«Rojeces»: Archivo personal
Suben por el ribazo exageradamente distanciados los unos de los otros, embozados y en silencio, con el mismo sigilo de antaño, cuando, apenas rozando la adolescencia, rehuían al señor Rufino, el viejo cascarrabias de Casa Zerigüel, que dormitaba apoyado en el muro de piedras del huerto y se despabilaba, no bien percibía sus risas contenidas al otro lado del herbaje, para lanzarles toda suerte de improperios, a los que respondían con idéntica crudeza pero en voz muy baja, para evitar que los oídos del hombre recibieran el aluvión de lindezas y se precipitara hacia el pueblo, a incordiar todavía más a sus familias añadiendo los agravios verbales a las acostumbradas quejas que terminaban con la misma advertencia: “Si no los atáis corto y los cojo enredando en el pasto, les rompo el bastón en las costillas. Avisáus quedáis”. Y las madres y padres asentían sin hacer ningún comentario, porque el señor Rufino, desde que, según se decía en el Barrio, le había dado un mal aire, habíase vuelto intratable y cualquier tentativa de razonar con él era inútil.
Más de treinta años lleva Rufino de [Casa] Zerigüel muerto y enterrado y todavía lo recuerdan mientras depositan las mochilas en lo alto de la pendiente, sobre la tierra humedecida por la lluvia del día anterior, y dejan resbalar las miradas por el campo que las caprichosas semillas de las amapolas tomaron este año para su acomodo, embelleciéndolo; el mismo campo por el que, muchos años atrás, dejaban rodar los cuerpos, inmunes entonces al dolor y las magulladoras de los guijarros ocultos y dispersos entre el forraje, en carrera sin reglas y cuya meta se hallaba al final del suave desnivel del otro lado, a escaso metro y medio del lugar donde el señor Rufino aguardaba, sin dejar de maldecirles, con el grueso bastón en alto, dispuesto a cumplir una amenaza que, por la torpeza propia de la edad del hombre y la ligereza juvenil de sus escurridizas víctimas para esquivar las arremetidas, nunca se hizo efectiva.
Que divertido y lindísimo ese campo.
❤️
Las amapolas, que son un primor libertario…
.Qué bien narrado. Se ve la escena. Buena tarde
Muchas gracias. A disfrutar del fin de semana.
Yo también recuerdo todavía, mucho más de 30 años después, a un señor Rufino que nos tuvo a los niños de mi barrio escondidos entre el maíz hasta que se hizo de noche. Y los azotes que me dio mi padre al volver en salva sea la parte…
¿Era vuestro campo de juegos y el hombre el dueño o acaso os escondisteis entre el maíz por otra razón?
Ahora que no nos oye nadie… entramos a robar panochas, pero nos cogió el dueño o vigilante y nos tuvimos que esconder hasta que se cansó y se fue, ya de noche. Y ya te puedes imaginar el sofocón de los padres… No teníamos más de seis o siete años.
Mi barrio lindaba entonces con la Vega. Ahora sigo en el mismo barrio, pero hay kilómetros de ladrillo hasta ver una huerta.
Antes se tocaban las afueras de las ciudades en un instante y ahora, si se quiere ver campo, ha de cogerse el autobús.
Toda una aventura con los ingredientes de recibo -hasta con un malo– y un final para recordar, claro que el maíz es más «serio» que un campo de pasto para el ganado donde no había nada que coger salvo alguna pulga o garrapata, el roce de las piedrecillas y, de haber estado más ágil el dueño, algún garrotazo. Pero, como sabrás por experiencia, en la infancia la planificación de las trastadas y el resultado final no suelen estar en consonancia.
Cuando veo estas fotos pienso en una parcelita que tengo en el Pirineo, amapolas seguramente no tendré, pero y me gustaría equivocarme las prímulas habrán invadido mi césped… bueno, de césped ya queda poco, mas bien hierba de los prados.
Posiblemente el lunes día 8, según el señor Javier Lambán, (Presidente del Gobierno de Aragón), podremos desplazarnos libremente por nuestra autonomía, pero que mala suerte, el miércoles mi mujer tiene peluquería, así que habrá que esperar, pese a que desde aquí oigo rugir el motor de mi utilitario, pidiendo un poquito de acción, ya que según me ha dicho se va a oxidar.
Es lógico que el césped, sin tus mimos, se haya asilvestrado y en la próxima visita tengas que dedicarle tus atenciones y buena parte de tu tiempo y esfuerzo. Pero valdrá la pena porque será el regreso a las viejas rutinas, a esas estancias fuera de la ciudad que tantas satisfacciones te proporcionan. Eso será como una celebración.
Madre mía no sé si me ha gustado más el lugar (la foto) o el texto.
No, decididamente me gustaron ambos a partes iguales.
Me encanta la manera en que nos has presentado a Rufino, con todo el peso que el recuerdo y las leyendas de pueblo pasan de generación en generación.
Me ha parecido verlo hoy, con bastón en mano, maldiciendo a esos niños que se dejaban caer y rodar por el campo. Pero no era enfado lo que veía en él, solo costumbre más semejante a una causa-efecto de rutina.
Lo mejor ha sido que me he sentido rodar yo también, a día de hoy, por esos campos de amapolas, sintiendo la tierra y la grandeza del lugar, rememorando a los que ya no están y a los que vendrán.
Gracias, Una mirada…
Un beso.
Las amapolas hermosean y engrandecen los lugares donde crecen y resultan especialmente atrayentes cuando colonizan con sus rojeces los parajes que guardan tantos recuerdos de la niñez; y Rufino está unido a ese campo y, quizás, con el paso de los años y aquellos niños convertidos en adultos, se le recuerda con más benevolencia, porque el tiempo también es maestro y ayuda a entender comportamientos que en su momento resultaban exagerados.
Gracias a ti por leer con tanta atención.
Otro beso.
Buena foto, relato relajado.
La imagen de esas amapolas me recordó la escena que vi hace unos días en la serie Ozark, donde hay también un campo de amapolas, exactamente igual que ese, pero sin pendiente.
Y sí, en la serie son traficantes de heroína, así que ojo con esos mochileros
Abrazos!
No conozco esa serie, pero doy fe que los mochileros del escrito solo son consumidores… de momentos.
Un abrazo.