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Posts Tagged ‘Reino de Aragón’

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«Entre lo divino y lo terreno»: Archivo personal


A principios del siglo XVII, un número indeterminado de copias de un oscuro manuscrito escrito a finales del siglo XV y culminado en 1507 —donde se hace un prolijo listado de familias judías del Reino de Aragón que optaron por la conversión al catolicismo para evitar que se les aplicara el Decreto de los Reyes Católicos que las condenaba a ser expulsadas de España— adquiere tal relevancia por los datos sensibles que expone y en los que se ven reflejados y señalados linajes aragoneses cuyos miembros ocupan puestos eximios en los estamentos de poder, que la Diputación General del Reino, institución sobreviviente de la antigua Corona de Aragón que ya había examinado el oprobioso manuscrito en 1601, se ve impelida a solicitar, en 1615, amparo a Felipe IV de Castilla (III de Aragón) y a la propia Inquisición para que se censure y prohíba el infamante libelo que amenaza con socavar, como si de una cruzada se tratara, los pilares de la sociedad aragonesa que, a tenor de lo revelado en tales páginas, ostenta tantas máculas e impurezas en sus ancestros  —en su mayoría judeoconversos pero también moriscos—  que, de aplicarse los Estatutos de Limpieza de Sangre, no habría familia ni gremio que se salvara de purgas y anatemas.


El supuesto autor del manuscrito  —sobre el que los estudiosos no se ponen de acuerdo, considerando algunos que la autoría es anónima—, Juan de Anquías o Anchías, fue un allegado de la Inquisición que desarrolló su oficio en la Rioja y en las ciudades de Huesca y Lérida, así como en Zaragoza, población que abandonó al declararse la peste para acogerse en Belchite, lugar en el que, según asegura en el prólogo que quizás añadió a posteriori al manuscrito, «deliberé de hacer este sumario por dar luz a los que tuvieran voluntad de no mezclar su sangre limpia con ellos y se sepa de qué generaciones de judíos descienden los siguientes, para que la expulsión general de ellos hecha en España en el año 1492 no quite de la memoria a los que fuesen sus parientes». Parece ser, además, que esta insidiosa advertencia contra los linajes aragoneses de orígenes impuros, guarda relación con el asesinato en Zaragoza de Pedro de Arbués (1441-1485), Inquisidor de Aragón, que fue ejecutado por judeoconversos ante el altar mayor de la Seo zaragozana, dando lugar a una de las represiones más feroces que se recuerdan, a las que el censo de Juan de Anquías o Anchías, aún incompleto entonces pero bien detallado en las filiaciones anotadas, ayudó en la tarea.


El exhorto de los mandatarios aragoneses, dado el descrédito y la deshonra que suponía, pese a haberse redactado un siglo antes, el que ya era llamado Libro Verde de Aragón (en alusión al color de las velas de los Autos de Fe), tuvo cumplida respuesta a favor. En 1620, el Tribunal de la Inquisición decretó la prohibición de tenencia del manuscrito, su lectura, copia y propalación, realizándose, además, en 1622, en la plaza del Mercado de Zaragoza, la quema de cuantas copias del mismo fueron halladas.

El honor aragonés había sido, por fin, purificado por las llamas que, a la vez, habían arrasado con cualquier veleidad familiar pasada.

La celeridad de todas las instancias para deshacerse de un texto que ponía en la picota genealogías de importancia en la nobleza, la política y la membresía eclesiástica aragonesa, e incluso castellana, fue refrendada y alabada por el propio rey Felipe IV, que se dirigió por escrito al Inquisidor General en estos términos: «Por el Consejo de Aragón se me ha representado la diligencia y cuidado que habéis hecho poner en recoger el libro que llaman Verde en aquel Reyno. Agradescoos lo que habéis dispuesto en esto y por ser cosa de la calidad que es y convenir que no quede ni aun rastro del dicho libro, os encargo que hagáis continuar las diligencias tan apretadamente como conviene y lo espero de vuestro mucho celo.—Señalado de Su Majestad en Madrid, a 17 de Noviembre de 1623.—Al Inquisidor General».


En la actualidad, cinco copias del Libro Verde de Aragón   —de distintas épocas y en su mayoría incompletas—  se distribuyen entre el Archivo General de Valencia, el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Colombina de Sevilla, la Bibioteca del Colegio de Abogados de Zaragoza y la Biblioteca Nacional.

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«Alberca»: Archivo personal


Como si no hubieran sido suficientes las prebendas y posesiones de que disfrutaban las Órdenes Militares por los servicios prestados, les legó el Batallador el reino con ligereza impropia de un hombre cabal”, argumenta Manuel, andarín, ex-bibliotecario y estudioso de la Historia de Huesca, cuando el exiguo grupo de caminantes echa a andar hacia la alberca de Cortés, con el familiar y modernista puente de San Miguel transformado en kilómetro cero de la marcha.

Pese a la temperatura  cero grados a las siete y trece de la mañana—  Manuel, que en agosto cumplirá setenta y ocho años, únicamente lleva un ligero chubasquero sobre una camiseta de manga larga, finos pantalones de loneta hasta los tobillos y, en los pies, sus sempiternas sandalias de tiras cruzadas y suela neumática; sin calcetines. Como si fuera inmune al frío. Dejando en evidencia a sus acompañantes  —con ropa deportiva térmica—  de los que, por edad, podría ser padre y, en algún caso, abuelo.

El grupo festonea la margen derecha del río Isuela al ritmo de las zancadas del hombre mayor que, de vez en cuando, reduce la marcha para trazar, señalando con las manos, una línea imaginaria en el paisaje, delimitando las antiguas posesiones eclesiásticas donadas por los sucesivos reyes aragoneses y las heredades de otros prohombres de la Corte medieval en una época donde una de las preocupaciones de los monarcas era mantener el flujo de agua necesario para regar las extensiones de cultivo oscense, ampliando los recursos hídricos que habían dado renombre a la agricultura con la red de acequias construidas cuando la ciudad era gobernada por los sarracenos.

En 1134, en virtud del testamento de Alfonso I el Batallador, los Hospitalarios, los canónigos del Santo Sepulcro y los Templarios se convierten en los herederos del Reyno, no renunciando a los derechos que les correspondían hasta el reinado de Petronila, casada con Ramón Berenguer y constituida ya la Corona de Aragón. A cambio de esa renuncia, las Órdenes Militares recibieron diferentes posesiones en el Reino de Aragón, que fueron incrementando a lo largo de los años. Con la caída de los Templarios, la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén se convirtió en la encomienda con más propiedades en Aragón y Cataluña, creándose la Castellanía de Amposta, desde la que se gobernaban las tierras y haciendas hospitalarias que, además, gozaban de privilegios y exenciones fiscales.

Y esta alberca de Cortés”, señala Manuel aspirando profundamente al detenerse frente a ella, “fue mandada construir a finales del siglo XV por Diomedes de Vilaragut, máxima autoridad de la Castellanía de Amposta, que tenía su sede, por concesión real, en el palacio de la Zuda de Zaragoza. La terminaron de construir allá por 1501 y la calcularon para que pudiera contener medio millón de metros cúbicos de agua. Y aunque el objeto de la misma era la traída de agua a Huesca, los primeros beneficiarios fueron los propios sanjuanistas, cuyas posesiones se extendían por toda esta zona. No eran lerdos, no”. Vuelve a aspirar, como si quisiera absorber todo el oxígeno del entorno.

En el centro de la alberca se mece una solitaria focha mientras lo que parece una cerceta común permanece en el carrizal inundado de la orilla, junto a una pareja de patos silvestres.


Se avistan desde el sendero el puente de San Miguel y el torreón del convento de las Miguelas. El Isuela baja silencioso y regresan los paseantes bordeando el cauce.
Son las diez menos veinte de la mañana. En el acceso peatonal del puente se despide y dispersa el grupo. Manuel cruza el paso de cebra, se vuelve a saludar con la mano desde la acera contraria y, a buen ritmo, prosigue su camino por el Paseo de Lucas Mallada.

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«Mudéjar. Aljafería de Zaragoza»: Iván Villar


Saraqusta —la actual Zaragoza, llamada por los árabes Ciudad Blanca, por el color de sus edificios— tuvo el privilegio de ser, en fecha imprecisa de la segunda mitad del siglo XI, la cuna de uno de los más brillantes pensadores del medioevo, Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al Saig ibn Bayya, conocido como Avempace. Perteneciente a una familia de orfebres, fue político, filósofo, astrónomo, botánico, médico, físico, poeta, músico, y aglutinó a su alrededor a un sinnúmero de sabios andalusíes, cristianos y judíos en las frecuentes tertulias que se celebraban en el ornamentado Salón Dorado del espléndido palacio de la Aljafería —centro cultural, político y religioso de la medina— donde se discutían y celebraban todas las artes de la época así como renombradas justas poéticas, actividades clausuradas definitivamente cuando el rey aragonés Alfonso, el Batallador, conquistó, en la primavera de 1118, la taifa saraqustí, que se incorporó, tras siglos de gobierno musulmán, al Reino de Aragón, produciéndose la natural desbandada de la gran mayoría de ilustres que iluminaban con su sapiencia las penumbras peninsulares cada vez más oscurecidas por las guerras.


La toma aragonesa de Saraqusta supuso el fin de la estabilidad multicultural, ajena a cualquier fundamentalismo, en una ciudad que, en el año 714, había pasado de visigoda a musulmana sin derramamiento de sangre. La transformación derivada de la conquista cristiana empezó con la ocupación de los espacios de dominio andalusí por parte de aragoneses, navarros, catalanes, bearneses y aquitanos, quedando los mudéjares en los arrabales y los judíos en sus tradicionales aljamas, en situación precaria pese a las leyes a favor de estas dos comunidades que dictaron los sucesivos monarcas aragoneses, convertidas en papel mojado cuando, a partir del reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se procedió a la expulsión de los judíos, a la que seguiría, en tiempos de Felipe III, la de los moriscos descendientes de quienes no habían abandonado su ciudad amada cuando fue conquistada por las tropas conjuntas de Aragón y Bearn del Batallador.


Así pues, Ibn Bayya, que había ocupado el cargo de visir del gobernante de la taifa, huyó de la Zaragoza aragonesa en 1118, refugiándose primero en Játiva, donde fue encarcelado, y trasladándose después al sur peninsular, en un periplo que lo llevó por Almería, Sevilla, Granada y Jaén, dejando en todas esas ciudades la huella de sus conocimientos y un puñado de discípulos que propagarían el pensamiento del singular intelectual andalusí, que concibió un sistema astronómico sin epiciclos, con esferas excéntricas a la manera de Ptolomeo, modernizó la medicina, difundió la lógica aristotélica desvinculando la razón de la religión y creó y definió la estructura métrica del zéjel.

Tras abandonar la península Ibérica para instalarse en Orán, marchó posteriormente a Fez, ciudad en la que ejerció como galeno, práctica que le supuso enfrentarse a los médicos de la Corte, que organizaron, en el mes de Ramadán del año cristiano de 1138, su asesinato dándole a probar, tras la puesta del Sol, un guiso de berenjenas envenenadas. La desaparición de Avempace tuvo el efecto contrario al buscado por quienes le dieron muerte, pues su nombre y sus escritos no solo remontaron los tiempos sino que llegó a ser reconocido como el primer filósofo andalusí del racionalismo, el misticismo y el cientifismo, ejerciendo gran influencia en otros pensadores, tanto del ámbito musulmám como del cristiano. De Avempace se conservan en la actualidad ocho manuscritos distribuidos y guardados en las más importantes bibliotecas del mundo.


Como curiosidad —que no certeza ni refrendo— añadir que algunos estudiosos de música antigua han hecho hincapié en las muchas similitudes existentes entre los compases del actual himno nacional de España y una nubah compuesta por el sabio andalusí Avempace, concluyendo los musicólogos que tal vez no sea disparatado aventurar que el himno español proceda de la primitiva composición musical del gran erudito de la Edad Media.

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«Back Closet»: Siff Skovenborg


«El Rey Alfonso, […] ,a todos y cada uno de sus nobles, amados y fieles nuestros y sendos gobernadores, justicias, subvengueros, alcaldes, tenientes de alcalde y otros cualesquiera oficiales y súbditos nuestros, e incluso a cualquier guarda de puertos y cosas vedadas en cualquier parte de nuestros reinos y tierras, al cual o a los cuales la presente sea presentada, o a los lugartenientes de aquellos, salud y dilección. Como nuestro amado y devoto don Juan de Egipto Menor, que con nuestro permiso irá a diversas partes, entiende que debe pasar por algunas partes de nuestros reinos y tierras, y queremos que sea bien tratado y acogido, a vosotros y cada uno de vosotros os decimos y mandamos expresamente y desde cierto conocimiento, bajo pena de nuestra ira e indignación, que el mencionado don Juan de Egipto y los que con él irán y lo acompañarán, con todas sus cabalgaduras, ropas, bienes, oro, plata, alforjas y cualesquiera otras cosas que lleven consigo, sean dejados ir, estar y pasar por cualquier ciudad, villa, lugar y otras partes de nuestro señorío a salvo y con seguridad, siendo apartadas toda contradicción, impedimento o contraste. Proveyendo y dando a aquellos pasaje seguro y siendo conducidos cuando el mencionado don Juan lo requiera a través del presente salvoconducto nuestro, el cual queremos que lleve durante tres meses del día de la presente contando hacia adelante. Entregada en Zaragoza con nuestro sello el día doce de enero del año del nacimiento de nuestro Señor 1425. Rey Alfonso.»
—Documento extendido, en calidad de salvoconducto, por Alfonso V de Aragón para que el gitano Juan de Egipto Menor y sus gentes puedan viajar libremente por los territorios de la Corona—


El 12 de enero de 1425 quedó documentada, con parabienes incluidos, la entrada de los primeros gitanos en los territorios de la Corona de Aragón. Apenas ochenta y cinco años después, en 1510, los Fueros del Reino recogían idénticas medidas represoras que las promulgadas por la Pragmática de 1499 de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón: «Se les concede un plazo de sesenta días para salir del reino y a los que sean hallados se les castigará con cien azotes y destierro a perpetuidad; la segunda vez se les cortarán las orejas, permanecerán sesenta días encadenados y sufrirán destierro. Los apresados por tercera vez pasarán a ser esclavos por el resto de su vida».

A partir de esa fecha —y con brevísimoss períodos de tutelaje paternalista por parte de los gobernantes— comienza la represión brutal contra un grupo que se ve obligado a sobrevivir en una sociedad hostil, en absoluto diferenciada de las que acogen al resto de los gitanos extendidos, desde las regiones hindúes de Punjab y Sinth —de las que eran originarios—, por toda Europa.


«Tomo consciencia de los siglos recorridos y me digo: No han podido con nosotros. Aquí estamos. Aquí seguimos tirando los unos, los conscientes, de los otros, los resignados. Aquí y allá, aun desde el silencio, seguimos elevando la voz, no para quejarnos, únicamente, de las injusticias del pasado y del presente, sino para demostrar que nuestro empuje es también necesario en las sociedades donde nos hallamos integrados. Para que tanto sufrimiento de los nuestros no haya sido vano».- Barsaly H. (1938-1999), activista gitano.


NOTA

Sastipen thaj mestipen es una expresión en rromanés que significa Salud y libertad.

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«Castillo abadía de Loarre»: Archivo personal


Una lanzada entre los ojos, a través de la abertura del yelmo, terminó con la vida y el reinado de Ramiro I, primer monarca de Aragón. El deceso está datado en la villa de Graus, el 8 de mayo de 1063 ó 1064, en plena batalla entre las tropas aragonesas y las del rey Al-Muqtadir de Saraqusta, que combatía contra el de Aragón con la ayuda del rey Fernando I, conde de Castilla y rey de León —hermano de Ramiro—, cuyo hijo, Sancho, se hallaba al frente del ejército castellanoleonés.

A Ramiro I de Aragón, la historiografía lo ha señalado como hijo ilegítimo de Sancho el Mayor de Navarra, condición que resaltan la mayoría de sus biógrafos. con la excepción, entre otros, de Antonio Durán Gudiol, que achaca a la animosidad castellana de la época y a las tensas relaciones fraternas de los hijos del rey navarro —que llegaron a enfrentarse en el campo de batalla en diversas ocasiones— la atribución de bastardía. Así, Durán Gudiol determina que Ramiro, nacido en 1020, fue el menor de los hijos varones del rey navarro Sancho el Mayor y su legítima esposa Munia de Castilla, mientras quienes defienden la ilegitimidad del aragonés dan como probable fecha de nacimiento el año 1006 y como madre a Sancha de Aibar, noble dama y amante del rey pamplonés antes de su matrimonio con Munia.

Francisco Bautista, estudioso de las Crónicas Najerense [*] y Silense, asevera que, amén de los pertinentes ajustes de cuentas castellano-leoneses con los reyes de Aragón, la supuesta ilegitimidad de Ramiro I suponía una circunstancia muy conveniente a las aspiraciones de Alfonso VII de León y Castilla que, como descendiente de Sancho el Mayor, pretendía hacerse con las tierras aragonesas que antaño habían formado parte de los feudos navarros, sobre todo, teniendo en cuenta que el rey aragonés —que también lo era de Pamplona— Alfonso el Batallador, nieto de Ramiro I, había muerto sin descendencia y había legado, en su testamento, sus feudos “a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo y a todos sus santos. Y con buen ánimo y espontánea voluntad ofrezco a Dios, a la Virgen María de Pamplona y a San Salvador de Leyre, el castillo de Estella con toda la villa […], dono a Santa María de Nájera y a San Millán […], dono también a San Jaime de Galicia […], dono también a San Juan de la Peña […] y también para después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén […] todo esto lo hago para la salvación del alma de mi padre y de mi madre y la remisión de todos mis pecados y para merecer un lugar en la vida eterna…

Obviamente, los nobles aragoneses se apresuraron a incumplir tan estrambótico testamento y sería un hermano del Batallador quien ceñiría la corona, evitando cualquier posible reclamación castellano-leonesa. Habrían de transcurrir unos siglos hasta que una dinastía castellana, la de los Trastámara, sentara sus reales posaderas en el trono por el que tantos suspiraron.






NOTA

[*] La Crónica Najerense cuenta que a Ramiro, supuesto bastardo del rey Sancho, se le otorgaron las tierras aragonesas por su gallardía en la defensa de la virtud de la reina doña Munia, esposa de su padre, a quien sus propios hijos acusaron de adulterio:

“[…]Que hijo mas verdadero reparó la honra mía
Doyle el Reyno de Aragón para después de mi vida.
Luego el Rey hizo lo mismo porque muy bien le quería.
Assí fue Rey don Ramiro, por su bondad y valía
De los Reynos de Aragón, donde mucho lo querían[…]»

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«Mallos de Riglos»: Fernando Cruz Bello


Del castillo de Marcuello sólo resta, ruinoso, el lienzo norte de su donjón, precariamente erguido en el elevado espolón que domina una fantástica panorámica que disfrutan los señoriales buitres leonados y los incansables aviones roqueros, bajo cuyas alas extendidas discurre  festoneado de mallos, fils [*], carrascas, bojedales, erizones—  el Gállego, el río que nos lleva.

Y en ese castillo, con su impresionante torre medieval de cuatro pisos y once metros, hoy fenecida, moró y gobernó doña Berta, reina de Aragón y Pamplona al matrimoniar con Pedro I y, una vez viuda, soberana del Reino de los Mallos merced a la generosidad de su cuñado y sucesor de Pedro, Alfonso I el Batallador.

Habíanse casado Berta y Pedro en la recién consagrada catedral de Huesca —antigua mezquita de la musulmana Wasqa— el 16 de agosto de 1097. Como dote para su esposa, el rey Pedro le había concedido los lugares de Agüero, Murillo, Riglos, Marcuello, Ayerbe  todos junto al río Gállego, Sangarrén y Callén  a orillas del Flumen—   y la almunia de Berbegal. En 1105, a la muerte de su marido, con quien no tuvo hijos, y con el Batallador en el trono aragonés, instalose la reina viuda en las posesiones cedidas, deviniendo estas en Reino de los Mallos, en homenaje a las extraordinarias formaciones geológicas verticales que se levantan, espléndidas y retadoras, sobre el río Gállego. Y en ese reino (de los Mallos) dentro de otro reino (Aragón) vivió doña Berta hasta 1111, fecha que unas fuentes señalan como la de su muerte mientras otras creen que regresó a su país, Italia, o que se difuminó discretamente en la Corte aragonesa. En cualquier caso, ni crónicas ni leyendas volvieron a referirse a ella ni al singular reino que las gentes de la Galliguera rescataron de la historia con el río como imponente vertebrador del pasado y el presente.


Y aquí estamos, río que lames el Reino de los Mallos e impulsas el futuro de sus gentes. Aquí estamos. Como siempre. Desbrozando tus orillas; clamando contra la desidia de quienes te envenenaron con lindano; asegurando la longevidad de tus senderos; protegiendo tu hábitat; alzando el pendón de tu dignidad, que es la nuestra; mirándote y amándote y celebrando contigo la victoria final contra quienes durante más de tres décadas pretendieron estrellar en el hormigón de su salvajismo tu bravura y nuestros sueños.

Ayer, hoy, siempre: RÍOS VIVOS. PUEBLOS VIVOS.


ANOTACIÓN

[*] Se conoce como Os fils (las hojas) a unas formaciones rocosas cuya erosión, por capas, produce el efecto visual de láminas de hojaldre.

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«Petronila I de Aragón, (detalle)»: Archivo personal


«No pienso que galera o bajel o barco alguno intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco creo que pez alguno pueda surcar las aguas marinas si no lleva en su cola un escudo con la enseña del rey de Aragón».- Crónica de Bernat Desclot, siglo XIII.


Cuando en 1137 se acordó el matrimonio bajo el régimen jurídico aragonés llamado casamiento en casa—  de la pequeña Petronila, hija y heredera del rey Ramiro II de Aragón, con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, se sentaron las bases de la que, hasta el siglo XVIII, sería denominada Corona de Aragón, potencia de primer orden, con especial significación en aguas del Mediterráneo —denominado Mar Aragonés en la época de esplendor de la Corona—,  que estuvo formada por el Reino de Aragón, los condados de Cataluña y posesiones adscritas al condado de Barcelona, los Reinos de Mallorca, Valencia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles y los ducados de Atenas y Neopatria.

Ramiro II, padre de la heredera al trono de Aragón, en las capitulaciones matrimoniales de la futura reina Petronila I, no dudó en dejar pactadas sus intenciones, no cediendo a su yerno ni la dignidad ni el título de rey —salvo que Petronila, reina propietaria, falleciera sin descendencia—, que sí heredaría Alfonso, su nieto y primer rey de la Corona de Aragón, hijo de Petronila y Ramón Berenguer.


Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y consorte de Petronila I, fue intitulado Príncipe de Aragón y, como tal, ateniéndose a los deseos de su suegro Ramiro II y a los Fueros de Aragón, administró hábilmente y amplió el reino aragonés hasta su muerte, acaecida en 1162, legando a su hijo primogénito el condado de Barcelona. En 1164, Petronila I otorgó testamento —ratificando el que ya había firmado en 1162— instituyendo formalmente como heredero del Reino de Aragón al primero de sus hijos, el ya conde de Barcelona, retirándose de la vida pública. Nacida en Huesca, el 29 de junio de 1136, la reina aragonesa falleció en Barcelona, el 15 de octubre de 1173. Fue la última monarca del Reino de Aragón, como feudo individual, y la transmisora de la dignidad real que posibilitaría la unificación de distintas tierras y sus singularidades diversas, bajo la férula de la Corona.

Alfonso II, el Casto. Pedro II, el Católico. Jaime I, el Conquistador. Pedro III, el Grande. Alfonso III, el Liberal. Jaime II, el Justo. Alfonso IV, el Benigno. Pedro IV, el Ceremonioso. Juan I, el Cazador. Martín I, el Humano. Fernando I, el Honesto. Alfonso V, el Magnánimo. Juan II, el Grande. Fernando II, el Católico. Fueron los monarcas que, desde el siglo XII al siglo XVI, dirigieron, gobernaron, guerrearon y expandieron la Corona de Aragón.


Los diferentes territorios que conformaban la Corona mantuvieron sus peculiaridades, lenguas, leyes y privilegios hasta la subida al trono del rey de España Felipe V de Borbón, contra cuyos partidarios lucharon en la Guerra de Sucesión, apoyando la candidatura al trono de España del archiduque Carlos de Habsburgo, segundo hijo del emperador Leopoldo de Alemania.

El primer rey Borbón, consciente de tener el enemigo en casa, se vengó de aquellas tierras díscolas, que se habían opuesto a su entronización, firmando los Decretos de Nueva Planta, que ordenaban la supresión de las fronteras arancelarias, los fueros y todos los privilegios de los territorios que, durante siglos, formaron parte de la Corona de Aragón, pasando a regirse, desde ese momento y por mandato real, aunque no sin resistencia, por las leyes de Castilla.


De aquel pasado común de los territorios de la Corona queda, en la actualidad, la impronta del Signum Regni Nostri, las barras aragonesas que todavía conforman las banderas de Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana y Baleares, aun cuando determinado revisionismo histórico haya propiciado el ocultamiento y la tergiversación del pretérito compartido.



ANEXO



NOTA

El retrato de cuerpo entero, e idealizado, de la reina Petronila I, que ilustra el artículo, fue pintado por Manuel Aguirre Montálvez (1822-1859) y se halla en la Diputación Provincial de Zaragoza.

 

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«El silencio del callizo»: Archivo personal


Recorre el silencio los callizos que la noche hace temibles y el día pintorescos. Tal vez sueñan las piedras de los edificios, dormidas en argamasa, con las manos que las cosquilleaban, impulsivas, hasta lacerarse las yemas de los dedos con el tosco y apreciado roce de su arenilla. Aún corretea la historia por esos adoquines rehechos bajo cuya geometría se compacta la tierra de siglos, que tapona el pretérito escorándose hacia las costanillas adyacentes y sus empinados escalones erosionados, con los recios y herrumbrosos barandales sirviendo de apoyo inveterado a los jadeantes cuerpos de notables y plebe, de turistas contemporáneos y errabundos sin prisas, capaces de entrever los últimos, entre las neblinas de los tiempos, la enjuta figura de Moshé Sefardí, médico, astrónomo y recopilador de cuentos, con el gorro capiello ladeado, avanzando por el callizo, con ágiles zancadas, en dirección al Palacio Real, abrazando contra su pecho media docena de pergaminos, multitud de veces raspados y vueltos a usar, para mostrar a su rey y señor, el reverencialmente llamado Batallador, a quien el estudioso judío, pronto converso, tanto debe y a cuya llamada acude, presto y fiel, tras las reiteradas escaramuzas de la población cristiana de la medieval Huesca contra la Judería de la ciudad. Restan pocos meses para que el sabio hebreo, tocado por tantas deferencias del monarca aragonés, reniegue de la fe judáica y se convierta en el cristianísimo Pedro Alfonso, polemista antijudío, y uno de los más reconocidos astrofísicos y escritores del medioevo nacidos en la capital del Alto Aragón.

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«Detalle de una pintura de Montearagón»: Archivo personal

 

Cuenta la leyenda que bastaron ocho días de niebla prieta para que los constructores al servicio del rey Sancho Ramírez levantaran la amenazante mole del castillo de Montearagón, erguido sobre un cerro, a apenas cinco kilómetros de Wasqa[1], la fortificada madinat[2] árabe, sultana soñada por los aragoneses, que ansiaban su sometimiento, fundamental para proseguir, a espada y sangre, la conquista de Saraqusta[3] y de todo el Valle del Ebro.

Los primeros tapiales de la atalaya se edificaron, provocativos, frente a la conocida como ciudad de las cien torres, a finales de abril de 1086, para albergar al bien equipado ejército del joven reino de Aragón —deudo del navarro— nacido en los Pirineos, junto al río que le daría nombre. No ocho días sino tres años después, aquel baluarte soberano, que los habitantes de Wasqa contemplaban con curiosidad y cierta aprensión, conformaba ya una villa ocupada por soldados a los que se unieron los monjes agustinos que moraban en la espléndida abadía, dotada por el rey de tan altos privilegios que llegó a ser el monasterio-abadía más importante del reino.

«Aquel potro tomará esta yegua», auguraban, pesarosos, los alfaquíes[4] de la Wasqa asediada y tan extraordinariamente protegida por su muralla romano-musulmana que fueron diez los años de inútiles acometidas aragonesas sin que la orgullosa madinat cediera. Tuvo que sucederse, en 1096, una ferocísima batalla, extramuros de la ciudad, para que, una vez derrotada la confederación de ejércitos cristiano-musulmanes que defendían el honor de aquella altiva reina mora amurallada, la madinat de Wasqa accediera a abrir sus inexpugnables puertas a aquellos montañeses que la demandaban como botín de guerra.

 

…y aquel potro de piedra, herido por novecientos treinta y tres años de sacudidas del tiempo, aún mira, ahora decrépito y entrañable, a la yegua oscense que, admirada y conmovida, lo columbra al otro lado de la acostumbrada boira pertinaz.




NOTAS

[1] Denominación de Huesca durante su pertenencia a Al-Ándalus.
[2] Nombre árabe para ciudad.
[3] Denominación de Zaragoza durante su pertenencia a Al-Ándalus.
[4] Entre los musulmanes, doctores o sabios de la ley.

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