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Archive for mayo 2010

«Mind»: Giovambattista Ianni


Yo puedo morir por defender mis ideas, pero nunca mataría por ellas”, repetía siempre. Y quizás fuera su humanista máxima la que revoloteaba ese día de febrero de 1972 entre los asistentes al sepelio del anarquista Melchor Rodríguez García.

A unos metros del féretro ornamentado con el obligado crucifijo apenas visible merced a la bandera rojinegra que cubría la caja mortuoria, se elevaron, firmes, las voces amigas: «(…)El bien más preciado es la libertad,/  hay que defenderla con fe y valor./ Alza la bandera revolucionaria/ que del triunfo sin cesar nos lleva en pos./ ¡En pie, pueblo obrero, a la batalla!/ ¡Hay que derrocar a la reacción!/ ¡A las barricadas! ¡A las barricadas!(…)» Y junto a quienes, orgullosos y desafiantes, dejaban oír sus voces en cántico revolucionario, otros rostros serios, otras figuras revestidas con trajes de buen corte, rendían un silencioso homenaje al hombre muerto. A aquel anarquista de cuerpo presente al que habían bautizado como El Ángel Rojo. A Melchor Rodríguez García a quien ellos, vencedores en la Guerra (In)civil, debían sus vidas.

En el mes de octubre de 2008 el Ayuntamiento de Sevilla acordaba rotular una calle de la ciudad como Calle de Melchor Rodrígez García, en recuerdo del ácrata sevillano que, desde su puesto de Delegado Especial de Prisiones de la II República  -cargo para el que fue nombrado en noviembre de 1936-  consiguió detener las sacas y paseos en la retaguardia madrileña, salvando a multitud de personas  -entre ellas a quienes, después, serían gerifaltes del franquismo-. “(…)Yo, por mis ideas, he estado en la cárcel… Yo soy un trabajador como vosotros, un chapista a quien, para su desgracia, han dado este cargo. Pero, ¿os creéis que la revolución es para asesinar en la cárcel a unos pobres seres indefensos?”, gritó Melchor a quienes pretendían asaltar la cárcel de Alcalá de Henares para linchar a los allí recluidos.

Nombrado alcalde en funciones de Madrid  -nombramiento que nunca fue documentado y que sólo duró dos días-  tuvo el dudoso honor de presidir el  traspaso de poderes del Consistorio a las tropas vencedoras.

Represaliado tras la guerra, pese a los testimonios que defendían su bonhomía, cumplió cinco de una condena de veinte años y, aunque sus valedores franquistas pretendieron atraerlo hacia la causa de los vencedores, se mantuvo fiel a la CNT, formando parte del Movimiento Libertario Clandestino, lo que le supuso varias estancias en prisión.


Cuentan que durante el entierro de Melchor Rodríguez García en el cementerio de San Justo de Madrid, pudo verse a un alto cargo del gobierno de Franco, a quien el libertario había librado de una muerte segura, luciendo una corbata con los colores anarquistas.

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«Fakefree»: Marko Beslac


Independientemente de la sentencia que la magistrada considere ajustada a derecho en el juicio civil -celebrado para establecer la propiedad de varias piezas de arte sacro–  que enfrenta a los obispados de Barbastro-Monzón y Lérida, de lo que no hay la mínima duda es de la inveterada maña de conseguidores de dos de los más mentados por quienes  pretenden que las piezas en litigio son propiedad del Museo Diocesano de Lerida: Josep Messeguer Costa, obispo, y Manuel Moll Salord, administrador apostólico.

Josep Messeguer Costa, fue obispo de Lérida entre 1889 y 1905 e impulsor del Museo Diocesano de la ciudad al que dotó con ornamentos, retablos y lienzos obtenidos de los pueblos y parroquias de su jurisdicción de manera asaz aviesa, arreglando, a espaldas del Vaticano, compras de arte sacro con los mismos sacerdotes que le debían obediencia y que, por razones fácilmente entendibles, se veían forzados a acatar las condiciones impuestas por su superior, o realizando estrambóticos intercambios para reparar la techumbre del templo a cambio de la reliquia del santo o el crucifijo de plata. De los modos y maneras del religioso para engrandecer su museo dio él mismo cumplida cuenta en un dietario donde llama la atención que el administrador de una diócesis ejerza labores de mercader de los bienes sujetos a su custodia  -que no a su propiedad-.

Manuel Moll Salord fue, de 1938 a 1943 administrador apostólico de la diócesis de Lérida. En 1938, durante la Guerra (In)civil, y “para preservar las piezas del museo” envió a Zaragoza un número indeterminado de cajas  -en varias de las mismas se encontraban algunas de las obras hoy en litigio-  que se guardaron en el Depósito del Servicio de Educación zaragozano y que, en 1943, se apresuró a reclamar mediante carta cuyo encabezamiento no tiene desperdicio: “Declaro bajo juramento ser afecto al Glorioso Movimiento Nacional y, asimismo, legítimo propietario de los siguientes objetos…

De los vestigios manuscritos de ambas ilustrísimas y los píos negocios del primero  -y no de las reiteradas sentencias de la Signatura Apostólica del Vaticano instando al obispado de la ciudad del Segre a devolver las piezas sacras aragonesas a su homónimo oscense-  parece que depende, según los letrados que defienden los supuestos derechos del museo leridano, el peso de la prueba, convirtiendo en chascarrillo el decreto de 15 de junio de 1995 de la Congregación de los Obispos que establecía la adscripción de “bienes y fieles”(sic) de las 111 parroquias aragonesas, hasta esa fecha bajo la férula del obispado de Lérida, a la recién creada diócesis de Barbastro-Monzón, situada dentro de los límites territoriales de la provincia de Huesca.

Quince años ya y como quien, bien guarecido, oye llover.


Addendum

Transpasáronse, pues, los fieles y se retuvieron los bienes, que los primeros son fácilmente mudables y los segundos inventariables.

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«Maj»: Archivo personal


Cuando Agnès y sus invitados se encontraban a pocos metros de la alberca situada al sur de la granja, unos graznidos ásperos y persistentes surgieron de entre los árboles que ornamentan y sombrean, formando una media luna, la orilla. “Es Per”, dijo Agnès con naturalidad. “Ni a él ni a Maj les gustan los intrusos. Consideran esta zona de su exclusivo dominio”, añadió sonriendo. “Vamos, vamos, Per, ¿qué ha sido de tu actitud hospitalaria?”.

Maj y Per, una pareja de ansares comunes permanentemente enamorados, y Dos, un macho de cisne de viudedad reciente, son los únicos habitantes, junto con la propia Agnès, de lo que antaño fuera una productiva granja provenzal que obtenía y vendía verduras, hortalizas, leche, trufas y miel, en un paraje donde, en el presente, los tulipanes y las amapolas han tomado posesión de los terrenos que un día fueran de cultivo.

La gente que vive sola se hace acompañar de un gato o un perro. Yo tengo a mis escritores comprometidos”, suspira Agnès Hummel.

Per y Maj, naturalizados voluntariamente en la pequeña laguna y sin ninguna veleidad migratoria, fueron llamados así en homenaje al matrimonio de escritores suecos de novela negra Per Wahlöö y Maj Sjöwall; Dos, en honor de John Dos Passos, circunstancia que la señorita Valvanera -amiga de Agnès desde hace más de cuarenta y cinco años-  considera “ideológicamente interesante” porque Wahlöö y Sjöwall fueron militantes comunistas convencidos y Dos Passos, en cambio, dejó de simpatizar con el comunismo cuando observó el cariz siniestro del estalinismo en los años negros de la Guerra (In)civil española, a raíz de la detención y desaparición de su amigo y traductor José Robles y de la persecución contra anarquistas y poumistas.


A la mañana siguiente, la anfitriona y sus invitados marcharon hacia Uzès. Desde el borde de la alberca, sin que el menor sonido se escapara de su pico, Per observó la partida del grupo humano con interés y, cuando el coche desapareció por el estrecho camino de tierra, regresó junto a Maj y redobló la guardia.

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Inspiración

«Inspiración»: Archivo personal


Paseo Marino

A I. Ludo

La sangre del mar circula roja por los corales
El corazón profundo del agua me zumba en los oídos
Estoy en el fondo del cielo de las olas
En el sótano de las aguas profundas
A la luz muerta del fúnebre cristal
Peces menudos como juguetes de platino
Recorren mi pelo que ondea
Peces grandes como jaurías de perros
Sorben con rapidez las aguas. Estoy solo
Levanto el brazo y compruebo su peso líquido
Pienso en una rueda dentada, en una palmera
En vano intento silbar
Es como si atravesara la masa de una melancolía
Y diríase que siempre ha sido así
A medias hermoso y a medias triste.

(Max Blecher, del libro de poemas Cuerpo transparente, traducido del rumano por Joaquín Garrigós).


Las olas se contonean entre espumas y se tienden en la orilla dejando, tras la resaca, oscuros rastros que delimitan la arena blanca alejada de los embates salinos.

Chispea sobre Berck y se vacía de caminantes pausados el paseo marítimo mientras arrecia la brisa que bambolea el agua de la atmósfera y la expande sobre la ciudad aromando de Atlántico los rincones.

Y frente al océano, con su torreta picuda elevándose a modo de discreto farolillo sobre los tejados de láminas apizarradas y sus albos balaústres forjados bajo los barandales sirviendo de elegantes antepechos a las galerías de su fachada principal, la emblemática presencia del Instituto Médico Calot, otrora sanatorio de tuberculosos San Francisco de Sales.

[…]

Tres años, de 1928 a 1931, de oceánicos efluvios marinos deseadamente curativos respiró Max Blecher junto a las dunas blanquecinas de Berck-sur-mer, aprisionado su tronco en implacable corsé de yeso, paralizadas y curvadas las piernas y permanentemente acostado sobre una cama rodante que los enfermeros se encargaban de deslizar con pericia por el sanatorio, siendo sustituidos, fuera de los límites del edificio, por una yegua cuyas riendas manejaba el propio Max; tres años  -todavía habrían de transcurrir otros siete de inmovilidad y peregrinaje por diferentes hospitales europeos-  dolorosa y apasionadamente intensos que desgranaría en una novela autobiográfica, Inimi Cicatrizate, escrita en tercera persona.


Marcel (Max) Blecher, dibujante, poeta y novelista rumano de tendencia surrealista y pre-existencialista, nació  en la región de Moldavia el 9 de septiembre de 1909.  Hijo de una familia judía de clase media, inició estudios de Medicina en París, donde se le diagnosticó una tuberculosis ósea que terminaría con su vida el 31 de mayo de 1938.

Fue, durante muchos años, un escritor sepultado en el olvido.

Obras: Cuerpo transparente (poesía), Acontecimientos de la realidad inmediata (novela), Corazones cicatrizados (novela) y La guarida iluminada (novela póstuma).


Trae la mar océana, mezcladas con la lluvia, las palabras que Max Blecher dijera, cercana ya la muerte, a su madre: “Mamá, en 29 años he vivido más que otros en cien. He viajado, he visto, he escrito”.

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