«Flamas»: Archivo personal
San Sebastián, san Blas, san Pablo y san Antón.
pa deschelar a barba empinan o porrón.
¡Que chele fuera!…¡Ba por dentro a prozesión!
¡Dilín-dilón!, ¡Dilín-dilán–dilón!.
Fogueras, trucos, buen tozino y buen porrón…
¡Con istos santos no se aburre aquí ni Dios!.
La Ronda de Boltaña.
«Pa San Fabián, as fogueras, a boteta, as chullas y o pan» [1], reza el dicho. Pero bien podría reemplazarse al mentado Fabián por Antón, Sebastián, Babil, Blas o Vicente, todos ellos santos hiemales y capotudos [2], con la frigidez adherida a rostro y barbas, que vinieron a sustituir, en la memoria colectiva, a aquellas otras divinidades precristianas, algunas veces alborotadas, de quienes se buscaba obtener dones brindándoles magnas hogueras —que destacaban en las noches de hielo y nieve— con fúlgidas plegarias postulantes. «Guardadnos la tierra durmiente, diosas, la espalda que se inclinará sobre ella y las manos que la laborarán para proveer los cuerpos», parecerían rogar, en tosco chisporroteo, las cimbreantes flamas danzarinas rodeadas por hombres y mujeres que depositaban humildes presentes alimenticios sobre las brasas purificadoras.
Cuando el cristianismo se abrió paso en aquellas tierras que el invierno convertía temporalmente en inhóspitas, las diosas se transformaron en santos barbudos y peregrinos que correspondían a los fuegos prendidos desterrando las embestidas de la peste, las fiebres del cornezuelo y la mortandad de las bestias. O así lo creyeron aquellas gentes ingenuas y agradecidas que, sin renunciar a sus ardientes ritos luminosos de probados resultados, aceptaron que los destinatarios de las rogativas fueran estos otros nuevos hechiceros cristianos, tan distintos de las incorpóreas diosas protectoras de sus antepasados pero con facultades parejas.
El fuego soberano iluminará los días venideros, como hace cientos de años, regocijadas noches de muchas localidades del antiguo Reyno d’Aragón, desprendiéndose del sahumerio el aroma a patatas asadas, a longaniza, a panceta, a chocolate cocido, a quemadillo, que los festivos herederos de aquellos adoradores de las ancestrales deidades se brindarán a sí mismos mientras aguardan, sin engorrosos atavismos, el despertar de la tierra y la eclosión de la Naturaleza.
NOTAS
[1] Dicho altoaragonés: «Para San Fabián, las hogueras, la bota de vino, las chuletas de cerdo y el pan».
[2] Que visten una capa.
Cuántos recuerdos tengo yo de las hogueras de San Antón, y cuántos dichos hay alrededor de esos santos de los primeros meses del año. Tortas, buñuelos, procesiones, hogueras. Todo paracía ser, sin nombrarlo, un conjuro para que el años fuera propicio. Por cierto me encanta esa plegaria «Guardadnos la tierra durmiente, diosas, la espalda que se inclinará sobre ella y las manos que la laborarán para proveer los cuerpos», Preciosa.
Salud.
Un conjuro, tú lo has dicho, en esa cúspide del invierno, con la Naturaleza todavía hosca, y con las gentes compartiendo/departiendo al calor de la hoguera. Una tradición que ha devenido en lúdica pero que en los pueblos se mantiene con ilusión y deleite. La plegaria es, como habrás adivinado, apócrifa pero siempre me parece escucharla en el siseo de las llamas.
Salud.
Con el frío que hace por las noches ese quemadillo calentará el cuerpo más que la hoguera. El que se hace con leche está muy bueno. A todo esto, he leído que la hoguera de San Vicente la han cancelado.
Un saludo.
JBernal
No soy de quemadillo, pero entona lo suficiente para aguantar el frío con o sin fogata; el del Oscense, en las Cuatro Esquinas, tenía muy buena fama; igual lo cataste allí mismo en tus tiempos. Has leído bien, la hoguera de Huesca de esta noche y el reparto de patatas y longaniza se han suprimido por la pandemia ; solo se mantienen los actos culturales.
Salud.
Hace poco, comentaba con un amigo que las religiones nacen con el hombre, que los seres humanos, desde que son capaces de pensar, siempre han buscado un ser superior que los proteja y les saque las castañas del fuego. Con el tiempo, a eso lo llamamos “el Dios tapa-huecos” y a los teólogos les costó mucho trabajo quitárnoslo de encima, pero permanece en las costumbres y en muchas celebraciones de la fe popular.
Pero cuando esas creencias ingenuas, que no buscaban sino explicar los misterios de la Naturaleza y la vida, empezaron a reglarse y a ser manejadas por quienes decían ser los intérpretes de los deseos de las divinidades, la espiritualidad se convirtió en arma de dominación y, como consecuencia, en germen de conflictos.
Precisamente por eso, es por lo que los teólogos, a partir del Vaticano II, se enfrascaron en una lucha sin cuartel contra ese Dios «tapa-huecos» o «tapa-agujeros». Una lucha que había empezado mucho antes en el luteranismo, pues ya Dietrich Bonhoeffer la refleja en sus libros. Lo malo es que, después, ciertos grupos religiosos dominantes en la Iglesia lo han resucitado.
Eso sucede porque el catolicismo del Dios, Uno y Trino no es sino un plagio del politeismo ancestral. Donde antaño había un dios o una diosa que dominaba un aspecto relativo a la vida y su desenvolvimiento, la Iglesia colocó un santo/santa/virgen con las mismas caraterísticas pero quitándole la categoría divina para que no ensombreciera al Dios Único, Omnipresente y Todopoderoso, reconvirtiendo los ritos precristianos en actos de fe popular de la religión impuesta.
El fuego tan inspirador como reconfortante y más aún en noches de intensas heladas. Imagino ese «aroma a patatas asadas, a longaniza, a panceta, a chocolate cocido, a quemadillo». Me parece muy interesante la conversación entre Citizen y tú. El Dios tapa-huecos y la interpretación de la divinidad como arma dominante. Espléndido. Un abrazo.
Imagínate lo que puede dar de sí un debate sobre la religión entre una cristiana crítica con las altas instancias católicas preconciliares y un agnóstico ateo, jeje. Pero sí, es un tema interesante con muchos flecos de los que tirar porque, lo queramos o no, el cristianismo ha influido en la vida y costumbres de las gentes y todas estas tradiciones adaptadas de las creencias primitivas son una fuente excelente para el estudio etnográfico.
Otro abrazo para ti.
Qué bonitas son las llamas de las grandes hogueras. Yo me acuerdo de una hoguera de san Juan que viví en Barcelona. 😍
No conozco la Noche de San Juan barcelonesa pero seguro que disfrutaste de las llamas y la fiesta y no te importaría repetir la experiencia.
Me encantan estas costumbres, todas las costumbres en general. Sobre todo las que se viven a la lumbre de una hoguera y con gente de siempre.
También me encanta que cada persona tenga su fe, y la viva en consecuencia. Respetando y sin hacer daño.
Muchos besos.
Son, además, un referente etnográfico, al tratarse de ritos y costumbres antiquísimas que han sobrevivido a todos las transformaciones sociales y que nos recuerdan cómo los cambios de la Naturaleza han presidido la vida cotidiana de los seres humanos, independientemente de la religión adoptada en cada momento.
Abrazos.
[…] Los santos capotudos en el Reino del Fuego — Una mirada alrededor […]
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