«A boira»: Archivo personal
Durante cinco días no dio tregua alguna la niebla, omnipresente, que transformó el Barrio en fantasmal pueblo de cuento gótico donde solamente los recién colocados reflectores de la carretera nueva dejaban entrever, entre tinieblas, que, más allá del muro húmedo de nubes rozando el suelo, la vida humana, envuelta en grises, desgranaba su rutina navideña con el mismo entusiasmo de cada temporada.
Ni siquiera la repentina sobrecarga eléctrica que dejó sin luz la urbanización y los edificios cercanos al río varió las actividades programadas por la Asociación de Mujeres.
Cuando se fue la luz, la mayor parte de las gentes del Barrio se hallaban en la Escueleta Vieja asistiendo a la audición de poemas de Agustín García Calvo que recitaba la chiquillería del Colegio Rural con el acompañamiento de la flauta travesera de Pilar-Carmen Gabarri y las guitarras de Madalina y Camelia Cristea. En el bar, también afectado —“y a tope de clientes”, que diría Josefo, el encargado, después— Rafael de [Casa] Artero, dijo a voz en grito: “Así se jodan el puto anarquista ese de los poemas y todos los que les bailan el agua al hatajo de marimandonas que se están cargando el pueblo”; comentario que, con escrupulosa literalidad, llegó a la Escueleta Vieja aun antes de que volviera la luz y que no sirvió sino para amenizar la espera con historias pasadas y presentes de la familia Artero y los enfrentamientos de Rafael con la Asociación de Mujeres.
La tarde del día de Navidad, cuando las nubes parecían dispuestas a recogerse en las alturas, llegó al Barrio la noticia de la muerte de Ángela Martín, catedrática de Literatura, jubilada, del instituto Ramón y Cajal de la ciudad y profesora de casi todas las bachilleras del pueblo que la señorita Valvanera envió a estudiar a Huesca en los años sesenta. «Ángela Martín, por siempre La Gata», recordaban sus antiguas pupilas. Exigente —la describían— puntillosa, comprensiva, excelente transmisora de conocimientos… Y se les anegaban los ojos mientras leían y suscribían las sentidas palabras de despedida que le dedicaba Ánchel Conte:
A ÁNGELA MARTÍN CASABIEL IN MEMÓRIAM
tus palabras han sido rayo luminoso dándonos vida y hoy son luz muerta reflejada en nuestra vacía mirada
piedra es en los ojos tu silencio perdidos quienes te amamos en caminos sin regreso
dejo apagar la sangre que nada respire que todo languidezca
y en el dolor de tu voz robada quiero ahogarme hasta no ser sino boca sin palabras
corazón sin latido manos en las que no se agosta la viva roja rosa de tu ejemplo
de tu enorme humanidad que como reloj de nuestros días nos ha marcado el paso del tiempotu amor el que nos diste que para siempre continúa candente y nos alimenta
Ondiá… La Gata… La conocía por referencias de algunos que estuvieron en el grupo de teatro. Anda que no debió pasarlas canutas compartiendo claustro con los gloriosos del alzamiento que tenían el nido en el Ramón y Cajal.
Que la tierra le sea leve.
A ti buen fin de año y… ¡salud!
Fue una mujer que no dejaba indiferente a quienes la trataban.
Salud y esperanzador Año Nuevo.
ARTERO… apellido que condiciona, al parecer.
Abrazos y buen ánimo: PAQUITA
Será la etmología, sí.
Abrazos solidarios y callejeros para este 2015 dnde tanto queda por hacer.
En un par de comentarios que hiciste en mi blog, había intuido alguna desgracia, pensaba que había sido un accidente de circulación.
Lo siento. Descanse en paz Doña Ángela Martín Casabiel, generaciones de oscenses han visto en ella un ejemplo de lucha por la libertad y la justicia.
Aunque estimaba y admiraba a la extraordinaria Ángela, los comentarios a los que aludes eran generales. En medio de la alegría, el jolgorio y los entrañables agrupamientos familiares siempre es positivo dedicar un segundo de recuerdo a quienes son y/o se sienten desvalidos.
Que los días venideros estén en consonancia con tus deseos.
Un abrazo.
A la hora de irse alguien, es importante que se la recuerde, pues no hay cosa más triste que una despedida de estas sin que nadie la sienta.
Hay gente cuya huella permanece y, en cierta manera, viven precisamente gracias al recuerdo de quienes les amaron y/o recogieron el testigo.