
«Pancarta»: Archivo personal
Cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, todavía coleaba en Aragón la fracasada Sublevación Republicana de diciembre de 1930, con el recuerdo de la Marcha por la Libertad que, desde aquella Jaca entusiasta, se dirigió, por carretera y ferrocarril, a Huesca hasta ser detenida por las tropas monárquicas en las inmediaciones de la ciudad altoaragonesa y terminar, menos de día y medio después, con los fusilamientos de Fermín Galán y Ángel García Hernández, la aprehensión de buena parte de los partícipes y la desbandada del resto.
En Huesca, el 14 de abril de 1931 —apenas cuatro meses después del sofocado intento de suprimir la Monarquía— tuvo dos lugares emblemáticos: El cementerio donde fueron inhumados los capitanes fusilados de la sublevación jacetana, cuyas tumbas se cubrieron con flores, y la casa del ausente Ramón Acín Aquilué, a la que muchos oscenses acudieron en efusiva manifestación como reconocimiento al intelectual anarcosindicalista cuya implicación en los sucesos de diciembre le había obligado a expatriarse a Francia. En la ciudad se esperaba, con expectación, el regreso de Acín de su exilio parisino, que no se produciría hasta el día 26, sobre las ocho de la noche, cuando, en compañía del periodista ácrata José Jarné [*], arribó en automóvil.
Narraba el periódico El Ideal de Aragón que «el recibimiento que les dispensó el pueblo oscense fue entusiasta en extremo. […] Fueron llevados en hombros por la multitud que les vitoreaba sin cesar, dirigiéndose la manifestación al domicilio social de la Agrupación Republicana, en donde les recibió la Junta Directiva, el Gobernador Civil y el Alcalde». Pero tanto Acín como Jarné compartían la misma reserva del periódico anarquista Solidaridad Obrera, que un día después de anunciarse la II República había tomado posiciones expresando que «si la República ha de consolidarse será, indudablemente, contando con la organización obrera, de lo contrario, no será», idea que ya había expuesto el propio Acín en un artículo de 27 de abril de 1927 en el que criticaba el republicanismo mitinero y demagogo de Alejandro Lerroux, por considerar que el líder del Partido Republicano Radical solo pretendía cambiarle el nombre a la forma de gobierno —ignorando las demandas sociolaborales— y así conformar una República predominantemente burguesa:
Ha hablado de nuevo Lerroux predicando la república, pero los trabajadores ya saben de sobra que la tal república no significa un escalón más para la emancipación del proletariado, sino que es el mismo escalón de la monarquía pintarrajeada de colorado.
[…] Saben de sobra los trabajadores, que la república no es sustancialmente distinta de la monarquía. La república no pasa de ser una monarquía con un rey menos que las monarquías; la monarquía no pasa de ser una república con un rey más que las repúblicas. Allí tenemos la muestra en la más flamante de las repúblicas: los Estados Unidos. No tienen ciertamente el rey coronado de los pueblos viejos y legendarios, pero tienen los reyes del acero y los reyes del petróleo y los reyes del cobre y cien y cien reyes ciñendo su corona de poderío, explotando el sudor y la vida de millones y millones de trabajadores. Las repúblicas burguesas, incapaces de derribar los monarcas que reinan sobre el dolor y la miseria, engañaron a los trabajadores destronando los reyes que ingenuamente dícense descendientes de la Divinidad, más decorativos, menos crueles, con serlo mucho, que los reyes del cuero, los reyes del hierro y de la sal.
[…] De nuevo ha venido Lerroux, como hace veinte años, a que nos calemos el gorro frigio, pero hoy no encuentra un dios que se lo cale; están en quiebra las boinerías, las coronerías, las morrionerías, las gorrofrigerías (pasen las palabrejas) porque estamos en tiempos de llevar la cabeza despejada y libre, sin enseñas carnavalescas, distintivos de la misma farsa y disfraces del mismo baile.
Los trabajadores saben de sobra que igual matan las balas en los campos de batalla y en las rúas y en las Ramblas al son de la Marsellesa que al son de la Marcha Real.
El que más y el que menos, hoy, sabe que la república no puede hacer más sino secularizar los camposantos, y a las gentes de ahora, don Alejandro, luego de muertos, tanto nos da que se nos coman nuestras flacas carnes cucos bendecidos o cucos sin bendecir.
Aquello que malpensaba Acín, cuatro años antes de la II República, se mantenía vivo en la CNT y su órgano de expresión, Solidaridad Obrera, un día después de que la tricolor ondeara en España, siendo premonitoria, a tenor de lo que sucedería pasados cinco años, una declaración de intenciones que resumía el ideario anarcosindicalista ante la nueva forma de gobierno: «No nos entusiasma una República burguesa, pero no consentiremos una nueva dictadura». Como señala el profesor Julián Vadillo Muñoz al analizar la postura anarcosindicalista, «cuando el 18 de julio de 1936 los militares dieron un golpe de Estado contra la República, en los locales de la CNT y sus militantes retumbó nuevamente aquel editorial del 15 de abril de 1931: no permitir una nueva dictadura. Y aunque la dictadura llegó tras la cruenta guerra, la CNT no dudó en renunciar a gran parte de sus ideales históricos para conseguir una victoria que la historia le negó. Aquellos ministros, alcaldes, concejales, militares, policías, carabineros, etc., que colaboraron con las instituciones republicanas no querían una dictadura. Y aunque lucharon por una revolución social y un modelo político distinto también lo hicieron por una República que ellos ayudaron a conseguir».
NOTA
[*] José Jarné Peiré, natural de Jaca, fue fusilado en Zaragoza en septiembre de 1936, acusado de pertenecer a la logia masónica Triángulo Joaquín Costa de Huesca.
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