conflicto bélico cese cuanto antes y culmine con el referéndum de autodeterminación, comprometido desde hace 30 años, que permita la independencia del Pueblo Saharaui. Como siempre hemos hecho, seguiremos al lado de este pueblo hermano y de su único y legítimo representante, el Frente Polisario, hasta que consigan lo que les corresponde, que no es otra cosa que recuperar la soberanía de su territorio usurpada por Marruecos con la complicidad de la Comunidad Internacional y de España, como potencia administradora del territorio, tal y como lo indican la legalidad internacional y la Audiencia Nacional de nuestro país.


Firman el comunicado:

Alouda. Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui del Altoaragón.
Arapaz – MPDL Aragón.
Colectivo Iquique.
Colectivo Universitario LEFRIG.
Comunidad Saharaui en Aragón.
Estudios en Paz.
Ingeniería Sin Fronteras Aragón.
Lestifta Sahara. Teruel.
Observatorio Aragonés para el Sahara Occidental.
Um Draiga. Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui en Aragón.


NOTA

Sahara Ma Timba (El Sahara no se vende) es el título de una canción saharahui cuya letra fue compuesta, en 1975, por la poeta Fatma Brahim y popularizada, como un himno de la resistencia del Pueblo Saharahui, por su hija, la cantante Um Murghiya.

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«La casilla»: Archivo personal


Cuando en 2007 entró en servicio la variante ferroviaria de la línea Zaragoza-Canfranc y se sacó la vía de la zona sur del casco urbano de Huesca, se acometió el derribo de las viejas casillas adyacentes a los pasos a nivel con barreras; la automatización de estas había dejado, años ha, en desuso aquellas familiares edificaciones levantadas con idéntico patrón que, en algunos casos, habían sido vivienda de los guardavías pero que, deshabitadas, se habían transformado en ruinosas construcciones que el tiempo y la desidia desmoronaban ante la indiferencia de los munícipes y algunas protestas de la ciudadanía.

Mejor suerte corrió la casilla próxima al cerro de San Jorge, en la ruta que lleva a la ermita de Loreto y que, durante años, fue el lugar de trabajo de la señora Nieves, la guardabarreras, que hizo de ella un lugar acogedor con su jardincito vallado y aquellas galletas de nata que la buena mujer ofrecía a las criaturas que se acercaban para saludar el paso del tren e inventar retahílas que musicaba el traqueteo rítmico del automotor. Can-fra-ne-ro, e-ro, e-ro, e-ro, cantaban los niños. Can-fra-ne-ro, e-ro, e-ro, e-ro, repetía el tren, que parecía carcajearse cuando el improvisado coro infantil apostado en el puente recitaba: ¿Por dónde pasa el tren? / ¡Por la vía! / ¡Anda, burrico, que ya lo sabía!

Algunos de aquellos niños y niñas son los adultos que muchas mañanas festivas caminan junto a la casilla rehabilitada y recorren la ruta del ferrocarril convertida en sendero cubierto de gravilla que la señora Nieves nunca pudo ver porque falleció muchos años antes. Son las mismas niñas y los mismos niños que, ya adolescentes y jubilada la guardabarreras, la visitaban en su casa, donde nunca faltaban las sabrosas galletas ni las rosas que aromaron la vieja casilla. Y aún hoy, tantos años después, recuerdan a Pocholín, el jilguero lugano de la ferroviaria emérita, que, cuando escuchaba a lo lejos el silbido del tren avisando de su inminente entrada en la ciudad, gorjeaba y se volteaba en su jaula mientras a los labios de las jóvenes visitas retornaba aquel Can-fra-ne-ro, e-ro, e-ro, e-ro de la niñez.

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«Torreón del Amparo (Huesca)»: Archivo personal


Con la ciudad todavía aletargada y la prisa escondida, bajo los libros, en la mochila de piel oscura, emprende el caminante la lenta circunvalación de lo que antaño fuera la firme muralla. La de las noventa y nueve torres, o tal vez cien… La inexpugnable. La de los 1.938 metros perimetrales. La que durante siglos categorizó como invicta la ciudad protegida.


Desfallece la historia en los viejos sillares a tizón mandados construir por el valí de Wasqa, Amrus Ibn Umar, en el siglo IX y que, aun hoy, sustentan las paredes remozadas de las casas y las toneladas de tierra de los antiguos huertos. Y desafiando la indiferencia, el paso del tiempo y las fechorías urbanísticas, el superviviente torreón románico del Amparo, tozudamente erguido frente al río sobre su planta cuadrada, con las ménsulas de las desaparecidas almenas transformadas en reposadero de palomas cagonas.
Unos metros más al este, resistiendo como el solitario torreón, el arco adintelado en ladrillo —flanqueado por un cubo arquitectónico moderna y dolorosamente repintado— del último de los cuatro portones principales de entrada a la ciudad, la puerta de Montearagón [FOTO], sencilla y cariñosamente conocida como la Porteta, único vestigio de las cuatro aberturas señoriales las otras eran la Sicarta, la Alquibla y la Ramián que miraban a los cuatro puntos cardinales y permitían o cerraban, junto a otras tres puertas secundarias, el acceso a la ciudad que fuera disputada joya de los tuyibíes y muladíes descendientes de los Banu Salama, los Banu Sabrit y los Banu Amrus.


Acude a la memoria sosegada del caminante aquel rebelde épico, Bahlul Ibn Marzuq, que se alzó contra el gobierno central de Al-Ándalus, instigó la revuelta popular en Saraqusta y Wasqa y se autoproclamó cabecilla de un efímero reino independiente que llegó a ser reconocido por el mismísimo Carlomagno.

Piedras. Historia. Sombras que danzan entre las hierbas que se abren paso por las grietas del tiempo.

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«Trees in mist / Árboles en la niebla»: Aztlek


Antes de que la boira tome posiciones en cada rincón del Barrio, se la ve, vestida de gallinazo [1], sobre la pardina Furtasantos [2], envolviendo las ruinas de piedra toba de la que un día fuera Casa Cucharero, junto a la peligrosa bajante [3] que desemboca en el río, escenario, tantos inviernos níveos, de trepidantes y prohibidos descensos —sobre sacos de plástico, a modo de trineos— que, en la mayoría de las ocasiones, terminaban con magulladuras y, de ciento a viento, alguna brecha o un hueso roto. El Gran Esbarizaculos [4], llamaba la chiquillería, con respeto, a tan atrayente como temida ladera. Fuera del alcance de las miradas adultas y contraviniendo cualquier proscripción, las criaturas se deslizaban boca abajo, entre punzadas de euforia y miedo, con el rostro congestionado y la lengua adherida al cielo del paladar, encaradas hacia la orilla del río, que parecía alzar unos imaginarios brazos pedregosos anunciando el batacazo; solo la pericia del ‘conductor’ y sus buenos reflejos para rodar hacia un lado segundos antes del ‘aterrizaje’, impedían que el divertimento tuviera consecuencias desastrosas.







NOTAS

[1] En aragonés, niebla calima.

[2] Id., Furtasantos significa, literalmente, “ladrón de santos”. Parece ser que el nombre de la pardina hace referencia a un pastor de Casa Cucharero que era natural de Javierrelatre, localidad cuyos habitantes reciben ese apodo. Según cuenta la leyenda, los vecinos de Javierrelatre querían llevar a su pueblo una imagen de la Virgen de los Ríos encontrada en un monte de la vecina localidad de Aquilué, pero cada vez que la cogían para llevársela, los aprendices de ladrones se dormían. La Virgen, naturalmente, se quedó en territorio de Aquilué, pero ello no evitó que los de Javierrelatre fueran llamados, a partir de entonces, furtasantos.

[3] Id., pendiente muy acentuada.

[4] Id., tobogán.

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«Castillo abadía de Loarre»: Archivo personal


Una lanzada entre los ojos, a través de la abertura del yelmo, terminó con la vida y el reinado de Ramiro I, primer monarca de Aragón. El deceso está datado en la villa de Graus, el 8 de mayo de 1063 ó 1064, en plena batalla entre las tropas aragonesas y las del rey Al-Muqtadir de Saraqusta, que combatía contra el de Aragón con la ayuda del rey Fernando I, conde de Castilla y rey de León —hermano de Ramiro—, cuyo hijo, Sancho, se hallaba al frente del ejército castellanoleonés.

A Ramiro I de Aragón, la historiografía lo ha señalado como hijo ilegítimo de Sancho el Mayor de Navarra, condición que resaltan la mayoría de sus biógrafos. con la excepción, entre otros, de Antonio Durán Gudiol, que achaca a la animosidad castellana de la época y a las tensas relaciones fraternas de los hijos del rey navarro —que llegaron a enfrentarse en el campo de batalla en diversas ocasiones— la atribución de bastardía. Así, Durán Gudiol determina que Ramiro, nacido en 1020, fue el menor de los hijos varones del rey navarro Sancho el Mayor y su legítima esposa Munia de Castilla, mientras quienes defienden la ilegitimidad del aragonés dan como probable fecha de nacimiento el año 1006 y como madre a Sancha de Aibar, noble dama y amante del rey pamplonés antes de su matrimonio con Munia.

Francisco Bautista, estudioso de las Crónicas Najerense [*] y Silense, asevera que, amén de los pertinentes ajustes de cuentas castellano-leoneses con los reyes de Aragón, la supuesta ilegitimidad de Ramiro I suponía una circunstancia muy conveniente a las aspiraciones de Alfonso VII de León y Castilla que, como descendiente de Sancho el Mayor, pretendía hacerse con las tierras aragonesas que antaño habían formado parte de los feudos navarros, sobre todo, teniendo en cuenta que el rey aragonés —que también lo era de Pamplona— Alfonso el Batallador, nieto de Ramiro I, había muerto sin descendencia y había legado, en su testamento, sus feudos “a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo y a todos sus santos. Y con buen ánimo y espontánea voluntad ofrezco a Dios, a la Virgen María de Pamplona y a San Salvador de Leyre, el castillo de Estella con toda la villa […], dono a Santa María de Nájera y a San Millán […], dono también a San Jaime de Galicia […], dono también a San Juan de la Peña […] y también para después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén […] todo esto lo hago para la salvación del alma de mi padre y de mi madre y la remisión de todos mis pecados y para merecer un lugar en la vida eterna…

Obviamente, los nobles aragoneses se apresuraron a incumplir tan estrambótico testamento y sería un hermano del Batallador quien ceñiría la corona, evitando cualquier posible reclamación castellano-leonesa. Habrían de transcurrir unos siglos hasta que una dinastía castellana, la de los Trastámara, sentara sus reales posaderas en el trono por el que tantos suspiraron.






NOTA

[*] La Crónica Najerense cuenta que a Ramiro, supuesto bastardo del rey Sancho, se le otorgaron las tierras aragonesas por su gallardía en la defensa de la virtud de la reina doña Munia, esposa de su padre, a quien sus propios hijos acusaron de adulterio:

“[…]Que hijo mas verdadero reparó la honra mía
Doyle el Reyno de Aragón para después de mi vida.
Luego el Rey hizo lo mismo porque muy bien le quería.
Assí fue Rey don Ramiro, por su bondad y valía
De los Reynos de Aragón, donde mucho lo querían[…]»

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Latidos

«Fear & Confidence»: Archivo personal


El paseante se detiene y el tiempo parece suspendido en la figura quieta cubierta por una capelina oscura que el calabobos madrugador ha ornamentado con diminutos puntos de agua gélida.


Vete. Vete. Vete, susurra el paisaje, convertido en portavoz de la vida oculta.


Un ininterrumpido ectoplasma de dióxido precede a la fantasmal figura que, de nuevo, impulsa sus pies sobre el acolchado suelo que protegen los árboles.


No sigas. Vete. Vete.


Un paso más. Tres. Diez. Cincuenta pasos más y los latidos inaudibles de las energías latentes se ven alterados por un quejido próximo que rompe el ritmo del cuidadoso roce de las botas humanas sobre el lecho de humus.
El paseante se queda quieto, se baja la capucha y ladea la cabeza para localizar la procedencia del lamento. Nada.


Da media vuelta. Vete. Vete.


Otro roce. Más pasos. Y de nuevo el sonido ajeno a los murmullos familiares de la floresta.


No sigas. Vete. Vete.


Un paso más. Tres. Diez. Cincuenta pasos más…

Los cuerpos yacen juntos; los dos más pequeños acurrucados contra el grande. La jabalina se estremece al percatarse de la presencia humana que se inclina, con decisión, sobre ella y sus dos jabatos. Pero no hace ningún intento de ataque.
Una de las crías está muerta. La otra, aunque inmóvil, respira pausadamente y no tiene heridas visibles.
El paseante se desprende de la capelina, la restriega con suavidad contra las cerdas de la madre, envuelve el cuerpo del joven bermejo y lo recoge, con dificultad, entre sus brazos. Antes de abandonar el lugar mira de nuevo a la hembra herida de muerte y dice: “Es todo lo que puedo hacer”.


Márchate. Vete. Vete.


Cuando el amanecer termina de desgarrar la niebla, el paseante y su carga de vida ya están de vuelta en el Barrio.

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«Brunch»: Archivo personal


En el jardín de la parte trasera del Mia-te tú suena, durante el almuerzo privado, Adolfo Celdrán. “¿Y esa música?”, se sorprende María Petra. “Gentileza de Mam’zelle [*]”, dice Arturo. “Nos trajo unos discos de vinilo por si nos parecía bien ponerlos. No le íbamos a decir que no”, explica Alberto, que, como la mayoría de integrantes del pequeño grupo que monopoliza el bar restaurante, fue alumno de la señorita Valvanera.

Miguel Hernández, Antonio Machado, León Felipe y Bertol(d)t Brecht, exquisitamente vivos en la voz de Celdrán, acompañan el puerro en tempura con relleno de gambas y el coulis frío de cangrejo de río; mientras, en la barra del interior, Arturo y Alberto preparan mojitos de granada ayudados por Étienne.

Al otro lado de la persiana metálica que protege la entrada principal del Mia-te tú, un cartel escrito a mano y colocado junto al hombro derecho de una repintada Betty Boop, reza: “Abrimos la terraza a las cinco”.





NOTA

[*] Apelativo que dan a la vieja maestra sus antiguos pupilos.

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