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Posts Tagged ‘etnofobia’

«El árbol desmoronado»: Archivo personal

 

Reconstrucción de los hechos ocurridos en la primavera de 1949, en un pueblo de la Hoya de Huesca, a partir de los recuerdos de la señora Isabel P.N., que contaba, por aquel entonces, catorce años.

Aquella mañana llegaron, por el camino del cementerio, los gitanos. Dos carromatos desvencijados tirados por mulos de pelajes imprecisos bajo un manto de parásitos y, atado a la última de las casas rodantes, un burrillo raquítico cuyas patas ulceradas obraban el prodigio de mantenerlo en bamboleante equilibrio. Los humanos que completaban el cuadro  —cuatro mujeres, cinco hombres y cuatro chiquillos, todos caminando junto a los carromatos, excepto los conductores—  portaban las mismas marcas de miseria y hambre que las humildes bestias que abrían y cerraban la comitiva.

A poca distancia de las primeras casas del pueblo, en una era apenas separada del camino de tierra y lindante con las márgenes del río, el patético grupo detuvo la marcha y, en pocos minutos, humeaba una marmita sobre una improvisada cocina de brasas circunvalada de piedras, mientras animales y chicuelos compartían chapoteos en la orilla del río.

No tardó la curiosidad de los habitantes del pueblo en hacerse presente junto al recién instalado campamento, de tal manera que, al mediodía, cuando las faenas del campo se interrumpieron para sanear los estómagos, nueve o diez personas observaban, en silencio,  a los forasteros y sus paupérrimas pertenencias.

De improviso, apareció un pandero en las manos de una de las gitanas y antes, incluso, del primer golpe rítmico, los cuatro arrapiezos de edades indefinidas se pusieron en movimiento: Volteretas, contorsiones, equilibrios de unos sobre otros… Y un final de saludos al desconcertado público observador que, quizás más sorprendido que entusiasmado, aplaudió con timidez a los infantiles artistas mientras los gitanos adultos se mantenían agrupados junto a la exigua hoguera esforzándose por sonreír amistosamente a los aplaudidores.

A media tarde se inició el ir y venir de algunos habitantes del pueblo a la era y de la era al pueblo. Patatas. Tomates. Cebollas. Una cantidad imprecisa de preciados huevos. Un poco de harina. Sardinas de cubo. Ropa vieja. Algunas perras gordas de aluminio.

La procesión dio tan buenos frutos que los gitanos se sintieron obligados a repetir el espectáculo a última hora de la tarde, imprimiendo a la nueva representación mayor teatralidad, como lo demostraban las dos mugrientas mantas que, colocadas entre los dos carromatos, oficiaban de telón. Al afán de los gitanos por acondicionar su pequeño circo ambulante contribuyeron algunas gentes del pueblo llevando sus propias sillas para convertir la pobre era en escenario de sueños, y, así, entre la necesidad de hacerse agradables de unos y la huída de la cotidianidad de los otros,  la nueva función atesoró la categoría de exitosa.

De lo que sobrevino por la noche, pocos fueron, sin embargo, capaces de dar muchos detalles. Solo el señor Agustín —padre de Isabel—, el serio mayoral de la finca La Palanga, puso voz a las tropelías cometidas en la era. Porque esa noche del mes de mayo de 1949, horas después de que nómadas y sedentarios compartieran un irrelevante festejo, dos números de la Guardia Civil  —según algunos, con el coleto acalorado por el efecto de varios chatos—  se presentaron en la era y, con el concurso de tres matones del pueblo, maniataron y apalearon con saña a los hombres gitanos hasta quebrarles los huesos, raparon las cabezas de las mujeres, las despojaron de sus ropas y les marcaron los cuerpos a punta de navaja, golpearon a los aterrorizados chiquillos y mataron al burro a pedradas.

Nunca se presentó cargo alguno contra los salvajes de uniforme y sus acólitos paisanos, salvo las protestas del indignado mayoral, que no fueron tenidas en cuenta por su conocida desafección al régimen. Tampoco se volvió a tener noticia de los gitanos, que desaparecieron a la mañana siguiente tras ser atendidos por el señor Agustín, su esposa y don Manuel, el practicante, que, haciendo caso omiso a las amenazas de uno de los Guardias Civiles implicados, curó las heridas físicas de las vilipendiadas víctimas. Solo quedó, como prueba del terror desatado, el cadáver del famélico asno, que tardó dos días más en ser retirado.

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«Trazas de lluvia»: Archivo personal


El culmen del contrasentido: Amichai Chikli, ministro israelí de la Diáspora y la Lucha contra el Antisemitismo, entusiasta compañero, en la reunión ultra del Palacio de Vistalegre, de los herederos ideológicos de los cómplices del nazismo; aplaudidor de abascales, orbanes, melonis y lepenes, que es como decir blanqueador de Franco, Horthy, Mussolini y Pétain, que regresan a una Europa desmemoriada en la que, visto el panorama, la conmemoración del desembarco en Normandía no pasa de pantomima.

Uno imagina el brutal desconcierto de las y los resistentes asesinados, de las personas judías y gitanas y gentes de toda condición masacradas en la Europa invadida por el terror, si acaso pudieran atisbar, a través de un hipotético orificio en el tiempo, la aquiescencia actual con el ideario que convirtió el Viejo Continente en un inmenso y pavoroso campo de concentración. Tantos padecimientos, tantas muertes, tantas persecuciones, tanta hambre, tantos cuerpos abrasados, tanta destrucción, ¿para qué? ¿Para terminar, setenta y nueve años después de finalizada la guerra, alfombrando el suelo europeo para que lo hollen los mismos matones, esos alumnos de matrícula de honor de los aliados del tarado austríaco con los que compadrean Milei, Trump y la ultraderecha israelí?

¿Para esto se derrotó a Hitler y se enjuició a los principales cabecillas nazis?
¿Para esto se establecieron los Derechos Humanos?
¿Para esto cayó el Muro de Berlín y se independizaron de la influencia soviética tantos países?


…y me acordé de Pablo Guerrero y su lluvia purificadora. Quizás, cuando escampe, los detritus hayan sido absorbidos ya por los sumideros.

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«Auschwitz-Birkenau»: Archivo personal


Finalizada la II Guerra Mundial, cuando Europa todavía sangraba y los escombros parecían formar parte del paisaje, los Juicios de Nuremberg dieron a conocer a la opinión pública las atrocidades cometidas por los partidarios del nazismo y sus colaboradores. Los padecimientos de tantos millones de judíos ahondaron aún más en el horror vivido en suelo europeo al hacerse públicas las imágenes de los cadáveres apilados junto a las cámaras de gas o en fosas inmundas y la espantosa visión de aquellos muertos vivientes tras las alambradas que enfocaban las cámaras de los liberadores de los diferentes campos de la muerte. Judíos de distintas nacionalidades, edades, sexo y condición cuyos rostros quedaron fijados en las conciencias de millones de seres humanos en las siguientes décadas.

Pocos supieron que, al igual que las personas judías, los romaníes europeos soportaron un calvario inenarrable que ni siquiera ocupó dos líneas en un  teletipo, pese a los testimonios que gitanas y gitanos supervivientes prestaron también en los Juicios de Nuremberg. Fue tal la desinformación o la indiferencia por estos Hijos e Hijas del Viento que hasta 1982, Alemania, en la persona del canciller Helmut Kohl, no reconoció al Pueblo Romaní como víctima racial del nazismo. ¡¡En 1982!! Ese ¿olvido? ¿indiferencia? fue tan obvio desde el fin de la guerra que aquellas Leyes Raciales que se habían aplicado a judíos y gitanos durante el III Reich y que tanto horrorizarían a la Europa liberada, se mantuvieron vigentes para los romaníes alemanes hasta los años sesenta, como si la derrota del nazismo y el enjuiciamiento y condena de sus cabezas visibles no hubieran tenido lugar en relación al Pueblo Romaní, que continuó en condiciones legalmente similares a las padecidas durante el nazismo.

Tendrían que ser los propios romaníes, en los años setenta, quienes se alzaran contra la iniquidad agrupándose en asociaciones para exigir justicia y reparación, en una lucha contra el olvido que se mantiene viva en nuestros días. Las cerca de millón cien mil (y no las 500.000 que se dicen oficialmente) víctimas gitanas del Samudaripen (La gran matanza) merecen el mismo trato digno e idéntica consideración histórica que las demás: judíos, discapacitados, homosexuales, republicanos españoles, testigos de Jehová, cristianos, izquierdistas, resistentes, opositores y cualquier ciudadano/ciudadana que sufriera los desmanes de los Tiempos Oscuros.


Tras la ascensión de Hitler a la Cancillería alemana, la situación de los gitanos alemanes, que ya era dura, empeoró al promulgarse la Ley de Prevención de Enfermedades Hereditarias, que suponía que cualquier romaní detenido era esterilizado forzosamente; las Leyes Raciales de Nuremberg, promulgadas después, afectarían a judíos y gitanos, que vieron restringidos sus derechos (si acaso los romaníes los tuvieron alguna vez) hasta límites insoportables. Después vendrían los Juegos Olímpicos de 1936 y la primera gran redada contra los romaníes, que fueron detenidos y hacinados en el campo de concentración de Marzahn, cerca de Berlín, en unas condiciones que serían el antecedente de lo que les irían deparando los años venideros.

A partir de 1938 y con la creación de la Oficina Central para la Lucha Contra los Gitanos y el Centro de Investigación de Higiene Racial, la persecución de los gitanos alemanes y su confinamiento en campos de concentración formó parte del devenir cotidiano, agravándose a partir de 1940 cuando, tras ocupar la Alemania nazi gran parte de territorio europeo, la suerte de los romaníes de los diferentes países corrió pareja a la de sus hermanas y hermanos alemanes y a la de los judíos. Fue el comienzo de las masacres y el horrendo protagonismo del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, en territorio polaco, donde, a partir de 1943, empezaron a ser trasladados romaníes de la Europa ocupada.

Hasta primeros de agosto de 1944, se censaron en el Zigeunerlager (Campo Gitano) de Auschwitz-Birkenau 23.000 romaníes de 11 países, de los que solo lograron sobrevivir cerca de 2000 que habían sido trasladados a otros campos.

Hoy, 16 de mayo, con los ojos puestos en Auschwitz, el Pueblo Romaní conmemora el DÍA DE LA RESISTENCIA GITANA, en homenaje a los seis mil quinientos hombres, mujeres y criaturas de esta etnia que, hace ochenta años, advertidos por otros prisioneros de que iban a ser gaseados porque el sádico Mengele ya no necesitaba experimentar más con ellos, se encerraron en los barracones y provistos de tablas, piedras y hasta instrumentos musicales plantaron batalla a los guardias armados que pretendían meterlos en los camiones para llevarlos al matadero. Fue tal el ímpetu de aquellos desharrapados, liderados por las mujeres gitanas, que Georg Bonigut, jefe de seguridad de la zona gitana de Auschwitz y que había dado alguna muestra de compasión, ordenó a sus hombres que se retiraran.

En días sucesivos, los hombres más jóvenes y más fuertes fueron desalojados a la fuerza y trasladados a otros campos, quedando en Auschwitz los gitanos enfermos, los más mayores, las mujeres y las criaturas. El 2 de agosto de 1944, cuando Georg Bonigut ya había sido trasladado a otra jefatura, los guardias rodearon los barracones romaníes y pese al intento de las personas encerradas por rebelarse, unos y otras fueron arrastrados a los camiones y llevados a las cámaras de gas.

Cuando el 17 de enero de 1945 el ejército soviético liberó Auschwitz ya no quedaba allí ningún romaní vivo.

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«Puente de las Cadenas (Budapest)»: Archivo personal


«Budapest es la más hermosa ciudad del Danubio; una sabia autopuesta en escena, como en Viena, pero con una robusta sustancia y una vitalidad desconocidas en la rival austriaca. Si la Viena moderna imita el París del barón Haussman, con sus grandes bulevares, Budapest imita a su vez este urbanismo vienés de acarreo, es la mímesis de una mímesis; es posible también que gracias a esto se asemeje a la poesía en su acepción platónica y su paisaje sugiera, más que el arte, el sentido del arte».- Claudio Magris, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2004, autor de El Danubio


A escasas horas de abandonar Budapest, regresan al Bastión de los Pescadores, en Buda, para admirar y absorber desde las alturas la ciudad y el río una última vez. La neblina matinal apenas les deja atisbar los contornos borrosos de la ciudad [FOTO] que las retinas mantienen nítidos, fijados a perpetuidad tras el callejeo incesante y puntilloso por rúas y avenidas que siempre terminaban, sin que el azar interviniera, a orillas del Danubio. El río. El amado. Aquel al que suelen retornar reviviendo, desordenados, los tramos magníficamente descritos por Magris. Conocieron el río en la rumana Galați, aprendieron a amarlo siguiendo su curso por el delta hasta la desembocadura en el mar Negro y rindiéronse a él en su nacedero de la Selva Negra. Desde el bastión aquincense lo perciben, huelen su fango y recrean en sus recuerdos la travesía de una hora, cuatro días atrás, sobre sus aguas enturbiadas, con el atardecer de Budapest iluminado y las miradas yendo de los puentes [FOTO] a las colinas y de las brillantes ondulaciones del río al majestuoso edificio del Parlamento [FOTO], el segundo mas grande del mundo detrás del mandado construir por el megalómano Ceaușescu en Bucarest.



Horas después del minicrucero, devendría la angustia  —como ya les sucedió, rememoraban Marís y Yoly,  en la visita realizada en noviembre—,  cuando, al día siguiente, bien guardadas en el hotel las chapas con la bandera palestina, se acercaron a la Gran Sinagoga y visitaron el antiguo gueto judío de edificios abandonados [FOTO] para encaminarse, otra vez, al río, a la orilla donde sesenta pares de zapatos forjados en hierro [FOTO] recuerdan una de las innumerables atrocidades nazis perpetradas contra judíos y romaníes: los despiadados verdugos obligaban a sus víctimas a descalzarse, las ataban por parejas, disparaban a una de las personas emparejadas y ambas eran arrojadas al Danubio, convertido en fosa receptora del horror.
Luego, sin apartarse de la ribera danubiana y con idéntica aprensión y doliente desgarro, caminaron unos metros más para depositar un ramo de flores en el Memorial [FOTO] dedicado a los romaníes húngaros asesinados por los nazis y sus colaboradores magiares; esos romaníes masacrados a los que la historia oficial reconoció tardíamente y con desgana y cuyas hermanas y hermanos de etnia continúan siendo señalados en bloque, aun en el siglo XXI, con los estereotipos que conducen a la etnofobia.

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«En la piel»: Archivo personal


«No es importante quién soy; si soy suiza, si soy gitana, si soy negra, blanca, roja; la cuestión para mí ha terminado. Soy un ser humano».- Mariella Mehr.


En 1996, el gobierno suizo reconocía, tras catorce años de denuncias, su complicidad en la represión contra los jenischen helvéticos llevada a cabo por la organización Pro Juventute, institución donde trabajaba Alfred Siegfried  —fiel seguidor de las teorías raciales nazis—    que decía velar por el bienestar de la infancia suiza y que, durante cerca de medio siglo, se dedicó a la infame tarea de arrebatar niños jenischen de sus familias para ingresarlos en orfelinatos e instituciones mentales o cederlos en adopción.

El gerifalte de Pro Juventute, que consideraba a los gitanos jenischenvagabundos, alcohólicos, débiles mentales, psicópatas e ignorantes”,  actuó, con la complicidad de las autoridades, entre 1926 y 1972, año este último en el que el semanario suizo Der Schweizerische Beobachter informó a la opinión pública de la verdadera naturaleza de la organización que decía “prestar asistencia a los niños nómadas”. A lo denunciado en prensa se unieron las voces de las víctimas, entre ellas, la de la escritora Mariella Mehr que, de niña, había sido dada en adopción con la excusa de “ser hija de madre prostituta y padre asocial”. Mariella, que jamás renunció a sus orígenes jenischen, se rebeló contra la institución que pretendía transformarla y fue terriblemente represaliada: Internada en cuatro ocasiones en hospitales psiquiátricos y condenada a diecinueve meses de cárcel, Pro Juventute le quitó a su hijo   —fue, oficialmente, el último niño sustraído por la tenebrosa institución—   y la internó en una clínica donde fue esterilizada a la fuerza.






NOTAS

  • Mariella Mehr, nacida en Zurich en 1947, fue galardonada, en 1988, con el Premio Ida Somazzi por su lucha por los derechos de las mujeres. En 1998, la Universidad de Basilea le otorgó un doctorado honorario por su trabajo sobre la represión contra las minorías étnicas. En 2012 y 2016, se le concedieron sendos premios por su dedicación a la literatura (escribió artículos, novelas, obras de teatro…). Residente en Italia desde 1996, regresó definitivamente a Suiza en 2015. Falleció en Zurich, en una residencia de ancianos, el 5 de septiembre de 2022.
  • En 1973, la organización asistencial Pro Juventute fue investigada judicialmente. El creador del Fondo para los Niños de la Calle, Alfred Siegfried, había fallecido un año antes. Clara Reust, responsable, junto con Siegfried, de Pro Juventute fue imputada por un delito continuado contra los derechos de las personas; otros miembros fueron acusados de abusar sexualmente de las criaturas jenischen a las que decían proteger.
  • En 1999, el gobierno suizo aceptó indemnizar a las víctimas de las esterilizaciones forzosas y a las familias jenischen cuyos hijos e hijas habían sido tutelados por la siniestra institución. Se calcula que más de 600 menores de etnia jenisch fueron separados, de manera definitiva, de sus familias.

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«El pedestal de los sueños»: Archivo personal


«Las injusticias espantosas de que los gitanos han sido víctimas durante siglos y cuyo resultado fue privar a mi generación y a las precedentes de todos los derechos cívicos, habrían podido continuar en nuestro país si Katarina Taikon no hubiera emprendido, hacia 1960, la lucha contra los prejuicios y el racismo bajo todas sus formas, mediante sus libros de carácter social, sus incontables artículos publicados en la prensa y sus gestiones ante miembros del gobierno, del Parlamento y de los partidos políticos.»Rosa Taikon (1926-2017), hermana de Katarina (1932-1995) y reputada orfebre sueca de etnia gitana. Premio Olof Palme 2013 por su defensa de los derechos humanos.


Los Taikon procedían de Rusia, donde el abuelo, músico itinerante, ejercía el oficio de platero que también enseñó a su hijo mayor, Johan. Al declararse la guerra ruso-japonesa en 1905, el clan Taikon emigró a Suecia, instalándose en un campamento temporal  las leyes suecas sólo permitían la acampada de gitanos en un mismo lugar durante tres semanas, pasado ese tiempo, eran obligados a trasladarse a otra ubicación—. Johan Taikon, que se ganaba la vida tocando el violín, conoció, en 1923, en un restaurante de Göteborg, a la camarera gadjé [*] Agda Karlsson. Enamorados ambos, Agda se trasladó al campamento romaní y se integró en el grupo. La felicidad de la pareja apenas duró 9 años. Unos meses después del nacimiento de la cuarta de sus hijos  Katarina, nacida el 29 de julio de 1932—  Agda Karlsson falleció de tuberculosis. Rosa, la segunda hija de Johan y Agda, y seis años mayor que la pequeña Katarina, asumió las tareas de la madre fallecida, cuidando y protegiendo a sus hermanos hasta que Johan Taikon volvió a matrimoniar con una mujer gadjé cuyo comportamiento con sus hijastros difería poco del que, tradicionalmente, se describe en los cuentos infantiles.

Cuando sus hijas tuvieron edad suficiente, Johan Taikon hizo algo que no contemplaba la rígida sociedad sueca que habitaba lejos de los infectos terrenos donde se obligaba a vivir a los gitanos: Pretendió escolarizar a sus hijas. No llegó a un año la aventura escolar. Los insultos y los golpes que recibían las hermanas Taikon de sus compañeras, ante la indiferencia de las profesoras, las obligó a abandonar el aprendizaje soñado.

A los catorce años, presionada por su entorno, Katarina contrajo matrimonio con un muchacho veinteañero cuyos malos tratos la obligaron a abortar y, en última instancia, a regresar con su familia. De nuevo juntas, Rosa y Katarina Taikon se replantearon sus vidas. Querían trabajar, estudiar y vivir en un piso  derechos estos, el de educación y el de acceso de los gitanos a una vivienda, que las leyes suecas sólo recogerían, restrictivamente, en 1959; hasta 1956 se mantuvieron las deportaciones de gitanos a campamentos especiales y entre 1934 y 1974 estuvo en vigor una ley que contemplaba la esterilización de hombres y mujeres de etnia gitana si así lo decidían las autoridades— . Decididas a relacionarse de igual a igual con las personas no gitanas, abandonaron el campamento y se mezclaron, como dos suecas más, en la populosa ciudad de Estocolmo.

A finales de 1940, Katarina y Rosa Taikon intervinieron en algunas películas suecas y obtuvieron, por fin, el acceso a una vivienda. En 1958, con 26 y 32 años, pudieron reanudar sus estudios lo que, en su caso, implicaba, aprender a leer y escribir correctamente. Era el primer paso hacia la meta que ambas ya se habían trazado: Hacer extensibles todos los derechos al conjunto de la ciudadanía, independientemente de su etnia o creencias.

En las postrimerías de la década de los cincuenta, conoció Katarina a su segundo marido, el fotógrafo Björn Langhammer, que se convertirá en el documentalista de su lucha en la siguiente década. Un hecho luctuoso e incomprensible dará más fuerza al empeño de las hermanas Taikon: El asesinato, por motivos étnicos, de Paul Taikon, de 38 años, el hermano mayor, acaecido en 1962. Rosa decidirá, entonces, proseguir con la tradición familiar de trabajar la plata; Katarina publicará su primer libro para mostrar a la sociedad sueca la miserable vida de sus compatriotas gitanos. Conferencias, artículos, libros, documentales, intervenciones en radio y televisión y manifestaciones cada vez más numerosas por las calles del país serán las plataformas desde las que denunciar las condiciones de vida de los romaníes. Katarina empieza a ser una activista conocida. Y molesta. Su pequeña hija Angelica sufrirá en el colegio las consecuencias  agresiones verbales y físicas—  de las denuncias públicas de su madre.

En 1964, Katarina Taikon consigue mantener una reunión pública con Martin Luther King  desplazado a Suecia para recoger el Premio Nobel de la Paz—,  que las autoridades suecas no consiguieron ocultar pese a la complicidad de los grandes medios escritos.

En 1969  y hasta 1981—  convencida de que la educación en la solidaridad y el respeto por las diferencias ha de empezar en la infancia, Katarina Taikon inicia la publicación de las exitosas novelas semiautobiográficas que bajo el título genérico de Katitzi, narran, en trece libros, la vida de una niña gitana que lucha por mantenerse en una sociedad sueca que sueña convertir en igualitaria y acogedora y donde, con un lenguaje sin artificios, recrea sus propias vivencias en los diferentes campamentos gitanos de su infancia. Katarina quería, además, terminar con esa visión romántica y falsa dada por los escritores suecos sobre los gitanos y que, según sus propias palabras, “tanto deforman la realidad de quienes, durante siglos, se han visto afectados por leyes injustas y discriminatorias”.

El exceso de trabajo y los continuos viajes terminaron por deteriorar la salud de Katarina Taikon. En 1982, exhausta, sufrió un accidente cardiovascular que la mantuvo en coma irreversible durante trece años. Falleció el 30 de diciembre de 1995.





APÉNDICE

  • En el año 2000 las leyes suecas reconocieron a los gitanos como minoría étnica y el rromanés como lengua propia del Pueblo Gitano, reconocimiento por el que tanto lucharon las hermanas Taikon, que consideraban que los gitanos podían conservar su propia cultura y sus tradiciones, el idioma, la música y el folklore sin dejar de ser parte de la sociedad sueca.

  • Lawen Mohtadi, periodista y escritora sueca de origen kurdo, publicó en el año 2012 una completa biografía de Katarina Taikon bajo el título Den dag jag blir friEl día que sea libre—, convertida posteriormente en el documental Taikon, estrenado en 2015 y codirigido por la propia Mohtadi.






[*] Dícese, en rromanés, de la persona que no pertenece a la etnia gitana.


NOTA

Edición revisada de un artículo publicado en esta bitácora el día 10 de marzo de 2013.

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«Back Closet»: Siff Skovenborg


«El Rey Alfonso, […] ,a todos y cada uno de sus nobles, amados y fieles nuestros y sendos gobernadores, justicias, subvengueros, alcaldes, tenientes de alcalde y otros cualesquiera oficiales y súbditos nuestros, e incluso a cualquier guarda de puertos y cosas vedadas en cualquier parte de nuestros reinos y tierras, al cual o a los cuales la presente sea presentada, o a los lugartenientes de aquellos, salud y dilección. Como nuestro amado y devoto don Juan de Egipto Menor, que con nuestro permiso irá a diversas partes, entiende que debe pasar por algunas partes de nuestros reinos y tierras, y queremos que sea bien tratado y acogido, a vosotros y cada uno de vosotros os decimos y mandamos expresamente y desde cierto conocimiento, bajo pena de nuestra ira e indignación, que el mencionado don Juan de Egipto y los que con él irán y lo acompañarán, con todas sus cabalgaduras, ropas, bienes, oro, plata, alforjas y cualesquiera otras cosas que lleven consigo, sean dejados ir, estar y pasar por cualquier ciudad, villa, lugar y otras partes de nuestro señorío a salvo y con seguridad, siendo apartadas toda contradicción, impedimento o contraste. Proveyendo y dando a aquellos pasaje seguro y siendo conducidos cuando el mencionado don Juan lo requiera a través del presente salvoconducto nuestro, el cual queremos que lleve durante tres meses del día de la presente contando hacia adelante. Entregada en Zaragoza con nuestro sello el día doce de enero del año del nacimiento de nuestro Señor 1425. Rey Alfonso.»
—Documento extendido, en calidad de salvoconducto, por Alfonso V de Aragón para que el gitano Juan de Egipto Menor y sus gentes puedan viajar libremente por los territorios de la Corona—


El 12 de enero de 1425 quedó documentada, con parabienes incluidos, la entrada de los primeros gitanos en los territorios de la Corona de Aragón. Apenas ochenta y cinco años después, en 1510, los Fueros del Reino recogían idénticas medidas represoras que las promulgadas por la Pragmática de 1499 de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón: «Se les concede un plazo de sesenta días para salir del reino y a los que sean hallados se les castigará con cien azotes y destierro a perpetuidad; la segunda vez se les cortarán las orejas, permanecerán sesenta días encadenados y sufrirán destierro. Los apresados por tercera vez pasarán a ser esclavos por el resto de su vida».

A partir de esa fecha —y con brevísimoss períodos de tutelaje paternalista por parte de los gobernantes— comienza la represión brutal contra un grupo que se ve obligado a sobrevivir en una sociedad hostil, en absoluto diferenciada de las que acogen al resto de los gitanos extendidos, desde las regiones hindúes de Punjab y Sinth —de las que eran originarios—, por toda Europa.


«Tomo consciencia de los siglos recorridos y me digo: No han podido con nosotros. Aquí estamos. Aquí seguimos tirando los unos, los conscientes, de los otros, los resignados. Aquí y allá, aun desde el silencio, seguimos elevando la voz, no para quejarnos, únicamente, de las injusticias del pasado y del presente, sino para demostrar que nuestro empuje es también necesario en las sociedades donde nos hallamos integrados. Para que tanto sufrimiento de los nuestros no haya sido vano».- Barsaly H. (1938-1999), activista gitano.


NOTA

Sastipen thaj mestipen es una expresión en rromanés que significa Salud y libertad.

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«De la supervivencia»: Archivo personal


El 30 de julio de 1749 tuvo lugar en tierras españolas un hecho vergonzoso al que apenas hacen referencia los estudiosos y divulgadores de los acontecimientos históricos y que, en edicto sancionado por el rey Fernando VI, no tenía otro objeto que “prender a todos los gitanos avecindados y vagantes en estos reinos, sin excepción de sexo, estado ni edad, sin reservar refugio alguno a que se hayan acogido” (sic).

La Gran Redada o Prisión General de los Gitanos —que por ambas denominaciones es conocida la persecución a que fueron sometidos los gitanos y cuyo fin no pretendía sino su exterminio— fue una operación secreta organizada por el marqués de la Ensenada y el obispo de Oviedo y Gobernador del Consejo de Castilla, Gaspar Vázquez Tablada, —aunque, evidentemente, el impulso fue soberano—. La aprehensión se preparó discretamente y se llevó a cabo de manera sincronizada, e incluso con el concurso del ejército, en todo el territorio español, siendo detenidas entre 10.000 y 12.000 personas —prácticamente la totalidad de los gitanos que vivían en España—.

Condenadas a prisión las mujeres —junto con sus hijos e hijas— y obligados a realizar trabajos forzados los hombres en arsenales y galeras, el confinamiento de los gitanos españoles se alargó, a todos los efectos, durante dieciséis años, hasta el 6 de julio de 1765, cuando, por mandato del rey Carlos III, hermano y sucesor de Fernando VI, se emite orden de liberar a todas las personas gitanas presas, aunque no sería hasta dieciocho años después cuando los últimos gitanos supervivientes —muchos habían perecido en las cárceles— de la redada de 1749 recobrarían la libertad. ¡Treinta y cuatro años de encarcelamiento por haber nacido gitanos…!

Planteada por los ministros del rey la necesidad de establecer una nueva legislación sobre los gitanos, Carlos III solicitó que fuera retirada del preámbulo de la ley cualquier referencia a lo acontecido en 1749, alegando que “hace poco honor a la memoria de mi hermano”.




ANEXO
Pragmática del rey Carlos III sobre los gitanos (1783):

  • Declaro que los que llaman y se dicen gitanos no lo son por origen ni por naturaleza, ni provienen de raiz infecta alguna. Por tanto, mando que ellos y cualquiera de ellos no usen de la lengua, traje y método de vida vagante de que hayan usado hasta el presente, bajo las penas abajo contenidas.
  • Prohibo a todos mis vasallos, de cualquier estado, clase y condición que sean, que llamen o nombren a los referidos con las voces de gitanos o castellanos nuevos bajo las penas de los que injurian a otros de palabra o por escrito.
  • Es mi voluntad que los que abandonaren aquel método de vida, traje, lengua o jerigonza, sean admitidos a cualesquiera gremios o comunidades, sin que se les ponga o admitan, en juicio ni fuera de él, obstáculo ni contradicción con este pretexto. A los que contradijeren y rehusaren la admisión a sus oficios y gremios de esta clase de gentes enmendadas, se les multará por la primera vez en diez ducados, por la segunda en veinte y por la tercera en doble cantidad; y durando la repugnancia, se les privará de ejercer el mismo oficio por algún tiempo a arbitrio del juez y proporción de la resistencia.
  • Concedo el término de noventa días, contados desde la publicación de esta ley en cada cabeza de partido, para que todos los vagabundos, de esta y cualquiera clase que sean, se retiren a los pueblos de los domicilios que eligieren excepto, por ahora, la Corte y Sitios Reales, y abandonando el traje, lengua y modales de los llamados gitanos, se apliquen a oficio, ejercicio u ocupación honesta, sin distinción de la labranza o artes.
  • A los notados anteriormente de este género de vida no ha de bastar emplearse sólo en la ocupación de esquiladores, ni en el tráfico de mercados y ferias ni menos en la de posaderos y venteros en sitios despoblados; aunque dentro de los pueblos podrán ser mesoneros y bastar este destino, siempre que no hubiese indicios fundados de ser delincuentes o receptadores de ellos.
  • Pasados los noventa días procederán las justicias contra los inobedientes en esta forma: A los que, habiendo dejado el traje, nombre, lengua o jerigonza, unión y modales de gitanos, hubiesen además elegido y fijado domicilio, pero dentro de él no se hubiesen aplicado a oficio ni a otra ocupación, aunque no sea más que la de jornaleros o peones de obras, se les considerará como vagos y serán aprehendidos y destinados como tales, según la ordenanza de éstos, sin distinción de los demás vasallos.
  • A los que en lo sucesivo cometieren algunos delitos, habiendo también dejado la lengua, traje y modales, elegido domicilio y aplicándose a oficio, se les perseguirá, procesará y castigará como a los demás reos de iguales crímenes, sin variedad alguna. Pero a los que no hubieren dejado el traje, lengua o modales, y a los que, aparentando vestir y hablar como los demás vasallos, y aun elegir domicilio, continuaren saliendo a vagar por caminos y despoblados, aunque sea con el pretexto de pasar a mercados y ferias, se les perseguirá y prenderá por las justicias, formando proceso y lista de ellos con sus nombres y apellidos, edad,  señor y lugares donde dijeren haber nacido y residido.
  • Exceptúo de la pena a los niños y jóvenes de ambos sexos que no excedieren de dieciséis años. Estos, aun sean hijos de familia, serán apartados de la de sus padres que fueren vagos y sin oficio y se les destinará a aprender alguno o se les colocará en hospicios o casas de enseñanza.
  • Verificado el sello de los llamados gitanos que fueren inobedientes, se les notificará y apercibirá que, en caso de reincidencia, se les impondrá irremisiblemente la pena de muerte; y así se ejecutará sólo con el reconocimiento del sello y la prueba de haber vuelto a su vida anterior.





NOTA

La primera versión del artículo se publicó en esta bitácora el día 18 de octubre de 2009.

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«Les Chats de la Rue du Buffet»: Gilles Durand


I

El autobús se aleja de Doué-la-Fontaine entre perfumes de rosas que se infiltran, persistentes, en el interior del vehículo hasta conquistar el oxígeno e inundar los pulmones de la decena de viajeros que regresan al cuartel general de Montreuil-Bellay. En el exterior, un abanico de nubes desplegado sobre la campiña saludada por el río Thouet, cuyas aguas laminan la muralla medieval de la villa; a lo lejos, los últimos rayos solares del día iluminando el castillo [FOTO] y, quizás, los tejados gatunos de la rue du Buffet.

  —Mañana visitaremos el castillo de Ussé y los bosques anexos —anuncia Gilles durante la temprana cena—. Es allí donde Perrault imaginó a la Bella Durmiente. Y pasaremos por el de Montsoreau, a orillas del Loira.


II

Se va recogiendo la tarde entre destellos naranjas y salen los gatos de la rue du Buffet a esperar la noche impuntual detenida sobre la hierba del antiguo campo gitano de Montreuil-Bellay. Cuatro figuras quietas contemplan, con los rostros serios, el monumento [FOTO] que recuerda a los seis mil quinientos gitanos franceses encerrados  —en el primer lustro de los años cuarenta—  por sus propios compatriotas en ese espacio, otrora rodeado de alambradas, que mantuvo su condición de cárcel étnica hasta un año después de haber terminado la guerra, como si la victoria aliada sobre el nazismo se hubiera detenido ante los portones cerrados donde se apiñaban hombres, mujeres y criaturas gritando su hambre y su dolor a los lugareños.

Fenece el día y se ilumina la villa. Van y vienen los gatos de la rue du Buffet y deshacen la ruta recorrida los compungidos visitantes del antiguo campo de concentración gitano, allí donde Taloche  —el real [1] y el recreado por Tony Gatlif en la película Korkoro—  y los hombres y mujeres anónimos que miraron a los gitanos y únicamente vieron a otros seres humanos, soñaron un universo distinto.


«Si quelqu’un s’inquiète de notre absence, dites-lui qu’on a été jetés du ciel et de la lumière, nous les seigneurs de ce vaste univers. [2]».- De la canción Les bohémiens, de la película Korkoro (Liberté).


Primavera. 2019




NOTAS

  • [1] Taloche fue un músico romaní de origen belga internado en el campo gitano de Montreuil-Bellay. Ayudado por un notario, consiguió comprar una casa y fue liberado a condición de abandonar su vida nómada. Dado que no lograba adaptarse al sedentarismo, decidió marchar a su país de nacimiento. Detenido por los alemanes en el norte de Francia, su rastro y el de las personas que viajaban con él, se perdió en Polonia, en un tren de prisioneros que se dirigía a Auschwitz.
  • [2] «Si alguien se preocupa por nuestra ausencia, decidle que hemos sido expulsados del cielo y de la luz, nosotros, los dueños del vasto universo.»

 

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«Prisoner»: Douglas Ross


“[…]Al hombre lo habían dejado tirado allí para que todos lo viéramos. Sufría… sufría mucho, pero no le quedaba voz para quejarse. […]Estuve mucho tiempo observando mientras rezaba para que el hombre muriera y terminara su sufrimiento. Pero seguía moviéndose y supe que debía hacer algo[…]. Cuando vi que los guardias se habían desentendido de él, me acerqué arrastrándome, le puse una mano en la mejilla y le dije que estaba a salvo. Recuerdo sus ojos… Me miraban… Era un hombre guapo… Un gadyè (=no gitano) de ojos castaños, de unos cuarenta años. Le sonreí y le puse mi pañuelo en la boca y la nariz. Ni siquiera se movió cuando apreté. […]Sus ojos seguían mirándome pero me di cuenta que había muerto. […]Entonces, aquel guardia me vio… Tiró de mi brazo como si quisiera arrancármelo. […]Otros guardias se acercaron. […]Aquella noche recibí más golpes que en todo el tiempo que llevaba allí. Con cada golpe pensaba: Este es el último. Ahora moriré y acabará todo. Pero me seguía doliendo. Me dolía cada hueso, cada trocito de mi cuerpo. Seguían, seguían, seguían… Yo pensaba que ojalá alguien me ayudara como yo había ayudado al gadyè moribundo.[…].- Traducción ajustada al original en francés.


Tres viejas cintas de casete recogen el testimonio de Florica Slavu, gitana, superviviente del campo de concentración de Lety, en el sur de Bohemia. Su voz, a veces entrecortada, va desgranando las atrocidades cometidas allí donde, como ella repite, “Devel (=Dios) miraba para otro lado”.


“Yo no esperaba que vinieran de fuera para ayudarnos a nosotros, los romá, pero también había veinte o treinta judíos, que luego se llevaron a otros lugares, y ellos tenían poder y amigos. Eso se decía en el campo, que vendrían de fuera a ayudar a los judíos y nos sacarían a todos. Pero a ellos tampoco los quería nadie[…].”


Florica Slavu, convertida en activista gitana para el Reconocimiento del Genocidio practicado contra el Pueblo Gitano, nació en Praha, en el otoño de 1925. Falleció en París, en enero de 2007, un día antes de la conmemoración del Día Internacional del Holocausto. Nunca recibió compensación alguna por el daño que se le infligió.


¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Federico García Lorca



NOTA

Este artículo se publicó por primera vez en esta bitácora el día 5 de abril de 2012.

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