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Posts Tagged ‘Huesca’

«Lugar de Memoria»: Archivo personal

 

95º aniversario de la Sublevación Republicana de Jaca (1930).

 

Al otro lado del río Isuela, en la circunvalación que comunica con la modesta zona industrial de Huesca, el monumento [FOTO] a los capitanes Galán y García Hernández —a los pies de la loma conocida como Cerro de Las Mártires, a menos de un kilómetro del polvorín donde ambos militares fueron fusilados tras la fallida Sublevación Republicana de Jaca de 1930—, relanza recuerdos aprendidos que arrastran los pies del caminante hacia la pendiente que, mediante unas escalinatas, facilita la ruta hasta la cima del tozal.

Antes de entrar en la historia como Cerro de Las Mártires, la loma oscense fue conocida como Tozal de las Forcas, por ser lugar de ajusticiamiento en tiempos de los visigodos y del Islam. Pero el nombre que prevaleció fue el de Las Mártires.

 

Dícese que, en el siglo IX, las hermanas Nunilona y Alodia Ben Molit, nacidas en Adahuesca (Huesca), de padre musulmán y madre cristiana, fueron denunciadas por un tío suyo a Jalaf, emir de Alquézar, por profesar la religión cristiana cuando la ley obligaba a los hijos de padre musulmán a mantener la religión de su progenitor. Como Jalaf no emprendió acción alguna contra las niñas, el familiar trasladó la denuncia a Zumail, valí de Wasqa/Huesca, que ordenó la detención de las hermanas y su traslado y encarcelamiento en la ciudad, donde fueron presionadas para adjurar de su fe. Inamovibles Nunilona y Alodia, fueron decapitadas y sus cuerpos quedaron expuestos a las alimañas en el Tozal de las Forcas. Cuenta la tradición que los buitres velaron los cuerpos y que, por la noche, una luz cegadora envolvió los cadáveres, así que Zumail mandó arrojar los restos a un pozo del centro de la ciudad de donde fueron robados por los cristianos y trasladados secretamente a Pamplona y de ahí al monasterio de Leyre para retornar, siglos más tarde, a su Adahuesca natal. En el siglo XIII se construyó en el tozal una ermita dedicada a las mártires aboscenses que sería remodelada a principios del siglo XVIII.

 

Anexo a la ermita levantada en el Cerro de Las Mártires, se halla el cementerio viejo de Huesca donde se llevaron a cabo las vejaciones y asesinatos de hombres y mujeres oscenses antifascistas en los primeros años de la guerra (in)civil de 1936. Y allí mismo, testigo de la barbarie de la guerra, presidiendo la ladera norte, se levanta un monolito [FOTO], erigido en 1885, que recuerda a Manolín Abad y a los defensores de la I República, fusilados en 1848.

 

Manuel Abad, Manolín, nacido entre 1815 y 1818 en Huesca, dirigió al grupo de luchadores republicanos aragoneses —conocidos como partida de las Cinco Villas— levantados contra la monarquía borbónica que, tras asaltar, la madrugada del 26 de octubre de 1848, el cuartel de Ejea de los Caballeros y hacerse con dinero, armas y caballerías, pero sin causar víctimas, emprendieron una ruta sin retorno posible que les llevó por Rivas, Luna, Bolea y Ayerbe hasta Huesca, donde recalaron el 30 de octubre perseguidos por las tropas reales. De allí, tras liberar a los presos políticos, marcharon a Siétamo, donde se atrincheraron en el hoy inexistente castillo para terminar pactando una rendición cuyos términos traicionarían, aun antes de estamparse las firmas, los representantes de Isabel II. Detenidos los integrantes de la tropa republicana y trasladados a Huesca, Manolín Abad y siete de sus lugartenientes fueron pasados por las armas el 5 de noviembre. Dos días después, tras un macabro sorteo entre los detenidos, serían fusilados otros seis miembros de la partida republicana; del resto de los arrestados muy pocos quedaron en libertad; la mayoría fueron embarcados en Valencia con destino a Filipinas.

 

…Y soñaba la ciudad frente al cerro del otro lado del río que, algún día, ese tozal descuidado pero donde no habitaba el olvido, devendría en bosquecillo frondoso que agitaría el ramaje celebrando la lucha por la libertad. Y, así, el Círculo Republicano Manolín Abad de Huesca, con el apoyo de la CNT, propuso al Ayuntamiento oscense dignificar el Cerro de Las Mártires y hacer de él un Lugar de Memoria.

En el mes de diciembre de 2014, ya convertido en parque Mártires de la Libertad, el histórico tozal lució sus nuevas galas vegetales para ser testigo de la inauguración, en su cima, del Monumento a los Mártires de la Libertad, una pirámide truncada de hormigón [FOTO DE LA RÉPLICA DE RECUERDO] cubierta por 545 prismas de caliza —uno por cada víctima oscense documentada, amén de paneles con los nombres de todas las víctimas—, obra del arquitecto municipal, y la inscripción, con los logotipos del Consistorio y del Círculo Manolín Abad: “A los mártires de la libertad, mujeres y hombres asesinados en Huesca entre Julio de 1936 y Enero de 1945 y a sus familias destrozadas. Diciembre de 2014”, además de una placa de la CNT que reza: “En recuerdo de todos los antifascistas, hombres y mujeres que sufrieron la represión, la guerra, la cárcel, el exilio y la muerte, para que su vida, lucha y ejemplo no caigan en el olvido. Huesca, 14 de Diciembre de 2014”. Ambos textos se pueden leer también en Braille.

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«Reflexión, escultura de Casto Solano»: Archivo personal

 

«Si hay un espécimen que desmienta todos los malos clichés del anarquista como especie, ése es, sin lugar a dudas, Felipe Alaiz, quien sin dejar de ser fiel al movimiento àcrata a todo lo largo de su medio siglo de vida —discretamente— pública, no se sabe que haya arrojado ninguna bomba, se haya tragado ningún cura, se haya subido a ninguna mesa de café a soliviantar desmelenadamente los ánimos del público ni que se haya jamás rasgado las vestiduras como un energúmeno ante un juez venal o ante un senado hipotecado por el procónsul. Porque a Felipe Alaiz le horrorizaban los ruidos —cuanti más los bombazos—[…]».- Francisco Carrasquer Launed: La eutrapelia de un aragonés irreductible: Felipe Alaiz.

 
 

El 8 de abril de 1959 murió como consecuencia de una esclerosis pulmonar masiva en el Hospital Broussais de París, el olvidado escritor anarquista Felipe Alaiz de Pablo. Falleció igual que había vivido en los últimos años: pobre y solo. Pocos recordaban ya a aquel discretísimo hombre bajito, rechoncho y tocado, casi siempre, con boina. Había nacido setenta y dos años antes en Belver de Cinca (Huesca), hijo de un militar amante de los libros y de ideas liberales que murió cuando Felipe era un niño y de un ama de casa de buena cuna para quien el hijo fue el centro de su universo. Tuvo, además, tres hermanas: Pilar, monja; Clara, maestra, y Mariana, costurera.

Su escasa estatura y sus problemas cardíacos impidieron que fuera piloto o marino, como soñaba el padre; en cambio, pronto destacó por su prodigiosa memoria y sus amplios conocimientos en diferentes campos del saber, fruto, como él mismo reconocía, de su pasión lectora. Pese a su buena aptitud intelectual, no cursó ninguna carrera y empezó a ganarse el sustento escribiendo artículos periodísticos en diversos medios. Influenciado por sus amigos, comenzó a interesarse por la filosofía anarquista que, finalmente, interiorizaría y asumiría manteniéndose fiel a ese ideario hasta el fin de sus días.

En Tarragona convivió con una familia gitana con cuya hija, Carmen, se ennovió formalmente; la cárcel, donde fue internado Alaiz por sus escritos antigubernamentales, y las continuas idas y venidas del escritor de una ciudad a otra, terminarían separando a la pareja.

Hombre educado, frugal y nada fiestero, le horrorizaban los mítines charlatanismo mitinero, los llamaba—  y, aunque en alguna ocasión se prestó a dar conferencias, prefería la soledad de su habitáculo y la compañía de sus cuartillas, su pluma y sus libros; esta actitud y su negativa, ya en el exilio, a buscar un trabajo fuera de esas cuatro paredes pese a su maltrecha economía, que le obligaba a pedir dinero prestado para poder comer, le dieron, entre sus compañeros libertarios, fama de «vago y sablista», aduciendo él en su descargo que su única habilidad eran las letras, aunque no fueran suficientes para su supervivencia.

Amigo de Joaquín Maurín, Ramón J. Sender a quien llegó a reprochar sus flirteos con el comunismo— y, sobre todo, de Ramón Acín al que idolatraba, escribió, tras el asesinato de este último, una conmovedora obra, a modo de semblanza, titulada Vida y muerte de Ramón Acín, donde, en una omnipresente Huesca, Felipe Alaiz describe, con emotiva ternura, las vivencias compartidas en la niñez y la adolescencia, mientras va trazando la trayectoria vital de Acín hasta su fusilamiento en la misma ciudad que viera nacer y desarrollarse su amistad.

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«Fuente del Ibón, en el parque Miguel Servet de Huesca»: Archivo personal

 

Preámbulo

Hace setenta y cinco años nació la Jota de San Lorenzo, la más emblemática del folclore oscense. Surgió en un emplazamiento asaz curioso: A bordo del buque Monte Ayala, que surcaba el Atlántico hacia Sudamérica con un grupo de jóvenes músicos y bailadores de los Coros y Danzas de Educación y Descanso entre los que se encontraban varias joteras y joteros de Huesca con su rondalla.

Durante la larga travesía, entre ensayo y ensayo, los representantes oscenses pensaron que sería buena idea ampliar su repertorio de baile y, así, la joven jotera Sarita Villacampa, que vivía por y para la jota, ideó la coreografía de la que bautizaron como Jota de San Lorenzo, en honor al patrón de Huesca, que tiene una parte cantada que, a día de hoy, no hay oscense que no haya entonado alguna vez: “San Lorenzo, mi patrón. / Viva Huesca que es mi pueblo.  / San Lorenzo, mi patrón. / Las mozas que van por agua / a la fuente del Ibón. / A la fuente del Ibón. / Viva Huesca que es mi pueblo”.

Tomando como punto de partida aquel viaje folclórico, el músico Marko Zaragoza —hijo de uno de los pasajeros del Monte Ayala que tocaba en la rondalla oscense— publicó en 2019 una digna y entretenida novela, La silueta del Monte Ayala, en la que los sucesos reales y la ficción se amalgaman para componer una trepidante historia de conspiraciones y espionaje.

 
 
UNO: Vida y muerte de la histórica fuente del Ibón

Volvamos un instante a la letra de la Jota de San Lorenzo, donde dice… Las mozas que van por agua a la fuente del Ibón. Porque es ella, la fuente a la que alude la jota, la protagonista de este artículo. La fuente del Ibón ya aparece documentada como «antiguo manadero para el abastecimiento de agua» en el siglo XV; sus aguas procedían de un manantial próximo a la ciudad que, por una conducción de piedras, fluía hasta decantarse en la bóveda de la que salía al exterior. Aunque el paso del tiempo fue erosionando su estructura, las reparaciones que se llevaron a cabo en los siglos XVI a XIX en el encajonamiento de la conducción hídrica y la bóveda, pero respetando su apariencia, le devolvieron el viejo esplendor.

El fontanar estaba decorado en su frontal con un escudo en alabastro en el que aparecían cincelados dos ángeles que sostenían una cartela donde figuraban un lienzo de muralla, con su portalón y dos torreones, y una muesca —que eso significa Osca/Huesca, «muesca»— que caía sobre los caños de agua.

Parece ser que, a principios del siglo XIX, el Ayuntamiento oscense consideró que las abundantes huertas que copaban las tierras entre el manantial de origen y la fuente, podían ser un foco que contaminara el agua de boca, así que mandó construir, en distintos puntos de la ciudad, ocho nuevas fuentes de abastecimiento para sustituir a la emblemática del Ibón que, pese a todo, siguió siendo  —a la par que la fuente del Ángel, otro surtidor histórico—  la fontana de referencia y punto de encuentro de mozos y mozas, congregados con sus trajes de domingo en las inmediaciones para flirteos y requiebros, como así se había hecho «de toda la vida».

Pero, señoras y señores, en los años cincuenta del siglo XX llegó a Huesca el progreso en forma de Plan de Desarrollo Urbanístico ¿trazado sobre plano desde Madrid…? Y como los señores ingenieros de la capital de España no habían pisado Huesca en su vida —no se me ocurre otra explicación— tuvieron la portentosa ocurrencia de dibujar una calle allí donde, desde hacía quinientos años, se ubicaba la fuente del Ibón. El servil alcalde oscense dijo amén y la fuente icónica, la más entrañable para los oscenses, fue destruida. Solo se salvó el escudo de su frontal, que alguna mente algo más lúcida de la Casa Consistorial decidió que no merecía caer bajo los picos y martillos destructores y mandó que lo guardaran en el Ayuntamiento donde, al parecer, continúa, aunque bastante deteriorado.

 
 
DOS: La fuente del Ibón de las nuevas generaciones

En la década de 1960 el Ayuntamiento de Huesca acometió la ampliación del parque Miguel Servet. Entre los nuevos espacios que se crearon hubo uno que pronto llamó la atención de la ciudadanía: Una fuente llamada… del Ibón. No se trataba de una reconstrucción de la fuente histórica que había estado emplazada a menos de doscientos metros de la recién construida sino una especie de ¿homenaje?, ¿desagravio? a la fontana medieval cuyo derribo había causado tanto pesar en quienes la consideraban un símbolo oscense. La novedosa fuente del Ibón solo se asemejaba a la desaparecida en el nombre. En nada más.

Tuvo la gallardía el Ayuntamiento de no usar el frontal de la anterior para evitar más controversias de las que hubo, pero se dejó caer que, algún día, volvería a erigirse la icónica fuente con su primitiva arquitectura y su escudo en alabastro. “¿En qué lugar?”, preguntaba la gente. “Cerca de donde estuvo siempre”, respondían. Cerca, claro, porque en el sitio original se yergue un edificio de oficinas y viviendas que no se va a demoler para dar gusto a los oscenses nostálgicos.

Para las nuevas generaciones, que habían oído hablar de la antigua fuente del Ibón pero solo conocían la del parque Miguel Servet, el discreto rincón de la fuente sustituta fue un remanso. La de charlas, besos, risas, lecturas, lametones y juegos que habrán tenido lugar allí, en ese banco de piedra que tantos secretos guarda y en esa mesa encementada que, si tuviera un atisbo de vida para escribir sus Memorias, haría sonrojar a más de uno o una.

La fuente del Ibón del parque Miguel Servet brilla, desde hace años, con luz propia; ya no es un remedo de la antigua ni se pronuncia su nombre con cierto retintín. Este verano, dentro de las actividades organizadas por el Ayuntamiento en el programa Huesca es otra historia, la que se ha llevado a cabo en el entorno de la fuente del Ibón ha sido la que más público ha concitado.

Bajo la dirección del escritor oscense Óscar Sipán, acompañado al violín por Daniela Nikolova, se ha desarrollado en este espacio del parque la actividad titulada Crímenes en la fuente del Ibón, en la que, durante ocho sesiones que han reunido a un total de 2.080 personas, Óscar ha hecho viajar a los presentes por algunos de los crímenes ocurridos en la ciudad desde finales del siglo XIX, además de visitar algunos de los lugares donde se cometieron.

Al éxito de la iniciativa y a su excelente desarrollo hay que sumar la interactuación entre narrador y asistentes, la presencia entre el público de descendientes y allegados de víctimas y victimarios, incluso la de un forense que aportó su experiencia personal sobre uno de los crímenes que se estaban relatando, y, cómo no, el inigualable marco del entorno de la fuente del Ibón, idóneo para sumergirse, en las noches veraniegas, en estas muertes a mano airada.

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«Gula»: Archivo personal


—Luisete, porfa… Cuando puedas, tráenos unas croquetas.
—¿Bacalao, boletus, jamón…?
—No, no. De las de pollo al chilindrón —señalan ellas.
—A mí me pones un timbal de tomate, espinacas y queso de cabra a la plancha —pide él.
—De beber, ¿lo de siempre…?


Todas las mesas del cafetín están ocupadas y ellas y él se quedan comprimidos en el espacio reservado a los camareros, al lado de la pareja de la entidad bancaria que da cuenta, con envidiable voracidad, de las tostas con mermelada de uva y mousse de queso, gloria y especialidad del establecimiento. Cuando las chicas del salón de belleza se levantan de la mesa próxima a la puerta del office, se apresuran ellas y él a tomar el relevo adelantándose al auxiliar de la notaría y a la abogada de la aseguradora, que reculan, conformistas, mientras ellas y él se encogen de hombros, despejan parte de la mesa acumulando vasos y platillos en una esquina y se acomodan en las sillas dejando una a modo de perchero. Suenan la solitaria máquina tragaperras del fondo y los tenedores y cuchillos haciendo los honores al contenido de bandejas y platos, como bandas sonoras de las conversaciones de intensidad moderada de la familiar fauna que, en días laborables, consume su limitado tiempo de descanso en la céntrica cafetería.

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«Tentempié II»: Archivo personal


Van remitiendo la falsa calima que se cebó con la sierra y el inequívoco olor a hoguera que el domingo alertaron al vecindario de diferentes localidades en la creencia de que se trataba de un incendio en cualquiera de los bosques que festonean la retaguardia pirenaica. Quién nos iba a dar que la fumera venía de Canadá, como si ese país estuviera nada más cruzar el paso de cebra, comenta Toñín mientras deposita los zumos de naranja en la mesa donde aguardan Étienne y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, acomodados allí desde las ocho menos veinticinco de la mañana, aun antes de terminar de levantar el buenazo de Toñín la persiana metálica del establecimiento. ¿Pero eso es normal?, insiste. Joder, que hay una porrada de millas de océano entre Norteamérica y nosotros…. No te mates la cabeza, que aunque no sea lo normal tampoco es la primera vez que ocurre cuando por allá se les descontrolan los incendios. Igual que llegan los vientos, arrastran el humo por el mismo camino, y es inocuo, te lo digo yo. Está a demasiada altitud para influir en la calidad del aire. Además, el cielo ya no se ve turbio y el olor a humo es pura aprensión.

Poco a poco se ocupan las mesas vacías de la terraza y, tras un guiño y una sonrisa, se desentiende el solícito barista de sus dos madrugadores clientes para desplazar su humanidad  —uno noventa y cinco de alto y volumen de luchador de sumo, que lo aproximan más a un Toñón que a un Toñín—  hasta los parroquianos recién sentados.

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«Desvalido»: Archivo personal


El bochornoso incidente sucedió el jueves, 1 de agosto, en el camping municipal de Huesca. Un matrimonio, ambos hombres, y sus dos hijos menores de edad, eligieron la capital oscense como destino turístico y, tras registrarse debidamente en la recepción del establecimiento, accedieron con su autocaravana a la zona de acampada. Como la idea era visitar la ciudad altoaragonesa, uno de los papás se adelantó con la niña y el niño hasta la salida del camping. Fue allí donde dos policías, que aguardaban en un coche patrulla, interceptaron al adulto, le pidieron su documentación y los DNIs de los menores —que tenía su marido, todavía en el interior del recinto— y le preguntaron a bocajarro si aquellos niños eran suyos, si eran hijos biológicos o adoptados y si estaba divorciado y eran fruto de ese matrimonio. Al hombre —que no entendía la razón de aquel interrogatorio al que respondía en plena calle— le explicó por fin uno de los funcionarios policiales que el recepcionista del camping había telefoneado a la policía porque sospechaba que aquellos dos hombres inscritos como matrimonio podían haber secuestrado a aquellas dos criaturas, pese a que, como comprobaron los agentes, la filiación que constaba en los DNIs del niño y la niña, y que también se había mostrado en recepción, daba fe de que los apellidos de los menores se ajustaban a los de sus padres y que no había el menor indicio para una actuación policial.

Coincidió que Manuel Santos, el padre interrogado, es un conocido instagramero que no dudó en denunciar lo ocurrido a través de la red social, así que la historia inició su recorrido viral con certeras acusaciones de homofobia hacia el recepcionista del camping. La alcaldesa oscense, advertida, se apresuró a presentarse, con la concejala de Turismo y el de Deportes, ante la pareja, que aún no se había marchado, para disculparse «en nombre de todos los oscenses», intentando evitar que aquella familia menospreciada se llevara de la ciudad semejante imagen.


Qué cínica doña Lorena Orduna, alcaldesa de Huesca que, en la Semana del Orgullo, no solo se negó a que la bandera del arcoiris colgara, como lo venía haciendo en cada celebración, del balcón principal del Casino Oscense, sino que también mandó retirar los bancos de la plaza Concepción Arenal pintados con los colores del Orgullo.

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«Salvando huellas»: Archivo personal


«Entre la crueldad con el ser humano y la brutalidad con los animales no hay más diferencia que la víctima».- Alphonse de Lamartine


Vivió, no llegaría a dos años, siendo La Gatita; murió, bajo el nombre de Aila, en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Animales.

Anduvo libre por la barriada oscense que fue su hogar, aceptando, confiada y cariñosa, las manos humanas que acariciaban su cuerpo menudo; manos jóvenes y maduras que le proveían el alimento y la colmaban de ternura. Otras manos, zarpas pútridas de una alimaña bípeda a la que no se ha podido localizar todavía, la atrajeron, quizás con falsas carantoñas, para cebarse en aquel cuerpecito que quedó a merced de la bestia. Fue tan brutal la experiencia de la joven felina que, cuando dos de sus humanas alimentadoras la encontraron, acurrucada y devastada, y se acercaron, dolientes, a recogerla y brindarle sus cuidados, La Gatita se arrastró aterrorizada hasta la orilla del río, lanzándose a él.

Sendos perdigones junto a un ojo y en el omóplato de la patita izquierda; el fémur de la extremidad anterior derecha, fracturado; un fuerte hematoma en el morro, consecuencia, se cree, de una patada que le desencajó uno de los colmillos; un profundo mordisco, probablemente de un perro, en el anca derecha; múltiples laceraciones por todo el cuerpo y, como remate, una grave insuficiencia renal traumática, aconsejaron su traslado a la UCI zaragozana, donde los esfuerzos por salvarle la vida resultaron infructuosos.

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«Memoria doliente»: Archivo personal


Se emplearon a fondo, según refiere el hijo de un testigo: “El 23 de agosto los enterradores no daban abasto para transportar gente con carretillas hasta la fosa que habían excavado. La sangre lo empapaba todo. Cuando estaba cargando a un hombre, el enterrador se dio cuenta de que todavía estaba vivo, y se lo dijo a un oficial de la Guardia Civil que estaba de vigilancia en el cementerio. El guardia le contestó: ‘Esto lo arreglo yo enseguida’. Cogió la pala del enterrador y a golpes le machacó la cabeza al moribundo y de este modo lo remató”.- Los ‘buenos vecinos’ de Huesca, de Víctor Pardo Lancina.



Despierta la ciudad y retrocede, agónico, el tiempo consumido aleteando sobre los viejos edificios que la memoria aprendida recoloca y tiñe de blanco roto, azabache y grises. Ascienden las emociones por la empalizada de los recuerdos susurrando los nombres de todas y cada una de las martirizadas víctimas de aquel horrendo festín de odio y sangre cuyo hedor se cuela por las rendijas del tiempo transcurrido.



«Yo, que a menudo me siento abrumado en medio de tanto dolor, en nombre de las víctimas, sobre todo de las que todavía permanecen en las cunetas o en anónimas fosas comunes, deseo que mientras los muertos no tengan una lápida en la que poder leer su nombre, los verdugos tampoco puedan descansar en paz».- Víctor Pardo Lancina, periodista y escritor oscense, en el capítulo, Escenas de un guión inacabado, del libro colectivo, publicado en 2004, Literatura, cine y Guerra Civil.



En Memoria, amarga y viva, de los hombres y mujeres que, entre el mediodía y las nueve de la noche, fueron masacrados en Huesca, en la atroz saca del 23 de agosto de 1936.

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«Plaza de los Tocinos (Huesca)»: Archivo Viñuales de fotos antiguas


Desde la conquista aragonesa de Huesca en 1096 y hasta el decreto de expulsión definitiva de los moriscos firmado por Felipe III en 1609 —que se ejecutó en Aragón el 29 de mayo de 1610—, el barrio de San Martín, extramuros, fue territorio de los musulmanes oscenses, convertidos al cristianismo como condición para seguir habitando la ciudad de sus antepasados. San Martín era, entonces, un animado barrio con sus callejuelas y adarves colmados de ollerías, tejerías y curtidurías, que se extendía hasta las fructíferas huertas que, además de los cultivos al uso, se llenaban de hermosas matas de albahaca que aromaban exquisitamente el estío oscense, tradición originada en la época romana que ha llegado hasta nuestros días, no concibiéndose las jornadas festivas dedicadas al santo Lorenzo, patrono de la ciudad, sin las macetas de albahaca en calles, ventanas y balcones y los ramitos que portan en la mano o asomando en los bolsillos de las camisas y pantalones, los y las oscenses.

En ese barrio de esencia mudéjar cuya mezquita —conocida como la Mezquita Verde— fue derruida por orden de los gobernantes cristianos, se construyó allá por el siglo XIII la iglesia de San Martín, parroquia de los moriscos, demolida en 1868 debido a su estado ruinoso y convertido el espacio que ocupaba en plaza, nombrada del Justicia, en homenaje a la ilustre figura histórica de autoridad en el Reino de Aragón que tenía como misión la defensa de los Fueros aragoneses. Y en ese recinto al aire libre en el corazón de la antigua Morería de la ciudad, comenzaron a celebrarse ferias de ganado, siendo las de porcino las más populares, hasta el punto de empezar a llamar los oscenses a la que era y es plaza del Justicia, plaza de los Tocinos, denominación que ha pervivido. Si a un oscense se le pregunta por la plaza del Justicia, tal vez dude unos segundos, pero si se le menta la plaza de los Tocinos no titubeará a la hora de dar las indicaciones pertinentes para llegar a ella.

Durante décadas, cuando dejaron de celebrarse allí las ferias de ganado, la plaza de los Tocinos acogió el mercadillo de ropa de los martes, que congregaba a una clientela fidelísima y ecléctica, amén de paseantes y mirones. Limitando la plaza se construyó, allá por los años treinta del siglo XX, la emblemática Casa Polo, de arquitectura racionalista, en una de cuyas plantas vivió Manuel Sender Garcés que, dos veces alcalde de Huesca, fue el encargado, en 1931, de proclamar la II República en el balcón del Ayuntamiento. Desde esa vivienda de Casa Polo se despidió de su joven esposa, Marcelle, aquel aciago 20 de julio de 1936, para dirigirse al Ayuntamiento, del que era concejal por Izquierda Republicana, sin sospechar que marchaba hacia la muerte.

Enfrente de Casa Polo se inauguró, en la década de los setenta, uno de los primeros bares-frankfurt de la ciudad, El Viejo Acordeón, que ayudó a dar una segunda vida a una plaza que había ido perdiendo protagonismo con el paso del tiempo y que tuvo una lamentable época de degradación contra la que lucharon los habitantes del barrio, orgullosos de morar en la parte del Casco Viejo que antaño fuera territorio mudéjar de la ciudad.

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«Alas…»: Archivo personal


Los días 20 y 21 de julio de 1935 se celebraron en Huesca, organizadas por la Cooperativa de Técnicas Freinet y propiciadas por el pedagogo y artista plástico Ramón Acín, las II Jornadas de la Imprenta en la Escuela, tributo a quienes, desde la Escuela Nueva republicana, habían tomado como modelo la pedagogía de Célestin Freinet, estructurada en una escuela abierta, socializadora, antiautoritaria y asamblearia, donde los textos libres, el tanteo experimental y la observación del entorno conformaban una visión novedosa de la enseñanza, siendo los educandos los sujetos activos y protagonistas de su propio aprendizaje.

Uno de los introductores entusiastas del método freinetiano había sido el inspector de Enseñanza Herminio Almendros, que acudió a aquellas jornadas de innovación pedagógica muy interesado por las diferentes ponencias que las maestras y maestros participantes compartirían con los docentes desplazados a la Escuela Normal oscense desde diferentes escuelas rurales de las provincias de Huesca y Lérida, zonas donde las experiencias de Freinet habían tenido excelente acogida y sobre cuya praxis versaba la convocatoria.

En una de las asambleas, el inspector Almendros coincidió con Simeón Omella, maestro freinetista de Plasencia del Monte, que le regaló un sencillo librito de textos libres escrito e impreso delicadamente por su alumnado y al que el docente aragonés añadió una dedicatoria: «A mi querido amigo D. Herminio Almendros. Fraternalmente, Omella». Fue el último contacto entre ellos.

Iniciada la guerra civil un año después y tomada la localidad de Plasencia del Monte por el fascismo, Simeón Omella, pese a no haberse significado políticamente, tuvo que huir dejando atrás a su familia. Ejerció su magisterio en la zona republicana y, finalizada la confrontación, marchó a Francia. En 1949 fueron a reunirse con él su esposa y tres de sus hijos, que, como familiares directos del antiguo maestro republicano, habían padecido grandes penurias. Simeón, que trabajaba en las oficinas de las minas de carbón de la localidad de Carnaux, amargado y con la salud quebrantada, apenas era una sombra del hombre que sus deudos recordaban. Falleció, con 54 años, el 28 de diciembre de 1950, pocos meses después del reencuentro familiar.

Herminio Almendros se exilió, igualmente, en Francia al finalizar la contienda. Fue acogido por Célestin Freinet y su esposa Élise, también pedagoga, en cuya casa de Saint Paul de Vence residió Almendros hasta que la ocupación alemana le obligó a abandonar suelo francés para marchar a América, dejando en la casa de los Freinet el ejemplar que le había regalado Simeón Omella.

Terminada la guerra mundial, aquel librito escrito por las niñas y niños de Plasencia del Monte pasó a formar parte del fondo documental de Freinet en Niza. Fue en 2010 cuando, unas ilustraciones y una dedicatoria que acompañaban al libro D’Abord les enfants. Freinet y la educación en España (1926-1975), de Antón Costa, alertaron al director del Museo Pedagógico de Aragón, Víctor Juan Borroy, que reconoció los nombres del maestro Omella y del inspector Almendros y contactó con los responsables de los Archivos Documentales de los Alpes Marítimos de Niza para solicitar una copia digital de aquel libro infantil.

Y así, aquellos textos libres escritos por los escolares de Plasencia del Monte, motivados por su maestro, Simeón Omella, durante el curso escolar 1934-1935, regresaron a Huesca setenta y cinco años después de haber sido compuestos. Fue el segundo libro recuperado del olvido editado por los escolares de Plasencia y su maestro.




ANEXOS


NOTA

Edición revisada de un artículo publicado en esta bitácora el día 21 de febrero de 2019.

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