«El patio de recreo»: Archivo personal
Apenas un cuarto de arco iris se proyecta sobre el lecho herbáceo de la antigua pardina Gabarre, allí donde la memoria colectiva evoca a mosén Demetrio —el pastor de almas del Barrio en las tres primeras décadas del siglo pasado— arrodillado en el desaparecido esconjuradero, con o forniello —una cruz procesionaria ennegrecida— a la derecha y elevando la voz hasta la afonía —al son del bandeo de las campanas de todas las localidades de la redolada— con la rogativa a las santas Nunilo y Alodia, suplicando protección contra la furia meteorológica para finalizar, puesto en pie, con una letanía de imprecaciones hacia los entes maléficos y el invariable imperativo tres veces repetido: “Au d’astí, au d’astí, au d’astí!” [1], preludio, tal vez, de una calma anhelada tras las durísimas embestidas de los fenómenos atmosféricos.
En una única piedra grisácea —resto, se dice, de aquel mágico templete desmoronado sesenta o setenta años atrás y que resiste a modo de islote irregular perdido entre un mar de tallos flexibles que aromatizan el terreno cercano a la paridera— se hallan acumulados los vestigios de tormentas, rayos, culebrinas, ventiscas, vendavales y pedregadas [2] que bruxas y diaples [3], disfrazados de nubarrones temibles, descargaron sobre los campos y pueblos montañeses en constante pulso entre las fuerzas del Mal y las fuerzas humanas, aunadas estas últimas con las santas protectoras en la sencilla construcción desde donde las palabras del cura rural acuchillaban las sombras para que, a través de la herida, entraran los rayos del Sol y distribuyeran sus serenas caricias.
—Au d’astí, au d’astí, au d’astí!
Meterete, la cigüeña residente, camina, señorial, por la pardina humedecida en la que pasta el vacuno, atenta al devenir de las bêtes sur l’herbe y los ratones de campo que asoman sus ojuelos a la gozosa claridad de la mañana.
NOTAS
[1] En aragonés, ¡Fuera de aquí, fuera de aquí, fuera de aquí!.
[2] Id., granizadas.
[3] Id., brujas y diablos.
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Well shared 👍
Thanks!!
It’s my pleasure 🙂🙂
En mi pueblo, se recurría más a las rogativas a un dios que siempre fue tacaño con la lluvía. Por cierto hace bien poco recuerdo haber oído o leído que en elgún lugar sacaron los santos a pasear implorando la lluvia.
Salud.
Son dos rogativas de alguna manera opuestas: Una, la de tu pueblo, para atraer las tormentas y otra, la que explico, para esconjurarlas y alejarlas. También me suena haber leído no hace tanto lo de la procesión con santos para pedir lluvia, que resulta una acción curiosa y chocante en pleno siglo XXI porque no deja de ser una superstición como lo era el mentar a las santas para evitar el pedrisco. Viejas tradiciones que hoy se miran con cierta socarronería.
Salud.
Un mosén gritaba : Santa Bárbara bendita.
Que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita.
Líbrame de las centellas y del rayo que crepita.
Algunos aún recuerdan en Asín de Broto en su esconjuradero al cura hisopear con agua bendita a los cuatro vientos mientras pronunciaba una de aquellas retahílas en latín.
“Boiretas en San Bizien y Labuerda: no apedregaráz cuando lleguéz t’Araguás: ¡zip! ¡zas!”
Hoy en día las tormentas las espantan los cañones granífugos o más modernamente con avionetas provocan o evitan la lluvia lanzando yoduro de plata.
Cada comarca tenía sus propias oraciones para esconjurar; algunas, según me han contado, con cierta mala baba porque en ellas se pedía que las santas (o santa Bárbara) no solo evitaran la tormenta sino que la desviaran hacia un pueblo concreto con cuyos habitantes no había sintonía. Así se las gastaban nuestros ancestros montañeses.
¿Y como «esconjuramos» ahora todo lo que está pasando?
Uf, creo que esconjurar tormentas puede dar mejores resultados que ponerse en ese trance con la actualidad en la que nadamos.
En la ruta de Vadiello hay un «esconjuradero» que yo creía formaba parte del santuario hasta que me explicaron qué era y para qué servía. Posiblemente lo conozcas, lo llaman «Esconjuradero de la Cruz Blanca». Hasta ese día no sabía nada de ese tipo de edificios ni conocía el verbo «esconjurar».
Saludos.
JBernal
Sí, lo conozco, pero me parece que te confundes con el de la Cruz Cubierta, que está en el camino de la ermita. El que dices es el que está entre San Cosme y Coscullano y es más grande. Vamos, que tampoco tiene importancia porque están en la misma zona de la Hoya y tienen nombres parecidos.
Salud.
Te tengo que dar la razón, al leer los datos que pones me he dado cuenta. Del otro «esconjuradero» me hablaron y por eso el baile de nombres.
Saludos.
JBernal
Ahora solo falta que te animes a visitar el de la Cruz Blanca, que está cerca del otro.
Salud.
Una mirada…..¡no sabes lo que disfruto de estas entradas donde se mezclan tradición y leyendas!
Es como conocer parte de la historia pero de manera más cercana, familiar, más humana y palpable.
Siempre, en muchos lugares del Planeta, se ha invocado al «Dios del agua», elemento fundamental para la vida. Son muchas las veces que me encuentro con leyendas relacionadas tanto con la invocación de la llegada del agua, como para gritar «Au d´astí» a esos espíritus que espantan su llegada.
Esta leyenda que nos traes, no la conocía, pero ya la memoricé 🙂
Un beso.
Buen fin de semana!!
Las tradiciones son una manera de entender el pasado y, sobre todo, de conocer cómo se desenvolvían las personas en sus relaciones con el entorno y el argumentario colectivo para explicar fenómenos que se escapaban a su comprensión. Para esas gentes sencillas del ayer, la relación con los seres mágicos o revestidos de divinidad era crucial y esos ritos la única manera que concebían para exorcizar la furia de la Naturaleza.
Un abrazo desde este sábado festivo (es el Día de Aragón) y colmado de letras danzantes en los libros.
Mi abuela paterna tenía un miedo patológico a las tormentas y cuando venía en verano a tierras serranas con nosotros, rezaba sistemáticamente a un montón de santos para que la protegieran. En esos veranos había tormenta un día si y otro casi también, por lo que a la pobre no le llegaba la blusa al cuerpo. Supongo que eso era una manera de «esconjurarlas». Por cierto que eso de rezar para que la tormenta le llegue al pueblo de al lado, también lo había oído. ¡Qué cosas! Un abrazo.
La señora se sentiría más apaciguada con los rezos, que, así mientras los iba desgranando, no le daba tiempo a pensar en la que estaba cayendo. Y sí, eso de intentar que la tormenta le tocara al prójimo no era una salvedad. Según me contaron, se creía que a ciertos fenómenos de la Naturaleza no había esconjuro que los parase, así que la opción era que la furia la sufriesen otros, sobre todo cuando era la época de las granizadas. Eso de la caridad cristiana no lo tenían muy interiorizado, no; o acaso lo suyo era aquello de «la caridad bien entendida empieza por uno mismo«.
Cordialidades.
Un panorama que por aquí no tenemos, al menos no con ese estilo, Nuestras ruinas son escasas, más jóvenes, y están muy puntualizadas.
Abrazotes
La construcción que se ve en la fotografía es una paridera de ovejas junto a una era de pastos donde acuden tanto el ganado lanar como el bovino. Desgraciadamente, el esconjuradero hace mucho tiempo que fue derruido.
Más abrazos.