«Ártica»: Archivo personal
Desde la debacle, ninguno de los gatos que moran en el huerto de Marís y la veterinaria ha vuelto a arrimarse a la valla de madera que separa sus dominios del terreno colindante, propiedad de una pareja de maestros jubilados que residen en la Urbanización. Los mininos, que habían horadado bajo la cerca un pequeño pasadizo para ir de rondón a incordiar a las gallinas, hurtarles comida y obligar a Manolito, el gallo, a perseguirlos inútilmente, permanecen alejados del que, hasta anteayer, era uno de sus lugares favoritos de recreo. Dice Lucía, la dueña de las aves, que la actitud recelosa de los jóvenes felinos se debe a haber sido testigos de la tragedia que tuvo lugar al otro lado. De lo sucedido cabe suponer que el zorro que venía rondando los últimos meses los corrales del pueblo, logró acceder a la propiedad de Lucía y Pepe por la zona del talud de la acequia, la única parte del recinto donde quedaba un resquicio sin vallar. La certeza es que tres gallinas, de las cinco que vivían allí, fueron encontradas semidevoradas, y Manolito y las otras dos habían desaparecido. Queda constancia, por la cantidad de plumas desperdigadas y los restos orgánicos hallados en la parcela, que tanto el gallo como las titinas —así las llama Lucía— plantaron estéril batalla a su atacante y aunque Pepe, siempre optimista, no descarta que el gallo y las dos gallinas que faltan huyeran por el mismo lugar que usó el depredador para entrar, la posibilidad de que sobrevivieran es remota, más todavía tras asegurar Ezequiel, el viñador, que había visto no un raboso sino dos, macho y hembra, en las cercanías del hayedo, a escasos cincuenta metros de donde se emplaza el gallinero asaltado.