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Posts Tagged ‘John Dos Passos’

«Hylotrupes bajulus»: Archivo personal


Cuentan que, poco tiempo después de finalizada la segunda Gran Guerra, el comprometido cantante Pete Seeger (1919-2014), actuando en una pequeña sala de un pueblo norteamericano, dedicó la primera canción  la vieja Hold The Fort—  a los anarcosindicalistas wobblies y al Batallón Lincoln. Años después, esa dedicatoria junto con otras actitudes de su vida personal y profesional, servirían como «pruebas incontestables de su antiamericanismo«. Las consecuencias fueron contundentes: encarcelamiento y ostracismo. Porque Hold The Fort, transformada en los años sesenta  en la versión de Seeger—  en un clásico del folk americano, fue, en las primeras décadas del siglo XX, el himno del combativo sindicato IWW, con cuyos miembros las autoridades se ensañaron hasta, en demasiados casos, el asesinato.


En la novela 1919, segundo libro de la Trilogía USA, narra el magnífico pero olvidado escritor John Dos Passos (1896-1970) la historia del wobbly Wesley Everest (1890-1919). Lo describe como un hombre joven, callado y sonriente, veterano de la I Guerra Mundial y excelente tirador, que recala en la sede del sindicato en Centralia mientras en la calle se celebra el desfile del Armisticio presidido por la Legión Americana, con cuyos miembros los sindicalistas del IWW mantienen constantes enfrentamientos.


«El Día del Armisticio fue frío y crudo; la niebla avanzaba desde Puget Sound y goteaba de las oscuras ramas de los abetos y los relucientes escaparates del pueblo. Warren O. Grimm mandaba la sección Centralia del desfile. Los exsoldados iban de uniforme. Cuando el desfile pasó por delante del local del sindicato sin detenerse, los leñadores que estaban dentro respiraron a gusto. Alguien silbó con los dedos en la boca. Alguien gritó:
—¡Adelante! ¡A por ellos, muchachos!
Y los exsoldados corrieron hacia la sede de los wobblies. Tres hombres echaron la puerta abajo. Un rifle disparó. Los rifles tableteaban en las colinas situadas detrás del pueblo, tronaban en la parte de atrás del local
»


Relata Dos Passos que Wesley Everest se ve obligado a disparar a los asaltantes antes de huir, junto a otros miembros del sindicato, perseguidos por la multitud. «Wesley Everest corrió hacia el río y empezó a vadearlo. Cuando el agua le llegó a la cintura se detuvo y dio media vuelta.
Wesley Everest se volvió para plantar cara, con una extraña sonrisa pacífica, a la multitud que le perseguía. Había perdido el sombrero y le goteaba agua y sudor de los cabellos. Se le echaron encima.
—¡Atrás! -gritó-. Si hay policías en el grupo me entregaré.
La multitud estaba ya sobre él.

[…] Disparó cuatro veces, después se le encasquilló el arma. Manipuló el gatillo y disparó hacia una de las personas que se encontraban en primera fila y la mató. Esa persona era Dale Hubbard, otro exsoldado, sobrino de uno de los grandes madereros de Centralia. Después tiró el arma vacía y empezó a luchar con las manos. La multitud lo apresó. Un hombre le rompió los dientes con la culata de una escopeta. Otro trajo una cuerda. Una mujer se abrió paso a codazos entre la multitud y le puso la cuerda al cuello.
—No tienen agallas para colgar a un hombre en este día -les dijo Wesley Everest.
Lo llevaron a la cárcel y lo lanzaron sobre el piso
[..]»


Pero como «ser rojo en 1919 era peor que ser pacifista o alemán en 1917», la (desdichada) suerte del aserrador y sindicalista Everest ya estaba sentenciada. Aquella misma noche, la multitud, con la connivencia de las autoridades, asaltó, sin encontrar apenas resistencia, la prisión y se llevó a Wesley Everest, que fue torturado, mutilado, baleado y, finalmente, colgado de un puente en la madrugada del 11 de noviembre de 1919.


«La investigación judicial resultó ser un completo y macabro chiste. El juez del caso concluyó que Wesley Everest había escapado de la prisión, se había dirigido hacia el puente sobre el río Chehails, se había atado una soga al cuello y había saltado. Como la cuerda era demasiado corta, había tenido que saltar de nuevo rompiéndose, en esta ocasión, el cuello; además, se había disparado un tiro.
Tras sentenciar que se trataba de un suicidio, los restos de Everest fueron introducidos en una caja y enterrados.

Nadie sabe dónde está sepultado el cuerpo de Wesley Everest, pero los seis leñadores que apresaron con él fueron inhumados en la penitenciaria de Walla Walla.»

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«Maj»: Archivo personal


Cuando Agnès y sus invitados se encontraban a pocos metros de la alberca situada al sur de la granja, unos graznidos ásperos y persistentes surgieron de entre los árboles que ornamentan y sombrean, formando una media luna, la orilla. “Es Per”, dijo Agnès con naturalidad. “Ni a él ni a Maj les gustan los intrusos. Consideran esta zona de su exclusivo dominio”, añadió sonriendo. “Vamos, vamos, Per, ¿qué ha sido de tu actitud hospitalaria?”.

Maj y Per, una pareja de ansares comunes permanentemente enamorados, y Dos, un macho de cisne de viudedad reciente, son los únicos habitantes, junto con la propia Agnès, de lo que antaño fuera una productiva granja provenzal que obtenía y vendía verduras, hortalizas, leche, trufas y miel, en un paraje donde, en el presente, los tulipanes y las amapolas han tomado posesión de los terrenos que un día fueran de cultivo.

La gente que vive sola se hace acompañar de un gato o un perro. Yo tengo a mis escritores comprometidos”, suspira Agnès Hummel.

Per y Maj, naturalizados voluntariamente en la pequeña laguna y sin ninguna veleidad migratoria, fueron llamados así en homenaje al matrimonio de escritores suecos de novela negra Per Wahlöö y Maj Sjöwall; Dos, en honor de John Dos Passos, circunstancia que la señorita Valvanera -amiga de Agnès desde hace más de cuarenta y cinco años-  considera “ideológicamente interesante” porque Wahlöö y Sjöwall fueron militantes comunistas convencidos y Dos Passos, en cambio, dejó de simpatizar con el comunismo cuando observó el cariz siniestro del estalinismo en los años negros de la Guerra (In)civil española, a raíz de la detención y desaparición de su amigo y traductor José Robles y de la persecución contra anarquistas y poumistas.


A la mañana siguiente, la anfitriona y sus invitados marcharon hacia Uzès. Desde el borde de la alberca, sin que el menor sonido se escapara de su pico, Per observó la partida del grupo humano con interés y, cuando el coche desapareció por el estrecho camino de tierra, regresó junto a Maj y redobló la guardia.

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