«Cigüeñas»: Luis Mateo Doblado
Baña la luz el monolito de aristas irregulares que contiene la arqueta con las cenizas entremezcladas de la abuela Nené y el abuelo Lájos, en la zona del jardín donde maman Malika cultiva sus plantas de temporada, frente a la colina de Saint-Nazaire, con la catedral dominando callejas, parques y avenidas.
Al otro lado de los setos que delimitan el minúsculo verdor de la trasera de la casa, se yergue, veterano y destartalado, el Árbol de las Cigüeñas, con su sempiterno nido oscilante que las aves reconstruyen a mediados de marzo y deshabitan en octubre para jolgorio de gorriones y palomas que se apelotonan en él despreciando la estabilidad de otros árboles cercanos y frondosos. “Ese nido es un peligro. Debemos avisar para que lo retiren”, le dice, una vez más, madame Lerner, la vecina, a maman Malika. Y juntas contemplan el alto nidal pero no hacen nada.
Cerca de la estela funeraria, Étienne y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, subidos en sendos taburetes, repintan de verde bosque los postigos de la puertaventana del salón comedor. En el interior, a la derecha de la puertaventana, en una vitrina esquinera, luce, abrillantado en su soporte, el viejo violín de arce del abuelo Lájos con el arco de Pernambuco recostado sobre la balda acristalada.
Mirando al jardín —en los dos butacones de florecillas lilas, junto a la mesita redonda baja donde reposa la pecera de las tortugas— se sentaban los abuelos, con las manos entrelazadas y en silencio. A veces, el abuelo tomaba su violín y tocaba una y otra vez sus csárdás mientras la abuela Nené seguía el ritmo con las palmas y los nietos más jóvenes y alguno de los bisnietos danzaban en el vestíbulo procurando hacer el mínimo ruido para no desbaratar aquel momento mágico e íntimo que se desarrollaba en el salón. Entonces el abuelo Lájos se desprendía de la barbada que protegía su cuello del roce de la madera del instrumento y, sin dejar de tocar, se encaminaba al vestíbulo y, rodeado de la chiquillería, desgranaba rápidos compases en pizzicato que hacían vibrar suelos, paredes y objetos hasta que maman Malika aparecía y fingía quejarse de semejante algazara. “Papá, descansa un poco. Y vosotros id a jugar por ahí y no molestéis a los abuelos, que sois peor que un terremoto”.
Envejecieron los hijos y crecieron los nietos; llegaron los bisnietos y hasta dos tataranietos. Y se desperdigaron. Acabose la trashumancia de los meses laboriosos de antaño que culminaba con la rentrée a la casa de Béziers, tantas veces ampliada y remodelada para acomodar a la incrementada tropa de mocosos y mocosas.
Quedose el pasado tenebroso al otro lado de las memorias y se instaló, sin ángulos oscuros, la dicha en los rincones donde todavía moran, lozanos, los recuerdos.Y, de vez en cuando, vuelven, también, la música, los juegos y las risas. Como regresan las cigüeñas a su árbol en el jardín contiguo a aquel donde reposan, en unión eterna, Nené y Lájos
Me ha gustado el corto relato de aire nostágico, bien ambientado y pausado.
No me gustan en cambio las cigüeñas, pero esa es otra historia
Las señoriales cigüeñas poseen, como otros muchos seres vivos, un lado menos amable y poético que solo se descubre cuando se observan determinados comportamientos.
Después de leer este bonito relato, he recordado una anécdota que me ocurrió en Broto, en peno invierno observo una pareja de «cigüeñas» sobrevolando el río Ara, pregunté en el pueblo y de dijeron, fíjate en su cuello, no son cigüeñas son garzas y anidan en un resguardo que tienen en Torla.
Ya en verano volví a ver otras aves que no conocía, eran cormoranes, se aprovechaban especialmente de la piscifactoría que había en el río, tuvieron que poner una red en lo alto para evitar los estragos que estas aves causaban.
Uf, qué tentación para los cormoranes y también para las garzas tener allí mismo un proveedor de peces bien a la vista. Hasta hace nada, se incluían las garzas y las cigüeñas en la misma familia pero son muy diferentes, incluso en el vuelo; y ese penacho en la cabeza de la garza real la hace inconfundible, aunque supongo que lo que tú verías serían garcetas blancas, que no tienen penacho.
Cigüeñas, cormoranes y garzas tienen en común que son especies que se adaptan bien al mundo trastornado que hemos creado pero se han multiplicado hasta llegar a ser un problema. Creo que sus poblaciones deberían ser controladas (especialmente los cormoranes) pero esa posibilidad indigna a algunos ecologistas teóricos que bloquean cualquier paso en ese sentido.
En la zona done vivo, la problemática está en la invasión de estorninos. Con las cigüeñas existe, a nivel de Comunidad, una planificación puntillosa, entre otras cosas porque son aves que, desde hace muchos años, residen de forma permanente en varias comarcas y, como consecuencia se lleva un control de anidaciones, con traslado de nidos cuando los construyen en lugares no señalados por los protocolos establecidos.
Te ha quedado una histori preciosa en la que es fácil imaginar a todos reunidos en torno a ese violín. Instrumento mágico donde los haya, está entre mis preferidos, aunque nunca lo vi de esa madera. Imagino que su música sería como un sirope.
Ando muy atareado con el trabajo, y como estoy sentado frente a una pantalla durante horas, prefiero entretenerme con otras cosas y por eso no estoy visitando los blogs con la frecuencia que me gustaría. El mío también anda más parado de lo que quisiera, pero de momento toca remar en la empresa. Puede que esto se prolongue varios meses, el tiempo lo dirá.
Ese violín en concreto es, para esa familia mucho más que un instrumento musical; es símbolo de vida y supervivencia, de unión y recuerdo permanente de quienes ya no están. Es el alma del nido.
No te preocupes por la frecuencia del visiteo, ya sabes que los días del verano andan despendolados y se viven con más traquetreo.
Que no te canses mucho en el trabajo y disfruta de los momentos de asueto.
Hermosa historia e interesantes enlaces, como siempre, que complementan ese cariño y el símbolo que suponía el violín para Nené y Lájos. Hace poco más de un mes contemplé muchos (pero muchos) nidos de cigüeñas en un enjambre de paneles solares por la N-III en un espectáculo increíble. Me hubiera gustado detenerme para hacer algunas fotos, pero no viajaba solo y se paso el momento, una pena. Un abrazo.
Fueron pareja durante setenta y dos años y la música de ese violín siempre estuvo ahí, en los momentos más duros y en los felices, y, aunque ya no están físicamente y el violín enmudeció hace trece años, el espiritu de Nené y Lájos sigue vivo en esa gran familia que fundaron y en esa casa que siempre será el nido al que regresar.
Esa estampa de paneles solares convertidos en cigüeñeros ha de ser impresionante; las colonias de cigüeñas siempre llaman la atención y más cuando construyen sus nidos en lugares tan sorprendentes.
Cuidate ese hombro.
Cordialidades.
¡Que bonito!
(Solo puedo decir eso, has descrito perfectamente el ambiente que se debía respirar allí)
Es una casa con alma, como si los espiritus de los abuelos permanecieran en ella para velar por sus descendientes.
¿Quieres creer que no he visto nunca un nido de cigüeñas? Bueno, lo creerás, porque lo he dicho muchas veces…
Pues se supone que esta época es golosa para la sigüeñas migratorias. Seguramente, algún nido habrá, aunque no lo hayas vsto.
Una historia preciosa y, sobre todo, muy bien contada.
De paso he visto la catedral de Béziers que me ha gustado mucho.
Espero que no se decidan a tirar el nido, tiene mucha vida!!
La catedral es preciosa; toda la ciudad, que mantiene sus hechuras medievales, lo es. De momento el nido sigue ahí, con las cigüeñas apoltronadas, aunque es posible que, cuando sus moradoras emigren, desaparezcan también el nido y el árbol.
Muy emotivo. Ver esas tropas de niños es ver el futuro jugando, un futuro feliz que uno desearía que jamás perdiese el tesoro de la inocencia.
Tal vez esa cigüeña desde allá arriba, desde su nido más alto, puede atisbar ese futuro antes que nosotros, o tal vez sube a ver si percibe el pasado que han dejado los abuelos por el otro lado
Abrazos, cuidate
Esa familia de cigüeñas tiene un otero privilegiado aunque inestable y es poco probable que, cuando regresen el año próximo, encuentren el nido y el árbol que, durante años, ha presidido los juegos infantiles a sus pies.
Otro abrazo.
Una maravilla de relato, de esos que llenan y reconfortan, que ponen una sonrisa en la cara y en el alma.
El espíritu de Nené y Lájos vivirá eternamente y flotará en el ambiente como el eco de las melodías de ese violín que tanto vivió y sintió la algarabía en torno a la familia.
Yo terminé la Carrera de Piano y mi vínculo con la música es muy fuerte, no a nivel profesional sino personal y familiar. Entradas como éstas son un remanso de paz que me hacen levitar. ¡Gracias Una mirada!
Un beso.
Cuando, como en tu caso, se sienten/se viven los sonidos gratos que transmite un instrumento, el tiempo se detiene en esos instantes; hablan las notas y los compases sin necesidad de palabras y da la sensación de que el piano o el violín tienen vda independiente y sentimientos propios.
Otro beso.