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Posts Tagged ‘asesinatos’

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«Memoria doliente»: Archivo personal


Se emplearon a fondo, según refiere el hijo de un testigo: “El 23 de agosto los enterradores no daban abasto para transportar gente con carretillas hasta la fosa que habían excavado. La sangre lo empapaba todo. Cuando estaba cargando a un hombre, el enterrador se dio cuenta de que todavía estaba vivo, y se lo dijo a un oficial de la Guardia Civil que estaba de vigilancia en el cementerio. El guardia le contestó: ‘Esto lo arreglo yo enseguida’. Cogió la pala del enterrador y a golpes le machacó la cabeza al moribundo y de este modo lo remató”.- Los ‘buenos vecinos’ de Huesca, de Víctor Pardo Lancina.



Despierta la ciudad y retrocede, agónico, el tiempo consumido aleteando sobre los viejos edificios que la memoria aprendida recoloca y tiñe de blanco roto, azabache y grises. Ascienden las emociones por la empalizada de los recuerdos susurrando los nombres de todas y cada una de las martirizadas víctimas de aquel horrendo festín de odio y sangre cuyo hedor se cuela por las rendijas del tiempo transcurrido.



«Yo, que a menudo me siento abrumado en medio de tanto dolor, en nombre de las víctimas, sobre todo de las que todavía permanecen en las cunetas o en anónimas fosas comunes, deseo que mientras los muertos no tengan una lápida en la que poder leer su nombre, los verdugos tampoco puedan descansar en paz».- Víctor Pardo Lancina, periodista y escritor oscense, en el capítulo, Escenas de un guión inacabado, del libro colectivo, publicado en 2004, Literatura, cine y Guerra Civil.



En Memoria, amarga y viva, de los hombres y mujeres que, entre el mediodía y las nueve de la noche, fueron masacrados en Huesca, en la atroz saca del 23 de agosto de 1936.

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«Fosa en Huesca. Octubre 2018»: Archivo personal


«[…]No nos cabe duda que, cuando pase el tiempo suficiente y haya quien escriba la historia que ahora se escribe, la historia de estas décadas de apertura de fosas y esfuerzo incansable por la trinidad memorialista (verdad, justicia y reparación), el nombre de Capapé figurará en la larga lista de los que nunca reblaron». Carlos Neofato, miembro del Círculo Republicano Manolín Abad de Huesca, tras el fallecimiento de Miguel Ángel Capapé Garro (1958-2022), luchador contra el Olvido y la Desmemoria.


Solo quien ha vivido esa experiencia, única, a pie de fosa recién abierta, quien ha sentido el estremecimiento de una persona muy mayor ante los huesos desbaratados del padre y del hermano rescatados del olvido o la turbación de la nieta o el bisnieto con los ojos fijos en el cráneo horadado del ancestro al que no conocieron en vida, puede comprender la comunión que se establece con los arqueólogos forenses que han ido apartando la tierra compacta hasta acceder a los restos de osamentas grises y quebradizas, documentado y fotografiado cada centímetro cúbico despejado, cada vestigio (una hebilla, una suela, una bala) que comparte espacio con el esqueleto que un día fue un hombre, una mujer cuya vida quedó truncada en horrendo sinsentido, arrastrando a la desesperación durante décadas a sus familiares, obligados a ocultar el dolor de la ausencia y, en muchos casos, a convivir y/o servir a los asesinos.

A falta de la prueba de ADN que confirme y dé la filiación correcta de los despojos desenterrados, la mirada de los deudos, entre el alivio y un tropel de sentimientos de difícil adscripción, se posa sobre las personas que han hecho posible el milagro, las que, conocedoras del cúmulo de sensaciones que atenazan a los familiares, asistentes durante días a los trabajos de exhumación, respetan ese silencio que sobrevuela los alrededores de la fosa al descubierto. Y los roces de empatía, la suavidad de las manos en hombros o brazos suplen las palabras. Ahí, en esos instantes, la humanidad de Miguel Ángel Capapé  —experimentado investigador y documentalista a cuya tenacidad se debe la apertura de dieciocho fosas de la guerra (in)civil en la retaguardia aragonesa—,   su presencia bonachona y su inagotable vitalidad (pese a la enfermedad que lo llevó a la tumba pocos días antes de Nochebuena) rompían la tensión del momento reconvertida en un Gracias inmenso, sincero, pequeño homenaje en el que no solía faltar un abrazo reconfortante. Para él, para Miguel Ángel, era suficiente.


Hoy y siempre, Miguel Ángel, otra vez: ¡Gracias!

Sit Tibi Terra Levis.



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«Donde florecen los geranios»: Archivo personal


En junio se (nos) fue Josefina (1929-2022), tenaz combatiente contra el olvido, hermana chica de Maravillas Lamberto Yoldi, la niña de catorce años a la que unos monstruos disfrazados de seres humanos violaron, tirotearon y quemaron aquel agosto navarro de 1936, continuación del horror que se desencadenó en España a partir del 18 de julio. Siete años tenía Josefina, la más pequeña de las tres hermanas, cuando aquellos hombres (dos guardias civiles, un camisa azul y el hijo del churrero del pueblo) se presentaron en la casa de Larraga para llevarse a Vicente, el padre, al que Maravillas, la hija mayor, se empeñó en acompañar porque, según les dijeron, solo se trataba de “hacer una corta declaración en el Ayuntamiento”.

Aquel 15 de agosto, día de la Virgen, a la pequeña Josefina Lamberto se le echó la madurez encima sepultando risas y juegos, rellenando los huecos de una vida anterior con las humillaciones y desprecios que terminaron de desdibujar cualquier atisbo de los tiempos felices. Vacía por dentro, maltratada en los centros de Auxilio Social donde fueron recogidas ella y una hermana de diez años mientras su madre pedía limosna por las calles de Pamplona, y con el recuerdo indeleble de la última vez que vio con vida a su padre y a su hermana mayor   —de los que conocía su horrendo final merced a las jactancias públicas de sus asesinos—, entró como novicia en una orden religosa donde las vejaciones, la soledad y el preceptivo silencio avivaron las tragedias pasadas fijándolas dolorosamente en su día a día. Tras dar tumbos por diversos cenobios europeos de su congregación y pasar catorce años de destierro encubierto en Pakistán, regresó a Navarra y, en 1996, tras cuarenta y seis años de monja, abandonó definitivamente los hábitos.

Fue cofundadora de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra y a la tarea del No Olvido dedicó los siguientes años de su vida. Charlas en colegios, conferencias y el voluntariado en un comedor social navarro se convirtieron en el mejor placebo para seguir adelante y exorcizar sus propios demonios. Batalladora hasta el último suspiro, Josefina Lamberto Yoldi, entrañable florecica, fue un ejemplo de dignidad, fortaleza y entrega al prójimo y a la causa de la Memoria Histórica.

En 2020, se estrenó el documental Florecica, de Virginia Senosiain y Juan Luis Napal, donde se narran las penurias vividas por Josefina, su hermana Pilar y la madre de ambas tras el asesinato del padre y la hermana mayor.





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«In Memóriam»: Archivo personal


«Nosotros solo somos una familia corriente a la que la Historia tocó con sus dedos funestos. Nunca quisimos salir de la discreción de una vida sencilla, hasta que el terrorismo yihadista nos alcanzó. Tras el asesinato de nuestro hijo, enfrentamos nuestra vida privada, la existencia de gente común que sufre una muerte, con toda la entereza y esperanza que podemos. Pero en lo público, en lo que no nos quedó más remedio que arrostrar, exigiremos hasta el fin de nuestros días la justicia de la reparación y la memoria digna de lo sucedido».- Marisol Pérez Urbano, madre de Rodrigo, víctima del atentado terrorista del 11 de marzo de 2004; autora del libro DINOS DÓNDE ESTÁS Y VAMOS A BUSCARTE.

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«La ambulancia 24»: RepúblicaHuesca.org


«[…]Cuando llegamos al cementerio de Huesca, descubrimos que uno de sus muros estaba literalmente acribillado a balazos. Al pie de la pared, la tierra, amasada con sangre, tenía un color parduzco. La cal aparecía salpicada, aquí y allá, de cabellos y de sesos humanos. En aquella tapia, los sublevados habían estado fusilando a los izquierdistas de la capital. Dentro del cementerio, unas inacabables fosas comunes daban testimonio de lo implacable de la represión fascista.«.- Fragmento de Las tribus, de José María Aroca Sardagna, militante anarquista. Texto recuperado por el periodista y escritor Víctor Pardo Lancina.


A Antonio, el padre de Emilieta, lo detuvieron el 4 de agosto de 1936. Fue asesinado el 23 de ese mismo mes, desgraciado integrante de la macabra saca de finales de agosto, que cercenó, en un sólo día, el futuro vital de cerca de un centenar de oscenses. Su hija, con apenas dos años entonces, vivió marcada por esa circunstancia. Muy joven, marchó a Francia, donde se casó. Falleció en Montrouge. Nunca olvidó. Sus hijas recogieron el testigo de su memoria.

De Constantino, abuelo de Sebas, sólo se averiguó que la ambulancia nº 24 recogió su cadáver el 1 de febrero de 1937. Contaba 39 años, estaba casado y tenía seis hijos pequeños; militaba en la CNT y era trabajador del Ayuntamiento de Huesca. Jamás se ha sabido en qué fosa común fue inhumado.

A Raimundo, jornalero de poco más de veinte años, tío bisabuelo de Iliane, lo condenaron a muerte en Consejo de Guerra el 22 de septiembre de 1941, siendo fusilado el 2 de diciembre. Sus hermanas mantuvieron vivo el recuerdo del hermano asesinado y sus sobrinas, sobrinas nietas y sobrinas bisnietas lograron recomponer el dramático itinerario de Raimundo desde su detención, el 8 de mayo de 1939, hasta su fusilamiento en la tapia oeste del Cementerio Nuevo de Huesca. Una lápida, en la fosa común donde se hallan sus restos, lo recuerda.


Las familias de Antonio, Constantino y Raimundo, tres de las innumerables víctimas de la barbarie en la retaguardia, junto con los descendientes de los más de quinientos asesinados en la ciudad, volvieron a reunirse el 23 de agosto de 2016 en el cementerio de Huesca para homenajear a sus deudos ante el Memorial de las Víctimas promovido por el Colectivo Ciudadano y la CNT, financiado mediante suscripción popular e ideado por el artista Óscar Lamora.

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«Estela funeraria. 1936-1945. Huesca»: Archivo personal


Todos los nombres. Quinientos cuarenta y cinco.

Uno a uno sonaron los nombres. Cada uno. Y se prendieron de la lluvia leve y silenciosa para regresar, con ella, a la tierra jubilosa donde, en unos meses, cimbrearán los diminutos árboles plantados.
Hijas, nietos, sobrinos, bisnietas, hermanos compusieron en sus labios los nombres silenciados de las quinientas cuarenta y cinco personas asesinadas en la invicta Huesca de los militares sublevados.

Todos los nombres. Uno a uno.

El anciano tozal  hoy parque Mártires de la Libertad—  desprendiéndose del olor a muerte y oprobio, mira a la ciudad bajo el cielo agrisado. Yérguese maquillado de fiesta, con sus imposibles cuestas arenosas y sus cimas alopécicas aseadas, con su ladera norte ocultando los rastros de los vergonzosos osarios bajo compasivas y diseminadas matas de hierba.

Ondean hoy banderas en sus cúspides redondeadas y se agrupa la ciudadanía en la cresta del homenaje con el esfuerzo del ascenso dibujado en el rostro.
Sones de gaitas, tamboriles, guitarras, chelos, violines… Y los nombres. Uno a uno.
Resucitan en el rejuvenecido tozal los prohibidos nombres durante años apenas susurrados.

Óyelos, ciudad invicta. Los hijos e hijas despreciados por la historia impuesta han vuelto a casa.

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«Lux et umbra»: Archivo personal


La matanza fue el domingo, 23 de agosto de 1936. De los horrendos sucesos acaecidos en las afueras de la ciudad siempre se supo, pero el temor y el sufrimiento abotargaron los recuerdos de la ciudadanía hasta que, siete décadas después, el concienzudo periodista y escritor Víctor Pardo Lancina y el inolvidable y polifacético Manolo Benito Moliner rescataron de la amnesia colectiva la dantesca historia de las desgraciadas víctimas de la saca del 23 de agosto, «salvajemente apaleadas, torturadas y finalmente linchadas hasta la muerte».

Huesca, que había votado masivamente a la izquierda en las últimas elecciones republicanas, quedó, desde los primeros días de la guerra, en manos de los sublevados, convirtiéndose en una ratonera para toda aquella persona de ideas contrarias que no pudo huir de la ciudad. Pronto empezaron las detenciones y fusilamientos de quienes se habían significado como izquierdistas y republicanos convencidos.

La ciudad fue cercada por los valedores del gobierno legal y en agosto se produjeron los primeros bombardeos; en el del 23 agosto, dos personas muertas por el impacto de las bombas de la aviación republicana fueron el detonante para que las autoridades del nuevo orden y sus cómplices con sotana aprovecharan la angustia y el desconcierto de la población para culpar a las hordas rojas, representadas por cerca de un centenar de personas encarceladas en la ciudad, de los males pasados, presentes y venideros.

En ese ambiente de manipulación, ira y pánico, la Comandancia de Huesca «procedió a liberar» a noventa y seis de las personas presas dejándolas, a continuación, en manos de un grupo de hombres que, a la vista de toda la ciudad, cargaron a las recién excarceladas gentes en varios vehículos dirigiéndose a las afueras entre improperios contra los detenidos y vivas a España y a la Falange de unos vecinos y el doloroso silencio de otros, familiares, amigos y conocidos de los noventa hombres y seis mujeres  entre ellas, Conchita Monrás, esposa de Ramón Acín—  cuyo espeluznante final fue silenciado durante setenta años.


«Es muy difícil conseguir información sobre lo ocurrido, pero una persona valiente nos ha ofrecido un testimonio impagable: La matanza debió tener lugar en Las Mártires o en algún punto del norte de Huesca, en las afueras. Agustín Justes López -ya fallecido- se encontró con un grupo de hombres que volvían de la matanza. De entre ellos, llamó especialmente su atención uno. Un hombre alto y corpulento que vestía un “mono” de trabajo. La parte superior del “mono” estaba ostensiblemente manchada, muy manchada, de sangre. Agustín me dijo como se llamaba, lo he olvidado, pero sé que era una persona muy conocida, matarife del Matadero Municipal. Este hombre, muy excitado, se ufanaba a gritos de haber matado a varias personas “sin malgastar balas”, sólo con una especie de gran cuchillo que portaba, y utilizando las artes y técnicas propias de su oficio de matarife.»Manuel Benito Moliner.




IN MEMORIAM,

Luis Aineto Bimbela. Severiano Álvarez Saavedra. José Allué Martínez. José Arnal Mur. Ramón Arriaga Arnal. Clemente Asún Bergés. Máximo Atarés Tolosana. José Azorín Ferriz. Antonio Bajén Blanch. Rafaela Barrabés Asún. Victoria Barrabés Asún. Eduardo Batalla González. María Sacramento Bernués Estallo. Lorenzo Bescós Santalucía. José Blanch Pujadó. Adrián Boned Ulled. José María Borao Belenguer. Gabriel Buendía Barea. José Cajal Jalle. Alejandro Calvo Campo. Modesto Casasín Mavilla. Francisco Castán del Val. Mariano Catalina Mata. Francisco Ciprés López. Emilio Coiduras Ascaso. Desiderio Conte Guiral. Carlos Elías Hernández. Martín Escar Belenguer. Francisco Escario Allué. José Espuis Buisán. Valeriano Estaún Ramón. Eduardo Estrada Acedos. Antonio Ferrer Escartín. Antonio Forcada Visús. Eugenia Funes Tornes. Jesús Gascón de Gotor. Alonso Gaspar Soler. Ángel Gavín Pradel. Macario Gil Alastruey. José María Gracia Bretos. José María Gracia Cabellud. Gregorio Gracia Lanuza. Cándido Iguacel Campo. Manuel Jal Viñola. Carlos Jos Fontana. Manuel Lalana Vicente. José Laliena Lasierra. Jesús Lamela Bolea. Santiago Lanao Sanvicente. Mariano Laplaceta Carrera. Máximo Larripa Bardají. Gaspar Larroche Salillas. Manuel Lasierra. Jesús Latorre Clavería. Alejandro Luzán Biarge. Juan Llidó Pitarch. Francisca Mallén Pardo. Guillermo Marzal Gómez. Francisco Martínez Dena. Desiderio Maurel Puyol. Augusto Miñón Alonso. Pío Monclús Lafarga. Concha Monrás Casas. Santiago Muñoz Nogués. Francisco Obis Lisa. Pablo Ordás Tafalla. Jesús Otal Viela. Jesús Pallarés Ferrer. José Pascual Labarta. Adolfo Pastor Santamaría. Antonio del Pueyo Navarro. Alberto Pueyo Peleato. Faustino Pueyo Peleato. Francisco Puig Capdevila. Carlos Raimúndez Marco. Francisco Ramón Doz. Andrés Rivas Ferrer. Saturnino Rodellar García. Isaac Royo Alfonso. José Ruiz Galán. Antonio Sanagustín Sanagustín. Jerónimo Sánchez Cama. José Sansan Viu. Jerónimo Sanz Arbona. Pedro Sanz Ciprián. Pedro Sanz Peral. José Sarasa Juan. Jesús Sarraseca Fau. Manuel Soneiro Casasnovas. José María Teller Torres. Inocencio Tolosana Alayeto. Fidel Torres Escartín. Ramón Val Bernal. Baltasar Villacampa Oliván. Lázaro Viñau Aranda. Saturnino Virto Anguiano.

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Halt!

Recorro el camino que recorrieron 4 000 000 de espectros.
Bajo mis botas, en la mustia, helada tarde de otoño
cruje dolorosamente la grava.
Es Auschwitz, la fábrica de horror
que la locura humana erigió
a la gloria de la muerte.
Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de nuestra época.
Y ante los edificios desiertos,
ante las cercas electrificadas,
ante los galpones que guardan toneladas de cabellera humana,
ante la herrumbrosa puerta del horno donde fueron incinerados
padres de otros hijos,
amigos de amigos desconocidos,
esposas, hermanos,
niños que, en el último instante,
envejecieron millones de años,
pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó,
pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión,
que estupefactos desnudos, ateridos
cantaron la hatikvah en las cámaras de gas;
pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino
desde las colinas de Judea
hasta los campos de concentración del III Reich.

Pienso en ustedes
y no acierto a comprender
cómo
olvidaron tan pronto
el vaho del infierno.

(Auschwitz-Cracovia, 21 de octubre de 1979.- Luís Rogelio Nogueras.)

…y así cruzan, silentes, la muerte y el destrozo. Se amontonan cadáveres, ruinas y palabras en las páginas vivas de la historia repetida.
En el trajín cotidiano se alza la barbarie en amorfas bocanadas de humo renegrido.
Auschwitz. Gaza.




Dicebamus hesterna die…

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In memoriam
Francisco, 17 años.
Romualdo, 19 años.
José, 32 años.
Pedro María, 27 años.
Bienvenido, 30 años.


El miércoles 3 de marzo de 1976, a partir de las cinco de la tarde, hora de la asamblea obrera, los huelguistas fueron entrando en la iglesia de San Francisco de Asís, del barrio de Zaramaga de Vitoria. Cerca de cinco mil accedieron al templo observados por la policía; uno de los mandos del cuerpo armado contactó con el párroco para que los concentrados desalojaran el recinto y apeló el sacerdote al Concordato firmado en 1953 que otorga a la iglesia protección contra la intrusión policial en sus propiedades…  Segundos después “la policía atacó y asaltó la iglesia con gases lacrimógenos y material antidisturbios, por lo que, presos del pánico y la asfixia, los allí congregados comenzaron a salir huyendo, momento en el que los policías procedieron a golpear y disparar indiscriminadamente tanto sobre los que intentaban escapar, como sobre los que, desde el exterior,  atraían su atención para dejar vía libre a los que abandonaban aquel infierno”.


—(…)¡Buen servicio! […]hemos contribuido a la paliza más grande de la historia—, comunicó por radiofrecuencia uno de los policías intervinientes.


Más de dos mil disparos. Cinco muertos. Ciento cincuenta heridos.


«Hemos contribuido a la paliza más grande de la historia».


La calle  la que Fraga Iribarne, Ministro de la Gobernación de entonces, decía suya—  se llenó de sangre obrera. Y nadie, en los treinta y ocho años transcurridos, fue juzgado ante un tribunal por ello.


Asesinos de razones y de vidas
que nunca tengáis reposo a lo largo de vuestros días
y que en la muerte os persigan nuestras memorias.
LLUÍS LLACH.- Campanades a Morts.

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