«Lux et umbra»: Archivo personal
La matanza fue el domingo, 23 de agosto de 1936. De los horrendos sucesos acaecidos en las afueras de la ciudad siempre se supo, pero el temor y el sufrimiento abotargaron los recuerdos de la ciudadanía hasta que, siete décadas después, el concienzudo periodista y escritor Víctor Pardo Lancina y el inolvidable y polifacético Manolo Benito Moliner rescataron de la amnesia colectiva la dantesca historia de las desgraciadas víctimas de la saca del 23 de agosto, «salvajemente apaleadas, torturadas y finalmente linchadas hasta la muerte».
Huesca, que había votado masivamente a la izquierda en las últimas elecciones republicanas, quedó, desde los primeros días de la guerra, en manos de los sublevados, convirtiéndose en una ratonera para toda aquella persona de ideas contrarias que no pudo huir de la ciudad. Pronto empezaron las detenciones y fusilamientos de quienes se habían significado como izquierdistas y republicanos convencidos.
La ciudad fue cercada por los valedores del gobierno legal y en agosto se produjeron los primeros bombardeos; en el del 23 agosto, dos personas muertas por el impacto de las bombas de la aviación republicana fueron el detonante para que las autoridades del nuevo orden y sus cómplices con sotana aprovecharan la angustia y el desconcierto de la población para culpar a las hordas rojas, representadas por cerca de un centenar de personas encarceladas en la ciudad, de los males pasados, presentes y venideros.
En ese ambiente de manipulación, ira y pánico, la Comandancia de Huesca «procedió a liberar» a noventa y seis de las personas presas dejándolas, a continuación, en manos de un grupo de hombres que, a la vista de toda la ciudad, cargaron a las recién excarceladas gentes en varios vehículos dirigiéndose a las afueras entre improperios contra los detenidos y vivas a España y a la Falange de unos vecinos y el doloroso silencio de otros, familiares, amigos y conocidos de los noventa hombres y seis mujeres —entre ellas, Conchita Monrás, esposa de Ramón Acín— cuyo espeluznante final fue silenciado durante setenta años.
«Es muy difícil conseguir información sobre lo ocurrido, pero una persona valiente nos ha ofrecido un testimonio impagable: La matanza debió tener lugar en Las Mártires o en algún punto del norte de Huesca, en las afueras. Agustín Justes López -ya fallecido- se encontró con un grupo de hombres que volvían de la matanza. De entre ellos, llamó especialmente su atención uno. Un hombre alto y corpulento que vestía un “mono” de trabajo. La parte superior del “mono” estaba ostensiblemente manchada, muy manchada, de sangre. Agustín me dijo como se llamaba, lo he olvidado, pero sé que era una persona muy conocida, matarife del Matadero Municipal. Este hombre, muy excitado, se ufanaba a gritos de haber matado a varias personas “sin malgastar balas”, sólo con una especie de gran cuchillo que portaba, y utilizando las artes y técnicas propias de su oficio de matarife.»– Manuel Benito Moliner.
IN MEMORIAM,
Luis Aineto Bimbela. Severiano Álvarez Saavedra. José Allué Martínez. José Arnal Mur. Ramón Arriaga Arnal. Clemente Asún Bergés. Máximo Atarés Tolosana. José Azorín Ferriz. Antonio Bajén Blanch. Rafaela Barrabés Asún. Victoria Barrabés Asún. Eduardo Batalla González. María Sacramento Bernués Estallo. Lorenzo Bescós Santalucía. José Blanch Pujadó. Adrián Boned Ulled. José María Borao Belenguer. Gabriel Buendía Barea. José Cajal Jalle. Alejandro Calvo Campo. Modesto Casasín Mavilla. Francisco Castán del Val. Mariano Catalina Mata. Francisco Ciprés López. Emilio Coiduras Ascaso. Desiderio Conte Guiral. Carlos Elías Hernández. Martín Escar Belenguer. Francisco Escario Allué. José Espuis Buisán. Valeriano Estaún Ramón. Eduardo Estrada Acedos. Antonio Ferrer Escartín. Antonio Forcada Visús. Eugenia Funes Tornes. Jesús Gascón de Gotor. Alonso Gaspar Soler. Ángel Gavín Pradel. Macario Gil Alastruey. José María Gracia Bretos. José María Gracia Cabellud. Gregorio Gracia Lanuza. Cándido Iguacel Campo. Manuel Jal Viñola. Carlos Jos Fontana. Manuel Lalana Vicente. José Laliena Lasierra. Jesús Lamela Bolea. Santiago Lanao Sanvicente. Mariano Laplaceta Carrera. Máximo Larripa Bardají. Gaspar Larroche Salillas. Manuel Lasierra. Jesús Latorre Clavería. Alejandro Luzán Biarge. Juan Llidó Pitarch. Francisca Mallén Pardo. Guillermo Marzal Gómez. Francisco Martínez Dena. Desiderio Maurel Puyol. Augusto Miñón Alonso. Pío Monclús Lafarga. Concha Monrás Casas. Santiago Muñoz Nogués. Francisco Obis Lisa. Pablo Ordás Tafalla. Jesús Otal Viela. Jesús Pallarés Ferrer. José Pascual Labarta. Adolfo Pastor Santamaría. Antonio del Pueyo Navarro. Alberto Pueyo Peleato. Faustino Pueyo Peleato. Francisco Puig Capdevila. Carlos Raimúndez Marco. Francisco Ramón Doz. Andrés Rivas Ferrer. Saturnino Rodellar García. Isaac Royo Alfonso. José Ruiz Galán. Antonio Sanagustín Sanagustín. Jerónimo Sánchez Cama. José Sansan Viu. Jerónimo Sanz Arbona. Pedro Sanz Ciprián. Pedro Sanz Peral. José Sarasa Juan. Jesús Sarraseca Fau. Manuel Soneiro Casasnovas. José María Teller Torres. Inocencio Tolosana Alayeto. Fidel Torres Escartín. Ramón Val Bernal. Baltasar Villacampa Oliván. Lázaro Viñau Aranda. Saturnino Virto Anguiano.
Un recuerdo de un día que no se debe olvidar. Sabía yo que este agosto tampoco dejarías pasar tu homenaje a los Acín-Monrás, siamés.
Hay quienes con toda la pachorra niegan que esa matanza ocurriera… No consta, como si nos supiéramos todos los casos y cosas que fueron y nunca constaron.
Salud, memoria y recuerdos de la encina castañera.
A este agosto de tristezas se une la muerte del amigo y compañero Toño Azanza, a quien seguramente conocerías o del que habrías oído hablar. Todavía estoy aturdido y acongojado.
Lo siento. Te sumas a los que llevamos un verano negro.
Gracias. Resulta anímicamente complicado afrontar la muerte de una apreciadísima persona con quien tanto se ha compartido. Y tan joven.
Un palo muy, muy, muy duro.
Que la tierra le sea leve.
Salud.
Se cuenta que Falla se fue de Granada al terminar la guerra, a pesar de ser un hombre de derechas, por lo que había presenciado durante ella, por los muchos amigos que había perdido a manos de los vencedores y porque desde su casa en la Antequeruela había estado oyendo toda la guerra pasar de madrugada los camiones camino del cementerio y luego los disparos de los que asesinaban en las tapias.
Sí, fue un hombre consecuente con sus sentimientos; su ideología quedó al margen.
Terrible. Tanto dolor silenciado, ocultado.
Lees y parece imposible la maldad, la crueldad, la brutalidad del hombre contra el hombre.
Un abrazo
Por eso, el mejor homenaje es la memoria.
Otro abrazo y mi deseo de que tu mejoría sea un hecho.
Demasiadas atrocidades en la guerra in-civil española, en Almudévar fueron fusilados unos cuantos, entre ellos un tío mio que no llegué a conocer.
En Bailo, mi padre se salvó por los pelos gracias al alcalde, ya que le dijo que se escondiera que iban a por él.
En el cementerio de Torrero un monumento recuerda a más de 3.500 republicanos fusilados entre 1936 y 1946 recordando a 3.543 hombres, mujeres, niñas y niños fusilados .
Tantas existencias inacabadas, tanto horror…
Luego esos matarifes se irían a la cama orgullosos por haber cumplido con su deber y después de la guerra les darían medallas…
La Rioja también quedó en manos de esa gentuza y se dedicaron a lo único q sabían hacer, matar, matar y matar. Hay dos libros de un paisano Jesús Vicente Aguirre q se titulan «Aquí nunca pasó nada» y q relatan eso q «no» pasó.
La verdad es que, a poco que se remueva ese pasado no tan remoto, aflora tanto dolor que la sola mención de la palabra guerra agujerea los sentimientos.
Manuel Lalana Vicente … » mi abuelo » ….
Tantas vidas cercenadas, tanto horror en esa retaguardia de cruento revanchismo, que sólo la memoria hace justicia a quienes, como tu abuelo, fueron víctimas, tantos años silenciadas, de la brutalidad.
Sin palabras…
Un nombre y otro y otro y otro….
Una persona y otra, una vida, cada persona es un mundo.
Qué injusticia lo sucedido, aún hoy se siente rabia y dolor por esos asesinatos, crueles y llenos de sinrazón.
Hace unos años se erigió un monumento a las casi seiscientas personas asesinadas en la ciudad. Fue un día emotivo porque se leyeron los nombres de cada hombre y mujer. Y fueron los propios familiares (hermanos, nietas, bisnietos, sobrinos…) quienes pronunciaron todos y cada uno de esos nombres, con voces a ratos entrecortadas, en un homenaje tierno y sencillo.