«Raindrops are falling on my head, they keep falling»: Maysoun Samham
”¿Pero quién narices dijo que sólo iban a caer cuatro gotas?”, protesta la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio corriendo hacia los soportales de la Place aux Herbes de Uzès, donde se van concentrando algunos viandantes mientras la lluvia se recrea sobre Agnès Hummel y la señorita Valvanera que caminan, despreocupadamente, por entre los árboles desnudos. “Qué pachorra tienen”, murmura la veterinaria.
Cuando, por fin, el monovolumen enfila la carretera de Remoulins continua lloviendo con intermitencias durante diez kilómetros más hasta que, cerca ya de Vers-Pont-du-Gard, en el desvío jalonado de matorrales que lleva a la casa de Corito Larrauri, el temporal acuoso se detiene abruptamente.
[Corito Larrauri es menuda y aparenta menos edad de la que afirma tener. Pelo corto con mechas caoba. Exageradamente impecable en su vestimenta. Anarquista. Viuda desde hace apenas un lustro. Cocinera, hasta su jubilación, en la residencia para personas mayores de Toulouse donde ahora trabaja la Hermana Marilís. Y, por encima de todo, confidente de una de las residentes más peculiares: Caroline Brigliozzi.]
Caroline Brigliozzi —nacida en Marsella, a principios del siglo XX— fue enlace y colaboradora del servicio secreto británico desde 1940 a 1943 en la Organización Pat O’Leary. Su misión consistía, además de esconder a los perseguidos por los nazis, en hacer llegar fondos a la Red Ponzán, formada por anarquistas españoles.
Caroline era la antítesis de las espías cinematográficas: Cuarentona, gruesa, no excesivamente agraciada físicamente… Poseía, en cambio, una esmerada educación y era de maneras exquisitas, políglota y aparentemente ajena, públicamente, a cualquier veleidad ideológica. Trabajaba como secretaria de un hombre de negocios en buena sintonía con los nazis y esta circunstancia le permitía desplazarse de un lugar a otro sin levantar sospechas.
El primer contacto de Brigliozzi con las redes de evasión fue a través del militar Ian Garrow, a quien conoció casualmente, y al que ayudó a ocultar a algunos militares británicos en la propia empresa para la que trabajaba. Posteriormente, cuando la Gestapo tuvo conocimiento de la existencia del grupo, iba y venía a Lisboa para recibir órdenes directas y trasladar documentos. Fue en Lisboa donde supo de la detención del anarquista aragonés y miembro de la Red Ponzán Agustín Remiro por parte de la Policía Política Portuguesa y su posterior entrega a España. Al igual que Remiro, Caroline Brigliozzi fue consciente de la escasa consideración que el servicio secreto británico tenía por sus agentes de otras nacionalidades y puso sobre aviso a los miembros de la Red Ponzán para que extremaran las precauciones. Ella misma se mantuvo todavía más alerta desde entonces, cambiando de ubicación constantemente y negándose a decir a sus superiores ingleses los diferentes lugares donde ocultaba a los evadidos y las rutas que ella misma buscaba para sacarlos de Francia. En 1943, cuando la Gestapo se presentó en la empresa interesándose por ella, consiguió huir a través de una galería y cortó cualquier tipo de relación con el servicio secreto británico.
Después de la guerra trabajó como traductora en una editorial. Nunca se casó y apenas hizo vida social. Cuatro años antes de morir se trasladó a la residencia de mayores en cuyas cocinas trabajaba Corito Larrauri; la condición de hija de exiliados y anarquista de la entonces joven Corito la acercó a la ex-agente. Caroline Brigliozzi falleció a mediados de febrero de 1979.
[Sobre la mesa de la cocina, la última fotografía de Caroline y Corito juntas. Grande la una, pequeña la otra. Ambas sonrientes. “Tres días después, murió mientras dormía”, suspira Corito.]
A la mañana siguiente, con cielo despejado, Corito Larrauri —la sonrisa bordeada de rojo cereza— acompaña al grupo a visitar el majestuoso Pont du Gard.
Si Caroline contaba en la residencia su vida, seguro que nadie la creía.
…pero la creyó la cocinera, que incluso pudo corroborar muchos datos.
Pues sí que tuvo mérito (humano) Caroline.
Estás historias que nos relatas nos introducen, de la manera más hermosa, en un mundo que muchos (yo) desconocemos. Nos presentas a personajes, grandes personajes, que dejan de ser anónimos y, mientras de ellos sabemos por tus letras, vuelven a vivir y a dejar ejemplo.
Abrazos
La historia oficial se alza sobre millones de historias de seres anónimos que el olvido o el desconocimiento mantienen ocultas eternamente.
Igual conoces un libro que se publicó hace tiempo sobre Agustín Remiro. Si no, es este. Chino-chano va saliendo de las sombras la labor de los anarquistas.
A los ingleses les vino de cojón el «ni dios ni amo» libertario, sabían que los anarcos no dependían de nadie que no fuera ellos mismos asambleariamente y que sus ideales les harían continuar cualquier misión hasta el final.
Una vida poco convencional la de Caroline.
Salud.
No lo he leído; impagable la labor del desaparecido Téllez, que ha dado voz a tantos anarquistas que hoy conocemos gracias a su empeño.
«No hay uno entre cien y, sin embargo, existen«, escribía/cantaba Leo Ferré en la arrebatada Les Anarchistes. «Tienen una bandera a media asta sobre las esperanzas[…}, cuchillos para cortar el pan de la amistad y armas oxidadas para no olvidar…»
Salud.
Al principio he viajado contigo de Remoulins a Vers-Pont-du-Gard (5,6 Km por la carretera actual) a unos 200 Km de la frontera española, pero previamente hemos estado un poco más al norte, en Place aux Herbes (Uzès).
Mientras tanto voy conociendo a personajes anónimos, entre ellos a un zaragozano, trabajador de la antigua azucarera de Épila, cerrada en 1969, habiendo llegado a tener 1500 obreros y actualmente desmantelada y derruida en parte, para construir en su solar viviendas.
He viajado hasta Portugal, conociendo a otros personajes que ya no caben en un comentario, terminando felizmente en el acueducto romano Pont du Gard, por supuesto a lomos de mi ratón.
Si el viaje ha sido entretenido, habrá merecido la pena subirse a lomos de un ratón.
Que gran lugar para cerrar tu anotación, el Pont du Gard, escenario de uno de los episodios del Conde de Montecristo. Lugar plagado de grafitos que mantienen el recuerdo de tantas vidas que han pasado…
Dulce historia digo, pues me ha llenado los sentidos de un sabor pleno, con un toque de tristeza, o quizá de rabia, por el silencio en que se apagan quienes realmente lo han dado todo por ideales tan poco comunes como los que perseguía Caroline.
Los viajes nunca son vanos; se suele traer la mente con mucho equipaje. Piedras, gentes historias, paisajes. Y, siempre, por encima de todo, el ser humano, capaz de las mayores felonías y de esperanzadores altruismos.
Me estás convirtiendo en adicta de tu sección sobre anarquismo, amig@.
Buen fin de semana.
Un abrazo.
…pero no debo preocuparme, ¿verdad? 😛
Maravilloso «finde», querida.
¿A esta mujer se le reconoció lo q hizo, al menos? ¿Alguna mención de los ingleses, de la resistencia o de quien sea agradecíéndole los servicios prestados?
Que se sepa, Caroline Brigliozzi sólo ocupa una línea en un viejo libro de finales de los cincuenta sobre las actuaciones del servicio secreto británico en territorio francés durante la II Guerra Mundial.