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Archive for febrero 2020

«Soledades»: Archivo personal


Se solazan los rayos del Sol refractándose en el charco del camino por donde sus pies, sorprendentemente ágiles, sorteaban las piedras que resbalaban del promontorio donde cada caminante depositaba, a modo de ritual inexplicable, las inanimadas ofrendas del suelo. Ella recogía una de las que se encontraban a los pies del improvisado monumento y la colocaba junto a las otras con parsimonia casi reverencial, como si de una valiosa reliquia se tratara. Después, daba un par de pasos hacia atrás y observaba el conjunto entrecerrando la azulada vivacidad de sus ojos.

Hoy, otros ojos contemplan, entre la neblina de las lágrimas retenidas, la acumulación de piedras. Y, como si no hubieran transcurrido diecisiete inviernos desde la última vez, todavía les parece verla  —a ella, eternamente viva— disponiéndose a cumplir con el ceremonial.


«Mai, mira-me as mans;
as trayo buedas,
lasas d’amar…
Son dos alas
d’un biello pardal
que no puede
sisquiera bolar.

Mai, mira-me os güellos,
n’o zielo perdius
n’un fondo silenzio…
Son dos purnas
chitadas d’o fuego
que no alumbran
ni matan o chelo.

Mai, mira-me l’alma
aflamada de sete,
enxuta d’asperanza…
Ye un campo labrau
an no i crexen qu’allagas
que punchan a bida
dica qu’a matan.

Mai, mira-me a yo.
Me reconoxes, mai?
Fué o tuyo ninon…
Güei so un ome
que no se como so.
Mai, me reconoxes?
Mai, ni sisquiera tú?!!
»[*]

MAI, poema en lengua aragonesa de Ánchel Conte


Interpretación del poema, con música de Gabriel Sopeña, por Olga y los Ministriles:


[*]«Madre, mírame las manos;  las traigo vacías, cansadas de amar… Son dos alas de un viejo gorrión que ni siquiera puede volar.

Madre, mírame los ojos,  en el cielo perdidos en un hondo silencio… Son dos chispas echadas del fuego que no alumbran ni matan el hielo.

Madre, mírame el alma inflamada de sed, seca de esperanza… Es un campo labrado donde sólo crecen aliagas que pinchan en la vida hasta que la matan.

Madre, mírame a mi. ¿Me reconoces, madre? Fui tu niñito… Hoy soy un hombre que no sé cómo soy. ¿Madre, me reconoces? ¡¡¿Madre, ni siquiera tú?!!.»

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«Titirinuestros»: Archivo personal


Paco Paricio, el Titiritero, cierra la puerta de La Casa de los Títeres tras el eco bullicioso de los últimos visitantes de cinco palmos y tres cuartos que corren —cuesta arriba, cuesta abajo— hacia la curva de acceso al pueblo donde se orillan los autobuses que devuelven a Abizanda la algarabía de otras épocas.

Asoman —en cualquier esquina donde se regodea el zarzagán— la raposa, Dragoncio, Farruco, Lobo, Esmeralda, el bandido Cucaracha y el gato tejadero de las siete costillas quebradas, en pasacalles solo audible para los viejos títeres que, tras la puerta cerrada del museo, retienen en sus cuerpos de trapo, papel maché y madera el impulso de vida recibido de las infantiles manos que, apenas unos horas antes, jugaron a ser dicharacheras comediantes tras un teatrillo repintado.

Paco camina, acariciado a partes iguales por el sol y el cierzo, sabiéndose observado por los invisibles guardianes medievales que, desde el donjón, protegen de los malos espíritus a piedras recicladas y moradores.

Camina Paco con el zurrón de historias trashumantes henchido de recortes de ilusiones. Camina con los ojos cerrados y el espíritu abierto…

¡Cántanos/cuéntanos un cuento, Paco, Titiritero!—, le gritan las carcomas golosas instaladas en el artesonado de los abandonados balcones venidos a menos.

Y en meritorio, pero desafinado, coro de crujidos entonan…


Paco Paricio, Titiritero,
eres más grande que un rascacielos,
siempre jugando con los muñecos,
siempre feliz, siempre dispuesto
a alborotar pueblos enteros…

Paco Paricio, Titiritero,
a los mayores vuelves pequeños,
les quitas años, les quitas peso,
y a los más chicos, con tus enredos,
les vuelves pájaros vivaracheros…

Paco Paricio, Titiritero,
eres el rayo, eres el trueno.[*]



NOTA

[*] De la canción «Paco Paricio«, del disco Titirimundi, del grupo Nuevo Mester de Juglaría.

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«Salto de Roldán, puerta de Guara»: Archivo personal


En la lejanía, Sen y Men —también llamadas San Miguel y Amán—, las dos bizarras peñas rojizas, velan el apacible recorrido del río Flumen, su cantero, que las pulió y conformó a su capricho, haciéndolas únicas y bien reconocibles sus perfiles enmarcados en la Sierra de Guara.

Abocado hacia las señoriales moles, cabalgaba raudo, a vida o muerte, el caballero franco Roland, la mítica y templada Durandal al cinto, golpeándole el muslo, y el ágil Veillantif, con las crines apelmazadas por el sudor y las vísceras agitadas, apenas a tres cuerpos del ejército sarraceno de Saraqusta, que perseguía, formando una inmisericorde polvareda, al sobrino del emperador Carlomagno y osado irruptor en la bien protegida Marca que tenía el Califato de Córdoba en el noreste peninsular.

Acorraláronle, por fin, los musulmanes en el promontorio de Men, con el abismo cortándole cualquier asomo de escapatoria. Ya susurraban las aguas del Flumen dolientes cantos funerarios al fondo del despeñadero, cuando el noble guerrero, aferrando con desesperada decisión los correajes del corcel, lo espoleó marcha atrás, hacia el murallón humano que formaban sus acosadores, para, a continuación, dar la vuelta y lanzarse, afianzado en aquel lomo palpitante, hacia el abismo.

Volaron caballo y caballero, como si de un único cuerpo se tratara, en demencial salto por encima del profundo lecho mortuorio que separaba ambas rocas y, ante el asombro de la morisma, aterrizaron los cascos de Veillantif, con un sonido brutal, en la cima de la peña Sen.

Allí mismo, al borde del derrumbadero superado, cayó reventado por el esfuerzo el valeroso caballo, dejando para la posteridad, como recuerdo de su inmortal hazaña, la huella de sus cascos anteriores labrada en el resalte del peñasco.

Llorole y enterrole el caballero mientras las tropas sarracenas de Saraqusta, desde la otra peña, contemplaban, impotentes, al enemigo invicto.

A pie marchó Roland, indemne, hacia Ordesa, para encontrarse con el destino que algún día narrarían los trovadores allende los Pirineos. En la sierra, Sen y Men, notarias de la arriesgada proeza, terminarían aunadas, en la memoria colectiva, con el evocador nombre de Salto de Roldán.

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«La mariposa»: Archivo personal


Por la abertura del lucernario de la galería donde verdean y florecen las plantas de interior, se ha introducido, en vuelo rizado, una pálida mariposa que ha arribado, sin titubeos, a las recién floridas plumas de Santa Teresa, cuyas hojas cuelgan, pródigas, de la olla azulona y descascarillada fijada con mortero en la pared de piedra. En esa galería, construida con tan buen ojo que el sol solo la roza de refilón, hubiera querido despedirse de la vida el señor Anselmo, en el sillón de mimbre donde se sentaba a leer, bajo la fotografía de Joaquín Ascaso, aquellos libros de Eduardo de Guzmán y Ángel María de Lera que conformaban una ínfima parte de su nutrida y ecléctica biblioteca. Pero fue a morir en la cama articulada de un centro hospitalario, lejos de sus plantas y sus colmenas, del huerto y de la rojinegra de colores desvaídos tras años de ondear en el balcón con vistas a la plaza y la iglesia. “Date una vuelta por las flores”, le decía a Martina, la hija de su única hermana. “Que no se me mueran ellas”. Sobrevivieron las plantas al señor Anselmo y aun a la propia Martina, que falleció al año siguiente de dispersar las cenizas de su tío por el hayedo. Otras manos, las de Lorién, el hijo de Martina, tomaron el relevo y las plantas originales y sus esquejes siguieron hermoseando la galería del sillón de mimbre siempre colocado bajo la foto del admirado Ascaso; allí, debajo del lucernario, donde la mariposa inicia otro corto vuelo y acopla su fina probóscide en los róseos pétalos de la exuberante alegría.

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«Fragmentos»: Archivo personal


En 1918, algunos amigos intelectuales y artistas convencieron a Pio Baroja para que se presentara a diputado por el Partido Radical, pese a las pestes que había echado de Lerroux, a quien consideraba escasamente leído y, como consecuencia, tirando a lerdo.

El pintor Miquel Viladrich, buen amigo del vasco, le aconsejó que lo hiciera por la circunscripción de Fraga (Huesca), localidad en la que el artista había montado su morada y su estudio. Hacia allá, pues, emprendió ruta el escritor, el 16 de febrero de 1918, para hacer causa común con su lejano electorado, en compañía, entre otros, de dos anarquistas oscenses y entusiastas barojianos, Felipe Alaiz y Salvador Goñi [*], en un itinerario que resultó entretenido pero asaz fatigoso y, sobre todo, un fiasco político.

A Baroja, que relató sus andanzas aragonesas en el artículo Una excursión electoral, contenido en el volumen Las horas solitarias, el viaje le sirvió, exclusivamente, para conocer y describir el paisaje del llano y algunas gentes del sur de la provincia de Huesca y, mínimamente, la propia capital altoaragonesa, a la que llegó en tren, pernoctando en la tradicional y entonces populosa calle de Ramiro el Monje, en la casa señorial del relevante y adinerado impresor Pérez, cuya hija, Marieta, recordaría muchos años después, en una entrevista, que el escritor tardó mucho en dormirse, maravillado por las pinturas que decoraban el techo de la estancia que le habían asignado.


MarietaMaría Dolores Pérez Barón—, que en plena mocedad destacaría por su afición al deporte al aire libre, su religiosidad y su virtuosismo al piano, fue asesinada el 25 de mayo de 1985, a la edad de ochenta y seis años, en aquella misma mansión cuyos techos admirara el célebre escritor. Musa provinciana del régimen franquista, en los inicios de la democracia había cedido a la Falange Española la primera planta de su magna propiedad —reservándose para ella la parte superior del edificio—. Pereció, cruelmente golpeada y acuchillada, a manos de un falangista al que, según se cuenta, había reprendido por la rotura de una silla ricamente tallada y tapizada, que formaba parte del mobiliario de la planta arrendada a los del yugo y las flechas.



NOTA

[*] Salvador Goñi Marco, nacido en Huesca, en 1894, fue un periodista libertario que dirigió el periódico El Talión y colaboró en distintas publicaciones de izquierda. Figuraba en una lista de masones como miembro de la logia Constancia de Zaragoza. El 19 de octubre de 1936 fue fusilado, junto a otras dos personas de su logia, en la tapia del cementerio de Torrero de Zaragoza. Sus restos se hallan en una fosa común de dicho cementerio.

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