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Archive for the ‘Varekai’ Category

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«Puente medieval sobre el río Fluviá»: Archivo personal


¿Ves, yaya…? Esa fue la bandera de la Corona de Aragón, cuando éramos un imperio. Cuatribarrada, la llamamos”, indica Jenabou señalando la enseña ondeante mientras recorren, en este sábado casi veraniego, los ciento cincuenta metros del puente fortificado de diseño angular sobre el rio Fluviá, arañándole a la tarde los últimos momentos con maman Malika, recién salidos los cinco del restaurante donde tristeza y suspiros planearon del primer plato al postre en tanto Pieguí, hermano de la veterinaria e hijo de maman Malika —a la que había ido a buscar para llevarla a Béziers—, encadenaba anécdotas de venturosas niñeces en la casa materna y les mostraba fotos recientes de sus hijas, tan pequeñas todavía, pero, afirmaba, “con aires de futuras gitanas guerreras”.


Unos y otro habían arribado a Besalú casi a la vez. Fue Jenabou la primera en avistar a Pieguí, fotografiando un edificio gótico-renacentista, elevado sobre soportales [FOTO], en la calle Comte Tarrafello, cerca del restaurante en el que habían reservado sitio para la despedida a maman Malika. “Pensé que, con un poco de suerte, igual te habías perdido y la yaya se quedaba con nosotros unos días más”, le espetó la niña a su tío en cuanto se reunieron. Fue ella, también,  la que, buscando retener a su abuela el máximo tiempo posible, se obstinó en alargar la vuelta por la localidad medieval, lentificando a conciencia los pasos del grupo en tanto se detenía una y otra vez ante las bien conservadas edificaciones [FOTO] de la Judería, fingiendo ensimismarse en cada detalle y demorándose en las tiendas de souvenirs para, justificaba, comprar postales y “mirar algún recuerdo para regalarle a yaya”, lo que obligó a Étienne a telefonear al restaurante para avisar que llegarían más tarde de lo previsto.

La aparente vitalidad de Jenabou y la promesa hecha el día anterior a la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio —“No haré difícil la despedida, de verdad, mamá”— fenecieron durante la comida, entre bocado y desgana, lágrimas refrenadas con dificultad y un mutismo al que solo puso fin cuando se encaminaban a los vehículos y se empecinó en aquel último paseo por el puente, antes de que maman Malika y ella se separaran para tomar direcciones opuestas.

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«En la piel»: Archivo personal


«No es importante quién soy; si soy suiza, si soy gitana, si soy negra, blanca, roja; la cuestión para mí ha terminado. Soy un ser humano».- Mariella Mehr.


En 1996, el gobierno suizo reconocía, tras catorce años de denuncias, su complicidad en la represión contra los jenischen helvéticos llevada a cabo por la organización Pro Juventute, institución donde trabajaba Alfred Siegfried  —fiel seguidor de las teorías raciales nazis—    que decía velar por el bienestar de la infancia suiza y que, durante cerca de medio siglo, se dedicó a la infame tarea de arrebatar niños jenischen de sus familias para ingresarlos en orfelinatos e instituciones mentales o cederlos en adopción.

El gerifalte de Pro Juventute, que consideraba a los gitanos jenischenvagabundos, alcohólicos, débiles mentales, psicópatas e ignorantes”,  actuó, con la complicidad de las autoridades, entre 1926 y 1972, año este último en el que el semanario suizo Der Schweizerische Beobachter informó a la opinión pública de la verdadera naturaleza de la organización que decía “prestar asistencia a los niños nómadas”. A lo denunciado en prensa se unieron las voces de las víctimas, entre ellas, la de la escritora Mariella Mehr que, de niña, había sido dada en adopción con la excusa de “ser hija de madre prostituta y padre asocial”. Mariella, que jamás renunció a sus orígenes jenischen, se rebeló contra la institución que pretendía transformarla y fue terriblemente represaliada: Internada en cuatro ocasiones en hospitales psiquiátricos y condenada a diecinueve meses de cárcel, Pro Juventute le quitó a su hijo   —fue, oficialmente, el último niño sustraído por la tenebrosa institución—   y la internó en una clínica donde fue esterilizada a la fuerza.






NOTAS

  • Mariella Mehr, nacida en Zurich en 1947, fue galardonada, en 1988, con el Premio Ida Somazzi por su lucha por los derechos de las mujeres. En 1998, la Universidad de Basilea le otorgó un doctorado honorario por su trabajo sobre la represión contra las minorías étnicas. En 2012 y 2016, se le concedieron sendos premios por su dedicación a la literatura (escribió artículos, novelas, obras de teatro…). Residente en Italia desde 1996, regresó definitivamente a Suiza en 2015. Falleció en Zurich, en una residencia de ancianos, el 5 de septiembre de 2022.
  • En 1973, la organización asistencial Pro Juventute fue investigada judicialmente. El creador del Fondo para los Niños de la Calle, Alfred Siegfried, había fallecido un año antes. Clara Reust, responsable, junto con Siegfried, de Pro Juventute fue imputada por un delito continuado contra los derechos de las personas; otros miembros fueron acusados de abusar sexualmente de las criaturas jenischen a las que decían proteger.
  • En 1999, el gobierno suizo aceptó indemnizar a las víctimas de las esterilizaciones forzosas y a las familias jenischen cuyos hijos e hijas habían sido tutelados por la siniestra institución. Se calcula que más de 600 menores de etnia jenisch fueron separados, de manera definitiva, de sus familias.

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«Il signorino Tommasso»: Archivo personal


Tommasso, el gato de maman Malika, es un genuino signorino, amante de las exquisiteces culinarias envasadas de las que se nutre, relamido, mientras vigila al resto de los gatos de la casa que, tras olisquear el pienso que les ha puesto en los cuencos la veterinaria, se acercan al invitado esperando compartir algún bocado que Tommasso les niega y defiende. Cuenta maman Malika que Tommasso tiene pedigrí romano, descendiente de los felinos del barrio de Monti, como le explicó Selomit, una de sus sobrinas italianas, que lo encontró en septiembre vagando por los alrededores del Mercado de Trajano, a pocos metros de su casa, lo recogió y, en una visita a Béziers, se lo llevó como regalo a maman Malika. “Te hará compañía, tía. Pero no te lo comas”, le dijo. Lo de comer gato forma parte de la broma familiar, recordatorio de las muchas veces que el abuelo Lájos les contaba a nietos y nietas que, en aquella Europa de posguerra, hambrientos los hijos, cazó un gato sorprendentemente orondo que la abuela Nené guisó y del que todos —incluída la tía Sibi, madre de Selomit, pero no maman Malika, que todavía no había nacido— dieron cuenta como si de un conejo se tratara, ignorantes los niños de a quién pertenecía aquella carne que les resultó deliciosa. “Fueron tiempos duros para la familia”, suspira maman Malika dirigiéndose a su nieta Jenabou que, pese a conocer la historia, compone una mueca de repugnancia. “Pero, bueno, aún eres demasiado joven para escuchar penurias”. “Te equivocas, mamá”, la contradice la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. “Ella lo tiene todo y es importante que comprenda de dónde procede y valore el esfuerzo de la familia por salir adelante. ¿No es lo que siempre nos habéis inculcado…?”.

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«Aromas y sabores»: Archivo personal


Marchan el sábado, con la boira preta [*] obstruyendo un amanecer que se intuye, entre grisuras, pugnando por rasgar la opacidad que desdibuja el Barrio. “Dadle muchos besos a yaya”, dice Jenabou. “Bueno, ya se los darás tú misma mañana, cuando la veas, ¿no? Vas a tener tres meses para demostrarle cuánto la quieres”, sonríe la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. “Y métete en casa, que vas a coger un pasmo con ese pijama tan fino”. Ya en el coche, Jenabou gesticula junto a la puerta de la conductora para que su madre baje la ventanilla. “Si vais al mercadillo navideño, comprad figuritas para adornar el árbol, ¿vale?”, pide. “Pero, nena, que no vamos a hacer turismo. Recogeremos a la yaya y mañana estaremos de vuelta”.

Dejada atrás la ciudad de Lérida, se abre paso el Sol a manotazos y se detienen a desayunar en un bar de carretera cuyo aparcamiento está colmado de camiones. Aún les restan cuatro horas para arribar a Béziers.


Rabiaa va y viene, diligente, de la cocina al comedor. Dos veces han pretendido Étienne y la veterinara ayudarla a disponer la mesa y dos veces se ha negado ella, amable pero rotunda. “Ustedes con la mamá, que yo me encargo de lo demás”, les ha dicho. Rabiaa lleva cinco meses trabajando, como ayuda externa, en casa de maman Malika, que, en un principio, era remisa a aceptar la propuesta de sus hijos de tener una persona pendiente de ella. Rabiaa, con la que ha llegado a congeniar pese a las reticencias inciales, la acompaña a las compras y a las visitas médicas y se ocupa, tres días a la semana, de las tareas más onerosas de la casa. Rabiaa, francesa de origen norteafricano, ronda los cincuenta y cinco años; es viuda y madre de cinco hijos que, como los de maman Malika, residen lejos de ella. Cariñosa y muy dispuesta, todavía saca tiempo, cuando no está con maman Malika, para diseñar, coser y ornamemtar elegantes babuchas que uno de sus hjos, artesano marroquinero, ajusta a las suelas troqueladas vendiendo el producto final en un comercio de Montpellier.


En el centro de la mesa, los aromas del tajine de vegetales cocinado por Rabiaa se mezclan con los de las pechugas de pollo en salsa de champiñones preparadas por maman Malika, que aguardan en el horno mientras reposan, en el frigorífico, los flanes caseros que Maryvonne Lerner, vecina de maman Malika desde hace muchos años, trajo cuando pasó a saludar brevemente a los recién llegados, pese a ser consciente de la antipatía que siente por ella la veterinaria, que no olvida que madame Lerner es una entusiasta de Robert Ménard, alcalde ultraderechista de la localidad y autor de diatribas varias e incitación al odio contra musulmanes y gitanos. Maman Malika, que conoce bien a su hija, le advierte: “Maryvonne vendrá a tomar café. No quiero que la acoses como de costumbre. Lo que piensas de ella, te lo guardas, que a nosotros siempre nos ha tratado con amabilidad”. “Ah, claro, porque nos considera unos romanís por encima de la media y de algo tienen que servir los favores que le has hecho todos estos años. Cuando la dejó tirada su marido, si no llega a ser por ti y los abuelos…” ”Da igual. Solo te pido que sepas comportarte como la persona educada que eres”.


A las nueve y media de la mañana del domingo, el equipaje de maman Malika se apretuja en el maletero y dormita Tommasso, el gato, en el transportín bien amarrado en el asiento trasero. Maman Malika y Maryvonne alargan la despedida junto a la cancela de la casa y Étienne, que ha relevado a la veterinaria al volante para el viaje de vuelta, toca, impaciente, la bocina.

Apenas recorridos quinientos metros en dirección a Narbona, telefonea Rabiaa, de la que se despidieron la tarde anterior, para volver a desearles buen viaje.








NOTA

[*] En arag., niebla muy densa.

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Nidos

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«Cigüeñas»: Luis Mateo Doblado


Baña la luz el monolito de aristas irregulares que contiene la arqueta con las cenizas entremezcladas de la abuela Nené y el abuelo Lájos, en la zona del jardín donde maman Malika cultiva sus plantas de temporada, frente a la colina de Saint-Nazaire, con la catedral dominando callejas, parques y avenidas.

Al otro lado de los setos que delimitan el minúsculo verdor de la trasera de la casa, se yergue, veterano y destartalado, el Árbol de las Cigüeñas, con su sempiterno nido oscilante que las aves reconstruyen a mediados de marzo y deshabitan en octubre para jolgorio de gorriones y palomas que se apelotonan en él despreciando la estabilidad de otros árboles cercanos y frondosos. “Ese nido es un peligro. Debemos avisar para que lo retiren”, le dice, una vez más, madame Lerner, la vecina, a maman Malika. Y juntas contemplan el alto nidal pero no hacen nada.

Cerca de la estela funeraria, Étienne y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, subidos en sendos taburetes, repintan de verde bosque los postigos de la puertaventana del salón comedor. En el interior, a la derecha de la puertaventana, en una vitrina esquinera, luce, abrillantado en su soporte, el viejo violín de arce del abuelo Lájos con el arco de Pernambuco recostado sobre la balda acristalada.

Mirando al jardín —en los dos butacones de florecillas lilas, junto a la mesita redonda baja donde reposa la pecera de las tortugas— se sentaban los abuelos, con las manos entrelazadas y en silencio. A veces, el abuelo tomaba su violín y tocaba una y otra vez sus csárdás mientras la abuela Nené seguía el ritmo con las palmas y los nietos más jóvenes y alguno de los bisnietos danzaban en el vestíbulo procurando hacer el mínimo ruido para no desbaratar aquel momento mágico e íntimo que se desarrollaba en el salón. Entonces el abuelo Lájos se desprendía de la barbada que protegía su cuello del roce de la madera del instrumento y, sin dejar de tocar, se encaminaba al vestíbulo y, rodeado de la chiquillería, desgranaba rápidos compases en pizzicato que hacían vibrar suelos, paredes y objetos hasta que maman Malika aparecía y fingía quejarse de semejante algazara. “Papá, descansa un poco. Y vosotros id a jugar por ahí y no molestéis a los abuelos, que sois peor que un terremoto”.


Envejecieron los hijos y crecieron los nietos; llegaron los bisnietos y hasta dos tataranietos. Y se desperdigaron. Acabose la trashumancia de los meses laboriosos de antaño que culminaba con la rentrée a la casa de Béziers, tantas veces ampliada y remodelada para acomodar a la incrementada tropa de mocosos y mocosas.
Quedose el pasado tenebroso al otro lado de las memorias y se instaló, sin ángulos oscuros, la dicha en los rincones donde todavía moran, lozanos, los recuerdos.

Y, de vez en cuando, vuelven, también, la música, los juegos y las risas. Como regresan las cigüeñas a su árbol en el jardín contiguo a aquel donde reposan, en unión eterna, Nené y Lájos

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«El pedestal de los sueños»: Archivo personal


«Las injusticias espantosas de que los gitanos han sido víctimas durante siglos y cuyo resultado fue privar a mi generación y a las precedentes de todos los derechos cívicos, habrían podido continuar en nuestro país si Katarina Taikon no hubiera emprendido, hacia 1960, la lucha contra los prejuicios y el racismo bajo todas sus formas, mediante sus libros de carácter social, sus incontables artículos publicados en la prensa y sus gestiones ante miembros del gobierno, del Parlamento y de los partidos políticos.»Rosa Taikon (1926-2017), hermana de Katarina (1932-1995) y reputada orfebre sueca de etnia gitana. Premio Olof Palme 2013 por su defensa de los derechos humanos.


Los Taikon procedían de Rusia, donde el abuelo, músico itinerante, ejercía el oficio de platero que también enseñó a su hijo mayor, Johan. Al declararse la guerra ruso-japonesa en 1905, el clan Taikon emigró a Suecia, instalándose en un campamento temporal  las leyes suecas sólo permitían la acampada de gitanos en un mismo lugar durante tres semanas, pasado ese tiempo, eran obligados a trasladarse a otra ubicación—. Johan Taikon, que se ganaba la vida tocando el violín, conoció, en 1923, en un restaurante de Göteborg, a la camarera gadjé [*] Agda Karlsson. Enamorados ambos, Agda se trasladó al campamento romaní y se integró en el grupo. La felicidad de la pareja apenas duró 9 años. Unos meses después del nacimiento de la cuarta de sus hijos  Katarina, nacida el 29 de julio de 1932—  Agda Karlsson falleció de tuberculosis. Rosa, la segunda hija de Johan y Agda, y seis años mayor que la pequeña Katarina, asumió las tareas de la madre fallecida, cuidando y protegiendo a sus hermanos hasta que Johan Taikon volvió a matrimoniar con una mujer gadjé cuyo comportamiento con sus hijastros difería poco del que, tradicionalmente, se describe en los cuentos infantiles.

Cuando sus hijas tuvieron edad suficiente, Johan Taikon hizo algo que no contemplaba la rígida sociedad sueca que habitaba lejos de los infectos terrenos donde se obligaba a vivir a los gitanos: Pretendió escolarizar a sus hijas. No llegó a un año la aventura escolar. Los insultos y los golpes que recibían las hermanas Taikon de sus compañeras, ante la indiferencia de las profesoras, las obligó a abandonar el aprendizaje soñado.

A los catorce años, presionada por su entorno, Katarina contrajo matrimonio con un muchacho veinteañero cuyos malos tratos la obligaron a abortar y, en última instancia, a regresar con su familia. De nuevo juntas, Rosa y Katarina Taikon se replantearon sus vidas. Querían trabajar, estudiar y vivir en un piso  derechos estos, el de educación y el de acceso de los gitanos a una vivienda, que las leyes suecas sólo recogerían, restrictivamente, en 1959; hasta 1956 se mantuvieron las deportaciones de gitanos a campamentos especiales y entre 1934 y 1974 estuvo en vigor una ley que contemplaba la esterilización de hombres y mujeres de etnia gitana si así lo decidían las autoridades— . Decididas a relacionarse de igual a igual con las personas no gitanas, abandonaron el campamento y se mezclaron, como dos suecas más, en la populosa ciudad de Estocolmo.

A finales de 1940, Katarina y Rosa Taikon intervinieron en algunas películas suecas y obtuvieron, por fin, el acceso a una vivienda. En 1958, con 26 y 32 años, pudieron reanudar sus estudios lo que, en su caso, implicaba, aprender a leer y escribir correctamente. Era el primer paso hacia la meta que ambas ya se habían trazado: Hacer extensibles todos los derechos al conjunto de la ciudadanía, independientemente de su etnia o creencias.

En las postrimerías de la década de los cincuenta, conoció Katarina a su segundo marido, el fotógrafo Björn Langhammer, que se convertirá en el documentalista de su lucha en la siguiente década. Un hecho luctuoso e incomprensible dará más fuerza al empeño de las hermanas Taikon: El asesinato, por motivos étnicos, de Paul Taikon, de 38 años, el hermano mayor, acaecido en 1962. Rosa decidirá, entonces, proseguir con la tradición familiar de trabajar la plata; Katarina publicará su primer libro para mostrar a la sociedad sueca la miserable vida de sus compatriotas gitanos. Conferencias, artículos, libros, documentales, intervenciones en radio y televisión y manifestaciones cada vez más numerosas por las calles del país serán las plataformas desde las que denunciar las condiciones de vida de los romaníes. Katarina empieza a ser una activista conocida. Y molesta. Su pequeña hija Angelica sufrirá en el colegio las consecuencias  agresiones verbales y físicas—  de las denuncias públicas de su madre.

En 1964, Katarina Taikon consigue mantener una reunión pública con Martin Luther King  desplazado a Suecia para recoger el Premio Nobel de la Paz—,  que las autoridades suecas no consiguieron ocultar pese a la complicidad de los grandes medios escritos.

En 1969  y hasta 1981—  convencida de que la educación en la solidaridad y el respeto por las diferencias ha de empezar en la infancia, Katarina Taikon inicia la publicación de las exitosas novelas semiautobiográficas que bajo el título genérico de Katitzi, narran, en trece libros, la vida de una niña gitana que lucha por mantenerse en una sociedad sueca que sueña convertir en igualitaria y acogedora y donde, con un lenguaje sin artificios, recrea sus propias vivencias en los diferentes campamentos gitanos de su infancia. Katarina quería, además, terminar con esa visión romántica y falsa dada por los escritores suecos sobre los gitanos y que, según sus propias palabras, “tanto deforman la realidad de quienes, durante siglos, se han visto afectados por leyes injustas y discriminatorias”.

El exceso de trabajo y los continuos viajes terminaron por deteriorar la salud de Katarina Taikon. En 1982, exhausta, sufrió un accidente cardiovascular que la mantuvo en coma irreversible durante trece años. Falleció el 30 de diciembre de 1995.





APÉNDICE

  • En el año 2000 las leyes suecas reconocieron a los gitanos como minoría étnica y el rromanés como lengua propia del Pueblo Gitano, reconocimiento por el que tanto lucharon las hermanas Taikon, que consideraban que los gitanos podían conservar su propia cultura y sus tradiciones, el idioma, la música y el folklore sin dejar de ser parte de la sociedad sueca.

  • Lawen Mohtadi, periodista y escritora sueca de origen kurdo, publicó en el año 2012 una completa biografía de Katarina Taikon bajo el título Den dag jag blir friEl día que sea libre—, convertida posteriormente en el documental Taikon, estrenado en 2015 y codirigido por la propia Mohtadi.






[*] Dícese, en rromanés, de la persona que no pertenece a la etnia gitana.


NOTA

Edición revisada de un artículo publicado en esta bitácora el día 10 de marzo de 2013.

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«Lavanda sobre partituras»: Ylanite Koppens


Don Carmelo, yo no quiero ser modista. Quiero ser maestra.
Vamos, vamos, Adelina… Los estudios de maestra cuestan un dinero que tú no tienes, muchacha. Dime, ¿quién te los va a costear…?
Pues… ¿Usted no podría…?

Y aquel hombre, Carmelo Coiduras, terrateniente y empresario ayerbense propietario del palacio de los Marqueses de Urríes, miró a la jovencita de catorce años, discreta y esforzada, plantada ante él, a finales de los años cincuenta, con la obstinación bailándole en los ojos, y supo que ninguna de sus inversiones iba a ser tan humanamente rentable como la que le proponía, sin subterfugios, aquella gitanilla, huérfana desde los dieciséis meses, que, con ánimo y resolución, había diseñado para sí misma un futuro distinto al que, por tradición y estrato social, le hubiera correspondido.

Siete años después, en 1966, Adelina Jiménez Jiménez, terminados los estudios pagados por su mecenas, obtenía plaza de maestra por concurso-oposición, convirtiéndose en la primera maestra gitana de España. «Mi primer destino fue un pueblo del Pirineo aragonés, en la parte de Aínsa. El domingo me venían a buscar con las bestias al autobús. Los burros cargaban mis maletas y yo andaba 10 kilómetros, un camino angosto que finalizaba en Olsón, donde estaba la escuela«. Tras Olsón, el colegio General Solans de Albalate de Cinca y el colegio Aragón de Monzón, lugares en los que Adelina ejerció su labor y, donde, pese a desencuentros y suspicacias iniciales, pasaría los mejores y más productivos años de su vida. En el año 2007 recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo por haber ejercido la enseñanza “a través de una labor implicada en la lucha a favor de la integración igualitaria de las mujeres gitanas”.


Pinta Adelina, entre lecturas y paseos, sueños de cirros coloreados en el cielo montisonense que semejan los retazos de las telas que antaño vendía, de pueblo en pueblo, su abuela, la señora Elodia, la mujer que la crió y alentó y a la que la Adelina niña leía cuentos cada noche llenando la modesta estancia de la casa de Ayerbe de tiernas trovas de esperanza.


NOTA

Hoy, 8 de abril, se celebra el Día Internacional del Pueblo Gitano, en recuerdo del Primer Congreso Mundial Romá que tuvo lugar en Londres el día 8 de abril de 1971.

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«Back Closet»: Siff Skovenborg


«El Rey Alfonso, […] ,a todos y cada uno de sus nobles, amados y fieles nuestros y sendos gobernadores, justicias, subvengueros, alcaldes, tenientes de alcalde y otros cualesquiera oficiales y súbditos nuestros, e incluso a cualquier guarda de puertos y cosas vedadas en cualquier parte de nuestros reinos y tierras, al cual o a los cuales la presente sea presentada, o a los lugartenientes de aquellos, salud y dilección. Como nuestro amado y devoto don Juan de Egipto Menor, que con nuestro permiso irá a diversas partes, entiende que debe pasar por algunas partes de nuestros reinos y tierras, y queremos que sea bien tratado y acogido, a vosotros y cada uno de vosotros os decimos y mandamos expresamente y desde cierto conocimiento, bajo pena de nuestra ira e indignación, que el mencionado don Juan de Egipto y los que con él irán y lo acompañarán, con todas sus cabalgaduras, ropas, bienes, oro, plata, alforjas y cualesquiera otras cosas que lleven consigo, sean dejados ir, estar y pasar por cualquier ciudad, villa, lugar y otras partes de nuestro señorío a salvo y con seguridad, siendo apartadas toda contradicción, impedimento o contraste. Proveyendo y dando a aquellos pasaje seguro y siendo conducidos cuando el mencionado don Juan lo requiera a través del presente salvoconducto nuestro, el cual queremos que lleve durante tres meses del día de la presente contando hacia adelante. Entregada en Zaragoza con nuestro sello el día doce de enero del año del nacimiento de nuestro Señor 1425. Rey Alfonso.»
—Documento extendido, en calidad de salvoconducto, por Alfonso V de Aragón para que el gitano Juan de Egipto Menor y sus gentes puedan viajar libremente por los territorios de la Corona—


El 12 de enero de 1425 quedó documentada, con parabienes incluidos, la entrada de los primeros gitanos en los territorios de la Corona de Aragón. Apenas ochenta y cinco años después, en 1510, los Fueros del Reino recogían idénticas medidas represoras que las promulgadas por la Pragmática de 1499 de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón: «Se les concede un plazo de sesenta días para salir del reino y a los que sean hallados se les castigará con cien azotes y destierro a perpetuidad; la segunda vez se les cortarán las orejas, permanecerán sesenta días encadenados y sufrirán destierro. Los apresados por tercera vez pasarán a ser esclavos por el resto de su vida».

A partir de esa fecha —y con brevísimoss períodos de tutelaje paternalista por parte de los gobernantes— comienza la represión brutal contra un grupo que se ve obligado a sobrevivir en una sociedad hostil, en absoluto diferenciada de las que acogen al resto de los gitanos extendidos, desde las regiones hindúes de Punjab y Sinth —de las que eran originarios—, por toda Europa.


«Tomo consciencia de los siglos recorridos y me digo: No han podido con nosotros. Aquí estamos. Aquí seguimos tirando los unos, los conscientes, de los otros, los resignados. Aquí y allá, aun desde el silencio, seguimos elevando la voz, no para quejarnos, únicamente, de las injusticias del pasado y del presente, sino para demostrar que nuestro empuje es también necesario en las sociedades donde nos hallamos integrados. Para que tanto sufrimiento de los nuestros no haya sido vano».- Barsaly H. (1938-1999), activista gitano.


NOTA

Sastipen thaj mestipen es una expresión en rromanés que significa Salud y libertad.

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«De la supervivencia»: Archivo personal


El 30 de julio de 1749 tuvo lugar en tierras españolas un hecho vergonzoso al que apenas hacen referencia los estudiosos y divulgadores de los acontecimientos históricos y que, en edicto sancionado por el rey Fernando VI, no tenía otro objeto que “prender a todos los gitanos avecindados y vagantes en estos reinos, sin excepción de sexo, estado ni edad, sin reservar refugio alguno a que se hayan acogido” (sic).

La Gran Redada o Prisión General de los Gitanos —que por ambas denominaciones es conocida la persecución a que fueron sometidos los gitanos y cuyo fin no pretendía sino su exterminio— fue una operación secreta organizada por el marqués de la Ensenada y el obispo de Oviedo y Gobernador del Consejo de Castilla, Gaspar Vázquez Tablada, —aunque, evidentemente, el impulso fue soberano—. La aprehensión se preparó discretamente y se llevó a cabo de manera sincronizada, e incluso con el concurso del ejército, en todo el territorio español, siendo detenidas entre 10.000 y 12.000 personas —prácticamente la totalidad de los gitanos que vivían en España—.

Condenadas a prisión las mujeres —junto con sus hijos e hijas— y obligados a realizar trabajos forzados los hombres en arsenales y galeras, el confinamiento de los gitanos españoles se alargó, a todos los efectos, durante dieciséis años, hasta el 6 de julio de 1765, cuando, por mandato del rey Carlos III, hermano y sucesor de Fernando VI, se emite orden de liberar a todas las personas gitanas presas, aunque no sería hasta dieciocho años después cuando los últimos gitanos supervivientes —muchos habían perecido en las cárceles— de la redada de 1749 recobrarían la libertad. ¡Treinta y cuatro años de encarcelamiento por haber nacido gitanos…!

Planteada por los ministros del rey la necesidad de establecer una nueva legislación sobre los gitanos, Carlos III solicitó que fuera retirada del preámbulo de la ley cualquier referencia a lo acontecido en 1749, alegando que “hace poco honor a la memoria de mi hermano”.




ANEXO
Pragmática del rey Carlos III sobre los gitanos (1783):

  • Declaro que los que llaman y se dicen gitanos no lo son por origen ni por naturaleza, ni provienen de raiz infecta alguna. Por tanto, mando que ellos y cualquiera de ellos no usen de la lengua, traje y método de vida vagante de que hayan usado hasta el presente, bajo las penas abajo contenidas.
  • Prohibo a todos mis vasallos, de cualquier estado, clase y condición que sean, que llamen o nombren a los referidos con las voces de gitanos o castellanos nuevos bajo las penas de los que injurian a otros de palabra o por escrito.
  • Es mi voluntad que los que abandonaren aquel método de vida, traje, lengua o jerigonza, sean admitidos a cualesquiera gremios o comunidades, sin que se les ponga o admitan, en juicio ni fuera de él, obstáculo ni contradicción con este pretexto. A los que contradijeren y rehusaren la admisión a sus oficios y gremios de esta clase de gentes enmendadas, se les multará por la primera vez en diez ducados, por la segunda en veinte y por la tercera en doble cantidad; y durando la repugnancia, se les privará de ejercer el mismo oficio por algún tiempo a arbitrio del juez y proporción de la resistencia.
  • Concedo el término de noventa días, contados desde la publicación de esta ley en cada cabeza de partido, para que todos los vagabundos, de esta y cualquiera clase que sean, se retiren a los pueblos de los domicilios que eligieren excepto, por ahora, la Corte y Sitios Reales, y abandonando el traje, lengua y modales de los llamados gitanos, se apliquen a oficio, ejercicio u ocupación honesta, sin distinción de la labranza o artes.
  • A los notados anteriormente de este género de vida no ha de bastar emplearse sólo en la ocupación de esquiladores, ni en el tráfico de mercados y ferias ni menos en la de posaderos y venteros en sitios despoblados; aunque dentro de los pueblos podrán ser mesoneros y bastar este destino, siempre que no hubiese indicios fundados de ser delincuentes o receptadores de ellos.
  • Pasados los noventa días procederán las justicias contra los inobedientes en esta forma: A los que, habiendo dejado el traje, nombre, lengua o jerigonza, unión y modales de gitanos, hubiesen además elegido y fijado domicilio, pero dentro de él no se hubiesen aplicado a oficio ni a otra ocupación, aunque no sea más que la de jornaleros o peones de obras, se les considerará como vagos y serán aprehendidos y destinados como tales, según la ordenanza de éstos, sin distinción de los demás vasallos.
  • A los que en lo sucesivo cometieren algunos delitos, habiendo también dejado la lengua, traje y modales, elegido domicilio y aplicándose a oficio, se les perseguirá, procesará y castigará como a los demás reos de iguales crímenes, sin variedad alguna. Pero a los que no hubieren dejado el traje, lengua o modales, y a los que, aparentando vestir y hablar como los demás vasallos, y aun elegir domicilio, continuaren saliendo a vagar por caminos y despoblados, aunque sea con el pretexto de pasar a mercados y ferias, se les perseguirá y prenderá por las justicias, formando proceso y lista de ellos con sus nombres y apellidos, edad,  señor y lugares donde dijeren haber nacido y residido.
  • Exceptúo de la pena a los niños y jóvenes de ambos sexos que no excedieren de dieciséis años. Estos, aun sean hijos de familia, serán apartados de la de sus padres que fueren vagos y sin oficio y se les destinará a aprender alguno o se les colocará en hospicios o casas de enseñanza.
  • Verificado el sello de los llamados gitanos que fueren inobedientes, se les notificará y apercibirá que, en caso de reincidencia, se les impondrá irremisiblemente la pena de muerte; y así se ejecutará sólo con el reconocimiento del sello y la prueba de haber vuelto a su vida anterior.






NOTA

La primera versión del artículo se publicó en esta bitácora el día 18 de octubre de 2009.

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«Jardín del Recuerdo»: Archivo personal


A quince kilómetros de Skopje, capital de la República de Macedonia, en la bullanguera —y pobre— ciudad-barriada de Suto Orizari, la Ciudad de las Gentes Gitanas —popularmente conocida como Šutka—, mora y aún sueña Cora-Lee.

Nacida en la ciudad de Bath (suroeste de Inglaterra), hija de una pareja de saltimbanquis romanichels (gitanos ingleses), Cora-Lee fue contorsionista y trapecista en el Blackpool Circus de Manchester, malabarista en el circo Knie suizo y acróbata a caballo en Berlín, actividad esta última que estuvo a punto de costarle la cárcel cuando se descubrió que Zimro K, el caballo przewalski sobre el que realizaba espectaculares giros y volteretas, había sido sustraído del zoo de Munich. Cora-Lee, que era tan ágil de cuerpo como de mente, se hallaba ya en la entonces República Socialista de Yugoslavia cuando la policía alemana se presentó ante el empresario circense para requisar a Zimro K y proceder a la detención de la artista gitana. “No robé el caballo”, afirma más de cincuenta años después, en una curiosa mezcla de rromanés e inglés. “Se lo compré a unos băeşi (gitanos húngaros). Pero sabía que no me creerían… ¿Quién iba a creer a una gitana…?

En sus primeros años en Yugoslavia ejerció de traductora ocasional y barrendera, terminando como secretaria de la preparadora del equipo nacional de gimnasia rítmica. En 1976, convertida en ayudante de dirección de un cineasta de escaso renombre —del que, además, era amante—, recaló en Suto Orizari en busca de escenarios para un documental sobre gitanos yugoslavos. La película no llegó a realizarse, pero Cora-Lee se reencontró con los suyos, con las gentes de su etnia. Y allí, en Suto Orizari, vivía cuando estallo la guerra entre los diferentes pueblos que conformaron Yugoslavia. En Suto Orizari asistió al acta de independencia de la República de Macedonia y vio expandirse la barriada-ciudad mientras gentes gitanas de diversa procedencia llegaban hasta el Nuevo No Paraíso huyendo de la miseria, la confrontación y el rechazo.


Cora-Lee, setenta y nueve años vividos plenamente, inglesa de nacimiento, yugoslava por necesidad y macedonia por convicción, es miembro del Partido de la Liberación Gitana de Macedonia. De su pasado circense solo guarda una fotografía que preside, discretamente enmarcada, el humilde comedor de su casa. En ella, una joven de cabellos muy cortos, vestida con un tutú de ballet, eleva una pierna en el aire mientras se sostiene con la otra, de puntillas, sobre el lomo de un hermoso caballo de escasa alzada.

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