«Photoart»: Teddynash
A la abuela Nené se le escapan los recuerdos entre las rendijas de sus probables noventa años que la familia celebra cada primero de enero, en una fecha elegida a ciegas que consta en la vieja documentación proporcionada por la Cruz Roja al finalizar la segunda guerra que devastó Europa. Aquellos papeles perlados de imprecisiones, salvadoras mentiras y olvidos conscientes convirtieron a la abuela Nené, al abuelo Lájos y a sus cuatro hijos —posteriormente nacerían otros cuatro más— en ciudadanos franceses. “Mi primer hijo nació en España, los otros tres en Suiza y los siguientes en Francia”, dice rápidamente, como si se tratara de una lección memorizada, mientras Maritza toma nota en una delgada libreta de tapas ambarinas.
Maritza es periodista freelance y, al igual que la abuela, de origen portugués, aunque residente en Leipzig. Llegó a Béziers, donde reside la abuela Nené, avalada por Tony Gatlif, sobrino lejano de la abuela, para documentarse sobre la vida de los gitanos europeos durante la guerra. “Desde que murió mi padre, mamá se ha ido apagando”, confiesa Malika, la hija que cuida de ella. “Ni siquiera le hemos dicho que mi hermano mayor, Barsaly, ha muerto… Muchos días, al despertar, le cuesta reconocerme… Me mira sin verme realmente. Pero jamás se olvida de mi padre… Todas las mañanas me pide que la saque al jardín donde está el monolito con las cenizas de su marido. Allí se sienta y se queda traspuesta hasta que la obligo a entrar en la casa… “.
Maritza fotografía las paredes del cuarto de estar, donde se acumulan las imágenes familiares. Hijos. Nietos. Bisnietos. Tataranietos. Muros de historia con rostros congelados en momentos únicos que ella, Poupchen, la abuela Nené, va olvidando como si jamás hubieran existido.
Es curioso lo que puede marcar el amor a algunas personas que llegados a un punto no sean capaces de recordar ni reconocer a nadie que no sea la persona amada.
Ciertamente, Leodegundia. Hay amores cuya llama permanece encendida mientras queda un resquicio de vida en el/la amante superviviente.
Tanto que cuesta olvidar cuando así lo deseamos y luego, sin querer, fácilmente olvidamos…
)0 años dan para tanto…
Abrazos
A veces, la vejez fragmenta, silenciosamente, los recuerdos hasta convertirlos en retales irreconocibles de la propia existencia. Queda -así lo espero- la fragancia perenne de los momentos dichosos.
Otro abrazo, Trini.
Como ha dicho Leodegundia, cuando a las personas se les escapan los recuerdos, siempre lo hacen de forma gradual y los últimos que quedan en su mente son los más importantes para ellas. Aunque en algunas ocasiones resulte soprendente para los demás comprobar esta escala de importancia.
En el caso que nos ocupa no es sino una ratificación del profundo amor que la unió a quien fue su pareja casi setenta y dos años.
Digo lo mismo que dani en el comentario al post «Poupchen»: tremenda y preciosa historia de la abuela Nené y el abuelo Lajos.
Te deseo a ti y a tus lector@s mejores momentos en el 2013 que los vividos en el 2012, si nos dejan…
Un abrazo.
El deseo es recíproco, querida.
A vueltas con las edades, nombres y demás bagatelas recuerdo una anécdota ocurrida en Canaima (Venezuela) en época anterior a una de las elecciones presidenciales que nos contaban a los turistas.
Sinceramente, como conocí a los nativos, creo que puede se totalmente real.
Varios miembros del gobierno se acercaron a Canaima para censar a todos los nativos que por allí estaban, a uno de ellos le preguntaron: ¿Como te llamas?
Yo, Jesús.
¿De apellido? Y que edad tienes?
Yo, Jesús.
Se miran entre ellos y dicen, Jesús Bolivar, edad 36 años, estás de acuerdo?
Yo, Jesús.
¡Censado!, el siguiente.
Pues seguramente será cierto y terminaría fichado como Jesús Bolívar el resto de su existencia, que mira tú lo que le importa al censo que el apellido del censado sea Taotlucola y su edad exceda o no llegue a la adjudicada…
Me ha emocionado la referencia a Tony Gatlif. Hace pocos días estuve buscando información sobre los manouches de las Santas Marías del Mar y me entretuve en Gatlif.
…Tony y la Sara, por siempre unidos en Latcho drom… Lo cierto es que la Camargue se convierte, en mayo, en territorio romaní por excelencia.
Celebro tus inquietudes, Lluís.