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Posts Tagged ‘hogueras’

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«La Sierra Niña»: Archivo personal


Traspasa el cierzo helador los desgastados burletes de los ventanales de la veranda que se encara a la sierra nívea y soleada. A los pies, la ciudad, aún con la resaca de la fiesta y el humo de la hoguera de San Vicente prendido en los ropas de sus habitantes, con el sabor de patatas y longaniza en el cielo del paladar y el recuerdo del frío nocturno humedeciéndoles la nariz y raspándoles la garganta.

Aguarda Benito Pérez Galdós (1843-1920) en el cálido interior de la vivienda, en la mesa plegable, entre la cafetera de aluminio y las tazas desparejadas de loza y cristal, mientras la señorita Valvanera va sugiriendo los nombres del elenco actoral del Barrio que podría interpretar los papeles principales de Los condenados, la obra galdosiana que se desarrolla en la villa de Ansó y ha sido adaptada por Mercedes para ser representada el 23 de abril. “Galdós no quiso dejar nada al azar”, explica la directora del Grupo de Teatro blandiendo las Memorias de un desmemoriado que ha recogido de la mesa. “En julio de 1894 llegó en tren a Jaca para viajar desde allí hacia Ansó”.


«Salimos de Jaca mi amigo y yo una mañana en carretela tirada por cuatro caballos y recorriendo un país de lozana vegetación, pasamos muy cerca de San Juan de la Peña, cuna de la nacionalidad aragonesa, y después de mediodía llegamos a un lugar llamado Biniés, donde mi amigo mandó hacer alto para que yo admirase un soberbio nogal, que era sin disputa el más colosal que en España existía […]. Hubiera yo deseado permanecer allí largo rato gozando en la contemplación de aquella maravilla; pero el descanso para los viajeros y para las caballerías había de ser más adelante, en un sitio llamado La Pardina, donde nos tenían preparada la comida para nosotros y el pienso para el ganado. Emprendimos la marcha por la empinada carretera que culebrea a la orilla derecha del Veral. Reposamos una hora, y luego seguimos nuestro camino, extasiados ante el magnífico espectáculo que por todas partes se nos ofrecía. Aquí, espesas masas de vegetación, allá ingentes rocas, en el fondo del río, a trechos turbado por cascadas espumosas, a trechos manso, permitiendo ver en su cristal las plateadas truchas. A medida que avanzábamos, el paisaje era más grandioso y los picachos más imponentes por su extraña forma y aterradora grandeza. Tras larga caminata, llegamos a un sitio donde termina la carretera». [*]


Recorridos a pie los últimos kilómetros, Galdós y su amigo jacetano arribaron a la villa de Ansó, alojándose en una de las mejores casas y dando frecuentes paseos por la localidad, conociendo a sus gentes y sus tradiciones y embebiéndose de los extraordinarios paisajes circundantes y sus leyendas.


«Pasados no sé cuántos días en aquella deliciosa ociosidad, partí para volverme a Madrid. Mi amigo me llevó en su coche desde Ansó a Canal de Berdún, donde tomé la diligencia que diariamente hacía el trayecto desde Jaca a Pamplona. Llevaba yo un recuerdo gratísimo del vecindario ansotano, y singularmente de la generosa familia que me había dado hospitalidad, colmándome de finas atenciones. En el largo camino no cesaba de pensar en mis Condenados, entreteniéndome en modelar las figuras de Salomé, Santamona, José León y Paternoy. Y eso lo imaginaba sin perder el compás de la rondalla que el mayoral cantaba con voz clara y perfecta entonación. De tal modo se fundían y compenetraban mis Condenados y la rondalla, que, cuando estrené la obra en Madrid, la música y mi drama reaparecieron en dulce maridaje». [*]


El 11 de diciembre de 1894 se estrenaría la obra ansotana de Galdós en el madrileño Teatro de la Comedia sin el menor éxito. No fue hasta su reestreno en el Teatro Español, en abril de 1915, cuando Los condenados obtendría el aplauso y el reconocimiento del público y la crítica. “En nuestro caso”, interviene Mercedes, “solo tendremos una oportunidad de quedar bien”.







NOTA

[*] Fragmento de Memorias de un desmemoriado, de Benito Pérez Galdós.

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«Flamas»: Archivo personal


San Sebastián, san Blas, san Pablo y san Antón.
pa deschelar a barba empinan o porrón.
¡Que chele fuera!…¡Ba por dentro a prozesión!
¡Dilín-dilón!, ¡Dilín-dilán–dilón!.
Fogueras, trucos, buen tozino y buen porrón…
¡Con istos santos no se aburre aquí ni Dios!.

La Ronda de Boltaña.


«Pa San Fabián, as fogueras, a boteta, as chullas y o pan» [1], reza el dicho. Pero bien podría reemplazarse al mentado Fabián por Antón, Sebastián, Babil, Blas o Vicente, todos ellos santos hiemales y capotudos [2], con la frigidez adherida a rostro y barbas, que vinieron a sustituir, en la memoria colectiva, a aquellas otras divinidades precristianas, algunas veces alborotadas, de quienes se buscaba obtener dones brindándoles magnas hogueras —que destacaban en las noches de hielo y nieve— con fúlgidas plegarias postulantes. «Guardadnos la tierra durmiente, diosas, la espalda que se inclinará sobre ella y las manos que la laborarán para proveer los cuerpos», parecerían rogar, en tosco chisporroteo, las cimbreantes flamas danzarinas rodeadas por hombres y mujeres que depositaban humildes presentes alimenticios sobre las brasas purificadoras.

Cuando el cristianismo se abrió paso en aquellas tierras que el invierno convertía temporalmente en inhóspitas, las diosas se transformaron en santos barbudos y peregrinos que correspondían a los fuegos prendidos desterrando las embestidas de la peste, las fiebres del cornezuelo y la mortandad de las bestias. O así lo creyeron aquellas gentes ingenuas y agradecidas que, sin renunciar a sus ardientes ritos luminosos de probados resultados, aceptaron que los destinatarios de las rogativas fueran estos otros nuevos hechiceros cristianos, tan distintos de las incorpóreas diosas protectoras de sus antepasados pero con facultades parejas.


El fuego soberano iluminará los días venideros, como hace cientos de años, regocijadas noches de muchas localidades del antiguo Reyno d’Aragón, desprendiéndose del sahumerio el aroma a patatas asadas, a longaniza, a panceta, a chocolate cocido, a quemadillo, que los festivos herederos de aquellos adoradores de las ancestrales deidades se brindarán a sí mismos mientras aguardan, sin engorrosos atavismos, el despertar de la tierra y la eclosión de la Naturaleza.


NOTAS

[1] Dicho altoaragonés: «Para San Fabián, las hogueras, la bota de vino, las chuletas de cerdo y el pan».
[2] Que visten una capa.

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«Noche fogatera»: Archivo personal

 

A las ocho en punto, tres toques de campana fueron la señal para el encendido de las dos hogueras; la de la plaza de la Iglesia, monumental; la llamada Hoguereta de los Jóvenes, en la replaceta de abajo, más recogida, y, ambas, con leña de carrasca, olibera y caxico[1] que prendieron, majestuosas, con llamas que el cierzo, suave mas persistente, ondulaba y disociaba en anaranjadas lenguas que pugnaban por escalar las sombras y vencer al frío.
Sobre las brasas oscurecíanse las patatas, crepitaban las chullas[2] de tocino blanco y enrojecían las longanizas abiertas mientras las gentes, con los rostros ligeramente sonrosados por los vaivenes acalorados de la lumbre y los efluvios del vino cosechero, rodeaban, parlanchinas e impacientes, los ancestrales círculos purificadores.


NOTAS

[1] En aragonés, roble quejigo.
[2] Id, loncha, filete.

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«Hoguera»: I.blasco

 

Dice la tradición que un invierno llegaron a la Galliguera los Santos Capotudos  Sebastián, Águeda, Pablo, Antón, Blas, Babil, Valentín y Vicente—,  rostros y manos ateridos, rígidas las capas blanqueadas por la nieve y arrecidos los pies cansados. Acogióse cada uno a la hospitalidad brindada por los pequeños pueblos surgidos en las orillas del río Gállego y terminaron morando en iglesuelas y ermitas, protegidos de los rigores del Solsticio Frío, transmutados en tallas veneradas, recordatorio de los ancestrales dioses olvidados en cuyo honor se encendían hogueras con rescoldos que humeaban hasta la primavera.

Fenecidos en la memoria los dioses protectores de humanos, cosechas y ganado, continuaron crepitando las llamas para festejar a los nuevos locatarios de los templos erigidos y las tierras del Gállego refulgían por la noche entre bailes, cánticos, patatas, longaniza, chullas y humaredas.

 

Quedóse anoche el frío viejo tras la sierra guardiana escuchando, añorante, el murmullo del río, las canciones y los ayes contenidos de la carne jugosa acostada en las brasas.

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«Hoguera»: Reven Sánchez


La zierzera[1] envalentona las ascuas de los fajuelos[2] y los raigones de carrascas y lánzanse, casquivanas, las pavesas hacia la libertad del espacio que las fagocita apenas a un palmo de las madres llamas empequeñecidas y concentradas en los perolones del quemadillo que burbujea alrededor de los cucharones. Navegan en océanos de aceite los crespillos, se tiznan las longanizas junto a las crujientes chullas[3] de tocino blanco entre tímidos remolinos de brasas y cenizas mientras se enfrían las frutas del poncho prudentemente alejadas de los restos incandescentes.


Tarde-noche de fogueretas, cierzo, ronda, frío y gula que recorren la sierra, pueblo a pueblo, burlándose de la nevada.


[1] En arag., ventolera.
[2] Id, sarmientos secos de la vid.
[3] Id, lonchas.

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«Mirando el fuego»: Ricardo Samaniego, Fújur


San Sebastián, san Blas, san Pablo y san Antón.
pa deschelar a barba empinan o porrón.
¡Que chele fuera!…¡Ba por dentro a prozesión!
¡Dilín-dilón!, ¡Dilín-dilán–dilón!.
Fogueras, trucos, buen tozino y buen porrón…
¡Con istos santos no se aburre aquí ni Dios!.- LA RONDA DE BOLTAÑA.

Crepitan las llamas entre la masa ígnea de los tizones y un revuelo de purnas piruetean junto al familiar jolgorio de la calle Baja donde la panceta, las patatas y la longaniza lanzan sus ancestrales aromas al aire quieto de la noche. Se retira, respetuoso, el frío más allá del hayedo y acaloran las brasas los rostros del Barrio mientras alguna vieja rezadora concluye sus plegarias a los Santos Barbudos.

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Se envalentona el invierno aun sobre las brasas guarecidas tras el majano artesanalmente convertido en murete burlador del cierzo. Chisporrotean los muñones de leña achicharrados en la noche lardera y lanzan ayes de humo que el viento embiste y acorrala contra las piedras pulidas de la Abadía, donde se parapetan los devoradores de longaniza que preludian el tiempo de Cuaresma.

Las manos desnudas del villanaje jaranero aprisionan las humildes tajadas del pan de moños donde reposan, resignados, los sabrosos palmos de longaniza y chorizo lacerados por las ascuas.

Gélido y ventoso día lardero.

Asomóse la Luna al vaivén continuo del río, acechada, desde la mágica masa boscosa que se yergue sobre la corriente, por las pupilas trasnochadoras de mochuelos, lechuzas, autillos y bobones.

 

¡Fuera, invierno, fuera!,
¡borina y fartera!

Carnaval trae cartas

de la Primavera.

Pasacarreras de Carnaval

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«Courir de Mardi Gras»: Edmond Ewell


Las cuatro farolas recién estrenadas extienden su energía luminosa más allá de la barbacana que separa la Placeta de la Abadía, en la trasera de la iglesia, del humedal que antecede al río.
Un suspiro de brisa guía hasta las sombras acuáticas las últimas bocanadas de humo que bailotean en los restos de la hoguera convertida en alargado lecho de brasas.

Tarde noche de Jueves Lardero, con ennegrecidas parrillas colmadas de longaniza cuyo aroma tienta la gula de los moradores del Barrio, acá y allá dispuestos, entre cháchara y risas, para mantener la tradición y el alborozo.
Varios tonos por debajo de las voces suena la música, como un murmullo únicamente audible para quienes, entreteniendo la espera del manjar expuesto al fuego, se acercan hasta la mesa colocada cerca de la entrada a la casa parroquial, para tomar un cuadrante de hojaldre cubierto por una capa de fritada.

Tarde noche de Jueves Lardero, preludio de esquillas relucientes y familiares Trangas que, en ruidoso y anárquico desfile, anunciarán, el sábado carnavalero, la cercanía de la Primavera.



BOCABULARIO / VOCABULARIO
Borina= Juerga.
Esquilla= Esquila.
Fritada= Guiso hecho con ajo, aceite, sal, patatas, cebolla, calabacín, tomate y pimiento.
Trangas= Seres de la mitología pirenaica, de aspecto amenazante, que el día de Carnaval tienen como misión asustar a la gente.

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