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Archive for the ‘El gato en la atalaya’ Category

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«Salvando huellas»: Archivo personal


«Entre la crueldad con el ser humano y la brutalidad con los animales no hay más diferencia que la víctima».- Alphonse de Lamartine


Vivió, no llegaría a dos años, siendo La Gatita; murió, bajo el nombre de Aila, en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Animales.

Anduvo libre por la barriada oscense que fue su hogar, aceptando, confiada y cariñosa, las manos humanas que acariciaban su cuerpo menudo; manos jóvenes y maduras que le proveían el alimento y la colmaban de ternura. Otras manos, zarpas pútridas de una alimaña bípeda a la que no se ha podido localizar todavía, la atrajeron, quizás con falsas carantoñas, para cebarse en aquel cuerpecito que quedó a merced de la bestia. Fue tan brutal la experiencia de la joven felina que, cuando dos de sus humanas alimentadoras la encontraron, acurrucada y devastada, y se acercaron, dolientes, a recogerla y brindarle sus cuidados, La Gatita se arrastró aterrorizada hasta la orilla del río, lanzándose a él.

Sendos perdigones junto a un ojo y en el omóplato de la patita izquierda; el fémur de la extremidad anterior derecha, fracturado; un fuerte hematoma en el morro, consecuencia, se cree, de una patada que le desencajó uno de los colmillos; un profundo mordisco, probablemente de un perro, en el anca derecha; múltiples laceraciones por todo el cuerpo y, como remate, una grave insuficiencia renal traumática, aconsejaron su traslado a la UCI zaragozana, donde los esfuerzos por salvarle la vida resultaron infructuosos.

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«Garimbastas»: Archivo personal


A menos de medio metro del canal de riego del huerto se alza, levemente inclinada, la garimbastera, un discreto frutal silvestre que se corresponde con el níspero europeo y cuyos frutos de otoño, las garimbastas, colman y hacen oscilar las ramas, cubiertas todavía de verdes hojas oblongas, nervudas y con los bordes ligeramente aserrados.

Hace muchos años que las garimbasteras fueron relegadas al olvido en beneficio del níspero japonés  —que en lengua aragonesa llamamos niespolera—, que tiene mejor presencia y son sus frutos los que se exponen para la venta en los establecimientos de alimentación, gozando del favor de las personas adictas a la fruta. Las garimbastas, en cambio, además de ser más pequeñas y muy bastas al tacto, tienen un aspecto menos grato a la vista que los apreciados frutos del níspero, y el proceso que las hace aptas para el consumo es tan singular que, quizás, pocas personas se animarían a catarlas. Porque, aun siendo su carnosidad muy sabrosa, para llegar a ese estado sublime en boca ha de esperarse a su sobremaduración, cuando, a finales de noviembre, se cosechan del árbol, libre de hojas, y se extienden, bien cubiertas sobre el suelo, en un lugar donde no les llegue la luz, hasta que, casi en proceso de putrefacción, en el interior de la garimbasta la pulpa blanca se transforma en parda y la combinación de los sabores dulce y ácido consigue que esta humilde y no muy agraciada fruta reine, como lo hizo antaño, en compotas y mermeladas caseras.

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«El efecto mariposa»: Archivo personal


Sucedió en el juicio contra los entonces presuntos autores  —aquellos a los que se dio en llamar La Manada— de la violación múltiple en Pamplona durante las fiestas de 2016. La defensa presentó un video, realizado por una agencia de detectives, que mostraba a la victima, días después del brutal suceso, “haciendo vida normal”. A saber: No se había cortado las venas ni arrojado por un puente ni se hallaba en estado catatónico, sino que salía a la calle e incluso, ¡oh, dioses!, sonreía. Vamos, que no había sido para tanto, venían a decir, que el papelón de afectada le estaba grande y no seguía el guion de la perfecta damnificada que mandan los cánones. Lo mismo que la señora Hermoso, besada a traición por el presidente gañán de la federación futbolera, que en vez de ir dándose cabezazos por las esquinas y soltando lágrimas de sangre, como exige el morbo,  celebraba el triunfo del equipo femenino sin cortapisas. ¿Con el escándalo en auge y la ínclita sin síntomas de depresión y marcándose un posado en biquini mientras el patán besucón lloraba la pérdida del sueldico y se le hacían canicas los cojones? Hum… Qué cosas, oiga, clamaba la coral de cerriles machos cantores. La que han formado las feministonas por una simple arremetida labial. Esto pasa por darles cancha y no haberlas puesto en su sitio, a ellas y a los pichaflojas que las jalean, cuando empezaron con tanta vindicación y tanta gaita. Un par de bayetas, como las regaladas acertadamente a las señoras por el Ayuntamiento de Albondón, habría que encasquetarles a cada una, como recordatorio de lo que se corresponde con su sexo, y se terminaba la tontería. Que las mujeres, otra cosa no, pero maldad…



MORALEJA: Veintiún siglos oficiales de cerrazón y lo que te rondaré, Casilda.

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«Cydalima perspectalis»: Archivo personal


En cuanto las yemas de los dedos de Jenabou lo rozan, se desplaza el lepidóptero desde las glicinias que ornamentan los setos hasta la crecida thuja del parquecillo, dejando un rastro de polímero de quitina en la piel de la jovencita que, inmóvil, resigue con la vista el brevísimo vuelo del insecto de permanentes alas extendidas. Es, no obstante, su último aleteo antes que Jenabou lo abata, sin miramientos, de un manotazo. “Y con esta van sesenta y dos polillas asquerosas menos en lo que va de tarde”, le dice a Lurditas, la alguacila, que, a escasos metros, sulfata delicadamente el preparado de bacillus thuringiensis sobre la hilera de bojes colmados de larvas y orugas voraces de la exótica Cydalima perspectalis, la polilla devastadora del boj llegada del Asia Oriental que, desde hace cuatro o cinco años, se ha extendido, destructiva, por el Barrio y alrededores, poniendo en peligro la supervivencia de la emblemática y abundante planta arbustiva que constituye el único alimento del indeseable huésped.

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«Ártica»: Archivo personal


Desde la debacle, ninguno de los gatos que moran en el huerto de Marís y la veterinaria ha vuelto a arrimarse a la valla de madera que separa sus dominios del terreno colindante, propiedad de una pareja de maestros jubilados que residen en la Urbanización. Los mininos, que habían horadado bajo la cerca un pequeño pasadizo para ir de rondón a incordiar a las gallinas, hurtarles comida y obligar a Manolito, el gallo, a perseguirlos inútilmente, permanecen alejados del que, hasta anteayer, era uno de sus lugares favoritos de recreo. Dice Lucía, la dueña de las aves, que la actitud recelosa de los jóvenes felinos se debe a haber sido testigos de la tragedia que tuvo lugar al otro lado. De lo sucedido cabe suponer que el zorro que venía rondando los últimos meses los corrales del pueblo, logró acceder a la propiedad de Lucía y Pepe por la zona del talud de la acequia, la única parte del recinto donde quedaba un resquicio sin vallar. La certeza es que tres gallinas, de las cinco que vivían allí, fueron encontradas semidevoradas, y Manolito y las otras dos habían desaparecido. Queda constancia, por la cantidad de plumas desperdigadas y los restos orgánicos hallados en la parcela, que tanto el gallo como las titinas —así las llama Lucía— plantaron estéril batalla a su atacante y aunque Pepe, siempre optimista, no descarta que el gallo y las dos gallinas que faltan huyeran por el mismo lugar que usó el depredador para entrar, la posibilidad de que sobrevivieran es remota, más todavía tras asegurar Ezequiel, el viñador, que había visto no un raboso sino dos, macho y hembra, en las cercanías del hayedo, a escasos cincuenta metros de donde se emplaza el gallinero asaltado.

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«Los colores del día nuevo»: Archivo personal


Desde el vértice puro de la sangre, impulsado
irrefrenablemente hacia la piedra
que llevará grabado mi nombre y mi apellido,
humildemente vengo con la lengua abrasada
y el corazón tatuado de inviernos y veranos.

Desde el vértice puro de la sangre,
desde mi voz mortal os requiero y os digo,
con la misma sencillez con que muere
un anciano
o pare una muchacha,
que se ha llevado el cierzo el pan y los membrillos
que legué en testamento a mis hermanos.

Y ahora que la vida ya la siento más lejos
y más cerca la muerte —perdonad mi egoísmo—,
me hierve un mal moral y unos deseos
de repartir el trigo con vosotros,
de repartir el agua, el sueño y el mensaje,
y el deshielo violento de la noche.
Yo tengo suficiente con el sol de la tarde.
Su color ya me llega hasta los ojos.

Empezad a coger lo que más suene:
una arroba de miel en la garganta,
un poema rezando en la cocina,
un espejo viejísimo
que reflejó la imagen de mis padres,
una canción que llora en la despensa,
una boca callada, unos dientes rabiosos,
un poco de café, unos gramos de azúcar,
dos pájaros que cantan su delirio
y un amor en cenizas
(pero éstas me las quedo).

Hay tanta luz ardiente en las pestañas
o rumores nocturnos entreabiertos;
hay tantas lenguas vivas creciendo en rebeldía
y tanta rigidez en las costumbres,
que me pongo mi traje de domingo
y me voy a cantar al hombre que aún me escucha.

Todo lo doy por vuestro.
Sólo quiero los pies
para hundirme en la tierra.

—Poema Vértice de la sangre, del libro del mismo título, premio San Jorge 1974, del poeta aragonés Luciano Gracia Bailo (1917-1986)

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«Castillo de Montearagón»: Archivo personal


No pararé, padre y rey mío, hasta que la ciudad sea nuestra”, cuentan que prometió, el 4 de junio de 1094, Pedro I ante el agonizante Sancho Ramírez, rey y comandante de los ejércitos aragoneses, herido de muerte por una aciaga flecha ante las poderosas murallas de la ciudad musulmana de Wasqa  Bolskan íbera y Osca romana, la urbe más al norte de todo Al-Ándalus, vasalla del rey hudí Al-Musta’in II de Saraqusta.

Sancho Ramírez, rey del todavía joven y poco extenso reino pirenaico de Aragón y de Pamplona, había puesto cerco a Wasqa, rico waliato  de unos cinco mil habitantes, con cuatrocientos años de gobierno árabe y pieza clave para la expansión del reino hacia el sur. Los aragoneses conocían bien el terreno que hollaban; durante años, habían mantenido excelentes relaciones con aquellos a quienes pretendían conquistar, unas veces como recolectores de las opimas cosechas de los campos que se extendían extramuros y, otras, como aliados en los conflictos que los gobernadores árabes mantenían con otros territorios. Pero la necesidad de ampliar su reino había llevado a Sancho a intentar hacerse con aquel enclave que, de ser conquistado, abriría las puertas a futuros logros.

En las cercanías de la fortificada Wasqa, en un monte pelado, había mandado levantar el rey aragonés un soberbio castillo-abadía que se alzaba, provocador y majestuoso, a escasos kilómetros del amurallado recinto musulmán de cien torres imponentes. Y a ese castillo, llamado de Montearagón, se trasladó el rey para dirigir el hostigamiento contra la deseada urbe que se extendía a sus pies. Al oeste de la ciudad cercada, en otro cerro estratégico conocido como El Pueyo de Sancho, mandó edificar un baluarte de vigilancia permanente entre Wasqa y la Taifa de Saraqusta.

Caído Sancho Ramírez junto a la anhelada ciudad, su hijo Pedro tomó el relevo con idéntico ímpetu. Diez años tardaría la musulmana Wasqa en abrirse, derrotados sus valedores, ante sus nuevos gobernantes.
El 19 de noviembre de 1096, los ejércitos aragoneses y navarros, enfrentados a las tropas árabes y castellanas que defendían Wasqa, vencieron a sangre y hierro en la pavorosa, y dicen que mágica, batalla de los llanos de Alcoraz, en los aledaños de la localidad sitiada, con el inestimable concurso del santo caballero Jorge y su corcel volador.


«…invocando al Rey el auxilio de Dios nuestro señor, apareció el glorioso cavallero y martir S. George, con armas blancas y resplandecientes, en un muy poderosos cavallo enjaeçado con paramentos plateados, con un cavallero en las ancas, y ambos a dos con Cruces rojas en los pechos y escudos, divisa de todos los que en aquel tiempo defendían y conquistavan la tierra Santa, que aora es la Cruz y habito de los cavalleros de Montesa. Espantaronse los enemigos de la fe viendo aquellos dos cavalleros cruçados, el uno a pie, y el otro a cavallo: y como Dios les perseguía empeçaron de huyr quien mas podía. Por el contrario los Christianos, aunque se maravillaron viendo la nueva divisa de la Cruz: pero en ser Cruz se alegraron, y cobraron esfuerço hiriendo en los Moros: y assi los arrancaron del campo y acabaron de vencer».

—Fragmento de la Crónica de la batalla de Alcoraz, escrita por Diego de Aynsa en 1619—.


Ocho días después, Wasqa abría sus siete puertas a los nuevos señores y se inclinaba ante el rey Pedro I, que ascendió, victorioso, por las empinadas callejuelas que llevaban hasta la mezquita mayor, conocida, popularmente, como Misleida. Huesca —con parte de su población musulmana emigrada y repoblada por aragoneses pirenaicos, mozárabes y francos—  entraba a formar parte del Reino de Aragón.





NOTAS

  • Una leyenda del siglo XIII atribuye a San Beturián el triunfo de las tropas aragonesas sobre las castellano-musulmanas. Cuéntase que el santo se apareció al mismísimo rey Pedro I antes de la refriega prometiéndole ayuda si acudían a la lucha portando las reliquias guardadas en el cenobio situado en la Peña Montañesa. La relación de San Jorge con la batalla de Alcoraz no se establecería hasta dos siglos después.
  • El Pueyo de Sancho, a cuyos pies tuvo lugar la batalla de Alcoraz, se conoce actualmente como cerro de San Jorge, uno de los pulmones verdes de la ciudad de Huesca. En su cima se halla la ermita de San Jorge. El santo es, además, desde el siglo XV, uno de los patronos de la ciudad —junto a San Lorenzo y San Vicente Mártir—.

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«Apartamento con vistas»: Archivo personal


Guarda el Barrio memoria de lo sobrevenido diecisiete años atrás, cuando se iniciaron las obras de la Urbanización que dinamitaron la buena convivencia y derivaron en actuaciones de la Guardia Civil y el estamento judicial que, a su vez, condujeron al rechazo de buena parte del vecindario hacia el Ayuntamiento en pleno, que había recalificado los terrenos, y, como consecuencia, a la formación de una Agrupación Electoral Independiente que, sin adscribirse a partido alguno, barrió en los siguientes comicios municipales y cuya primera medida consistió en declarar que todo el terreno circundante del núcleo rural mantendría la condición de no urbanizable y que las únicas construcciones legales serían las destinadas, en los huertos particulares, a casetas en las que los metros cuadrados máximos habrían de ser proporcionales a las hectáreas de cultivo efectivo de la parcela, no pudiendo destinarse, en ningún caso, a vivienda permanente. Así mismo, se dictó una norma por la cual las construcciones dentro de la localidad habrían de realizarse en los solares prefijados, con una alzada no superior a tres plantas y, en caso de levantarse en la zona alta, de fachada acorde con el entorno, teniendo preferencia la rehabilitación y reforma de las edificaciones en venta ya existentes.

Siguiendo esas pautas, hace dos semanas se concedió la correspondiente licencia para la reconversión de dos casas adyacentes y sus corrales  —situadas en el último tramo del acceso a la plaza—  en un solo edificio de viviendas de dos alturas con una mínima alzada abuhardillada en la parte superior y dos apartamentos por planta; los del entresuelo, algo más grandes, destinados a vivienda habitual de los propietarios y su hija con su familia y los otros dos para ponerlos en alquiler.

En los bajos del Ayuntamiento, la artífice del proyecto —la hija única del matrimonio propietario, que es arquitecta— mostró en una pantalla, a cuantas personas quisieron asistir, el diseño final en 3D, con cubierta asimétrica a dos aguas, frontispicio de piedra caliza, puerta exterior en madera maciza y ventanas de aluminio oscuro; la parte trasera del edificio, estucada en gris, con dos galerías abiertas en los apartamentos superiores, troneras redondeadas en el desván y, en los pisos inferiores, sendos accesos a un jardín de tamaño mediano rodeado de setos, con una zona de terrazo, cochera con entrada independiente y el anexo para la caldera.

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«Brotes de primavera»: Archivo personal


Días atrás, andaba María Blanca, la vecina, pesarosa porque las almendreras de la redolada llevaban florecidas desde mediados de febrero mientras la suya  —la plantada junto a la ventana de la cocina, donde Melitón, el canario, se cree libre enjaulado sobre el alféizar—  permanecía con sus ramas desnudas al aire. “Estará esperando por si hiela”, concluía el señor Paco, su marido. Llegó marzo y, de un día para otro, la almendrera del jardín se engalanó de blanco y amarillo pero María Blanca, incapaz de vaciar la mente de preocupaciones, empezó a pensar en los gatos que, gracias al árbol, tienen fácil acceso a la jaula de Melitón. “Ya puedo ir con ojo porque, en cuanto me dé media vuelta, me lo volverán a matar”, le decía ayer a la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. Y es que Melitón, el actual, no es sino el tercer canario, tan ambarino y canoro como sus predecesores, que ve pasar la vida desde la ventana de la cocina de María Blanca, “siempre en el punto de mira de los felinos o de los aguiluchos”.

A félidos y rapaces acusaba ella de haber acabado con los otros dos Melitones: Uno, del soponcio al ser baqueteada la jaula; otro, defenestrado con su canariera. Naturalmente, entre queja y queja, apuntaba con la vista hacia la casa de la veterinaria, donde, si a los morrongos residentes se añaden los visitantes asiduos, no bajan de diez. Y cuando la veterinaria, harta de alusiones, se rebelaba y argumentaba que en el alféizar de su propia cocina está la jaula de Camila, la cardelina, a la que, en cinco años, no han agredido los gatos pese a tenerla a medio salto, le replicaba María Blanca: “¿Pero tú te crees que los gatos, con lo astutos que son, van a escupir donde les dan de comer? Ni los gatos ni los perros”. Y se explayaba refiriendo que a finales de enero, cuatro o cinco veces seguidas, algún perro se dedicó a pasar por su jardín expresamente a cagarse. “¿A que tú no tenías en el tuyo mierda de perro? No me digas que sí porque miré yo y no había. Nosotros no tenemos perro; vosotros, dos”. El señor Paco, siempre discreto y poco interviniente, le hizo, entonces, un gesto implorante a la veterinaria para que no le contara a su mujer que los excrementos que ella achacaba a un perro eran del zorro que estuvo merodeando algunas noches entre los gallineros de ambas parcelas.

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«La gata en la olibera»: Archivo personal


Cuando años atrás se iniciaron las obras de la urbanización en la periferia del Barrio, quedó afectado un campo yermo, de propiedad ignota, que servía de paso viciado para acceder a las zonas de cultivo dispuestas en bancales. Sobre el terreno compacto se erguían, de manera caprichosa, seis viejos olivos que, al decir de las personas más añosas, podían tener cien o doscientos años. “Siempre han estado allí”, aseguraban. Eran como pilares artísticamente contorsionados en tierra de nadie, resistentes al paso del tiempo y al olvido, condenados por el Ayuntamiento y la constructora al desahucio y, quizás, a la muerte, hasta que el señor Juan, dueño de la parcela colindante, tomó la iniciativa de extraerlos cuidadosamente de su ubicación y trasplantarlos a lugares seguros. Cuatro de los árboles se llevaron a la parte ajardinada del recinto escolar y los dos restantes, subastados a beneficio de la Escuela, los compró el mismo señor Juan para regalárselos a la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, en cuyo huerto, recién adquirido por aquellos días, se plantaron y arraigaron. Allí continúan, excelsos, desde entonces, cuidados y admirados por las llamativas formas de sus troncos y convertidos en atalayas de los gatos, que se frotan contra las rugosidades leñosas, lamen las hojas lanceoladas y se sienten instintivamente atraídos por la oleuropeína que de ellas emana [FOTO], además de regodearse con las abundantes, bien que diminutas, olivillas que cada temporada dan fe de la vitalidad de ambos árboles y cuyo alto contenido en ácido oleico es una fuente de salud y bienestar para los mininos así como preciado alimento para algunos pájaros y aves que rondan las cercanías.



NOTA

En aragonés, muchos árboles se nombran en género femenino. Un olivo es una olibera, con «b», porque la grafía «v» no se utiliza al ser su sonido igual al de la «b».

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