«Memoria doliente»: Archivo personal
Se emplearon a fondo, según refiere el hijo de un testigo: “El 23 de agosto los enterradores no daban abasto para transportar gente con carretillas hasta la fosa que habían excavado. La sangre lo empapaba todo. Cuando estaba cargando a un hombre, el enterrador se dio cuenta de que todavía estaba vivo, y se lo dijo a un oficial de la Guardia Civil que estaba de vigilancia en el cementerio. El guardia le contestó: ‘Esto lo arreglo yo enseguida’. Cogió la pala del enterrador y a golpes le machacó la cabeza al moribundo y de este modo lo remató”.- Los ‘buenos vecinos’ de Huesca, de Víctor Pardo Lancina.
Despierta la ciudad y retrocede, agónico, el tiempo consumido aleteando sobre los viejos edificios que la memoria aprendida recoloca y tiñe de blanco roto, azabache y grises. Ascienden las emociones por la empalizada de los recuerdos susurrando los nombres de todas y cada una de las martirizadas víctimas de aquel horrendo festín de odio y sangre cuyo hedor se cuela por las rendijas del tiempo transcurrido.
«Yo, que a menudo me siento abrumado en medio de tanto dolor, en nombre de las víctimas, sobre todo de las que todavía permanecen en las cunetas o en anónimas fosas comunes, deseo que mientras los muertos no tengan una lápida en la que poder leer su nombre, los verdugos tampoco puedan descansar en paz».- Víctor Pardo Lancina, periodista y escritor oscense, en el capítulo, Escenas de un guión inacabado, del libro colectivo, publicado en 2004, Literatura, cine y Guerra Civil.
En Memoria, amarga y viva, de los hombres y mujeres que, entre el mediodía y las nueve de la noche, fueron masacrados en Huesca, en la atroz saca del 23 de agosto de 1936.