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Archive for noviembre 2012

A las seis de la mañana, dos únicos sones telefónicos en cada una de las cuatro habitaciones del hotel donde pernoctan los franceses, macedonios y rumanos llegados a lo largo del día anterior.

A las seis y media, desayuno entre bostezos de rostros somnolientos con los cabellos indicando su estancia bajo la ducha. Panecillos recién horneados, lonchas de tocino, huevos sobre un lecho de patatas humeantes, una tabla con quesos, tarrinas individuales de mantequilla y mermelada y una jarra de cerámica rebosante de café.

A las siete, puntuales, ocupando el microbús donde un conductor que únicamente habla alemán saluda con una inclinación de cabeza. Última parada en el Tiergarten y segunda inclinación de cabeza, como despedida, del conductor.


A las diez de la mañana, entre alfileres de gotas que van y vienen aguijoneando el agua retenida del estanque que honra a los zíngaros asesinados y desaparecidos en la Europa del nacional-socialismo, se detiene el grupo contemplando la flor yacente y desvalida sobre su peana triangular que recuerda a los seres humanos masacrados. “Muj sukkó, kiá kalé, vust surdé; kwit. Jiló cindó bi dox, bi lav, nikt rubvé”[1], reza el poema de Santino rodeado por las piedras que circunvalan el estanque, señalando, cada una, el nombre de los campos del horror donde se extinguieron los tambaleantes futuros de tantos hijos e hijas del viento.


Al mediodía, los cúmulos ennegrecidos que tapizan el cielo sobre la Kurfürsten Damm toman la forma de una nao varada bajo la que desfilan, con moderada prisa, gabardinas, impermeables y paraguas cerrados que oscilan entre bolsas coloristas que parecen flotar, autónomas, sobre la acera ligeramente húmeda.

En la Wittenbergplatz, Lila  —botas y plumífero amarillo, gorro de lana y mochila marrón—  se une al grupo que procesiona, envuelto en un halo de reconocibles turistas, por la Tauentzienstraße rumbo a los KaDeWe.


En el restaurante nadie parece prestar atención a los comensales gitanos recién llegados; Lila, emigrada a Alemania desde Hungría, donde todavía vive su madre, la tía Jespolá, se ocupa de pedir los menús de sus acompañantes en los míticos grandes almacenes berlineses donde, en jornada nocturna, trabaja como limpiadora.

Carraspeos. Alguna toses. Silencios. De las demás mesas ocupadas surgen delicados murmullos de conversaciones ininteligibles. Lila se interesa, en un francés balbuciente, por la visita del grupo al recién inaugurado monumento en el Tiergarten. La sucia nao que pendía del cielo berlinés se ha transformado en adiposa ballena arponeada por los albos rayos del sol otoñal.




Dicebamus hesterna die…


NOTAS

Zigeunerlager, era la denominación de las zonas destinadas a los gitanos en los campos de concentraciónn nazis.

[1] «Rostros hundidos, ojos extinguidos, labios fríos; silencio. Un corazón destrozado sin respiración, sin palabras, sin lágrimas».

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«New Forms.- Mark Rothko»: Philippe Abril


(…)»Entonces, los soldados israelíes acorralaron a cuatro o cinco jóvenes palestinos que les habían lanzado piedras, los sujetaron contra el suelo y, alzando sobre sus cuerpos semiinmóviles piedras de tamaño respetable, les golpearon los brazos, con la saña tatuada en sus rostros, hasta que los huesos astillados sobresalieron enrojecidos por la sangre.»(…), extracto del artículo “L’ombre rouge des canailles”, publicado en una revista libertaria ya desaparecida.

Aquellas imágenes guardadas sine die en la retina y en el esternón  —donde se acumula, perenne, la náusea—,  se unen a tantas otras que definen el modus operandi del gobierno israelí y de su ejército de sicarios. Un gobierno que lleva años practicando chantajes, secuestros y asesinatos por todo el planeta con el beneplácito de sus valedores occidentales; un gobierno que se ha convertido en aplicado alumno de las temibles Schutzstaffel; un gobierno que sòlo se diferencia del resto de organizaciones terroristas en que tiene un representante en la ONU, sin que esta última circunstancia suponga ningún obstáculo para incumplir, una a una, cuantas Resoluciones —la última, vetada ayer mismo por EEUU antes de hacerse pública— ha dictado dicho organismo en los últimos años.

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Unas sencillas placas de hormigón chapado en latón dorado y colocadas, a modo de adoquines, junto a diferentes edificios de Alemania, Polonia, Austria, Países Bajos y otros países europeos donde el nacionalsocialismo se adueñó de la vida y la muerte de la ciudadanía, son la contribución del artista Gunter Demning a la Campaña contra el Olvido ideada por él mismo en 1997 bajo el lema: «Una persona tan sólo se olvida cuando se olvida su nombre«.

El Proyecto Stolpersteine (Las Piedras del Tropiezo) es un homenaje al gitano, al judío, al eslavo, al homosexual, al Testigo de Jehová, al disidente político; al vecino, al estudiante, al diputado, al ama de casa, al obrero, al discapacitado, al vagabundo que compartió edificio, hogar, trabajo, aula, calle, ruta y saludos y que un día fue arrebatado de su entorno cotidiano, como si jamás su presencia hubiera formado parte de la aldea, del barrio, de la ciudad. Desaparecido. Muerto. Olvidado.

Las placas,  —más de 35.000 hasta la fecha, cuyo coste de unos noventa y cinco euros se financia mediante aportaciones ciudadanas—,  son colocadas a pie de calle y llevan una leyenda  —precedida por las palabras “Aquí vivió, o trabajó, o fue asesinado…”—  con el nombre de la persona y las fechas de nacimiento y desaparición o muerte. El primer adoquín se colocó en Austria, el 19 de julio de 1997, en recuerdo de Johann Nobis, Testigo de Jehová ejecutado el 8 de enero de 1940 por objetar contra el servicio militar.


[…]A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados.[…]
PABLO NERUDA

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«Fall Colors»: Richard J. LaPenna


Se desparrama el color por la vieja pista forestal y el viento de la Sierra de Guara arremolina la hojarasca que festeja el otoño para depositarla, en volandas de bucles, sobre los prados y peñas que festonean la senda de los irrecuperables paseos con Bachir.


Sabah El-Jer—, saludaba él.
Buenos días—, saludaba ella.
Y crujían las hojas bajo sus todavía diminutos pies infantiles, acompañando las risas y los gestos que componían el universal lenguaje de quienes vadean las fronteras de los idiomas con imaginación y armonía.

Hasta mañana—, se despedía ella.
Ila-Lgad—, se despedía él.
E iba noviembre perfilando el contorno níveo de la sierra amada.

Ahí sigue la senda, con su amalgama de hojas amarillas, marrones, coloradas, como si las vivencias de aquel otoño de hace más de treinta años estuvieran adheridas a los frágiles peciolos desprendidos de las ramas y el joven Bachir, el pequeño saharahui de maravillosos ojos color caramelo, la esperara al final de la calle Baja para ascender, juntos, hasta el mirador natural del picacho, donde reposan los alimoches de sus circulares recorridos aéreos sobre las parideras en las que agonizan, involuntariamente rezagadas, las ovejas añosas.

Nunca se reencontraron. Una única carta, escrita en una extraña mezcolanza de hassanie[1] y francés, diez años después, fue el último vínculo de una amistad forjada a la sombra del Prepirineo. Una única carta, con matasellos de Dajla, traducida trabajosamente y con una posdata sorprendentemente escrita en castellano:

Para cuando marchen
los últimos pájaros
yo no seré nadie.
Sólo una hoja escrita
con dolor y sangre”.


…y ella, la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, resucita cada otoño la esperanza de volver a ver al amigo de la infancia, el niño  —hoy ya hombre—  Bachir.



Dicebamus hesterna die…


NOTA

[1] Lengua saharahui derivada del árabe clásico.

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Speculum

«Loveletter»: Christel Dall


Las chimeneas del Barrio arrojan bocanadas de fumata negra anunciando el cambio de mes y la llegada oficial del frío. Atraviesa el Sol otoñal la etérea niebla matutina y se posa en los brazos desnudos de las mujeres andariegas que se adentran en la vereda con zancadas rítmicas sobre el lecho de hojas todavía humedecidas.

(…)

Frente al pinar que llora los lejanos campos sumergidos en el desalmado pantano, se engalanan los cipreses del cementerio, observando, desde su privilegiada altura, el sendero pedregoso que asciende hasta el portalón de hierro.

(…)

Ajenos al toque fúnebre de la vieja campana de la ermita, los estorninos desayunan en su campo favorito mientras los gatos vigilan, entre bostezos y bufidos, el vuelo rutinario de los gorriones.


Y bajo el paraninfo nebuloso sobre el que intuye la presencia (in)corpórea, alza el caminante solitario el rostro a la indiferente estratosfera con el indisimulado anhelo de sentirlo laureado con el lene roce de las yemas de los dedos añorados de la madre muerta.

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