«Luminarias»: Archivo personal
A las siete y media de la mañana, cuando ni aun los gatos han abandonado sus cálidos acomodos, llega, pimpante, María Blanca, la vecina, con los menús de Nochebuena y Navidad anotados en una libreta y el listado de las compras por hacer en una hoja suelta. “Para no perder tiempo”, justifica. “He añadido pasas y piñones para los empanadicos. He pensado que, mejor que comprarlos, los hago yo misma, que me cuesta poco”. “Pero si ya se los hemos encargado a la panadera”, protesta la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. “Pues la llamas y le dices que les dé salida, se los quitarán de las manos”.
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Cuando se dirigen al coche, ven al señor Paco, el marido de María Blanca, apostado junto al platanero. “Ya perdonaréis a esta mujer mía. No sé cuántas veces le he dicho que deje de incordiar, pero… ya la conocéis. Lo hace con la mejor intención. Por ayudar y no cargaros con tantas responsabilidades”. “No se preocupe, señor Paco, que ya lo sabemos”, le tranquiliza Étienne, sorprendido por la repentina locuacidad del jubilado. “Usted ocúpese de recoger pasado mañana los cardos en el Invernadero, que nosotros bajamos ahora a Huesca y compraremos las bebidas en el híper, que serán más baratas”. “¿Ya está encargado el medio ternasco?”, se interesa el hombre. “Sí, nos lo traerán el mismo sábado por la mañana. Cinco kilos nos han dicho que pesa”.
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Dejan a maman Malika en la peluquería y a Jenabou en la academia de baile. “Cuando salgas, vete a por la yaya, que te estará esperando. Os vais al restaurante de siempre, que ya llegaremos”. “Y ahora que vais de compras, ¿me miraréis un iPhone no muy caro? Solo pido eso para Papá Noel…”. “Ya veremos”. “Jooooo… Me decís lo mismo desde que empecé en el instituto. Os dije que si os parecía mucho dinero, pagaría la mitad con mis ahorros”. “Pues eso, que ya veremos”. “¿Pero es un ya veremos si sí o un ya veremos si no?”. “Lo sabrás la mañana de Navidad”. “Jooooo…”.
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Tras una sobremesa amodorrada, avanza el día entre tiendas, escaparates y deambulaciones. Trae el final de la tarde el relente y las luces navideñas que acompañan el bullicio de las terrazas y el paso desigual de los transeúntes por la calle peatonal del centro, en discreta riada que se bifurca hacia el Casco Viejo y los Porches, donde el belén de la Diputación, vistoso tras la cristalera, concentra una decena de personas. “¿Vamos a por el coche y ya tomaremos un trago en el pueblo?”, pregunta la veterinaria. Unos metros más allá, antes de doblar la esquina del edificio de Hacienda, se detienen ante un violinista callejero que, a punto de guardar el instrumento en su funda, todavía les regala unos alegres sones.