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Archive for septiembre 2024

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«Versión de ‘Las Pajaritas‘ de R. Acín»: Archivo personal


«…cuando yo tenía la edad que ahora tú tienes, junto con Samblancat y otros amigos sacamos en Barcelona, allá por el año 1913, una publicación intitulada ‘La Ira’. Ya puedes deducir por el simbolismo de esta palabra cual sería el contenido de nuestro anhelado periódico, del que nos servíamos para poner en la picota injusticias, abusos y cuantos males sociales llegaban a nuestros oídos; pero no es de esto de lo que hoy me reprocho. Me entristece, eso sí, el recuerdo de aquel lenguaje; un lenguaje insultante, impregnado de agresividad y casi en los lindes de lo grosero y soez algunas veces. Equivocadamente creíamos en nuestro «sublime» papel de agitadores cuando sólo éramos pobres seres agitados por un impulso incontrolado que restaba valor informativo al mensaje y descalificaba a quienes lo emitían. Te cuento esto por si de algo puede servirte el fruto de mis experiencias y reflexiones; porque aun admitiendo que pueda ser cierto lo de que ‘nadie escarmienta en cabeza ajena’, he pensado que tratándose de un joven inquieto como tú, deseoso de ver incrementado el nivel cívico y cultural de su pueblo y que al mismo tiempo participa con ilusión en el proyecto libertario, entenderá a la perfección que con nuestra expresión violenta e incongruente, lo que conseguíamos era asustar a la gente y suscitar su rechazo hacia los ideales de liberación y de solidaridad humana que decíamos defender. A mí me parece que es más rentable y a la vez susceptible de aportarnos íntima satisfacción, intentar atraernos a las gentes por la fuerza de nuestros razonamientos, y que expuestos con ademán seguro y resuelto pero exento de nerviosismos y estridencias y permaneciendo abiertos siempre al diálogo con todo el mundo, nos harán acreedores a la confianza y respeto de quienes no nos comprenden todavía y habremos ganado la batalla al egoísmo y a la indiferencia que predominan por doquier».- RAMÓN ACÍN AQUILUÉ (1888-1936). Pintor, escultor, cartelista, articulista, pedagogo. Profesor de Dibujo de la Escuela Normal de Huesca. Anarquista. Asesinado por los fascistas en la ciudad que tanto amó. Palabras dirigidas, en 1931, a su joven correligionario FÉLIX CARRASQUER LAUNED (1905-1993).


Ante la tumba donde el maestro Acín, vejado y fusilado, duerme para la Historia junto a Conchita, su compañera martirizada y asesinada, y Sol y Katia, las hijas sobrevivientes obligadas a retener las lágrimas durante décadas desgarradoras, se detiene el caminante libertario acribillado por la lluvia que descarga su incruenta ira sobre lápidas, monolitos y ramos decaídos. Brava, oscurece la tormenta el recinto mortuorio y apremia a los deudos tardanos, que reculan, ágiles, hacia el lodazal del aparcamiento. Permanece el caminante, a modo de estela funérea latiente, ante la losa sepulcral hasta que la encargada del camposanto, cubierta con un chubasquero amarillo con franjas grises, vocea: “¡Oye, que tengo que cerrar!”, y lo devuelve al presente y a la lluvia; a sus ropas empapadas y al frío que le recorre la epidermis y lo estremece. “Ya voy. Perdona…”, musita; y camina hacia el exterior tras la mujer.

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«El paseante galo del callizo»: Archivo personal


El gallo galo de los panaderos no tiene nombre, empero, los vejetes guasones del guiñote que se apalancan horas y horas en el bar del Salón Social y, conforme ven pasar al cachazudo galliforme, tientan su glotonería lanzándole puñados de maíz de bolsa, olivas rellenas, filetes de anchoa en conserva o el aperitivo que se tercie, lo llaman Fransuá.

El gallo, que desde su arribada al gallinero tomó la costumbre de trasvolar —porque este vuela, vaya si vuela— hasta uno de los laterales del muro del corral, saltar al callizo y darse un garbeo por la plaza, se muestra sociable y compadrea —a la distancia que se le permite, dado que calza unos espolones como navajas albaceteñas— con quienes, sin renunciar a la chacota, le proveen del piscolabis mañanero que complementa la pitanza del corral, sin que el atiborramiento le haya descompuesto la donosa estampa.

Su llegada al Barrio, hace… ¿un par de años…?, fue un espectáculo similar a aquellos de posguerra de los gitanos con cabra equilibrista y pandereta. Otilia, la panadera, había anunciado, con el mostrador de la tahona a modo de púlpito, la compra de un segundo gallo para convivir con el añoso que ya tenían y las catorce gallinas ponedoras, explicando que se trataba de un ave de raza francesa muy diferente en aspecto a las habituales, así que, cuando lo acomodaron en el gallinero, el peregrinaje del vecindario a ver al nuevo residente aviar fue digno de figurar en los ecos de sociedad de una revista agropecuaria, y ¡pardiez que mereció la pena!, porque especímenes como aquel, de alzada no desdeñable y un estrafalario cobertor de coloreadas plumas que bien podían convertirlo en mascota carnavalera, la mayoría de los lugareños solo los habían visto por el televisor. Hubo quien afirmó que tenía toda la pinta de gallo americano de pelea y que, como se descuidara el otro gallo, más talludo pero viejarrón, le iba a rebanar el pescuezo de un solo golpe de espolón. Sin embargo, para sorpresa de todos los entendidos en psicología gallinácea, el ejemplar galo resultó ser tan llamativo como pachorrudo.

Pasadas las dos primeras semanas de tanteo entre los dos machos alfa, ni corrió la sangre ni se escuchó un quiquiriqueo más imperioso en uno que en otro ni hubo variaciones en el tono y la frecuencia del cacareo de las catorce gallinas ni en el ritmo y número de las puestas, concluyéndose en el Barrio que, salvo por las escapadas consentidas del gallo galo, ningún acontecer digno de tratarse en los tradicionales corrillos lenguaraces alteraba la vida en el corral de los panaderos. Y tal parece hasta la fecha.

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«Dalia»: Archivo personal


El grupo regresa del paseo por la senda de la pedriza que asciende hasta la pardina más próxima al Barrio. En la huerta de Presen, en el rincón abrigado donde ubicó ella el jardín en memoria de Talito, su hijo fallecido, se afanan las incansables abejas y los vistosos abejorrillos entre las corolas blancas, rosas, amarillas, rojas, que aún conservan la lozanía veraniega y cuyos tallos mece, suave, la brisa del norte amortiguada por el roquedo. Muchos de los himenópteros tienen su morada en los viejos arnales del señor Anselmo, que recuperó y reconstruyó su sobrino nieto Lorién hace unos años. Se acerca Mihaela, sonriente, con las manos todavía sucias de laborar la tierra, y contemplan, junto a ella, el vuelo de los insectos, a los que no parece incomodar la intrusión humana. Saluda con la mano Presen desde la entrada del invernadero; saben que no se reunirá con ellos para evitar que le vean los ojos llorosos, emocionada, como le sucede siempre al ver a quienes fueron amigos y amigas de su hijo en aquel espacio de la huerta que le dedicó amorosamente. Se despiden de ella y Mihaela; esta y Vasile, su marido, llegaron al Barrio a finales de agosto, sin apenas hablar castellano pero trayendo con ellos el regalo más preciado: cuatro hijos pequeños cuya escolarización en la escuela del pueblo ha evitado la supresión de una de las aulas de Primaria.

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IMG-20231111-WA0006(1)(1)(1)ZaragozaEbro

«El Ebro, besando Zaragoza, caminito de la mar»: Archivo personal


Entre la tarde del 9 y la mañana del día 10 de septiembre de 2001, fueron llegando a Bruselas, en autobuses y vehículos particulares, los manifestantes. Cuarenta y nueve días antes, José Luis Martínez, mensajero aragonés de la Marcha, había iniciado su andadura en Biscarrués (Huesca) para cubrir a pie los casi mil cuatrocientos kilómetros que separan la localidad oscense —símbolo de la lucha, por la cruzada de sus habitantes contra la construcción de un proyectado pantano que iba a anegar su futuro— de la sede de la Comisión Europea.

Bruselas recibió a los viajeros fría, gris; con rachas de lluvia heladora que saludaba a aquellas decididas gentes extranjeras que iban tomando posiciones en la Estación del Norte, punto de partida de la manifestación.


Todo había comenzado en febrero de 2000, cuando el ministro de Medio Ambiente del gobierno de José María Aznar, Jaume Matas, anunció el Plan Hidrológico Nacional y su macroproyecto estrella: el trasvase de agua del Ebro a Alicante, Almería, Barcelona, Castellón, Murcia y Valencia. La respuesta en Aragón y el delta del Ebro se tradujo en manifestaciones de protesta que se intensificaron al ser aprobado en las Cortes —con los votos de PP, Convergencia i Unió y Coalición Canaria— un proyecto que las gentes de los territorios cedentes consideraban faraónico, altamente lesivo y contrario a las recomendaciones de la Nueva Cultura del Agua. Tras su publicación en el BOE, el 5 de julio de 2001 —con entrada en vigor el 26 del mismo mes— y conocerse que se había dispuesto la detracción anual de 1.050 hm3 de agua y que el presupuesto para acometer las monumentales obras de infraestructura se elevaba a 3,6 billones de pesetas que se pretendían financiar con fondos europeos, las organizaciones antitrasvasistas, que no habían dejado de clamar contra el dislate y atropello de un PHN que tenía más de beneficioso negocio que de proyecto para paliar la escasez de agua, comprendieron que sus alegaciones sobre el impacto ambiental y socioeconómico de aquel PHN debían ser expuestas sin dilaciones ante quien, en última instancia, poseía la llave de la caja de donde saldría el dinero: la Comisión Europea, con sede en la capital belga.


A las 13 horas de ese 10 de septiembre, bajo una tromba de agua espectacular y con no más de 10° de temperatura, las personas concentradas echaron a andar por las calles de Bruselas. A esa misma hora, lo hacían también, por sus respectivas localidades, cientos de manifestantes concentrados en Zaragoza, Teruel, Huesca y las tierras del delta del Ebro. Diferentes lugares; igual causa. Entre 12.000 y 14.000 personas llenaron Bruselas de música, cánticos, banderas, pancartas, lemas y colorido, mientras arreciaba la lluvia y los pocos bruselenses —resguardados bajo paraguas y chubasqueros— que circulaban por las calles miraban con pasmo a los manifestantes, calados pero resueltos, que en alegre alboroto iban salvando los tres kilómetros que separaban la Estación del Norte de la del Mediodía, final de la Marcha. Como diría después Manel Tomás, de la Plataforma en Defensa del Ebro: En la Comisión Europea, a los antitrasvasistas no nos conocían, así que la Marcha Azul fue nuestra carta de presentación.



EPÍLOGO

Las protestas y manifestaciones masivas contra el trasvase del Ebro en Zaragoza, Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca, Valencia y otras localidades continuaron a lo largo de todo el mandato de Aznar, cuyo ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, llegó a afirmar en Murcia que «el trasvase se hará por cojones». En 2005, el gobierno de Rodríguez Zapatero derogó los artículos del PHN referidos al trasvase del Ebro.

El Estatuto de Autonomía de Aragón en su reforma de 2014 señala que no se podrán realizar disposiciones sobre las aguas del Ebro sin la conformidad del gobierno aragonés y que, en cualquier caso, la Comunidad Autónoma de Aragón garantizará 6.550 hm3 para uso exclusivo de las personas residentes en la Comunidad.

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«Ciro»: Archivo personal


Ninguno de los antiguos alumnos de bachillerato que compartían la mañana del domingo con él, sabría decir en qué momento de los últimos dos años pasó don Manuel a ser señor Manuel; quizás, ni él mismo lo sepa ni le importe, ahora que la aceleración, las aleaciones, las pipetas, el infiernillo y las valencias de los elementos de la tabla periódica solo existen en el recuerdo de aquel laboratorio de Física y Química donde pasaban dos horas y media semanales hace tanto tiempo, cuando ellos se acercaban a la adolescencia y él —cuarenta y tantos— les parecía un medio viejo tocapelotas que, sin levantarles jamás la voz, acallaba murmullos y conatos de rebeldía entrecerrando los ojos brevemente y alzando la cabeza hacia las placas del techo mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa.


Casi todos los sábados, desde el fin de la pandemia, Manolo, el hijo del señor Manuel, acercaba a su padre al Barrio, al chalé donde vivieron y que el viejo catedrático abandonó años atrás, a la muerte de su esposa, para trasladarse a Huesca con su único hijo. Se marchó del Barrio y dejó al albur del tiempo no solo el terreno circundante, también de su propiedad, y el cuidado jardín, hoy casi fenecido, sino aquel elegante chalé de planta y media, con amplios ventanales, al que la falta de mantenimiento convirtió en anodino.

Cuando empezaron las visitas de fin de semana y el reencuentro inevitable con quienes fueron sus pupilos, estos descubrieron a un hombre aperturista, agradable y buen conversador, que no dudaba en implicarse en las actividades comunales como jamás lo había hecho, al decir de sus convecinos, cuando formaba parte del censo oficial de la localidad.

El sábado pasado no fue su hijo sino María Petra, alcaldesa y exalumna, la que lo condujo al Barrio. Llegaron con el maletero del coche lleno de cajas y la decisión meditada del señor Manuel de instalarse, de nuevo, en su antiguo hogar con el joven Ciro, su gato, al que llevaba en el transportín, y los cuatro miembros más jóvenes de la Colonia Felina del Barrio, a los que había insistido en adoptar.

Lo celebraron el domingo, con un almuerzo que él mismo preparó aprovechando los pimientos, los calabacines y los tomates que le había llevado la veterinaria; rellenó con arroz y picada de cerdo los primeros, rebozó los segundos y aliñó los tomates en ensalada. Durante la sobremesa solo se oyó, como en el aula del instituto, su voz exponiendo planes: Adecentar el chalé, regenerar el jardín, convertir en huerto la zona más soleada del terreno…

—He hablado con esa chica rumana que trabajaba antes en la Casa de Turismo Rural y vendrá a hacer una limpieza a fondo de la casa… Después, con dos o tres horas que venga a la semana, será suficiente. Si he de contratarla, lo haré. Los Longán estarán aquí mañana para revisar el tejado y… —Sus cuatro contertulios lo escuchaban y percibían la ilusión y el empuje del antiguo profesor que, en el declive de la edad, se atrevía a un nuevo comienzo—. Eso sí, mi hijo, mi nuera y mis nietos estarán aquí, como un clavo, los fines de semana. A pasar revista. No les parece bien que me líe la manta a la cabeza, pero ya les he explicado que, les guste o no, voy a quedarme en el pueblo mientras la salud me acompañe.

—Señor Manuel, ya sabe que en todo lo que le podamos ayudar…  —ofreció Emil.


Se entremezclaron unas voces con otras mientras, en el exterior, se divertían los pequeños félidos en su nuevo y extenso terreno de juegos [VÍDEO] y Ciro, más sosegado, se tendía en uno de los sillones sin dejar de mirar a un lado y al otro, como si comenzara a asumir que todo lo que se encontraba a su alrededor, y aún más allá, formaba parte de sus flamantes dominios.

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«Barcos moliceiros en Aveiro (Portugal)»: Archivo personal

 

Grândola, vila morena, terra da fraternidade…

Ya no existe en Aveiro la casa donde nació Zeca Afonso (1929-1987), poeta y cantor cuya Grândola, radiada a la hora convenida, fue santo y seña de la esperanzada Portugal aquel 25 de abril de 1974 en el que los floridos ramos blancos y rojos repartidos en Lisboa por la ciudadana Celeste Caeiro, entre los soldados subidos a camiones y tanques, convertirían para la historia aquel ilusionante golpe de Estado en Revolución de los Claveles, que puso fin a cuarenta y ocho años de dictadura.

Escucharon y tararearon tantas veces la canción el 14 de agosto de 2024, en la ruta de Oporto a Aveiro, que Jenabou memorizó la letra y fue desgranándola, flojito, entre los canales aveirenses que recorrió el barco moliceiro al que se subieron y en el paseo a pie por Costa Nova, donde los Palheiros —las antiguas casitas a rayas de colores de los pescadores, transformadas en casas de vacaciones [FOTO], [FOTO]— parecieron avivar sus azules, sus rojos, sus amarillos, sus verdes, al compás de las estrofas entonadas a capella que, después, a la salida del restaurante donde les sirvieron un insuperable bacalhau com natas, volvería a cantar, con acompañamiento de guitarras, uniéndose a unos espontáneos lisboetas a quienes hizo gracia la adolescente española homenajeando el suceso que marcó la democratización de un país cincuenta años atrás.

 

—Que nos embalen Aveiro, que nos la llevamos completa —bromeaba Yoly cuando abandonaban la ciudad.
—Eso, eso —jaleaba Marís—. Hasta las viñetas erótico-sexistas que decoran los moliceiros.
—Mujer, que no todas las viñetas eran eróticas o sexistas, que las había históricas y hasta alguna religiosa —puntualizaba Loren.

 

Que nos embalen Aveiro… Desde los puentes [FOTO], [FOTO] que cruzan los canales y la estatua de A Salineira —que recuerda a las mujeres aveirenses que transportaban la sal y las algas en sacos y canastos—, hasta el espectacular campus universitario y los motivos marinos del empedrado de las callejas.

Que nos embalen Aveiro… Desde las exquisitas tripas y los deliciosos ovos moles —de los que compraron casi un cargamento—, hasta los magníficos edificios Art Déco y Modernistas que se hicieron construir las familias portuguesas enriquecidas en Brasil y que jalonan, imponentes, la rúa principal. Pero, sobre todo, la luz, esa luminosidad y el vibrante colorido que no posee la elegante Venecia con la que la comparan.

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