«Photoart #006»: Teddynash
Como si el panorama judicial anduviera escaso de arbitrariedades, el presidente en funciones y sus postreros ministros han decidido gratificar a Emilio Botín -un caballero de la banca que olvidó declarar a la Hacienda Pública hispana unos eurillos que le rentaban copiosamente en una macroentidad suiza– con el indulto para su hombre de confianza, Alfredo Sáenz, imputado por una bagatela, la presentación, cuando presidía el Banesto, de una querella contra tres empresarios por estafa y alzamiento de bienes, siendo conocedor -el después condenado e indultado- de la falsedad de la denuncia, que no tenía más objeto que el (ab)uso de los mecanismos judiciales para ejercer presión contra los querellados y conseguir que hicieran efectiva una deuda de 639 millones que debían sus empresas.
Don Alfredo, a quien el Tribunal Supremo condenó a tres meses de prisión y de inhabilitación para el ejercicio bancario por un delito de acusación falsa, ha vuelto al redil del Santander ocupando su antiguo puesto como consejero delegado, se cree que irradiando gratitud hacia su jefe, don Emilio, experto hacedor de surrealistas cucamonas.
“Estás haciendo un gran trabajo en Economía. […]Soy optimista respecto a la economía española a corto y a largo plazo”, le decía el banquero cántabro a un aletargado Rodríguez Zapatero el pasado septiembre, en plena debacle generalizada. El todavía presidente, ajeno al ¿sarcasmo?, y quizás arrobado por la palabrería de quien en junio se había visto obligado a ingresar en las arcas del estado doscientos millones de euros a cuenta del affaire suizo, correspondía asegurándole que “el éxito del Santander es el éxito de España… Tienes mi apoyo, el de mi Gobierno y, lo sabes, el de toda la población”.
Y no, el festival de zalamerías no tuvo lugar en el teatro Calderón de Madrid, donde se graba El Club de la Comedia, sino en la sede del Banco de Santander, en la Ciudad Financiera de Boadilla del Monte.