«Monasterio de San Pedro de Siresa (Huesca)»: Miguelheneres
En el Real Monasterio de las Benedictinas de Jaca, en un sarcófago románico muy bien conservado, se hallan los restos de algunas damas regias de Aragón y Pamplona, entre ellos, los de la ilustre Sancha Ramírez (1045-1097), condesa-viuda de Urgell, hija del primer rey de Aragón y hermana del monarca aragonés y rey de Pamplona Sancho Ramírez, que la tenia en tan alta consideración que además de dejar a su cargo la educación de los vástagos reales (los futuros reyes Pedro I y Alfonso I el Batallador) y otorgarle atribuciones de Consejera Real y, no pocas veces, de cogobernadora en los asuntos del Reyno, le encomendó la sede episcopal de Pamplona, convirtiéndose así en la única mujer de la historia del Catolicismo en obtener la dignidad de obispo.
Sancho Ramírez, rey de Aragón y Pamplona, había peregrinado a Roma rindiendo vasallaje al Papado, en la persona del pontífice Alejandro II, comprometiéndose a desterrar de sus territorios el rito mozárabe en beneficio del romano y obteniendo diferentes prebendas, entre ellas, el nombramiento de su hermano, García Ramírez, obispo de la diócesis aragonesa de Jaca, como jerarca religioso también de la de Pamplona.
De vuelta el rey a territorio aragonés, el desacuerdo en la introducción del rito romano y, sobre todo, las desavenencias entre los hermanos, al acusar García Ramírez al rey de sustraerle parte de las rentas que le correspondían como factótum de la diócesis navarra para engrosar las arcas regias y expandir el reino pirenaico, molestaron a Sancho Ramírez, que relegó al obispo García a la diócesis de Jaca y lo sustituyó en la de Pamplona por la hermana de ambos, Sancha Ramírez, que gobernó con firmeza, entre 1082 y 1083, la diócesis encomendada convirtiéndose, en calidad de obispo auxiliar, en administradora de las copiosas rentas que llevaba aparejadas el cargo y que no dudó en destinar, sin descuidar por ello los dominios eclesiásticos navarros que regía, a las conquistas territoriales de su hermano el rey.
Al singular gobierno episcopal de Sancha de Aragón puso fin el papa Gregorio VII que, enterado de que la regidora del obispado era una mujer, amenazó, a través de un enviado, con excomulgar a todos los implicados, empezando por el propio rey, si no subsanaban semejante dislate.
En un contexto de dominio masculino, la influyente y empoderada condesa doña Sancha demostró su valía no solo como insólito obispo de sexo femenino para el que no necesitó ni consagración ni vestidura talar ni tonsura, sino que, tras su obligado cese en el obispado navarro, gobernó hasta su muerte, sin Papa que la demonizara ni más hábito que su inteligencia, el monasterio de regla masculina de San Pedro de Siresa.











