«Ya es Navidad en The Temple Bar (Dublín)»: Archivo personal
De lo que va de las nueve y veintisiete del sábado —hora de llegada— a las doce y treinta y cinco del lunes —hora de partida—.
Al igual que muchas ciudades españolas —en las que el escaparatismo navideño guiña su brillibrilli desde finales de octubre/principios de noviembre—, los establecimientos dublineses han sacado sus sacos de adornos al uso y los han vaciado tras las cristaleras, sobre las marquesinas, en los aleros y a pie de calle; a veces, es tal el revoltillo que no se sabe si entre tanta prodigalidad visual se esconde el famoso Wally de gorro y jersey a rayas blancas y rojas o solo se trata de una agresiva mercadotecnia que supone que el atiborramiento de imágenes alela tanto a las y los mirones que les hace airear la tarjeta o el efectivo con mayor ligereza. Cualquier cosa. “Con qué devoción le hincaría ahora mismo el diente a una tableta de turrón de praliné”, confesaba Marís mientras, tras dejar las mochilas en el hotel, se dirigian a zampar donuts recién hechos al Krispy Kreme.
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Pero si bien Dublín va al alimón con otros países en pregonar la Navidad un mes antes de su celebración oficial, es pionera, en este otoño de 2025, en adelantar el invierno, proyectándolo en la pared ante la que se halla la escultura de uno de los símbolos de la ciudad, Molly Malone [FOTO], la joven pescadera —algunos dicen que vendía pescado de día y se prostituia de noche— fallecida de fiebres en plena calle, allá por el siglo XVII, que alimenta leyendas y letras de canciones. Cuando se colocó la estatua, en 1988, el imaginario popular atribuyó a los magníficos pechos que le asoman a la representada por la parte superior del corpiño, el don de traer suerte a quienes los acariciasen. Y así, toqueteo va y viene, terminaron tan desgastados que su superficie tenía una concavidad bien perceptible y tuvieron que ser recompuestos. A partir de entonces, las autoridades dublinesas decidieron poner vigilancia al monumento para disuadir a los turistas de la costumbre del manoseo.
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Cuando se encontraban dentro del recinto del Trinity College [FOTO], Yoly se plantó: “A ver… La otra vez hicimos el tour por el Trinity y la biblioteca antigua y pagamos veinte euros… ¿Vamos a pagar hoy veinticinco por más de lo mismo? Sugiero irnos a respirar al parque Fénix”. Y a visitar los gamos marcharon. El Phoenix Park, abierto al público en el siglo XVIII —antaño había sido pabellón de caza real—, es un parque urbano de entre setecientas nueve y setecientas doce hectáreas cuyo nombre irlandes, Fionn Uisce, significa «agua clara». Un zoológico, dos lagos, espectaculares jardines y varias edificaciones históricas se distribuyen en un espacio excepcional —atravesado por el río Liffey— en el que los gamos salvajes, descendientes de los que poblaban el antiguo pabellón de caza, son de una sociabilidad llamativa [FOTO] al estar habituados al contacto con la especie humana. Entre los edificios del Phoenix Park destaca el que, desde 1938, es la residencia oficial del Presidente de Irlanda; de estilo neoclásico, se dice que en él se inspiró el arquitecto que diseñó la Casa Blanca. Como curiosidad, en una de sus ventanas hay una vela permanentemente encendida para, según la tradición, guiar a los emigrantes irlandeses de vuelta a su país.
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En el pub The Quais —donde comieron un exquisito pastel de carne [FOTO], tradicional de la gastromomía irlandesa— coincidieron con dos parejas de Zaragoza que les hablaron de una costumbre navideña de los dublineses (muy) bebedores de cerveza; consiste en visitar sucesivamente doce pubs y echarse al coleto una pinta en cada uno para celebrar los doce meses del año. “Bah”, contratacaba Taty, “conozco a más de uno que no necesita escudarse en la Navidad ni en ser irlandés para beber lo mismo o incluso más”. El universo cervecero está muy sobrevalorado, lo mismo que algunos pubs de renombre subidos, en exclusiva, al carro del turismo mientras la calidad de sus servicios se desparra a pie de barra. Otros, en cambio, pese a no tener espacio, o muy poco, en las guías turísticas, mantienen su estatus de Public House —Casa Pública, que de ahí procede la palabra pub—, con precios bien combinados con la calidad y sin sobrepasar el aforo a la hora de las actuaciones musicales en directo. Y viene bien cambiar de ambiente. Por eso, la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, que en eso de buscar alternativas es muy avispada, encontró un restaurante vietnamita de gratísimos aromas donde Étienne y sus cuatro compañeras degustaron, entre otras sabrosísimas especialidades del país asiático, la clásica sopa de fideos con carne y hierbas aromáticas [FOTO] y un plato de carne de cerdo agridulce con arroz y huevo frito con la yema líquida [FOTO]. Genuinas delicias para el paladar.





