«Brotes»: Archivo personal
Cuando Marcelle Haurat regresó a Huesca, en noviembre de 1988, habían transcurrido cincuenta y dos años desde su precipitada marcha de la ciudad donde, según sus palabras, “había pasado los días más felices de mi vida y los momentos más dolorosos”. De la capital altoaragonesa tomada por el fascismo fue rescatada Marcelle —retenida en su propio domicilio por los sublevados contra la República— por su padre, comandante francés en el puesto fronterizo del Somport, que amenazó a las autoridades con un conflicto internacional si persistían en denegar el permiso para que la joven viuda, de 25 años y nacionalidad francesa, regresara a su país. Allí, en esa Huesca que ella siempre recordaría por su cielo luminoso, se quedaron sus ilusiones. Y su Manuel. Ay, su Manuel… Tan cariñoso, tan guapo, tan culto, tan bondadoso… Su Manuel, aquel joven que, en 1931, había anunciado a la ciudadanía oscense —su querida ciudadanía—, desde el balcón de Ayuntamiento, la proclamación de la II República.
Con Manuel —su Manuel—, al que había conocido en la parte francesa del puerto del Somport, se había casado en 1934 —en Canfranc, por el juzgado, y en la zaragozana iglesia de Santa Engracia, por el rito católico—. “Eran una pareja joven, agradable y cosmopolita”, se decía en Huesca, donde Manuel, que, pese a su juventud, había sido alcalde republicano de la ciudad, era muy apreciado.
Al despacho de Manuel Sender Garcés —exalcalde de Huesca, abogado de 31 años, hermanico (como él decía) del escritor Ramón J. Sender— se acercaron, el 20 de julio de 1936, los guardias de Gobernación a pedirle que se marchara, que huyera, que las cosas se habían puesto muy tensas. “Márchese, don Manuel, por favor. Váyase a Francia. Nosotros diremos que no le hemos encontrado. Pero márchese”. Pero Manuel, administrador de los fondos de la ciudad, se negó a ello. “Vamos, vamos, señores… Yo no he cometido ningún crimen y me debo al Ayuntamiento y a los ciudadanos”.
“La última vez que lo vi, ya detenido, fue el 11 de agosto”, recordaba Marcelle en la entrevista que le hizo Luisa Pueyo para el Diario del AltoAragón, en 1988. “El día 13, a la una de la madrugada, lo fusilaron”.
El 13 de agosto de 1936 un camión transportó a cuatro hombres, unidos dos a dos por cordones de alambre, hasta la tapia del cementerio de Huesca. Mariano Carderera Riba, alcalde de la ciudad; Manuel Sender Garcés, exalcalde y concejal; Mariano Santamaría Cabrero, primer teniente de alcalde, y Miguel Saura Serveto, obrero afiliado a la CNT, que había bajado a Huesca desde Benasque para saber el alcance que había tenido en la capital la sublevación fascista; fue elegido al azar, de entre los presos, para ser el fusilado número cuatro, dado que se tenía por costumbre atar a los presos por parejas y los ediles sentenciados solo eran tres.
A la una de la madrugada se produjeron las descargas contra los cuatro hombres. Marcharon los asesinos y quedaron los cadáveres en amasijo para que, con las primeras luces, los enterradores hicieran su trabajo. Pero Mariano Santamaria, gravemente herido, consiguió levantarse y caminar rumbo a la ciudad llamando, angustiosamente, a su esposa. Fue rápidamente interceptado, llevado de nuevo a la tapia de la necrópolis y rematado.
La memoria de los enterradores guardó el lugar donde fueron sepultados aquellos cuatro seres humanos; fue esa memoria la que hizo posible que, cuando en junio de 1974 Ramón J. Sender accedió a dar una conferencia en Huesca, con la condición de que, previamente, se depositara un ramo de flores en la fosa clandestina donde estaba su hermano Manuel, las autoridades franquistas, haciendo de tripas corazón, cumplieran, vencidas y humilladas por el hermano del asesinado, la exigencia.
«Los rifles lo miraban todos secos
—ocho bocas de hierro lo miraban—
y era el hijo de Dios, era mi hermano».
Ramón J. Sender (1901-1982).- MONTE ODINA
NOTAS
- Marcelle Haurat regresó a Hendaye con sus padres; en 1939 contrajo segundas nupcias con un primo lejano, se instaló en Biarritz y tuvo una hija, Madeleine. Regresó varias veces a Huesca a partir de 1988. Mantuvo, hasta su muerte, el contacto con la familia Sender.
- El 14 de abril de 2003, el Ayuntamiento de Huesca colocó una lápida de respeto en la fosa del cementerio oscense donde yacen los restos de Manuel Sender Garcés y sus tres compañeros de salvaje infortunio. El lugar es conocido como la Tumba de los Ediles.
- El lugar de un hombre, que da título al presente escrito, se corresponde con el de una magistral novela de Ramón J. Sender cuya primera versión se publicó en México, en 1939. La versión definitiva lo fue en 1958.
Gracias por traernos estos retales de nuestra historia, y ahondar en la parte humana pues siempre que se hable de las víctimas, nunca serán olvidados.
Por mucho que uno sepa de ese golpe de Estado que derivó en la Guerra Civil, no deja de sorprenderse por el profundo dolor de las víctimas de aquellos fusilamientos y la huella imborrable que siempre dejarán en sus familias.
Y en todos los que sienten el dolor ajeno como propio.
La historia que nos precede, también forma parte de nuestra historia actual.
Muy bien escrito, Una mirada….(como siempre).
En el Canto General de Neruda hay un verso que dice… «Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta«. Transformar el cómputo de víctimas -no importa su ideología- en seres humanos únicos es exhumarlas de la peor fosa: la del olvido. Porque las mayores vilezas no se cometieron en el frente de batalla sino en la retaguardia.
Hoy en día, que asistimos a guerras televisadas prácticamente en directo, a escasos metros de nuestros ojos, pienso en esos Sender, esas Marcelles; en esas personas cuyos nombres no han trascendido y que continúan padeciendo en sus carnes y sus sentimientos esa sinrazón agónica; y me duele mi impotencia.
Un abrazo.
Las guerras… no hay ninguna buena.
Visto por la red : Huesca representa un típico ejemplo de represión de la clase política republicana y de burgueses de profesiones liberales a quienes se acusaba de pertenecer a la masonería. Cerca de un centenar de personas fueron fusiladas en los inicios del Movimiento considerados masones, cuando en realidad en 1936 sólo había siete en Huesca
Bonita foto hecha por ti «La Tumba de los Ediles«
Huesca, una ciudad pequeña donde todos sus habitantes se conocían familiar, social y políticamente, fue una ratonera sin salida de emergencia para quienes no quisieron o no pudieron huír. Las vendettas fascistas y los bombardeos republicanos la convirtieron en una madriguera del horror.
En algún sitio había leído que al escritor Sender le habían matado un hermano. No sabía que había sido en Huesca. También he leído el relato que haces en el blog del asesinato de la mujer de Sender, tampoco lo sabía. Salgo de aquí sabiendo más gracias a ti.
Un saludo cordial.
JBernal
El asesinato de su mujer y su hermano marcaron profundamente a Ramón J. Sender e incidieron en su novelística. Siempre supo que a Amparo, su esposa, la mataron, ente otras razones, porque no habían podido asesinarlo a él.
Saludos.
Estos del ayuntamiento se curaron en salud cuando instalaron la lápida. Vale que pusieran también a Saura, faltaría… Pero no les hubiera costado nada escribir debajo de su nombre que era cenetista o cualquiera que lea eso pensará que todos eran ediles y no es así. Ya con eso de los “ediles constitucionalistas republicanos” lo dejan de lado por completo. Luego está lo de la cruz, que tira p`atrás y que tú, muy listo, no has recogido en la fotografía. Al anarquista lo metieron de pegote, eso pienso.
Salud.
La ausencia de la cruz que hay en la cabecera de la lápida ha sido accidental, aunque reconozco que su presencia me parece incongruente. También reconozco que no estuvieron muy acertados el alcalde Elboj y su equipo dejando el nombre de Miguel Saura sin ningún añadido, porque es evidente que solo quienes conocen la historia de ese enterramiento saben que no era un edil más.
Salud, compañero.
Nunca entendí que Sender volviera a España con Franco vivo y sin haber acabado la dictadura.
Pues, desacertadamente o no, lo hizo. Dicen que si la editorial que le publicaba… Que si andaba buscando apoyos para ese Nobel que nunca llegó… Vino y -creo- salvo en la coz que les dio a los jerifaltes oscenses con la fosa del hermano -y la visión de esa tierra, SU tierra, que siempre estuvo en su corazón-, se arrepintió de haber caído en la literaria tentación de ese regreso.
Si hay algo en la guerra es la certeza de que van a morir muchos inocentes. De hecho, aquellos que tienen más férreas convicciones son los primeros en caer, los que tienen menos esperanzas de sobrevivir. Ya que no pudieron defenderse, justo es que les recordemos a todos.
No solo no pudieron defenderse sino que, tras sus muertes, sus familias sufrieron acoso y amenazas durante años. Carmen Sender, hermana de Manuel y Ramón J., que llegó a ser profesora del instituto de la ciudad, tuvo que pedir el traslado a Zaragoza por el asedio continuado al que era sometida en el Claustro del Profesorado, donde los vencedores se jactaban de la limpieza que se había hecho en la cudad.