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Posts Tagged ‘nazismo’

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«Quietud»: Archivo personal


Desayunan en la chocolatería entre aromas, retiñidos y bisbiseos, concentrados en los líquidos y viandas que sus estómagos acogen con complacencia antes del comienzo de una jornada ociosa. Sobre la mesa, una fotografía; fue tomada, les han dicho, en 1979, en un descanso del baile de las fiestas de la localidad, el año que la Corporación Municipal contrató a la orquesta Osca, grupo musical muy reputado entonces en la provincia. En la imagen, una atractiva y jovencísima Olarieta posa junto al elegante y maduro señor Anselmo, el Anarquista, y, en medio de los dos, uno de los músicos, muy sonriente, vestido con una suerte de mono azul cielo con mangas de volantes en las que, pese al tono mate de la fotografía, resaltan infinidad de brillos. “¿No reconoces al músico, Gorka?”, pregunta la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. Y ante el gesto de extrañeza del hombre que la acompaña, añade: “Pues me han contado que fue tu brigada en el cuartel y el director de la banda militar en la que tocabas los platillos”. “¡No jodas! ¿Es Sampériz?”. “Ese mismo”. “Muy buena gente, el tío”, suspira Gorka, que durante su servicio militar voluntario se ocupaba de la puesta a punto del coche del brigada Sampériz amén de hacer uso subrepticio del vehículo para pasear a amigas y novietas.


José Luis Sampériz Morera (1934-2011), músico militar, integrante de la afamada orquesta Osca y director de la Banda de Música oscense, fue, además, sobrino carnal de dos grandes intelectuales de ideas anarquistas, los hermanos José y Cosme Sampériz Janín. José [*], escritor, periodista e integrante del Comité Ejecutivo de la CNT, se refugió en Francia tras la guerra española, alistándose en la 118 Compagnie de Travailleurs Étrangers; fue apresado por los nazis en Dunkerque y llevado al campo de concentración de Mauthausen. El 26 de septiembre de 1941, enfermo y extenuado, falleció en Gusen, en un anexo del campo de exterminio. Su hermano Cosme, pedagogo vanguardista, fue asesinado, el 8 de mayo de 1937, en un enfrentamiento con colectivistas libertarios, que lo acusaron de haberse adscrito a la ideología comunista, siendo arrojado su cuerpo al río Cinca. Otro hermano, Ricardo Sampériz Janín, murió a consecuencia de un bombardeo. José Luis, el sobrino músico y militar, nunca olvidó a sus tíos paternos, a quienes llegó a conocer de niño, ni las terribles huellas que la guerra (in)civil dejó en su familia. Fue, como dicen quienes le trataron, un hombre bueno a quien la ciudadanía oscense sigue recordando con el apelativo que se le dio como director y compositor de la Banda de Música de la ciudad: el Maestro Sampériz.







NOTA

[*] En 1998 se publicó el libro José Sampériz Janín (1910-1941). Un intelectual de Candasnos asesinado por los nazis, escrito por Valeriano C. Labara Ballestar.

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«Les Chats de la Rue du Buffet»: Gilles Durand


I

El autobús se aleja de Doué-la-Fontaine entre perfumes de rosas que se infiltran, persistentes, en el interior del vehículo hasta conquistar el oxígeno e inundar los pulmones de la decena de viajeros que regresan al cuartel general de Montreuil-Bellay. En el exterior, un abanico de nubes desplegado sobre la campiña saludada por el río Thouet, cuyas aguas laminan la muralla medieval de la villa; a lo lejos, los últimos rayos solares del día iluminando el castillo [FOTO] y, quizás, los tejados gatunos de la rue du Buffet.

  —Mañana visitaremos el castillo de Ussé y los bosques anexos —anuncia Gilles durante la temprana cena—. Es allí donde Perrault imaginó a la Bella Durmiente. Y pasaremos por el de Montsoreau, a orillas del Loira.


II

Se va recogiendo la tarde entre destellos naranjas y salen los gatos de la rue du Buffet a esperar la noche impuntual detenida sobre la hierba del antiguo campo gitano de Montreuil-Bellay. Cuatro figuras quietas contemplan, con los rostros serios, el monumento [FOTO] que recuerda a los seis mil quinientos gitanos franceses encerrados  —en el primer lustro de los años cuarenta—  por sus propios compatriotas en ese espacio, otrora rodeado de alambradas, que mantuvo su condición de cárcel étnica hasta un año después de haber terminado la guerra, como si la victoria aliada sobre el nazismo se hubiera detenido ante los portones cerrados donde se apiñaban hombres, mujeres y criaturas gritando su hambre y su dolor a los lugareños.

Fenece el día y se ilumina la villa. Van y vienen los gatos de la rue du Buffet y deshacen la ruta recorrida los compungidos visitantes del antiguo campo de concentración gitano, allí donde Taloche  —el real [1] y el recreado por Tony Gatlif en la película Korkoro—  y los hombres y mujeres anónimos que miraron a los gitanos y únicamente vieron a otros seres humanos, soñaron un universo distinto.


«Si quelqu’un s’inquiète de notre absence, dites-lui qu’on a été jetés du ciel et de la lumière, nous les seigneurs de ce vaste univers. [2]».- De la canción Les bohémiens, de la película Korkoro (Liberté).


Primavera. 2019




NOTAS

  • [1] Taloche fue un músico romaní de origen belga internado en el campo gitano de Montreuil-Bellay. Ayudado por un notario, consiguió comprar una casa y fue liberado a condición de abandonar su vida nómada. Dado que no lograba adaptarse al sedentarismo, decidió marchar a su país de nacimiento. Detenido por los alemanes en el norte de Francia, su rastro y el de las personas que viajaban con él, se perdió en Polonia, en un tren de prisioneros que se dirigía a Auschwitz.
  • [2] «Si alguien se preocupa por nuestra ausencia, decidle que hemos sido expulsados del cielo y de la luz, nosotros, los dueños del vasto universo.»

 

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«Prisoner»: Douglas Ross


“[…]Al hombre lo habían dejado tirado allí para que todos lo viéramos. Sufría… sufría mucho, pero no le quedaba voz para quejarse. […]Estuve mucho tiempo observando mientras rezaba para que el hombre muriera y terminara su sufrimiento. Pero seguía moviéndose y supe que debía hacer algo[…]. Cuando vi que los guardias se habían desentendido de él, me acerqué arrastrándome, le puse una mano en la mejilla y le dije que estaba a salvo. Recuerdo sus ojos… Me miraban… Era un hombre guapo… Un gadyè (=no gitano) de ojos castaños, de unos cuarenta años. Le sonreí y le puse mi pañuelo en la boca y la nariz. Ni siquiera se movió cuando apreté. […]Sus ojos seguían mirándome pero me di cuenta que había muerto. […]Entonces, aquel guardia me vio… Tiró de mi brazo como si quisiera arrancármelo. […]Otros guardias se acercaron. […]Aquella noche recibí más golpes que en todo el tiempo que llevaba allí. Con cada golpe pensaba: Este es el último. Ahora moriré y acabará todo. Pero me seguía doliendo. Me dolía cada hueso, cada trocito de mi cuerpo. Seguían, seguían, seguían… Yo pensaba que ojalá alguien me ayudara como yo había ayudado al gadyè moribundo.[…].- Traducción ajustada al original en francés.


Tres viejas cintas de casete recogen el testimonio de Florica Slavu, gitana, superviviente del campo de concentración de Lety, en el sur de Bohemia. Su voz, a veces entrecortada, va desgranando las atrocidades cometidas allí donde, como ella repite, “Devel (=Dios) miraba para otro lado”.


“Yo no esperaba que vinieran de fuera para ayudarnos a nosotros, los romá, pero también había veinte o treinta judíos, que luego se llevaron a otros lugares, y ellos tenían poder y amigos. Eso se decía en el campo, que vendrían de fuera a ayudar a los judíos y nos sacarían a todos. Pero a ellos tampoco los quería nadie[…].”


Florica Slavu, convertida en activista gitana para el Reconocimiento del Genocidio practicado contra el Pueblo Gitano, nació en Praha, en el otoño de 1925. Falleció en París, en enero de 2007, un día antes de la conmemoración del Día Internacional del Holocausto. Nunca recibió compensación alguna por el daño que se le infligió.


¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Federico García Lorca



NOTA

Este artículo se publicó por primera vez en esta bitácora el día 5 de abril de 2012.

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«La mirada»: Archivo personal


«Cuando habla en tono calmado no se le aprecia mucho el acento francés, ¿verdad?», le cuchichea Iliane a la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio mientras Agnès Hummel, apoyada en el atril que la tarima eleva levemente, transmite con su voz —«Vedla. Sentidla. Sabedla y comprendedla y así rozaréis desde el presente su dolor»— las penurias y el desespero de Araceli Zambrano en aquella Francia de ilusiones asesinadas y censuradas cartas que intercambia con el hombre —su amor, su vida, su anhelo— encarcelado por la Gestapo en La Santé. «No retornó la alegría», prosigue Agnès Hummel. «No renació la esperanza. Manuel Muñoz fue entregado por la Gestapo a los hombres de Franco desplazados a París, extraditado a España, sumarísimamente procesado y fusilado el 1 de diciembre de 1942… Rota, Araceli. Inapetente a la vida. Derrumbado su mundo. Pero con ella, su hermana, María Zambrano, que guardó su propia agonía en un arcón arrojado al Sena y dedicó buena parte de su existencia a amar, recomponer, aliviar y cuidar a la marchita e inconsolable Araceli».


[El silencio sustituye cualquier amago de aplauso. Agnès Hummel bebe agua tintada con unas gotitas de güisqui, baja de la tarima y se dirige hacia la docena y media de personas que han asistido a la charla. Entre las manos, el libro Cautivo de la Gestapo, de Fernando Sigler Silvera].



EPÍLOGO: 1947-1991

París. Nueva York. México. La Habana. Puerto Rico. Y, por fin, en 1953, Roma. Juntas siempre. Para siempre. Araceli, María… Y los gatos. Gatos. Muchos gatos. Gatos romanos que acuden a las caricias y a la manduca. Gatos en las alcobas, en el sofá. Gatos que marcan su territorio en las patas de las sillas y los marcos de las puertas. Gatos. Gatos… Y Zampuico, el gato negro de ojos amarillos que las acompañó desde la cadenciosa Cuba a esa Roma felina en la que, cierto día, se internó para no regresar; tal vez marchó a escudriñar de cerca las viejas ruinas de la Ciudad Eterna o se unió a los gatos semiciegos que celan paraísos soterrados.

Gatos. Gatos… Y, con ellos, un abanico de denuncias anónimas que las obligan a cambiar de domicilio para preservar el virreinato félido. Gatos. Gatos… Y más denuncias en las que se escudan las autoridades italianas para expulsar del país a aquella pareja de exiliadas españolas. Doce horas les dan, en 1964, para abandonar, seguidas por sus gatos, esa Roma de espléndidas arquitecturas apenas devoradas por los siglos.

Y, entonces, La Pièce, en el Jura galo. El último refugio fraternal de las expatriadas Zambrano que, como en Roma, sobreviven merced a la generosidad de sus amistades. Allí, en La Pièce, fallecerá Araceli, el 20 de febrero de 1972. María, que retornará a sus itinerancias y sus conferencias por el mundo y será, por fin, reconocida, festejada y galardonada en la democratizada España, seguirá a Araceli, su tan amada hermana pequeña, el 6 de febrero de 1991. Y dicen que, junto a su tumba andaluza, se detienen a maullar los gatos. Quizás, entre los de bruno pelaje, se asomen a las sombras noctívagas unos ojos amarillos.

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«Rojo»: Anztowa


A Juana Mari —vieja compañera de colegio de Agnès Hummel y abuela de Gorka— la conocieron personalmente durante las fiestas de San Fermín, la noche del concierto de los raperos granadinos Ayax y Prok en la plaza de los Fueros, al que la señora se empeñó en acudir, situándose a pie de escenario, porque, dijo, quería entender “de qué va eso del hip hop”. “Si no reparamos en el salto generacional, no hay tanta diferencia entre lo que denuncian esos jovencitos y lo que defendía el querido Jean”, les explicaba al día siguiente a María Petra y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, en referencia al cantautor Jean Ferrat, con el que compartió, junto con Agnès, militancia en el Partido Comunista Francés y una firme amistad. “Los intereses sociales son los mismos en cualquier época”, proseguía. ”Los problemas del mundo no se solucionan a corto plazo sino cuando varias generaciones asumen que existen y establecen pautas para resolverlos”. Y recordaba a su padre, natural del valle de Salazar, que, apenas veinteañero, se exilió a Francia y se enroló en las milicias comunistas de la Resistencia Interior Francesa, colaborando con la cédula de inmigrantes que capitaneaba el irreductible luchador de origen armenio Missak Manouchian, detenido por colaboracionistas franceses y entregado a la Gestapo, que lo fusiló, junto con veintiún camaradas, el 21 de febrero de 1944. El padre de Juana Mari evitó la detención, tortura y muerte “por una minucia”, recordaba su hija: Había sufrido graves heridas en una pierna en el último acto de sabotaje llevado a cabo por el grupo de Manouchian. La minucia le supuso la amputación de la pierna por debajo de la rodilla pero lo salvó de una muerte certera. De su padre, que fue condecorado tras el fin de la guerra, heredó Juana Mari, nacida en 1946, el tesón en la lucha por la libertad y una militancia comunista de carácter antisoviético que la llevó a recorrer la misma senda del malogrado Jean Ferrat y la exquisita Agnès.



NOTA

L’Affiche Rouge es una canción de Léo Ferré con letra del poeta Louis Aragon, que homenajea al grupo de resistentes extranjeros del grupo de Manouchian. Está basada en el deleznable y famoso Cartel Rojo distribuído por los nazis y los colaboracionistas franceses para denigrar, presentándolos como vulgares terroristas, a los veintitrés resistentes asesinados por la Gestapo. En el libelo, que los nazis colocaron en muchas poblaciones de la Francia de Vichy, manos anónimas añadieron un “Muertos por Francia”, convirtiendo así el intento de vejar a los luchadores extranjeros en homenaje público póstumo.

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«Luna»: Fra


El sol, los árboles, la sed;
al norte, Argel. – MAX AUB


La enfermera regresa sonriente. “Te ha bajado el azúcar a ciento veintidós. Hoy no te pondremos la insulina”, comunica.
Sobre la mesita rodante, la bandeja con la cena. A la derecha, en un bol con tapa gris, el puré de verduras; a la izquierda, un plato con pescado al vapor; en la parte delantera, un yogur natural.
Al otro lado de los ventanales herméticos, la luna rutilante y tan baja que se perfila un mágico relieve de cordilleras agrisadas.
En la mesilla, dos botellas grandes de agua Vittel montan guardia ante tres o cuatro periódicos cuidadosamente apilados. Sobre ellos, un libro forrado en blanco manoseado, con los bordes de las hojas amarillentos y el nombre Max Aub escrito cuidadosamente a mano, con rotulador grueso y verde, en la parte inferior de la cubierta.
Toses, carraspeos, frufrú de ropa de cama, crujidos, susurros, pasos sigilosos y semioscuridad vigilada por las mortecinas luces de emergencia.
Dos puertas más allá de la habitación donde sisea el oxígeno recorriendo la cánula que une la pared con las fosas nasales del paciente, parpadean los fluorescentes recién encendidos y renacen, setenta y dos años después, los poemas de  Max Aub de entre las ajadas hojas de esquinas combadas.


La luna  llena luna, luna llena—  se contonea en el cielo de Djelfa proyectando su silueta sobre el basto tejido de la tienda marabout que oficia de celda en la Nada del escritor perseguido. Entre sudores y escalofríos, ladeado en la esterilla que moldea el pedregoso relieve del suelo, se le agrupan a Max Aub, en aquel tenebroso comienzo de 1942, las palabras en renglones, dibujando poemas que sobrevuelan la cárcel colonial francesa y se posan, de nuevo, en el hombre apresado.


El hombre es como la tierra:
sementera,
cementerio,
sin frontera.- MAX AUB


Max Aub estuvo recluido en el campo de concentración francés de Djelfa (Argelia) desde el 28 de noviembre de 1941 al 18 de mayo de 1942, hasta que su buen amigo y ángel tutelar de los expatriados españoles, el Cónsul General de México en Marsella, Gilberto Bosques, consiguió, mediante subterfugios, su liberación. El cónsul Bosques, hombre de izquierdas cuyo altruismo le costó, a él mismo y su familia, la libertad, creó una red de ayuda a los perseguidos por los nazis que estuvo activa desde 1939 a 1943 en Marsella, con dos centros de acogida en los castillos de La Reynarde y Montgrand que Bosques convirtió en territorio mexicano y donde cientos de personas de distintas nacionalidades y creencias consiguieron eludir los campos de concentración y obtener documentación y pasajes para cruzar el océano hacia México y otros países de acogida.

«Las razzias casi cotidianas, recordaría Gilberto Bosques muchos años después, eran comunes y corrientes en la Francia de Pétain, y ya no se diga en la Alemania de Hitler. Les tenían echado el ojo a determinados intelectuales a los que la Gestapo no dejaba tranquilos. Aprehenderlos, deportarlos y exterminarlos en los campos de concentración en Alemania era una sola acción. […] A otro que saqué varias veces de un campo de concentración, primero en Vernet, luego en otro cuyo nombre se me escapa, fue Max Aub. Yo lo sacaba y lo volvían a meter a otro, hasta que lo enviaron a un campo de concentración en África, Djelfa. Max Aub jamás se quejaba, todo lo tomaba con filosofía. Hasta fui a África y volví a sacarlo. Escribió un libro, me lo dedicó y me dio el manuscrito: Diario de Djelfa.»


La luna  llena luna, luna llena—  va difuminándose, en ese martes de febrero de 2014, entre los destellos anaranjados de la aurora. Toses, carraspeos, voces, pasos, timbres. El hospital se despereza y en la salita  —dos puertas más allá de la habitación donde sisea el oxígeno—  alguien recoge el libro manoseado de bordes amarillentos y, con él bajo el brazo, accede al activo pasillo donde las auxiliares comienzan a repartir las bandejas del desayuno.




ANEXO

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«Raindrops are falling on my head, they keep falling»: Maysoun Samham


¿Pero quién narices dijo que sólo iban a caer cuatro gotas?”, protesta la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio corriendo hacia los soportales de la Place aux Herbes de Uzès, donde se van concentrando algunos viandantes mientras la lluvia se recrea sobre Agnès Hummel y la señorita Valvanera que caminan, despreocupadamente, por entre los árboles desnudos. “Qué pachorra tienen”, murmura la veterinaria.

Cuando, por fin, el monovolumen enfila la carretera de Remoulins continua lloviendo con intermitencias durante diez kilómetros más hasta que, cerca ya de Vers-Pont-du-Gard, en el desvío jalonado de matorrales que lleva a la casa de Corito Larrauri, el temporal acuoso se detiene abruptamente.

[Corito Larrauri es menuda y aparenta menos edad de la que afirma tener. Pelo corto con mechas caoba. Exageradamente impecable en su vestimenta. Anarquista. Viuda desde hace apenas un lustro. Cocinera, hasta su jubilación, en la residencia para personas mayores de Toulouse donde ahora trabaja la Hermana Marilís. Y, por encima de todo, confidente de una de las residentes más peculiares: Caroline Brigliozzi.]


Caroline Brigliozzi  nacida en Marsella, a principios del siglo XX—  fue enlace y colaboradora del servicio secreto británico desde 1940 a 1943 en la Organización Pat O’Leary. Su misión consistía, además de esconder a los perseguidos por los nazis, en hacer llegar fondos a la Red Ponzán, formada por anarquistas españoles.

Caroline era la antítesis de las espías cinematográficas: Cuarentona, gruesa, no excesivamente agraciada físicamente… Poseía, en cambio, una esmerada educación y era de maneras exquisitas, políglota y aparentemente ajena, públicamente, a cualquier veleidad ideológica. Trabajaba como secretaria de un hombre de negocios en buena sintonía con los nazis y esta circunstancia le permitía  desplazarse de un lugar a otro sin levantar sospechas.

El primer contacto de Brigliozzi con las redes de evasión fue a través del militar Ian Garrow, a quien conoció casualmente, y al que ayudó a ocultar a algunos militares británicos en la propia empresa para la que trabajaba. Posteriormente, cuando la Gestapo tuvo conocimiento de la existencia del grupo, iba y venía a Lisboa para recibir órdenes directas y trasladar documentos. Fue en Lisboa donde supo de la detención del anarquista aragonés y miembro de la Red Ponzán Agustín Remiro por parte de la Policía Política Portuguesa y su posterior entrega a España. Al igual que Remiro, Caroline Brigliozzi fue consciente de la escasa consideración que el servicio secreto británico tenía por sus agentes de otras nacionalidades y puso sobre aviso a los miembros de la Red Ponzán para que extremaran las precauciones. Ella misma se mantuvo todavía más alerta desde entonces, cambiando de ubicación constantemente y negándose a decir a sus superiores ingleses los diferentes lugares donde ocultaba a los evadidos y las rutas que ella misma buscaba para sacarlos de Francia. En 1943, cuando la Gestapo se presentó en la empresa interesándose por ella, consiguió huir a través de una galería y cortó cualquier tipo de relación con el servicio secreto británico.

Después de la guerra trabajó como traductora en una editorial. Nunca se casó y apenas hizo vida social. Cuatro años antes de morir se trasladó a la residencia de mayores en cuyas cocinas trabajaba Corito Larrauri; la condición de hija de exiliados y anarquista de la entonces joven Corito la acercó a la ex-agente. Caroline Brigliozzi falleció a mediados de febrero de 1979.


[Sobre la mesa de la cocina, la última fotografía de Caroline y Corito juntas. Grande la una, pequeña la otra. Ambas sonrientes. “Tres días después, murió mientras dormía”, suspira Corito.]


A la mañana siguiente, con cielo despejado, Corito Larrauri —la sonrisa bordeada de rojo cereza— acompaña al grupo a visitar el majestuoso Pont du Gard.

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«Butterfly Effect»: Marko Beslac


Rita Vowe quisiera desmenuzar los casi setenta y cinco años transcurridos desde aquella tarde de 1938, cuando todavía se llamaba Rita Edith Trollmann y sentía, por última vez, en la fragilidad de sus tres años, el amor inmenso de su padre, Johann, que las abrazaba a ella y a su madre, Olga Frieda Bilda, con los dolorosos papeles del divorcio depositados sobre la mesa de la cocina. Johann y Olga  —gitano y gadjé[1]—  se habían casado en 1935, el mismo año del nacimiento de su pequeña Rita. Por amor se unieron y apelando a ese mismo sentimiento abandonó Johann Trollmann a quienes tanto quería para alejarlas del estigma de ser la esposa y la hija de un gitano alemán en aquella República de Weimar emponzoñada por los vientos del nazismo.

Más de setenta años tardaría Rita Vowe  —née Rita Edith Trollmann—  en conocer la historia de sacrificio, lucha y muerte del hombre que le dio, primero, la vida, y, después, la oportunidad de sobrevivir.


En Hannover, una calle corta, cercana a una iglesia, recuerda a uno de sus vecinos, el campeón de boxeo Johann-Wilhelm Trollmann, conocido como Rukeli, nacido en Wilsche, en 1907, en el seno de una familia sinti que se trasladó a Hannover, ciudad en la que transcurrió casi toda la vida de Johann y donde empezó a despuntar como boxeador. Rukeli, pequeño y delgado, tenía un estilo peculiar en el cuadrilátero, entre acróbata y bailarín, que los nazis consideraban afeminado y opuesto a los ideales de marcialidad y hombría que se presuponían en un buen alemán.

En 1933 disputó y ganó en Berlín el campeonato de Alemania de pesos semipesados; el título le fue retirado seis días más tarde con la excusa de haber practicado un boxeo poco masculino y una actitud  —había llorado de alegría ante su victoria—  alejada de los cánones nazis. Emplazado a un nuevo combate con la prohibición expresa de boxear como lo hacía habitualmente, Johann se presentó en el ring con el pelo teñido de rubio y el cuerpo enharinado  —en peligrosa burla contra los postulados arios—  y se mantuvo quieto mientras su contrincante golpeaba su rostro. Resistió cuatro asaltos antes de caer, ensangrentado, al suelo.

Desposeído de su título e inhabilitado para boxear, sobrevivió gracias a algunas peleas en circuitos clandestinos. En 1939 fue detenido y esterilizado. En noviembre de ese mismo año hubo de enrolarse en el ejército y, un tiempo después, fue enviado al frente oriental, donde sería herido y devuelto a Alemania.

El 16 de diciembre de 1942, Himmler, en lo que se conoce como Decreto de Auschwitz, ordena la deportación de todos los gitanos que todavía no habían sido confinados en campos de concentración y Johann Trollmann es detenido por la Gestapo y llevado al campo de concentración de Neuengamme, donde trabajará hasta la extenuación, como el resto de prisioneros, en la fabricación de ladrillos y será obligado a boxear para regocijo de los guardianes, con la promesa de recibir una ración extra de alimentos. Dada su extrema debilidad, un grupo de prisioneros decidió hacerle pasar por muerto. Con una falsa identidad es transferido al campo de Wittemberge donde, unos meses después, en 1944, será reconocido y obligado a pelear contra uno de los kapos. Rukeli, debilitado pero con un último conato de dignidad, se enfrentó a su guardián, que terminó rodando por el barro del campo entre las risotadas del resto de los carceleros. El hombre públicamente humillado se hizo con un palo y la emprendió a golpes contra Johann. Hasta la muerte. Después, el olvido. Hasta que los esfuerzos de su sobrino nieto, Manuel Trollmann, por recuperar la memoria y los logros de aquel gitano asesinado a golpes, desempolvaron su historia.


En el año 2008, la publicación del libro Leg dich, Zigeuner. Die Geschichte von Johann Trollmann und Tull Harder, de Roger Repplinger, aportaría datos imprescindibles para conocer el bárbaro final de Rukeli. En la narración, el autor contrapone la biografía de Johann Trollmann, boxeador preso en un campo de concentración por su condición de gitano, con la del futbolista Otto Tull Harder, ídolo alemán afiliado a las SS que fue guardia del campo de concentración donde fue recluido Rukeli. Harder fue juzgado por crímenes contra la humanidad al finalizar la guerra europea. Condenado a quince años de prisión, de los que cumplió diez, falleció en Hamburgo en 1956. En 1974, con motivo de la Copa Mundial de Fútbol, se editó en Hamburgo un folleto en el que se ensalzaba a Harder como «modelo a imitar por la juventud«, lo que provocó un escándalo que obligó a retirar todos los ejemplares publicados.



POST SCRIPTUM

  • Heinrich Trollmann, llamado Stabeli, hermano menor de Rukeli y también boxeador, fue deportado a Auschwitz, donde murió en 1943. Tenía 27 años.
  • En el año 2003 la Federación Alemana de Boxeo entregó a la familia Trollmann el cinturón de campeón de los pesos medios obtenido por Rukeli en 1933 y del que se le había despojado por cuestiones raciales.
  • En junio de 2010 se inauguró un monumento de homenaje a Johann Trollmann en el Viktoria park de Berlín.
  • En enero de 2011, el remodelado pabellón de deportes berlinés levantado en el mismo lugar donde, en 1933, Rukeli obtuvo y fue despojado de su título de campeón, fue renombrado como Johann Trollmann Boxcamp.

NOTAS

Der zu späte Sieg (La victoria tardía) es el título de una canción contenida en el CD «Trollmann», del grupo Spätlese.

[1] Dícese, en rromanés, de la persona que no pertenece a la etnia gitana.

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Unas sencillas placas de hormigón chapado en latón dorado y colocadas, a modo de adoquines, junto a diferentes edificios de Alemania, Polonia, Austria, Países Bajos y otros países europeos donde el nacionalsocialismo se adueñó de la vida y la muerte de la ciudadanía, son la contribución del artista Gunter Demning a la Campaña contra el Olvido ideada por él mismo en 1997 bajo el lema: «Una persona tan sólo se olvida cuando se olvida su nombre«.

El Proyecto Stolpersteine (Las Piedras del Tropiezo) es un homenaje al gitano, al judío, al eslavo, al homosexual, al Testigo de Jehová, al disidente político; al vecino, al estudiante, al diputado, al ama de casa, al obrero, al discapacitado, al vagabundo que compartió edificio, hogar, trabajo, aula, calle, ruta y saludos y que un día fue arrebatado de su entorno cotidiano, como si jamás su presencia hubiera formado parte de la aldea, del barrio, de la ciudad. Desaparecido. Muerto. Olvidado.

Las placas,  —más de 35.000 hasta la fecha, cuyo coste de unos noventa y cinco euros se financia mediante aportaciones ciudadanas—,  son colocadas a pie de calle y llevan una leyenda  —precedida por las palabras “Aquí vivió, o trabajó, o fue asesinado…”—  con el nombre de la persona y las fechas de nacimiento y desaparición o muerte. El primer adoquín se colocó en Austria, el 19 de julio de 1997, en recuerdo de Johann Nobis, Testigo de Jehová ejecutado el 8 de enero de 1940 por objetar contra el servicio militar.


[…]A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados.[…]
PABLO NERUDA

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Un escueto comunicado enviado por una asociación de gitanos alemanes anunciaba, el 5 de julio de 2001, la muerte de Otto Rosenberg, un ciudadano berlinés cuyos recuerdos habían tomado la forma de libro gracias a la pluma de Ulrich Enzensberger, que, en 1998, había publicado Das BrenglasUn gitano en Auschwitz..

Rosenberg, gitano sinti, evocaba en el libro de Enzensberger su llegada a la que él consideraba fascinante Berlín, ciudad que llevó siempre en cada uno de sus sentidos, incluso en los cinco campos de concentración que fueron su morada desde 1942, cuando fue detenido con quince años, hasta 1945, año de su liberación de Bergen-Belsen por las tropas rusas.

Ni los experimentos que realizaron con él ni los trabajos forzados ni el exterminio de toda su familia -su madre, que también fue liberada al final de la guerra, falleció poco después a consecuencia de los padecimientos en el cautiverio-, minaron su sentimiento alemán; fue berlinés hasta la muerte.

Durante más de cincuenta años mantuvo apartado de su presente el horror vivido, llegando a tatuarse un ángel en el brazo, encima del número que indicaba que había sido prisionero de un campo de concentración.


Otto Rosenberg, nacido en la Prusia Oriental, el 28 de abril de 1927, co-fundó y presidió, tras la guerra, la asociación de gitanos alemanes. En 1998 fue condecorado con la Cruz Federal al Mérito por sus campañas a favor de la igualdad social de las minorías étnicas y su incansable lucha por el reconocimiento y la compensación a las víctimas del nazismo. Una calle y una plaza llevan el nombre de este gitano alemán en el distrito berlinés de Marzahn, en el lugar donde el 16 de julio de 1936 fueron confinados los gitanos de la capital tras la limpieza nazi de Berlín con motivo de las Olimpiadas. El campo gitano de Marzahn, situado en un desagüe de aguas residuales, fue, para la mayoría de las familias allí recluidas, la antesala de los horrores venideros, minimizados y silenciados por las autoridades alemanas, que no reconocerían oficialmente el genocidio de los gitanos europeos hasta 1982.


NOTA

Chavó tri bravàle, en rromanés, significa Hijo del Viento.

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