«Rincón»: Archivo personal
Son siete, aunque la estupenda camarera que atiende la mesa redonda del rincón sólo cuente seis comensales, todas mujeres en esa edad indefinible que supera los cuarenta. Son seis y Liliana Felipe, que va —mordaz, provocativa e incorpórea— de oreja en oreja, tarareando Las histéricas somos lo máximo, mientras las dos bandejas de caracoles a la antigua se van vaciando con más brío que el Viñas del Vero rosado que se refresca, solitario, en la champanera.
Desfilan las tostadas de pan de cristal con tomate licuado acompañando las lonchas irregulares de jamón ibérico recién cortado.
Más rosado.
Una fuente de ensalada de Camembert, rúcula, membrillo y frutos secos; otra de sardinas a la brasa con romescu. Una más de atún marinado con vinagreta de verduras.
Charla. Risas. Muchas risas. Recuerdos.
Más rosado.
Más recuerdos.
Sorbetes de mandarina y limón. Cafés. Licores. Y Liliana Felipe —siempre presente e invisible— tocando en un piano diminuto Nos tienen miedo porque no tenemos miedo, sentada sobre el cuello de la última botella de Viñas del Vero ladeada en la champanera.
Cuando las seis comensales vuelven a los brillos de la noche callejera, la intangible trovadora argentina les lanza un beso, corretea hasta la esquina e, impulsándose, sube junto al entoldado de paraguas rosas que se balancean al compás del optimismo.