«Trees in mist / Árboles en la niebla»: Aztlek
Antes de que la boira tome posiciones en cada rincón del Barrio, se la ve, vestida de gallinazo [1], sobre la pardina Furtasantos [2], envolviendo las ruinas de piedra toba de la que un día fuera Casa Cucharero, junto a la peligrosa bajante [3] que desemboca en el río, escenario, tantos inviernos níveos, de trepidantes y prohibidos descensos —sobre sacos de plástico, a modo de trineos— que, en la mayoría de las ocasiones, terminaban con magulladuras y, de ciento a viento, alguna brecha o un hueso roto. El Gran Esbarizaculos [4], llamaba la chiquillería, con respeto, a tan atrayente como temida ladera. Fuera del alcance de las miradas adultas y contraviniendo cualquier proscripción, las criaturas se deslizaban boca abajo, entre punzadas de euforia y miedo, con el rostro congestionado y la lengua adherida al cielo del paladar, encaradas hacia la orilla del río, que parecía alzar unos imaginarios brazos pedregosos anunciando el batacazo; solo la pericia del ‘conductor’ y sus buenos reflejos para rodar hacia un lado segundos antes del ‘aterrizaje’, impedían que el divertimento tuviera consecuencias desastrosas.
NOTAS
[1] En aragonés, niebla calima.
[2] Id., Furtasantos significa, literalmente, “ladrón de santos”. Parece ser que el nombre de la pardina hace referencia a un pastor de Casa Cucharero que era natural de Javierrelatre, localidad cuyos habitantes reciben ese apodo. Según cuenta la leyenda, los vecinos de Javierrelatre querían llevar a su pueblo una imagen de la Virgen de los Ríos encontrada en un monte de la vecina localidad de Aquilué, pero cada vez que la cogían para llevársela, los aprendices de ladrones se dormían. La Virgen, naturalmente, se quedó en territorio de Aquilué, pero ello no evitó que los de Javierrelatre fueran llamados, a partir de entonces, furtasantos.
[3] Id., pendiente muy acentuada.
[4] Id., tobogán.
Me imagino a los críos tal como describes que bajaban y se me encoge el estómago. Muchos ángeles de la guarda intervendrían para que no sucediera una tragedia en esa bajante.
Saludos.
JBernal
En la infancia se acometen acciones que solo pueden ser comprendidas desde la perspectiva de la propia niñez, donde el concepto de peligro está muy difuminado y se tienen iniciativas alocadas que, vistas con ojos de adulto, estremecen.
Saludos.
¿Quién no ha hecho trastadas de niño? puedo imaginarme ese Esbarizaculos (me encanta el «palabro») retando a la chavalada. Unos bajarían por valor y por la búsqueda de emociones, pero supongo que otros, si acaso más acobardados, bajarían para no ser señalados como el cagueta de la pandilla. Con valor o sin él, la destreza había que demostrarla. Pese a ello, intuyo que han quedado muchas cicatrices como recuerdo de esos batacazos juveniles. Un abrazo y encantado de aprender palabras nuevas, desconocidas para mí.
Sería difícil discernir, pasado el tiempo, qué motivaciones distintas al mero divertimento empujaban a la grey infantil por aquella ladera nevada, pero no creo que ninguna criatura de las que allí se congregaban se quedara sin su ración de esbarizaculos al menos una vez, porque el simple hecho de mirar a quienes por allí se deslizaban invitaba a guardarse el miedo en el bolsillo y a dejarse caer con mayor o menor pericia.
Otro abrazo.
Todo lo que cuentas me resulta sumamente familiar. En mi pueblo también había un Esbarizaculos, solo que en lugar de acabar a la orilla del río su final era una especie de canal de riego (siempre seco) lleno de zarzas. Me ha encantado.
Buena tarde.Salud.
Tienes la ventaja de haber vivido en ese ilimitado parque de juegos que es el mundo rural, lleno de lugares donde dejar volar la imaginación… y el cuerpo. Qué buenas e irrepetibles vivencias infantiles.
Salud.
Es que los niños son de goma.
Yo recuerdo la de cosas que hacía cuando niña, parecidas a estas que cuentas, y ahora mismo me digo «si lo intento ahora, me mato» jijiji.
Qué bonito es alimentar el alma con esos recuerdos infantiles que nos transportan a una época, a un lugar, a una estación y a una etapa tan bonita de nuestras vidas.
Gracias por contarlo de tal manera, que me hiciste estar allí como si fuera yo ahora mismo la que se lanzaba de cabeza con la la lengua adherida a cielo del paladar. :-)))
Besos.
P.S: Ni te imaginas la de palabras nuevas que aprendo visitando tu blog. Hoy también.
En la adultez, ni el cuerpo ni la mente acompañan para repetir las «hazañas» infantiles que solían dejar algunos morados. Pero siempre queda el recuerdo de aquellas sensaciones únicas de cuyos peligros no se tomaba consciencia. Qué feliz inmadurez aquella de tantos descubrimientos y travesuras…
Celebro que añadas nuevas palabras a tu álbum; alguna vez ya he comentado que en muchas zonas aragonesas aunque se hable castellano hay palabras de la lengua propia que se utilizan sin traducción.
Más besos.
¡¡Para estozolarse oiga!!
Alguna mala caída hubo, pero ya sabes la capacidad que tiene el cuerpo infantil para recomponerse en un pispás.
¿Las niñas no bajaban a «rastraculos» por ahí? ¿Solo los niños?
Buena, merecida y ajustada pulla que me ha hecho revisar (y adecuar) el lenguaje del texto. No a rastraculos (buena palabra), porque se bajaba boca abajo, niñas y niños, indistintamente, se lanzaban por la ladera.
No se trataba de una pulla, pues en mi infancia teníamos las niñas muchas actividades restringidas por una razón muy simple: llevábamos falda. Y con falda, en andanzas de esas se enseñaba la ropa interior, con gran jolgorio de los niños.
A «rastraculos» bajaba yo la escalera de mis abuelos maternos, que tenía el borde de los escalones redondeados.
Ese «deporte» de bajar las escaleras con el culo a rastras también se practicaba mucho.
Creía que lo decías por haber utilizado el masculino «chiquillos», que transmuté en «criaturas» porque me pareció una palabra más adecuada.
Lo normal es que las niñas llevaran pantalones, más que nada porque al esbarizaculos se iba tras una copiosa nevada, como si se tratara de una pendiente para trineos, salvo que se utilizaban sacos de plástico vacíos de los que servían para contener semillas o granulado para los animales.
La parte más antigua de nuestros cerebros todavía nos sigue preparando para una vida cargada de adrenalina, sin saber que ahora los peligros que nos acechan son otros bien diferentes. Eso demuestra lo lenta que va la evolución comparada con nosotros.
En la niñez, el mundo se ve de otra manera y se interactúa con el entorno sin dobleces. Se teme a lo desconocido e intangible pero no a la geografía familiar que se recorre habitualmente.