«Tradiciones»: Archivo personal
En la zona porticada de la plaza recrean las Tejedoras pretéritos de dedales e hilaturas. Sobre el tapete de las mesas y el respaldo de las sillas de anea, las telas: linos, muselinas, cuadrillés, tafetanes, rasos, y, protegida por un inmaculado papel cebolla, una añosa pieza de seda natural enrollada en un tubo de cartón. Encima de los alféizares de los ventanales de la abadía aguardan su relleno colorista —a manos de la ilusionada chiquillería— los tejidos de cañamazo tensados en los bastidores. En la mesa de las bolilleras, la señora Miguela de [Casa] Puimedón, la más veterana, enseña a un grupo de adolescentes de ambos sexos cómo se construye el mundillo [*] tradicional, con el interior compuesto de paja firmemente apretada a golpes de palo. “¿Lo habéis entendido?”, pregunta. “Poneos por parejas y a la faena”. Cerca, en una mesita baja, ha instalado Emil su baúl de carpintería con los bolillos de boj ya cortados a los que va dando forma bordeándolos a navaja bajo el escrutinio del señor Vicente, antiguo tallador de madera vencido por la artrosis.
Trepan por las telas los dedos de muchachos y muchachas creando caminos hilados en los que se entremezclan débiles rastros de sudor. Dos pequeñas aprendizas de encajeras concitan la atención de los mirones por su habilidad al entrecruzar sus bolillos pintados de colores formando, con los hilos, una urdimbre perfecta sobre el patrón. Van y vienen las artesanas experimentadas entre los corrillos donde los más jóvenes del Barrio ensayan —con agujas de plástico endurecido— sus primeras puntadas, ensimismados los ojos en los lances de sus propias manos que, como por ensalmo, van perdiendo la torpeza inicial.
Cuando las palmadas de las Tejedoras señalan el final del taller al aire libre, asoma un gesto de fastidio en algunos rostros infantiles que se transforma en sonrisa conforme ven acercarse a Josefo con dos cubos cargados de helados.
NOTA
[*] Almohadilla cilíndrica que se utiliza como soporte para el encaje de bolillos.