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Archive for julio 2011

«Palatul Mogoşoaia»: LinksmanJD


A pocos kilómetros de Bucarest, entre los bosques y lagunas del distrito de Ilfov, donde los nuevos ricos de la Rumanía poscomunista parapetan su indolencia y negociados en decadentes mansiones, se levanta  -cual postal evocadora de la historia-   el Palacio de Mogosoaia.

Junto al lago, con su galería veneciana con toques bizantinos asomada a los jardines donde la princesa Bibescu, la escritora,  -bellísima, lánguida, cultivada-  discutía con los arquitectos la restauración del edificio y sus anexos, el palacio de ladrillo rojizo y ornamentado de arabescos yergue sus trescientos años de vicisitudes y glorias, superviviente remodelado de las conquistas otomanas y los bombardeos, protagonista engalanado de festines principescos y observador imparcial de los sucesivos cambios de régimen.

Y aquí fue donde apareció muerto uno de los mejores literatos rumanos”, señala Radu, el guía.

Cuando los turistas alzan la vista hacia Villa Elchingen, el cortejo nupcial con el que habían tropezado junto a la iglesia de San Jorge, a la vera del Palacio de Mogosoaia, se adueña ya, en disciplinada fila de a dos, de los soportales de la que antaño fuera Casa de la Creatividad de los Escritores Rumanos, donde Marin Preda, admirado por Radu, el guía, murió  -al parecer, asesinado- el 16 de mayo de 1980. “Empezó a ser crítico con las autoridades comunistas”, explica Radu mientras los invitados al casorio desaparecen por la entrada al restaurante y quedan rezagados los novios en animado e ininteligible parloteo con un individuo que enfoca hacia el jardín una cámara de video de buen tamaño. “Nadie duda de que la Securitate se ocupó de él”, suspira el guía.


De la otra orilla del lago, frente a la fachada oeste del palacio, vienen sones infantiles: Cuatro criaturas corretean y gritan, dichosas, al borde del agua mientras suspira la tarde acalorada y húmeda en el jardín de los lirios.


NOTA

Ţara Românească (que se traduce literalmente como «País Rumano») es el antiguo nombre de la región de Valaquía.

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«Shy Venus»: Tomasz Rybak


En la puerta del recinto se quedó el lado oscuro de la existencia ajena: accidentes, suicidios, asesinatos, catástrofes, hambrunas, conflictos, podredumbres… Si acaso se coló, saltando el muro ornamentado de hiedra, alguna lágrima sobrante que aterrizó en el césped y fue rápidamente absorbida.

Amalgama de cuerpos arañados por la canícula en la orilla asfaltada del agua aromatizada con dióxido de cloro.

Dos gorriones grises, panzudos atraviesan a saltitos la senda de las toallas buscando la fugaz sombra de los parterres recién regados, mientras un batallón de moscas toma posiciones y siete u ocho abejas aturdidas se instalan junto al caño metálico de la única fuente.

Se detiene el tiempo y los pensamientos dormitan extendidos en las toallas, voluntariamente ajenos a los embates de la realidad al otro lado del muro.

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[…]«Estaban en su casa, esperando, como los demás, los acontecimientos. Sabían que iban a detenerlos y que saldrían codo con codo, y aguardaban sin saber por qué. Ignoraban lo que habría sucedido lejos del pueblo. Oyeron tiros lejanos. Luego, más próximos. Mariquilla miraba sus alpargatas rotas, por donde asomaban dos dedos desnudos enrojecidos por el frío. Llevaba un vestidillo ligero —ya lo llevó en verano— muy remendado. No suspiraba demasiado por otros vestidos, por tres razones: porque no se encontraba fea con aquél, porque sabía que no podía pretender otro y, finalmente, porque el frío era cosa de viejos y estaba harta de oír decir a la gente, cuando se quejaba:

—Yo, a tu edá…

—Cuando se tiene tu tiempo…

Por esas tres razones no se quejaba tampoco de ir sin medias. Mariquilla, no sólo no se quejaba, sino que estaba alegre casi siempre, con motivo o sin él.

Mariquilla Silva Cruz, morena gentil, con una tilde de melancolía entre dos sonrisas o dos frases dichas como ella las dice, atropelladamente, pero bien enderezadas a su objeto, había de revelar luego, en la cárcel, en la calle, ante los fotógrafos, con los periodistas, una inteligencia natural y una discreción muy superiores a lo usual en las personas cultivadas de la ciudad.»[…].-  Fragmento de VIAJE A LA ALDEA DEL CRIMEN, recopilación de las crónicas sobre los sucesos de Casas Viejas escritas por Ramón J. Sender en el periódico La Libertad.


Un auto del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Chiclana de la Frontera (Cádiz) declaraba, el 22 de junio de 2011, el fallecimiento legal de María Silva Cruz, superviviente de la matanza de Casas Viejas, fusilada el 23 de agosto de 1936 entre las poblaciones de Medina y Jerez, a la edad de 19 años.

Sidonio (Juan) Pérez Silva, de 76 años, que tenía 13 meses cuando asesinaron a su madre y apenas cuatro años cuando mataron  -en circunstancias nunca aclaradas-  a su padre, el periodista anarcosindicalista Miguel Pérez Cordón, lleva décadas buscando el lugar donde fueron enterrados los restos de su progenitora. En el año 2006 interpuso una querella ante el Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional por la detención ilegal y la desaparición forzada de María Silva Cruz, amparándose en la no prescripción de los crímenes de lesa humanidad. Trasladada la documentación a Chiclana, la jueza Bárbara Izquierdo dio por válido, el pasado junio, el deceso legal de la interfecta fechando el mismo el 1 de enero de 1947, en aplicación de la ley que dicta que para la declaración de fallecimiento han de transcurrir diez años desde que se tuvieron noticias de la persona desaparecida.

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«La subida»: Archivo personal


Apenas un rayo de luz roza los muros de las casas y ya se escuchan las voces despejadas que cruzan el Barrio hacia el Camino Viejo, con las piernas desnudas haciendo de peanas de cuerpos de mil y un volúmenes, coloreados por el Sol que, implacable, se va adueñando de las sendas.

En la Subideta del Carrascal, una sinfonía de jadeos complementa los acordes del agua que, más abajo, golpea las piedras del lecho del río, en desnivel que busca ser cascada, y que no asusta a las grallas que descienden desde sus nidos de la cortada d’A margin Cucha[1].

En lo más alto, donde las piedras y arbustos forman una barrera natural que convierte el paseo en aventura montañera, la procesión de caminantes detiene su marcha y, una vez aspirados los aromas circundantes y atemperados los pulsos, deshace, en desfile saltarín, el camino andado.


NOTA

[1] de La orilla izquierda.

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Making-Of

«Prisoner Of Time»: Marie Otero


La vieja Viorica deposita sobre la mesa de madera manchada diminutas copas de cristal grueso y opaco donde apenas caben tres dedos de la tuica[1] casera con la que agasaja a sus visitantes.

¡Salud!

Noroc!

El piso es pequeño y antiguo, en un feo edificio de piedra gris cuya deteriorada fachada se levanta, de espaldas al río, en una calle de asfalto casi inexistente y acera agujereada.

En la vivienda el tiempo parece detenido entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, adherido al linóleo del suelo y al papel floreado de las paredes que delimitan un escenario de muebles y objetos que parecen formar parte del atrezzo de unos estudios cinematográficos.

Sobre la cocinilla de gas burbujea el rasol lanzando nubes de vapor desde la olla.


Viorica, que se defiende en un francés bastante aceptable, voltea una caja metálica colmada de fotografías y señala a su padre, Dragan, que formó parte del medio millar de comunistas rumanos que lucharon en la Guerra (In)civil española como brigadistas. Dragan murió un mes después de ser excarcelado de la prisión de Aiud, donde había estado preso seis años víctima, como tantos otros, de las purgas comunistas rumanas de finales de los años cuarenta.

Apenas a quinientos metros del entorno donde Viorica sirve la comida a sus invitados en una fina vajilla ornamentada con dibujos de orquídeas de color coralino, la ciudad muestra el rostro amable y atractivo del paseo y el puerto fluvial, donde los barcos y barcazas sajan las verdosas aguas viajeras del Danubio que avanza, lamiendo tierra, metal, madera y cemento, hacia el delta, antesala del mar Negro.


NOTA

[1] Aguardiente de ciruelas, típico de Rumanía.

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