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Posts Tagged ‘boira’

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«Boira»: Archivo personal


Que viene la niebla.
Que viene y me toca.
Ay, que viene, que viene…
Que viene y me envuelve.
Me besa.
Me moja.
(Retahíla)


Emborronado el sendero que discurre en pendiente, se ocultan los árboles de la otra orilla bajo siete velos. A través de un caprichoso descosido en la ceguera blanca que sitia a los andarines, las siluetas distorsionadas de los farallones, apenas esbozados en la lejanía, señalan la frontera entre la trocha y las aguas calmas que fluyen, ribeteadas por fantasmagóricos gigantes pétreos, hacia el sur.

Caminan a tientas por la cornisa resbalosa de la cortada, braceando entre etéreas colgaduras que les engullen los cuerpos y los revisten de tonalidades plomizas. Conforme se acercan, o así lo estiman, a su destino, se desplazan, burlonas, las casas niebla adentro y la hora que, calculan, resta para avistar los contornos consabidos de las chimeneas de la calle Baja, se torna en dos.

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«Trees in mist / Árboles en la niebla»: Aztlek


Antes de que la boira tome posiciones en cada rincón del Barrio, se la ve, vestida de gallinazo [1], sobre la pardina Furtasantos [2], envolviendo las ruinas de piedra toba de la que un día fuera Casa Cucharero, junto a la peligrosa bajante [3] que desemboca en el río, escenario, tantos inviernos níveos, de trepidantes y prohibidos descensos —sobre sacos de plástico, a modo de trineos— que, en la mayoría de las ocasiones, terminaban con magulladuras y, de ciento a viento, alguna brecha o un hueso roto. El Gran Esbarizaculos [4], llamaba la chiquillería, con respeto, a tan atrayente como temida ladera. Fuera del alcance de las miradas adultas y contraviniendo cualquier proscripción, las criaturas se deslizaban boca abajo, entre punzadas de euforia y miedo, con el rostro congestionado y la lengua adherida al cielo del paladar, encaradas hacia la orilla del río, que parecía alzar unos imaginarios brazos pedregosos anunciando el batacazo; solo la pericia del ‘conductor’ y sus buenos reflejos para rodar hacia un lado segundos antes del ‘aterrizaje’, impedían que el divertimento tuviera consecuencias desastrosas.







NOTAS

[1] En aragonés, niebla calima.

[2] Id., Furtasantos significa, literalmente, “ladrón de santos”. Parece ser que el nombre de la pardina hace referencia a un pastor de Casa Cucharero que era natural de Javierrelatre, localidad cuyos habitantes reciben ese apodo. Según cuenta la leyenda, los vecinos de Javierrelatre querían llevar a su pueblo una imagen de la Virgen de los Ríos encontrada en un monte de la vecina localidad de Aquilué, pero cada vez que la cogían para llevársela, los aprendices de ladrones se dormían. La Virgen, naturalmente, se quedó en territorio de Aquilué, pero ello no evitó que los de Javierrelatre fueran llamados, a partir de entonces, furtasantos.

[3] Id., pendiente muy acentuada.

[4] Id., tobogán.

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«Boira preta»: Archivo personal


Al mediodía, intentó el Sol insertar el más sobresaliente de sus rayos entre la ahumada barrera de la niebla y, apenas unos instantes, se dibujó, entre la capota de nubes, una línea brillante que pereció rápidamente engullida por las densas masas atmosféricas.


En el vestíbulo del Ayuntamiento, dos estufas eléctricas que no conseguían doblegar la gelidez del espacio, fueron el detonante del conato de rebelión de los tres miembros de la Mesa Electoral Única, que, a las diez de la mañana, amenazaron con marcharse a sus casas.

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«A boira»: Archivo personal


Durante cinco días no dio tregua alguna la niebla, omnipresente, que transformó el Barrio en fantasmal pueblo de cuento gótico donde solamente los recién colocados reflectores de la carretera nueva dejaban entrever, entre tinieblas, que, más allá del muro húmedo de nubes rozando el suelo, la vida humana, envuelta en grises, desgranaba su rutina navideña con el mismo entusiasmo de cada temporada.

Ni siquiera la repentina sobrecarga eléctrica que dejó sin luz la urbanización y los edificios cercanos al río varió las actividades programadas por la Asociación de Mujeres.

Cuando se fue la luz, la mayor parte de las gentes del Barrio se hallaban en la Escueleta Vieja asistiendo a la audición de poemas de Agustín García Calvo que recitaba la chiquillería del Colegio Rural con el acompañamiento de la flauta travesera de Pilar-Carmen Gabarri y las guitarras de Madalina y Camelia Cristea. En el bar, también afectado   y a tope de clientes”, que diría Josefo, el encargado, después   Rafael de [Casa] Artero, dijo a voz en grito: “Así se jodan el puto anarquista ese de los poemas y todos los que les bailan el agua al hatajo de marimandonas que se están cargando el pueblo”; comentario que, con escrupulosa literalidad, llegó a la Escueleta Vieja aun antes de que volviera la luz y que no sirvió sino para amenizar la espera con historias pasadas y presentes de la familia Artero y los enfrentamientos de Rafael con la Asociación de Mujeres.


La tarde del día de Navidad, cuando las nubes parecían dispuestas a recogerse en las alturas, llegó al Barrio la noticia de la muerte de Ángela Martín, catedrática de Literatura, jubilada, del instituto Ramón y Cajal de la ciudad y profesora de casi todas las bachilleras del pueblo que la señorita Valvanera envió a estudiar a Huesca en los años sesenta. «Ángela Martín, por siempre La Gata», recordaban sus antiguas pupilas. Exigente  la describían  puntillosa, comprensiva, excelente transmisora de conocimientos… Y se les anegaban los ojos mientras leían y suscribían las sentidas palabras de despedida que le dedicaba Ánchel Conte:



A ÁNGELA MARTÍN CASABIEL IN MEMÓRIAM
tus palabras han sido rayo luminoso dándonos vida y hoy son luz muerta reflejada en nuestra vacía mirada
piedra es en los ojos tu silencio perdidos quienes te amamos en caminos sin regreso
dejo apagar la sangre que nada respire que todo languidezca
y en el dolor de tu voz robada quiero ahogarme hasta no ser sino boca sin palabras
corazón sin latido manos en las que no se agosta la viva roja rosa de tu ejemplo
de tu enorme humanidad que como reloj de nuestros días nos ha marcado el paso del tiempo

tu amor el que nos diste que para siempre continúa candente y nos alimenta

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Nebŭla

«Gris»: Sonia García


Baja de la cresta la mortaja acuosa con sus bordes marengos oxigenando la curvatura terrosa de las toperas y barniza de rutilante mojadura el voluminoso tronco escorado de la encina que, a modo de faro del tiempo, marca la entrada norte del Barrio entre tinieblas, allí donde Bascués, la cigüeña emérita, quebró su último vuelo herida de vejez sobre la hojarasca amarronada.

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