«Entrada de la antigua prisión del monte Ezkaba (Pamplona)»: Archivo personal
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EL FUERTE.- En 1878, en el monte Ezkaba próximo a Pamplona, a más de 800 metros de altitud y como defensa navarra contra las arremetidas carlistas, mandó construir Alfonso XII un fortín militar que lleva su nombre, aunque es conocido popularmente como fuerte de San Cristóbal o de Ezkaba. Considerado obsoleto en 1919, no fue hasta 1934, durante la II República, cuando la fortaleza se convirtió en penal para presos peligrosos y políticos —algunos de ellos relacionados con la Revolución de Asturias—. Estallada la guerra (in)civil, los golpistas mantuvieron el fuerte como cárcel, en este caso para prisioneros republicanos, hasta su cierre definitivo en 1945.
Propiedad del Ministerio de Defensa, el fuerte de San Cristóbal fue declarado Bien de Interés Cultural en el año 2001.
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LA FUGA.- El 22 de mayo de 1938, con una población reclusa de unos 2.500 hombres encarcelados en condiciones infrahumanas, se produjo en el bastión de San Cristóbal una de las huidas más numerosas y trágicas de la historia de España: 795 presos republicanos consiguieron escapar, organizándose de inmediato una caza implacable que, dada la topografía del terreno y el paupérrimo estado físico de los fugados, no tardó en dar sus frutos a favor de los administradores de la fortaleza.
Doscientos seis presos fueron abatidos in situ por sus perseguidores y quinientos ochenta y seis detenidos y regresados a sus lóbregos cubículos en las semanas siguientes —catorce de ellos, acusados de ser los cabecillas de la fuga, serían fusilados en agosto de ese mismo año—. Tan solo tres —Jovino Fernández, Valentín Lorenzo y José Marinero— de los setecientos noventa y cinco republicanos evadidos, burlaron a sus rastreadores y consiguieron llegar a Francia.
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LA VISITA.- Antes de las nueve de la mañana ya han llegado las treinta personas que se inscribieron para realizar una visita guiada por el interior del fuerte de San Cristóbal. Hace frío. Mucho. Una mujer de mediana edad, arrebujada en un plumífero, comenta el malestar que se ha apoderado de ella pensando en “esos pobres de aquel entonces malviviendo con la climatología extrema de Pamplona”, a lo que un joven, de poco más de veinte años, le replica: “Por la climatología, el hambre, las enfermedades, los maltratos…”. Hay, amén de curiosidad, cierta desazón en algunas miradas pese a lo poco que se atisba a través de la reja externa [FOTO]. Los tres amables guías dirigen al grupo hacia el interior. Los visitantes marchan despacio, flanqueados por viejos edificios [FOTO] mientras uno de los guías realiza indicaciones: “Vamos a atravesar ese arco para acceder a las celdas” [FOTO]. El recinto carece de luz eléctrica y solo las linternas ayudan a vislumbrar los diferentes espacios. “Estos eran los locutorios” [FOTO], señala. Cada estancia sobrecoge. En algunos habitáculos todavía son visibles las inscripciones dejadas en la pared por quienes allí vivieron su calvario [FOTO]. A ratos, entre los escasos y puntuales murmullos de quienes observan cada recodo del lugar en este invierno de 2024, parecen escucharse los susurros de aquellos hombres desesperanzados entre mugre, endeblez y padecimientos.
La salida de este Lugar de Memoria es, para algunos de los visitantes, casi una liberación. Hay suspiros y respiraciones profundas, como si las dos horas pasadas reviviendo el abatimiento de otros seres humanos entre esos deslucidos muros, hubieran enlentecido, hasta casi anularla, la función pulmonar.