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Posts Tagged ‘anarquismo’

«Reflexión, escultura de Casto Solano»: Archivo personal

 

«Si hay un espécimen que desmienta todos los malos clichés del anarquista como especie, ése es, sin lugar a dudas, Felipe Alaiz, quien sin dejar de ser fiel al movimiento àcrata a todo lo largo de su medio siglo de vida —discretamente— pública, no se sabe que haya arrojado ninguna bomba, se haya tragado ningún cura, se haya subido a ninguna mesa de café a soliviantar desmelenadamente los ánimos del público ni que se haya jamás rasgado las vestiduras como un energúmeno ante un juez venal o ante un senado hipotecado por el procónsul. Porque a Felipe Alaiz le horrorizaban los ruidos —cuanti más los bombazos—[…]».- Francisco Carrasquer Launed: La eutrapelia de un aragonés irreductible: Felipe Alaiz.

 
 

El 8 de abril de 1959 murió como consecuencia de una esclerosis pulmonar masiva en el Hospital Broussais de París, el olvidado escritor anarquista Felipe Alaiz de Pablo. Falleció igual que había vivido en los últimos años: pobre y solo. Pocos recordaban ya a aquel discretísimo hombre bajito, rechoncho y tocado, casi siempre, con boina. Había nacido setenta y dos años antes en Belver de Cinca (Huesca), hijo de un militar amante de los libros y de ideas liberales que murió cuando Felipe era un niño y de un ama de casa de buena cuna para quien el hijo fue el centro de su universo. Tuvo, además, tres hermanas: Pilar, monja; Clara, maestra, y Mariana, costurera.

Su escasa estatura y sus problemas cardíacos impidieron que fuera piloto o marino, como soñaba el padre; en cambio, pronto destacó por su prodigiosa memoria y sus amplios conocimientos en diferentes campos del saber, fruto, como él mismo reconocía, de su pasión lectora. Pese a su buena aptitud intelectual, no cursó ninguna carrera y empezó a ganarse el sustento escribiendo artículos periodísticos en diversos medios. Influenciado por sus amigos, comenzó a interesarse por la filosofía anarquista que, finalmente, interiorizaría y asumiría manteniéndose fiel a ese ideario hasta el fin de sus días.

En Tarragona convivió con una familia gitana con cuya hija, Carmen, se ennovió formalmente; la cárcel, donde fue internado Alaiz por sus escritos antigubernamentales, y las continuas idas y venidas del escritor de una ciudad a otra, terminarían separando a la pareja.

Hombre educado, frugal y nada fiestero, le horrorizaban los mítines charlatanismo mitinero, los llamaba—  y, aunque en alguna ocasión se prestó a dar conferencias, prefería la soledad de su habitáculo y la compañía de sus cuartillas, su pluma y sus libros; esta actitud y su negativa, ya en el exilio, a buscar un trabajo fuera de esas cuatro paredes pese a su maltrecha economía, que le obligaba a pedir dinero prestado para poder comer, le dieron, entre sus compañeros libertarios, fama de «vago y sablista», aduciendo él en su descargo que su única habilidad eran las letras, aunque no fueran suficientes para su supervivencia.

Amigo de Joaquín Maurín, Ramón J. Sender a quien llegó a reprochar sus flirteos con el comunismo— y, sobre todo, de Ramón Acín al que idolatraba, escribió, tras el asesinato de este último, una conmovedora obra, a modo de semblanza, titulada Vida y muerte de Ramón Acín, donde, en una omnipresente Huesca, Felipe Alaiz describe, con emotiva ternura, las vivencias compartidas en la niñez y la adolescencia, mientras va trazando la trayectoria vital de Acín hasta su fusilamiento en la misma ciudad que viera nacer y desarrollarse su amistad.

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«Autorretrato de Helios Gómez»: Archivo personal

 

[…] El imperdonable olvido, la inmoral indiferencia, la obscena amnesia ante artistas que no se fueron y, que siendo conocidos luchadores contra los sublevados, permanecieron en España sometidos a una brutal represión, es más lacerante por cuanto su memoria no hay que rastrearla en países remotos. Sus obras, publicadas antes, durante y después de la guerra, son suficientemente conocidas, están tan a la mano que, encontrarlas para homenajear su memoria con el merecido trofeo de la difusión, quizás no entrañaría más esfuerzo y gasto que el que emplean los partidos políticos sólo en un día de campaña. Este es el caso de un dibujante singular, el sevillano Helios Gómez, un dibujante anarquista; un comunista pintor; un poeta con la biografía preñada de luchas y fracasos. Esta es la historia de un dibujante, poeta y soldado que sobrevivió a la barbarie tras empeñar su vida entre el negro de la tinta china y el rojo de la sangre derramada en este desmemoriado país que él, como tantos otros, defendió desde la inquebrantable atalaya de sus convicciones: en una mano, el fusil; en la otra, un lápiz.-  JUGUETES DE LA INERCIA: HELIOS GÓMEZ, EL DIBUJANTE SOLDADO (1905-1956), José Luis Castro Lombilla.

 

A Helios Gómez, rapsoda visual de causas imposibles en la Europa abatida por las trompetas de la guerra y la venganza, le cercenó la parca el sueño igualitario a mediados de septiembre de 1956, con poco más de medio siglo de vivencias trashumantes que, en imaginario carromato ideológico, le hicieron recorrer España, Francia, Bélgica, Holanda, Austria, Alemania, Argelia y la extinta URSS, ya como reconocido artista plástico, ya como perseguido político por sus ideas anarco-comunistas y su público compromiso con la II República Española por la que combatió con la creatividad y el fusil.

Gitano, andaluz, trianero, poeta, pintor, celebrado cartelista e imaginativo muralista, Helios Gómez pagó su compromiso libertario con la cárcel, las penalidades  —que serían la principal causa de su muerte, dos años después de ser excarcelado—  y el olvido por decreto.

En el último sexenio que pasó privado de libertad en la cárcel Modelo de Barcelona, dedicó sus minadas fuerzas a la realización de un mural, a modo de oratorio para los condenados a muerte, conocido como la Capilla Gitana, donde, en impresionantes frescos, aparece la Virgen de la Merced rodeada de personajes de rasgos agitanados y negroides. La obra empezó siendo una propuesta que le hizo el capellán de la prisión —al que apodaban La Araña Negra— y que Helios, rojo y ateo, aceptó, contra todo pronóstico, como si intuyera que aquellos muros dolientes iban a ser los portavoces de su último acto revolucionario.

La personalísima obra del artista fue cubierta, en 1998, con varias capas de pintura, en incomprensible y aberrante acción que la Dirección de Servicios Penitenciarios de la Generalitat justificó «por razones de higiene» [sic]. Semejante atentado contra la libertad de expresión llevado a cabo, paradójicamente, en la España democrática, levantó inmediatamente protestas entre quienes conocían la existencia de tan peculiar Capilla, apremiándose al Departamento de Cultura de la Generalitat a remediar el horrendo estrago causado a las pinturas situadas en la celda número 1 del primer piso de la cuarta galería de la Modelo.

Tras veinte años de reivindicación —por parte de la Associació Cultural Helios Gómez y la Plataforma Ciudadana Fem nostre l’espai de la Model— para restituir la obra carcelaria censurada de Helios Gómez, la Generalitat encargó al Centro de Restauración de Bienes Muebles de Cataluña el delicado proceso de decapado y recuperación de la Capilla Gitana, Bien de Interés Cultural que, a día de hoy, se halla en la última fase de rehabilitación.





ANEXO
Gitanos en la Guerra Civil Española, pdf, de David Martín.

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«Versión de ‘Las Pajaritas‘ de R. Acín»: Archivo personal


«…cuando yo tenía la edad que ahora tú tienes, junto con Samblancat y otros amigos sacamos en Barcelona, allá por el año 1913, una publicación intitulada ‘La Ira’. Ya puedes deducir por el simbolismo de esta palabra cual sería el contenido de nuestro anhelado periódico, del que nos servíamos para poner en la picota injusticias, abusos y cuantos males sociales llegaban a nuestros oídos; pero no es de esto de lo que hoy me reprocho. Me entristece, eso sí, el recuerdo de aquel lenguaje; un lenguaje insultante, impregnado de agresividad y casi en los lindes de lo grosero y soez algunas veces. Equivocadamente creíamos en nuestro «sublime» papel de agitadores cuando sólo éramos pobres seres agitados por un impulso incontrolado que restaba valor informativo al mensaje y descalificaba a quienes lo emitían. Te cuento esto por si de algo puede servirte el fruto de mis experiencias y reflexiones; porque aun admitiendo que pueda ser cierto lo de que ‘nadie escarmienta en cabeza ajena’, he pensado que tratándose de un joven inquieto como tú, deseoso de ver incrementado el nivel cívico y cultural de su pueblo y que al mismo tiempo participa con ilusión en el proyecto libertario, entenderá a la perfección que con nuestra expresión violenta e incongruente, lo que conseguíamos era asustar a la gente y suscitar su rechazo hacia los ideales de liberación y de solidaridad humana que decíamos defender. A mí me parece que es más rentable y a la vez susceptible de aportarnos íntima satisfacción, intentar atraernos a las gentes por la fuerza de nuestros razonamientos, y que expuestos con ademán seguro y resuelto pero exento de nerviosismos y estridencias y permaneciendo abiertos siempre al diálogo con todo el mundo, nos harán acreedores a la confianza y respeto de quienes no nos comprenden todavía y habremos ganado la batalla al egoísmo y a la indiferencia que predominan por doquier».- RAMÓN ACÍN AQUILUÉ (1888-1936). Pintor, escultor, cartelista, articulista, pedagogo. Profesor de Dibujo de la Escuela Normal de Huesca. Anarquista. Asesinado por los fascistas en la ciudad que tanto amó. Palabras dirigidas, en 1931, a su joven correligionario FÉLIX CARRASQUER LAUNED (1905-1993).


Ante la tumba donde el maestro Acín, vejado y fusilado, duerme para la Historia junto a Conchita, su compañera martirizada y asesinada, y Sol y Katia, las hijas sobrevivientes obligadas a retener las lágrimas durante décadas desgarradoras, se detiene el caminante libertario acribillado por la lluvia que descarga su incruenta ira sobre lápidas, monolitos y ramos decaídos. Brava, oscurece la tormenta el recinto mortuorio y apremia a los deudos tardanos, que reculan, ágiles, hacia el lodazal del aparcamiento. Permanece el caminante, a modo de estela funérea latiente, ante la losa sepulcral hasta que la encargada del camposanto, cubierta con un chubasquero amarillo con franjas grises, vocea: “¡Oye, que tengo que cerrar!”, y lo devuelve al presente y a la lluvia; a sus ropas empapadas y al frío que le recorre la epidermis y lo estremece. “Ya voy. Perdona…”, musita; y camina hacia el exterior tras la mujer.

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«Donde aún quedan rastros de la niñez»: Archivo personal


«(…) He pensado muchas veces en estas palabras ciertas y desconsoladoras del nunca bien y bastante ponderado Francisco Giner: “No he podido explicarme jamás –decía el maestro– cómo siendo los niños tan inteligentes son tan necios los hombres”.

(…)

A los veinte meses de nacer el primero de mis hijos me ha nacido el segundo. A Jaimín, un cuñadín de cinco años, al comunicarle la grata nueva, dicen que contestó: –¿Para qué habrá encargado un nuevo nene, si hace poco encargó otro y no es rico?

Todos han reído la gracia del pequeño tío de los críos que yo fabrico. Todos menos yo, que, silencioso, he jurado no desaprovechar la lección de maltusianismo salida de labios del mejor maltusiano; un maltusiano que, por los cinco años que cuenta de edad, ni tan siquiera ha podido oír hablar de Malthus

(…)

Hace años, recuerdo que estudiaba el piano mi hermana y andaba por las vueltas Paquito, un muchachote contrapariente coloradote y revoltoso a más no poder. Mi hermana, en una de las pausas a que le obligaban las travesuras del rapaz, preguntóle: “¿En tu casa no tenéis piano?”. “No –contestó Paquito con su media charla–. En casa no tenemos piano, pero tenemos tocino”.

Verdaderamente, no sólo de música se puede vivir. A Paquito, para hacerle pasar en silencio un estudio de Schuman, hubo que darle a mascullar un trozo de jamón.

(…)

No son cuentos los que anteceden (…). Son anécdotas. Su valor no está en el modo de exponerlas yo, sino en la manera de ellos decirlas. No son invenciones mías; son cosas de chiquitines inteligentes que no han tenido todavía tiempo de estudiar para necios».

—Fragmentos de Florecicas, artículo publicado en la revista Vértice, el 6 de agosto de 1925, por Ramón Acín Aquilué (1888-1936). Pintor, escultor, cartelista, articulista, pedagogo. Profesor de Dibujo de la Escuela Normal de Huesca. Anarcosindicalista. Asesinado en Huesca, la ciudad que tanto amó, y a cuya grey infantil legó Las Pajaricas [FOTO], que fueron, durante la dictadura, recuerdo palmario del artista fusilado y, hoy en día, además, el emblema más representativo de la ciudad—.




ANEXO

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«El teatro Olimpia en los años 30»: Archivo de fotos antiguas


En el Coso Alto —que, con el Coso Bajo, conforma la vía peatonal que discurre por el centro de Huesca—  se levanta la fachada neoclásica del teatro Olimpia, construido por iniciativa privada e inaugurado el 9 de junio de 1925. Cerrado para su reforma y rehabilitación en 2003,  volvió a abrir sus puertas en 2008 [FOTO], regresando a la vida de una ciudad que, pese a su poca extensión y número de habitantes, goza de variadas propuestas socioculturales de las que el Olimpia ha sido, muchas veces, el anfitrión, como en el caso del Festival Internacional de Cine que, cada mes de junio, convierte Huesca en la capital de cortometrajes y documentales, habiendo adquirido tal relevancia que la preselección de los cortos que optan al Óscar y al Goya se realiza partiendo de los premios recibidos en la Sección de Concurso del Festival de Huesca.

Imposible dejar en el tintero, a propósito del Festival de Cine, el premio «Francisco García de Paso», con galardón pero sin dotación económica, que distingue al cortometraje que más destaca por resaltar los valores humanos. Paco García de Paso (1948-1994), que da nombre al premio, fue profesor de quien esto escribe; hombre talentoso y persona bondadosa, dejó su marchamo humanista en los muchachos y muchachas que tuvieron el privilegio de asistir a sus seminarios en el instituto Ramón y Cajal y al que, pese al tiempo transcurrido, mantienen en el recuerdo.

Fue el inolvidable Paco quien, en cierta ocasión, en una charla informal sobre el anarquismo, habló a las chicas y chicos del mitin multitudinario que la CNT celebró en el teatro Olimpia aquel domingo, 26 de enero de 1936. Lo organizó y presidió el admirado Ramón Acín Aquilué (1888-1936) que, en su alocución inaugural, resaltó la importancia de las mujeres, dueñas de su destino y compañeras de los hombres, siempre a su misma altura,  en su lucha para conquistar la libertad y la emancipación. Al discurso de Acín siguieron los de otros conocidos anarquistas: los aragoneses Miguel Chueca Cuartero (1901-1966) y Miguel Abós Serena (1889-1940) y el escritor y periodista gaditano, representante de los sindicalistas andaluces, Vicente Ballester Tinoco (1903-1936).

El tema central de las disertaciones fueron las elecciones generales que iban a celebrarse aquel 1936, resaltándose los recelos de la CNT por la pusilanimidad de los partidos de izquierda concurrentes e insistiéndose —con independencia de decidirse por votar o abstenerse— en la necesidad de mantenerse alertas ante el fascismo para no ceder en la conquista de las libertades. Ninguno de aquellos hombres de convicciones firmes ni el público asistente podían prever que, seis meses después, un golpe militar daría lugar a una guerra que destrozaría vidas y anhelos de muchos españoles; incluidos los presentes en aquel histórico mitin.

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«La alambrada»: Archivo personal


Yo no podría vivir en una sociedad donde todos hicieran,
pensaran y vistieran lo mismo,
pero es en este mundo donde vivo.

Yo no podría vivir en una sociedad
donde todos cantaran las mismas canciones,
canciones que hablan de gente predestinada a ganar o a perder,
pero es en este mundo donde vivo.

Yo no podría vivir en una sociedad
donde no se pudiera ser viejo,
feo, gordo, flaco, bajo, alto o negro,
pero es en este mundo donde vivo.

Yo no podría vivir en una sociedad
dominada por el cálculo material,
donde las cartas estuviesen marcadas
y las reglas del juego prefijadas desde antes de nacer,
pero es en este mundo donde vivo.

Yo no podría vivir en una sociedad donde la política
hubiese quedado exclusivamente en manos de los políticos
y el único principio moral fuera perro come perro,
pero es en este mundo donde vivo.

Yo no podría vivir en una sociedad
hecha de vacío y telerrealidad,
de banners, links, mails, sms, facebook y demás,
pero es en este mundo donde vivo.

Yo no podría vivir en una sociedad donde los amigos fueran
puntos de luz en una pantalla,
cuerpos que no olieran, no tuvieran sabor,
no pudieran abrazarse ni hacerles cosquillas,
pero es en este mundo donde vivo,

en este mundo
donde vivo.

Nadie al otro lado, poema de Antonio Orihuela contenido en el libro Todo el mundo está en otro lugar, publicado en 2011—

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«Blasa en su acomodo»: Archivo personal


«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio con el fin de evitar la evasión de mis aves y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías: yo, dueño de mis gallinas, y los demás, que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones y, por primera vez, lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí y, cegado por la rabia, maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo y, en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario».

—Del libro Gallinas y otros cuentos, de Rafael Barrett (1876-1910), con ilustraciones de Clara-Iris Ramos

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«Quietud»: Archivo personal


Desayunan en la chocolatería entre aromas, retiñidos y bisbiseos, concentrados en los líquidos y viandas que sus estómagos acogen con complacencia antes del comienzo de una jornada ociosa. Sobre la mesa, una fotografía; fue tomada, les han dicho, en 1979, en un descanso del baile de las fiestas de la localidad, el año que la Corporación Municipal contrató a la orquesta Osca, grupo musical muy reputado entonces en la provincia. En la imagen, una atractiva y jovencísima Olarieta posa junto al elegante y maduro señor Anselmo, el Anarquista, y, en medio de los dos, uno de los músicos, muy sonriente, vestido con una suerte de mono azul cielo con mangas de volantes en las que, pese al tono mate de la fotografía, resaltan infinidad de brillos. “¿No reconoces al músico, Gorka?”, pregunta la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. Y ante el gesto de extrañeza del hombre que la acompaña, añade: “Pues me han contado que fue tu brigada en el cuartel y el director de la banda militar en la que tocabas los platillos”. “¡No jodas! ¿Es Sampériz?”. “Ese mismo”. “Muy buena gente, el tío”, suspira Gorka, que durante su servicio militar voluntario se ocupaba de la puesta a punto del coche del brigada Sampériz amén de hacer uso subrepticio del vehículo para pasear a amigas y novietas.


José Luis Sampériz Morera (1934-2011), músico militar, integrante de la afamada orquesta Osca y director de la Banda de Música oscense, fue, además, sobrino carnal de dos grandes intelectuales de ideas anarquistas, los hermanos José y Cosme Sampériz Janín. José [*], escritor, periodista e integrante del Comité Ejecutivo de la CNT, se refugió en Francia tras la guerra española, alistándose en la 118 Compagnie de Travailleurs Étrangers; fue apresado por los nazis en Dunkerque y llevado al campo de concentración de Mauthausen. El 26 de septiembre de 1941, enfermo y extenuado, falleció en Gusen, en un anexo del campo de exterminio. Su hermano Cosme, pedagogo vanguardista, fue asesinado, el 8 de mayo de 1937, en un enfrentamiento con colectivistas libertarios, que lo acusaron de haberse adscrito a la ideología comunista, siendo arrojado su cuerpo al río Cinca. Otro hermano, Ricardo Sampériz Janín, murió a consecuencia de un bombardeo. José Luis, el sobrino músico y militar, nunca olvidó a sus tíos paternos, a quienes llegó a conocer de niño, ni las terribles huellas que la guerra (in)civil dejó en su familia. Fue, como dicen quienes le trataron, un hombre bueno a quien la ciudadanía oscense sigue recordando con el apelativo que se le dio como director y compositor de la Banda de Música de la ciudad: el Maestro Sampériz.







NOTA

[*] En 1998 se publicó el libro José Sampériz Janín (1910-1941). Un intelectual de Candasnos asesinado por los nazis, escrito por Valeriano C. Labara Ballestar.

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«El último tramo»: Archivo personal


Las cenizas de Miguel de [Casa] Viscasillas estrenaron, el sábado, la zona de columbarios para urnas cinerarias levantada bajo el arbolado en la reciente ampliación del camposanto. Fue el primero del Barrio en comprar dos nichos cuando el Ayuntamiento aprobó su construcción y ha sido, tristemente, también de los primeros en ocupar uno de ellos. “A mí me quemáis y luego hacéis con las cenizas lo que os dé la gana. Las aventáis por ahí…”, le decía a su mujer, la señora Dolores, antes de que el Ayuntamiento aprobara la solicitud de la Junta Vecinal para construir una pequeña edificación de columbarios en la proyectada remodelación del cementerio municipal.

Miguel de Viscasillas era hijo del único muerto del Barrio en la Guerra (In)civil. Su padre, Miguelito de [Casa] Bellostas, un anarquista de veintiséis años, cayó en la Ofensiva de Huesca de 1937, un mes después de que Candelera, su mujer, diera a luz a Miguel. El pequeño se crió en la casa materna de los Viscasillas, gobernada por su abuela Juliana, una mujer resuelta y de ideas bastante avanzadas para la época, que no dudó en enfrentarse a un grupo de falangistas de nuevo cuño que, tras la toma del pueblo por los vencedores de la contienda, pretendían expoliar la casa de sus consuegros con la excusa de que era un nido de anarquistas. “De aquí no sale ni un colchón. Y el que quiera gallinas, que se las críe”, cuentan que les dijo a los tres o cuatro camisas azules, armados y chulitos, que habían acorralado en el zaguán a los padres de Miguelito, el anarquista.

Miguel, que fue funcionario del ministerio de Agricultura, vivió en Madrid hasta su jubilación. Entonces regresó definitivamente al pueblo con su esposa, a la casa paterna de los Bellostas, que mantenía abierta en verano; al huerto, en el que pasaba tantas horas; a las partidas de guiñote en el bar del Salón Social y a la lectura, que era su pasión. En su ficha de lector de la Biblioteca del Centro de Cultura Popular está anotado, con su ornamentada caligrafía, el título del libro que sacó dos días antes de fallecer: La conquista de América contada para escépticos, de Juan Eslava Galán.

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Empezando el día

«Empezando el día»: Archivo personal


J’écoute en soupirant la pluie qui ruisselle
frappant doucement sur mes carreaux…


Llama insistentemente la lluvia en los cristales y sus acuosos nudillos dejan un rastro de burbujas amorfas deslizantes que siluetea, del otro lado de la ventana, Agnès Hummel mientras canta, en intermitente sucesión de susurros, el viejo ritmo de Sylvie Vartan.

La sala de estar de la sexta planta del hospital huele al dulzón cappuccino recién derramado en el dispensador de la máquina expendedora de bebidas calientes. La veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio recoge pausadamente con un pañuelo de papel el líquido depositado en la rejilla; la señorita Valvanera lee a Max Blecher sentada junto a la mesa naranja próxima a la puerta.

Ocupando la pared coloreada en salmón y amarillo que se halla frente a la ventana en la que se apoya Agnès, el fragmento de un poema de Agustín García Calvo —en forma de caligrama mural, con los versos componiendo ondulaciones— engrandece el recogido espacio donde la aparente despreocupación enmascara la incertidumbre en tanto aguardan la reunión con el neumólogo.


Al otro lado del pasillo que recorren las auxiliares repartiendo las bandejas con el desayuno de los pacientes, yace, monitorizada en una habitación con visitas restringidas, la Hermana Marilís.

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