
«Atmósferas»: Archivo personal
En tanto aún apacienta —extenuado— el otoño los meses umbríos, sestea —indolente— el invierno, entre pedrizas, barrancos y encinares.
Descienden —rudos y anhelosos— cinco goterones y medio al instante absorbidos por la arcilla meliflua que engrosa las suelas de las botas y obliga a gemelos y sartorios a probar su fortaleza entre las peñas forradas de verdín que acotan las estrecheces de la vereda silvestre.
Dance de cirros que pardean y viran vestidos con tutús blanquecinos bajo el telón añil que los custodia.
Clarea el lomo encrespado de la sierra y se bate el cierzo tibio contra hierbas, ramas y los cuerpos ágiles que, arrebozados en impermeables rojos, azules y anaranjados, incursionan —jadeantes— entre riscos porosos, vigilados por un ejército desmandado de nubes antojadizas.
Bajo el puente, reflejan las aguas mansas —tiernamente acribilladas por la lluvia— las figuras que recobran el aliento inclinadas sobre el pretil.
Al fondo, achaparradas a los pies del farallón donde resisten los buitres, se entrevén las primeras casas.










