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Archive for mayo 2012


Pese a que los teósofos vaticanistas anunciaron, años ha y tras sesudas reflexiones, la supresión del Limbo, existe en el Barrio, en la trasera de la ermita anatematizada, un bosquecillo de hayas que resguardan un calvero natural conocido, desde antiguo, como el Limbo de las Peinadoras, lugar mágico donde, según la leyenda, se le apareció la Virgen Negra a Tía Eduvigis, una anciana que ejercía de sanadora y partera y a la que la Iglesia acusó de brujería cuando, un día soleado, un rayo certero surgido del mismo bosque cayó sobre la talla medieval de la Virgen que presidía el santuario y la partió en dos.

Pocas semanas después del suceso, se corrió la voz de que uno de los tocones del calvero se había metamorfoseado en una figura oscura con las formas de una mujer embarazada, de rostro apenas esbozado pero dotada de unos labios increíblemente gruesos y a la que Tía Eduvigis, para escándalo de los concurrentes al prodigio, llamaba Nuestra Señora de los Morros de Cebollón.

La Iglesia tomó cartas en el asunto. Se serró el tocón y se contrató a un artista de imaginería religiosa para que diera forma y pintara la talla, convirtiéndola en una Virgen Blanca de extraordinaria belleza, figura estilizada y labios sabiamente recortados. La imagen fue colocada en la ermita y a Tía Eduvigis se le prohibió acercarse al recinto sagrado so pena de incoarle un proceso por brujería. Pero cuando se abrieron las puertas del templo para que los devotos admiraran la nueva representación virginal, ésta había desaparecido de su peana. Las gentes corrieron al Limbo de las Peinadoras y allí, en el calvero, hallaron a Tía Eduvigis arrodillada ante el tocón nuevamente convertido en Virgen Negra, como si jamás hubiera sido serrado. Cuando el canónigo de la diócesis, furibundo, quiso acercarse a la mujer, una luz cegadora inundó el calvero llevándose consigo a la anciana y al tocón, amén de la cordura del religioso que -dicen- murió loco unos meses después.

La ermita permaneció olvidada y maldita, junto al hayedo, durante muchos, muchos años. Se desmoronaron sus viejos muros y un tupido manto de hiedra cubrió los extraordinarios acontecimientos pasados hasta que, hace nueve años, y por suscripción popular, se iniciaron los trabajos de reconstrucción.

…Y a la izquierda del altar, en una hornacina orientada al septentrión, una Virgen Negra de vientre prominente y labios increíblemente gruesos parece sonreír, triunfante, a escasos metros del Limbo de las Peinadoras.

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«Primavera»: José María Cuéllar


Primavera. Cimbrean, en compacta escultura de verdes oscuros,  las refulgentes hojas de la camelia que habita en la humilde tinaja centenaria del jardín renacido de la señorita Valvanera, en el rincón del porche donde se afanan las golondrinas en reforzar los viejos nidos que la maestra cubre delicadamente durante el invierno.

Primavera. Asoman, aun chicuelas, las amapolas que jalonan, en maravilloso caos, el desdibujado límite entre el coquetuelo jardincito y la pendiente asilvestrada que resbala, entre margaritas y tomillo, hasta la curva sombría que describe el río sajando el tozal en dos promontorios de arenisca petrificada donde anidan y se sacian los treparriscos en sus limitadas visitas invernales.


Mayea, lánguido, el Sol y se retiran las nubes alejando de las súplicas terrígenas su codiciada carga.

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Vuelve lo nuestro.

La fritura. Nati Mistral. El puchero. La troquelada reserva espiritual de Occidente. El cuadro de actores de Radio Madrid. El relumbrón de los caireles. El Alcázar sitiado. La faja. Los escapularios. Los libertadores…

El pan con vino y azúcar. Las tapias de los cementerios. La violetera. Los jardines de La Granja. El tocino rancio. El miriñaque. El caracolillo de Estrellita Castro. El agua bendita. El gol de Zarra. Las historietas del Jabato. Las enaguas. El volumen corporal de García Carrés. Los zapatos topolino. Pemán versificando los movimientos giratorios de Lola Flores. Los velones de aceite. Los cruzados. Gibraltar español…

Trotan por el Ruedo Ibérico las siluetas de los toros de Osborne guiadas por el águila azabache que aletea a los acordes victoriosos de la Marcha Real.

Una bandada de gaviotas cierra el cortejo…

En un recodo del camino, doña Concha Piquer, entona, al paso de la comitiva: “Apoyá en el quicio de la mancebía…”. A su lado, un gato siamés se sacude el polvo adherido a los bigotes, inicia una imperceptible sonrisa, bosteza y se acuesta, panza arriba, bajo el sol mañanero del vigésimo segundo día del mes de mayo.

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«El 15M en Peña Montañesa«: I.C.


«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso; sirve para caminar.» Eduardo Galeano.


El Sol fija sus implacables reflejos sobre la plaza expectante. Se atropan los cuerpos con trazas veraniegas a la generosa sombra del casino. Huele a humanidad afanosa con un toque de tapa a la vinagreta que llega, a vaporadas, desde la concurrida terraza donde un comulgante vestido de marinerito reparte chucherías de recuerdo entre sus endomingados invitados.

Se yerguen las pancartas y se agrupa, bajo el Sol cansino, la sociedad combativa. Al son de las gaitas, se reparte el gentío  -entre saludos, besos y gestos de reconocimiento-  tras los artesanales cartelones. Avanzan los pies y se elevan las voces hasta balcones, tragaluces, ventanales y aleros.

Rutilan los rostros teñidos de primavera estival. Jóvenes, viejos, criaturas recorren la ciudad en incansable y lúdico alboroto, mochila a la espalda, morral en bandolera. Vitorea la tarde el cromatismo móvil vindicativo y hasta unas tímidas ráfagas de viento jalean las pancartas y reconfortan los cuerpos sudorosos.

Y otra vez la plaza acoge entre sus losas a la voluntariosa plebe que la honra y humaniza. Y otra vez las inánimes musas de la fuente centellean silenciosos aplausos en su aleación áurea.

Resuenan las gaitas. Retumban las voces. Cabriolean los cuerpos. Se funden las guitarras con la fogosidad vespertina y hasta los gorriones grises y panzudos, inseparables compañeros alados de la humana concurrencia, repiten en su jerga silbante: Juntos y juntas, podemos.




Dicebamus hesterna die…

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«Wither»: Randy SnowDog Monteith


…y aun guarda la sierra, bajo las noches mágicas de tantos solsticios y equinoccios transcurridos, la memoria de Dulcis, la Reineta, la hermosa hechicera que recorría los espacios habitados del Prepirineo con sus pócimas, bebedizos y ritos sanadores, ocultando su humana condición, a ojos desconocidos, bajo la apariencia de una joven rabosa[1], y a quien una partida de pastores acechó y dio muerte a golpes de cayado, juzgándola autora de devastadoras acometidas contra ovejas y corderos.

Serpenteando el gortón[2] de Casa Berches se abre un sendero limpio de maleza y guijarros trazado a fuerza de ejercer los pies humanos un indebido derecho de paso que los dueños del terreno jamás vetaron, aun cuando los años de continuo trasiego hurtaron a legumbres y hortalizas parte de su territorio. El Alcuerze[3] Berches -que así es llamado- se une, ya en los límites del Barrio, con la pista que asciende o desciende en diferentes bifurcaciones; una de ellas, la que está señalada por un amojonamiento de piedras firmemente unidas con argamasa, lleva al esforzado caminante por una pendiente que, atravesando la torrontera, termina en un terreno casi circular, de arbustos diseminados, cerrado en su parte norte por una pared pétrea desde cuyo repecho superior algunos buitres inician un vuelo lento, circunvalando el que un día fue su comedero: el Fosal de la Reineta. Tiempo atrás, se dejaban en el fosal los cadáveres de los animales para que los elementos y seres de la Naturaleza completaran su tarea, y sólo la prohibición de dejar a la intemperie los animales muertos finiquitó un acuerdo, nunca firmado pero siempre respetado, entre los buitres y el Barrio. Las aves, no obstante, siguen visitando el fosal, conocedoras, acaso, de que, por encima de leyes restrictivas, siempre hay algún humano dispuesto a desobedecer aquéllas y devolver al Fosal de la Reineta su destino de buitrera.


NOTAS

[1] En aragonés, zorra, raposa.
[2] Id, huerto pequeño.
[3] Id, atajo.

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«Untitled 2»: Russell Scott-Skinner


«Yo nací en Alfamén, un pueblito o caserío de la provincia de Zaragoza, como a veinte kilómetros del pueblo donde había nacido Domingo Laín. También soy de familia de campesinos pobres, y también desde niño fui educado como en una actitud normal muy sana en aquellos pueblos, con una religiosidad popular muy fuerte, y con las mismas cualidades fundamentales de honradez, solidaridad humana y cristiana, pues eso los padres de uno lo inculcan mucho y desde sus primeros días de vida. Esa es la norma general en aquellas regiones españolas. A los once años yo me fui para el seminario de Zaragoza. Primero estuve en un pueblito que se llama Alcorisa, donde estaba el seminario menor, después pase al seminario mayor.»
[…]
«Yo estuve sin saber de mi familia durante nueve años. Cuando ya supe de mi familia, ya habían muerto mi padre y mi madre. Hacia ya varios años. Ellos tampoco volvieron a saber nunca de mí. Lo mas duro que me dio fue una vez que se habló de mi supuesta muerte, con mucha certeza, yo no podía comunicarme con mi mamá, pero yo sí la oía hablar a ella por radio. Le hacían una entrevista en donde ella decía que me estaban haciendo misas por mi eterno descanso. Que ella estaba segura de que yo era un hombre muy bueno, aunque decían que yo había muerto por malo. Y que ella oraba mucho para que, ya que había muerto, pues que Dios me llevara al cielo. Yo la oía en esa entrevista, pero las condiciones de la guerrilla en ese momento eran de una guerrilla errante, nómada, y nunca me pude comunicar con ella.
Ella murió sin saber si yo realmente había muerto o no.(…) Mis padres se llamaban Marcelino Pérez y Herminia Martinez.
»
Manuel Pérez, el Cura Pérez, guerrillero-

El 14 de febrero de 1998 fallecía en Colombia, de una hepatitis fulminante, Gregorio Manuel Pérez Martínez, el Cura Pérez, sacerdote aragonés natural de Alfamén (Zaragoza), que, junto a José Antonio Jiménez Comín, de Ariño (Teruel), y Domingo Laín Sanz, de Paniza (Zaragoza), -también eclesiásticos- formaron parte activa del Ejército de Liberación Nacional Colombiano del que también fue miembro Camilo Torres, precursor de la Teología de la Liberación.

Ordenado sacerdote en 1966 y afiliado a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana, Manuel Pérez recala, junto a José Antonio Jiménez, en la República Dominicana, de donde ambos fueron expulsados por su empatía con sus feligreses y su implicación en la lucha por los derechos sociales; otro tanto sucedería con el panicense Domingo Laín, que desarrollaba su misión pastoral en Colombia.
Obligados Manuel y José Antonio a instalarse forzosamente en Cartagena de Indias, su actitud de ayuda y defensa de las clases desfavorecidas, hace que sean deportados a España, al igual que Domingo Laín, desde donde, y con documentación falsa, regresan los tres a Colombia integrándose en el ELN en 1969. Un año después, en Antioquía, fallece, extenuado por los efectos de una mordedura de serpiente, José Antonio Jiménez.

En 1974, Domingo Laín muere en combate contra las fuerzas gubernamentales en la Quebrada de la Llana y, dos años después, Manuel Pérez toma las riendas de la guerrilla y renueva su compromiso en la lucha por la liberación del pueblo.

En 1986 Manuel Pérez, a cuya cabeza puso precio la CIA, es excomulgado al considerarse la intervención de la guerrilla a su mando en el asesinato del obispo de Araucas, Jesús Emilo Jaramillo. El anatema del Vaticano no hizo la menor mella en las convicciones del Cura Pérez, que se confesó creyente hasta el final de su vida.

Los restos del Cura Pérez reposan en la jungla del departamento de Santander, al noreste de Colombia. En Alfamén (Zaragoza), la Calle Manuel Pérez rinde homenaje al sacerdote guerrillero nacido en la localidad el 9 de mayo de 1943.

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«Room Of Illusions»: Alan King


A la derecha de la antigua pista —ahora asfaltada— que sube hasta la pardina Furtasantos, a medio camino entre el cementerio y la ermita de la Virgen Negra, se halla el pretencioso Complejo Deportivo; con esa denominación consta en las actas del pleno que decidió en su día, y en asamblea, su construcción. En el Barrio, donde cada campo, casa y recoveco posee un nombre cuyo origen se pierde en el tiempo, a las remodeladas instalaciones se las sigue llamando La Huerta Blanquiador.

El último dueño de Casa O Blanquiador, propietario, también, de la huerta homónima, vendió esta última al Ayuntamiento y la casa a la señorita Valvanera, la vieja maestra, respetando así la voluntad de su tío Pepito, que, ya en vida, legó a su pariente sus posesiones con la única condición de que nunca fueran vendidas a personas ajenas al pueblo.

Pepito de Blanquiador, hombre del que siempre se habla, en el Barrio, con admiración y respeto, nació con el siglo XX, único hijo de la señora Severiana y del señor José, originarios del Valle de Aquilué. El oficio del señor José, que se dedicaba a revocar fachadas y a encalar y pintar paramentos, dio nombre a la casa familiar, Casa O Blanquiador [1].

Pepito, que desde niño dio pruebas de su capacidad creadora, convirtió en arte el oficio de su progenitor y de sus hábiles manos surgieron retratos, esculturas, tallas y artísticas forjas; de estas últimas, el portalón de hierro del cementerio y la propia puerta de acceso al complejo deportivo —que lo fue, también, de la antigua huerta— son una muestra de su talento y originalidad, con complicados arabescos, rosetones y entramados que trabajó, con pulcritud, precisión y mimo, en su taller artesanal —todavía conservado—, donde la fragua y el banco de carpintero fueron testigos de las horas robadas al sueño para compaginar el oficio llevado a medias con su padre y las ideas surgidas de su cerebro y plasmadas sobre papel, lienzo, arcilla, yeso, bronce, madera y hierro.


El 6 de julio de 2007, coincidiendo con el 25º aniversario de la muerte de Pepito, se inauguró en la Asociación de Cultura Popular la sala de exposiciones que lleva su nombre: Sala Pepito de Blanquiador, en cuya antecámara se exponen, de manera permanente, algunos de los dibujos, pinturas, tallas y trabajos artesanales que el creador regaló a sus convecinos a lo largo de su prolífica vida artística.


NOTA

[1]  El término aragonés blanquiador alude al oficio de pintor de brocha gorda.

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«Cold Heart»: Rick Simpson



Yo soy de la opinión de los que son perseguidos”.
Alphonse de Lamartine.


En la capital de la Región de las Marcas, donde las olas del Adriático arrullan los últimos suspiros de la tarde con cantatas del Cisne de Pesaro mientras los turistas con posibles toman tournedos alla Rossini servido sobre cerámica mayólica, los derechos humanos se tasan a dos mil cien euros la reivindicación, con gravamen de insultos, desalojo y la consideración de energúmeno entre los pesareses de bien, para quienes los más desfavorecidos de su turística sociedad merecen análogo miramiento que los detritus evacuados en los retretes.

[…]

El día 28 de abril, en Pesaro, donde las suntuosas suites de los exclusivos hoteles no se desmoronan cuando son ocupadas por el bellaco de turno arropado por su cartera de valores de origen criminal, el Tribunal de Justicia absolvió finalmente del delito de obstrucción policial a los activistas pro Derechos Humanos Roberto Malini y Dario Picciau, integrantes de la asociación EveryOne Group, sobre los que pendía, desde el año 2010, una condena ejemplarizante por haber prestado ayuda humanitaria a tres jóvenes de etnia romaní hostigados por la policía, así como por oponerse, mediante resistencia pacífica, a las agresivas redadas policiales en los campamentos gitanos y denunciar públicamente la violencia ejercida contra criaturas menores de edad, personas ancianas y mujeres, dos de las cuales perdieron a los bebés que esperaban al ser desalojadas violentamente junto a sus familias.


…y en los arenales, van y vienen las olas apátridas meciendo sus enaguas de espuma al compás de los lejanos violines gitanos.

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