«Tradiciones»: Archivo personal
En la zona porticada de la plaza recrean las Tejedoras pretéritos de dedales e hilaturas. Sobre el tapete de las mesas y el respaldo de las sillas de anea, las telas: linos, muselinas, cuadrillés, tafetanes, rasos, y, protegida por un inmaculado papel cebolla, una añosa pieza de seda natural enrollada en un tubo de cartón. Encima de los alféizares de los ventanales de la abadía aguardan su relleno colorista —a manos de la ilusionada chiquillería— los tejidos de cañamazo tensados en los bastidores. En la mesa de las bolilleras, la señora Miguela de [Casa] Puimedón, la más veterana, enseña a un grupo de adolescentes de ambos sexos cómo se construye el mundillo [*] tradicional, con el interior compuesto de paja firmemente apretada a golpes de palo. “¿Lo habéis entendido?”, pregunta. “Poneos por parejas y a la faena”. Cerca, en una mesita baja, ha instalado Emil su baúl de carpintería con los bolillos de boj ya cortados a los que va dando forma bordeándolos a navaja bajo el escrutinio del señor Vicente, antiguo tallador de madera vencido por la artrosis.
Trepan por las telas los dedos de muchachos y muchachas creando caminos hilados en los que se entremezclan débiles rastros de sudor. Dos pequeñas aprendizas de encajeras concitan la atención de los mirones por su habilidad al entrecruzar sus bolillos pintados de colores formando, con los hilos, una urdimbre perfecta sobre el patrón. Van y vienen las artesanas experimentadas entre los corrillos donde los más jóvenes del Barrio ensayan —con agujas de plástico endurecido— sus primeras puntadas, ensimismados los ojos en los lances de sus propias manos que, como por ensalmo, van perdiendo la torpeza inicial.
Cuando las palmadas de las Tejedoras señalan el final del taller al aire libre, asoma un gesto de fastidio en algunos rostros infantiles que se transforma en sonrisa conforme ven acercarse a Josefo con dos cubos cargados de helados.
NOTA
[*] Almohadilla cilíndrica que se utiliza como soporte para el encaje de bolillos.
Acabo de buscar la manera de fabricar un «mundillo» tal y como se conoce en España, pero no he sabido encontrarlo. Hace 14 años publiqué una entrada titulada «Encaje de bolillos», ya que me dio la idea una vecina de la urbanización de Broto, hice dos pequeñas fotos y las publiqué, me quedé asombrado de la cantidad de comentarios, 46 en total, me comentaron de varias asociaciones de encajeras de España, y mujeres de México, Venezuela, Argentina…
Hoy hubiera echado en falta a Josefo con los helados, ya que en la terraza de mi casa, hay una temperatura de 30 grados.
En Aragón hay varias asociaciones de bolilleras pero como, además, ese tipo de encaje se da en España y en muchos países, no es de extrañar que con la proyección que tenía tu blog tuvieras muchos comentaristas, porque no es una actividad que promocionen páginas que no estén dedicadas a la costura y similares.
Desde hace tiempo, los mundillos se venden hechos (hasta por Amazon se pueden pedir), pero las bolilleras de siempre suelen fabricarse el suyo y, muchas, reciclan el de sus madres y abuelas reponiendo el relleno (de paja o paja y crin y hasta con papeles los he visto) y cambiándole a menudo la tela forradora.
Uf, no me hables del calorazo. Parece que sea julio con esas temperaturas.
¿Y si os digo que yo he hecho encaje de bolillos? Me enseñó mi madre, pero no pasé de un encajito muy estrecho y muy fácil. Las almohadillas y los bolillos se quedarían en la antigua casa, pues ya no los tengo, pero sí recuerdo perfectamente que la mía era de flores muy alegres.
A mí no me extraña que lo hicieras, quizás porque he crecido viendo a mujeres entretenidas con los encajes; hasta una de mis hermanas, de pequeña, se construyó uno usando pinturas Alpino como bolillos. Es una actividad que siempre ha estado ahí, sin pasar de moda, aunque es más normal que sea más visible en los pueblos, donde la gente no se corta de ponerse a la puerta de su casa con la costura.
Reminiscencia de un recuerdo en el que se mezclaban el ritmo de los palillos con belleza de la hilaturas . Momentos preciosos que entre charlas, risas y penas se compartía la vida. De eso ya poco queda. Desgraciadamente la vida ya no está para vivir en tiempo lento.
Hermoso post.
Salud.
Queda muy poco de aquella tranquilidad vital, cierto, por eso, de vez en cuando, no viene mal traer esos instantes al presente para que las generaciones jóvenes aprendan a valorar unas actividades que, además de su utilidad, eran relajantes e invitaban a las confidencias en aquel mundo femenino con las alas cortadas.
Salud.
Lo que he recordado después de mi comentario, es que lo de tu foto era simplemente almohadilla y el «mundillo» era esto
No pongo en duda que ese objeto antiguo que dices se llame mundillo, pero te puedo asegurar que las bollileras que conozco utilizan la palabra mundillo para referirse a la almohadilla, y no andarán muy erradas cuando hasta el DRAE, en su tercera acepción de mundillo, lo define como almohadilla (almohada para hacer encaje de bolillos).
Debe ser que, por aquí y en aquel tiempo, se distinguía entre las dos cosas, pues las dos las recuerdo, aunque la más corriente era como la de la foto.
Por cierto, que ese encaje es precioso y «de verdad», no como los que se venden ahora como auténticos y que están hecho a mano, pero muy rápidamente, no tienen ese tejido tan apretado y tan parejo que se ve ahí. Mi enhorabuena a las bolilleras de tu Barrio.
Quizás, el mundillo con cajonera era más propio de señoras con posibles, mientras que el almohadillado lo usaba el resto por la posibilidad de fabricárselo cada cual artesanalmente.
Antaño, las bolilleras del Barrio competían con las monjitas de un monasterio a la hora de vestir con sus encajes ropa de cama, aseo y mesa de los ajuares de los recién casados, lo mismo que las bordadoras del taller, y siempre han llevado fama de tener buenas manos y diseños originales para las labores. A mí me regalaron un juego de toallas rematadas con puntillas que jamás he usado.
¡Qué bonita estampa nos dibujas hoy! enganchando con técnicas tan bonitas como la que muestra tu foto. Me encanta, además de verse hermoso tiene el valor añadido de ser una pieza hecha con tus propias manos. Pienso, y lo digo por experiencia aunque apenas lo practique, que pocos hobbies hay que relajen más que aficionarte a una manualidad y, en especial pocas cosas te dejan la mente en blanco que coser algo; urdir el plan y llevarlo a cabo, viendo puntada tras puntada, con técnica y empeño, cómo toma forma en tus manos.
Ya no te digo nada si encima se hace con este fin lúdico que tanto une y divierte a pequeños, pero también a grandes y porteadores de carritos llenos de helado.
Gracias por tanto, Una mirada. Ha sido como estar allí.
Feliz fin de semana.
Un besote.
El arte derivado del hilo y las agujas, en el que jamás he metido baza, es vistoso y, personalmente, me emboba ver esas manos artesanas componiendo figuras con tanta rapidez como delicadeza. Hoy en día, con tanta mecanización, es una gozada comprobar que esa laboriosidad no ha quedado olvidada y sigue despertando el interés. Y, como dices, el hecho de que, alguna que otra vez, se saque el Taller de Hilaturas (que así se llama) a la calle, supone una jornada de convivencia, participación, aprendizaje y valoración de una actividad donde las manos y la paciencia son las reinas.
Abrazotes.
Creo que es un arte inigualable y que efectivamente nos emboba verlo con la maestría y buen hacer de quiénes lo ejecutan laboriosamente, aunque en mi caso el léxico que empleas apenas me suena ni de oídas. Me parece genial que existan estos talleres para los más jóvenes, no solo para conocer esta forma de hacer o incluso como entretenimiento, para que vean que hay vida más allá de la pantalla del móvil o de la Tablet. Interesante texto y no menos interesantes los comentarios. Un abrazo. pd: yo también me apuntaría hoy a los cubos con helados…
No estoy ducho en la materia, pero, a fuerza de observar y preguntar, algunas palabrejas me son familiares. Este tipo de talleres despiertan cierto interés por lo novedosos. Recuerdo, de crío, que, en otro taller ccomo este, nos enseñaron a tejer bufandas colocando pinzas en un tambor redondo de detergente y entrecruzando la lana por las pinzas; no veas lo entretenidos que estuvimos durante una temporada y con qué orgullo lucimos las bufandas en invierno… Eso sí, no recuerdo que nos premiaran con helados.
Otro abrazo.
Las tradiciones son enseñanzas que se dejan a modo de herencia aún en vida, y en tu relato dejas constancia de ésta tan particular entre tejedoras/es y helados.
Hablando de tradiciones, yo he heredado el fanatismo por San Lorenzo de Almagro, y hablando de eso… llevo unos días pensando que tengo que escribirte, ya que me di cuenta que Adolfo Gaich está jugando para el Huesca.
Viendo que allá le está yendo mal, podrían devolvérnoslo? Necesitamos un goleador así
Un abrazo grande!
No ha tenido mucha suerte Gaich en la Sociedad Deportiva Huesca y alguna pitada se ha llevado de la afición. Parece ser que es un jugador cedido por no sé qué equipo, puede que ruso, y se esperaba más de él de lo que ha dado, aunque ignoro cómo va el tema fichajes y no sé si se quedará para la siguiente temporada. En Huesca, el equipo de fútbol es el pan y la sal (salvo para mí, que no soy aficionado aunque estoy rodeado de fanes) y se viven las victorias y las derrotas con mucho sentimiento.
A ver si a tu San Lorenzo le va mejor que al equipo oscense, con o sin Gaich.
Otro abrazo.