«Otoño en el valle»: Archivo personal
A través de la neblina que la luz extraviada del Sol va arañando, se vislumbra el perfil de peña Foratata, velamen quieto del valle de Tena, a cuyo pie hormiguean, sendero adelante, los cuatro mochileros en este día calmo, glacial y, a trechos, nebuloso, como a punto de nieve. Baja el río tranquilo, bordeado de otoño invernal, con las aguas limpias mostrando su lecho térreo y las brillantes truchas culebreando entre las piedras. Sisean las ramas desvestidas de los álamos y circundan la trocha los abetos viejos de hojas aplanadas que el viento arrastra hasta la vereda, acolchando los pasos que la recorren. Quizás por esta misma senda paseara sus sueños Fermín Arrudi, aquel gigante de Sallent que recorrió el mundo mostrando su imponente presencia pero que siempre regresaba a su familiar universo pirenaico de crestas montaraces y gentes introvertidas y generosas. De él, de ese gigante bonachón que vivió unas casas más allá, recuerda la señora María Luisa, la anfitriona, aquello que le contaba su abuela, que conoció de niña a Fermín. Y, entre anécdotas, va sirviendo a los agotados andarines colmadas raciones de bisaltos salteados con jamón, mientras en la sartén bailan, exhalando el más delicioso de los aromas, las tortetas negras cortadas en láminas, esperando su turno para ser devoradas con fruición.
Conocía las andanzas del Fermín Arrudi.
Truchas he pescado muchas en el Ara, pero desde que aparecieron con unos bichitos alrededor de los ojos dejé de hacerlo y eso que me mandan la licencia de pesca gratis por ser una persona mayor de 65 años.
Los tirabeques, o miracielos, se llaman así ya que hay que mirar hacia arriba para poder comerlos quitando las hebras que los protegen, hace tiempo que no los como, estaré al tanto en la finalización del invierno que creo recordar es cuando se cosechan, con respecto a las tortetas, las he comido recientemente cuando he estado en Broto.
Desconocía los diferentes nombres que se dan a los bisaltos, que es una verdura que he visto muchas veces escaldar para congelarla después y disponer de ella todo el año. Nunca fue mi verdura favorita, pero de niño disfrutaba colocando cada vaina en la boca para, bien sujeta entre los dientes, tirar del rabito para desprender los hilillos. Las tortetas, crudas o fritas, son un bocado exquisito, de esos de toda la vida que se mantienen arraigados en la cultura popular; las morcillas, en cambio, nunca las como.
De Fermín Arrudi creo recordar que, hace tiempo, escribiste una entrada en tu blog; ¿es así o me falla la memoria?
Las morcillas me encantan y las como siempre que puedo.
Con respecto a Fermín Arrudi, lo he buscado en mi blog y no he sido capaz de encontrar nada, aunque también me suena que por lo menos lo había mencionado en alguna entrada.
Tal vez se tratara de eso, que se mencionó y, por lo que sea, he deducido que hubo una entrada dedicada a él, dado que muchas veces traes temas aragoneses a tu sitio.
Hasta yo, sin moverme de casa, he paseado por el hermoso valle de Tena con esa estupenda descripción. Me has llevado allí. Bien abrigada. Eso sí.
No conozco yo las «tortetas» por el sur, zona de Belchite, aunque debían de tener los mismos ingredientes las llamábamos «bolas». ¡Qué ricas!.
Salud.
Sí, las bolas (en alguna carnicería las he visto) y tortetas solo difieren en la forma; quizás, en algún ingrediente que se añada al gusto de quien las hace. Y lo bien que sientan tras una caminata entre fríos.
Salud.
Otra vez te tengo que decir que es un gusto leer tus textos tan bien escritos.
Tirabeques sí he comido aunque desconocía el nombre de bisaltos, pero de las tortetas no había oído ni hablar. Imaginaba algo dulce como golosa que soy.
Un saludo
Me pasaba lo mismo con la palabra tirabeques, que ha supuesto una novedad. Las tortetas tienen un sabor grato; las hay dulces y saladas. Lo cierto es que cada territorio tiene platos desconocidos fuera de él y es una pena porque nos perdemos muy buenos alimentos.
Gracias por acercarte por aquí con tan buena disposición.
Páramos hermosos, la luz que se acerca jugando con la neblina, el agua fría que corre por el río y las truchas que lo llenan de vida, costumbres y ese algo especial que solo la naturaleza nos puede regalar.
Un lugar para comer bien, buena compañía, anécdotas de antaño….
Muchos buscan el paraíso y la felicidad absoluta toda la vida y nunca la encuentran. Yo la acabo de descubrir, una vez más, en esta ocasión en este relato tuyo que me ha llevado y transportado lejos, haciéndome sentir todo en primera persona. He estado a gusto, feliz, serena, en paz, con el corazón henchido y con fuerte sensación de hogar a pesar de la lejanía.
Preciosa entrada, Una mirada….¿te he dicho que me ha encantado? 🙂
Muchas gracias.
Un beso.
Los paraísos, aunque sean de paso, siempre se hallan más cerca de lo que creemos, generalmente están en nosotros mismos, porque son nuestros sentidos o nuestro ánimo quienes convierten ciertos lugares en edénicos. No obstante, los valles pirenaicos son espacios mágicos por los que mente y cuerpo transitan con más júbilo que frío (que lo hace, y mucho, en esta época) y hasta los bocados tienen un gusto diferente y apetecible.
Gracias a ti, siempre tan sensible.
Otro beso.
Yo creo que he probado los bisaltos, no en vano uno de mis abuelos era aragonés, pero no podría asegurarte. Preguntaré a una tía abuela y gran cocinera, que me saque de dudas. Las tortetas, sin embargo, son nuevas para mí. En este viaje lector, no solo he disfrutado del paisaje y del frío, sino que salgo alimentado. Y también he conocido a Fermín Arrudi. ¿Puede pedirse más? Un abrazo.
Seguramente los habrás consumido como tirabeques y esa tía abuela tuya puede que conozca las tortetas; tal vez alguna empresa aragonesa las comercialice en el centro peninsular y las puedas catar; están buenísimas. Y sí, tras un buen tour una comida tradicional aderezada con historias viejas es una buena combinación para finalizar el asueto.
Cordialidades.
Por lo que leo, los bisaltos o tirabeques son los guisantes. ¿No? Pero quizá más tiernos que cuando ya se desgranan.De esa misma forma, con tomate y jamón, cocinamos las judías verdes o habichuelillas.
Los guisantes son las semillas de esta leguminosa, que es similar a las judías verdes, aunque con la vaina más ancha y aplanada; de hecho, se suelen cocinar con patatas, como las judías.
No conocía a Ferrín Arrudi.
Por acá tuvimos al «Gigante» Gonzalez que con sus 2,31 llegó a ser elegido en draft de la NBA en los ochentas, pero no llegó a debutar profesionalmente . Después lo tentaron de las luchas libres yanqui e hizo una carrera un poco más famosa aunque esa mezcla de lucha y coreografía nunca fue muy popular por acá (solamente Titanes en el Ring, el programa de los sesentas)
Abrazos
En la época de Fermín, que murió en 1913, su altura era considerada extraordinaria. Hoy en día, con los baloncestistas y habiéndose elevado la estatura media de las personas, no resulta tan sorprendente.
Otro abrazo.
Con 2,29 m ya me sacaba varias cabezas. Tuvo que ser todo un portento en la época, y no me extraña que recorriese medio mundo. Esa foto es como un anzuelo para los que nos gusta caminar cargados con una mochila, pero pocos ríos tranquilos he visto en esa parte de España.
Ojalá se pudiera apretar todo el paisaje en una sola toma para abarcar con la vista ese escenario portentoso donde transcurrió parte de la vida de Fermín que, pese a exhibirse como un fenómeno en muchos lugares, aunque su vida no fue muy larga quizás la disfrutó con mejor calidad que otro famoso gigante español, Miguel Joaquín Eleicegui, conocido como el gigante de Alzo.