«Familia»: Archivo personal
Maman Malika nunca ha sabido o querido explicar a su prole el vínculo real que une a su familia con los Gherghina de Murgeni; unas veces, la abuela de los Gherghina resulta ser una prima segunda del abuelo Lájos y, otras, la hija menor de un sobrino lejano fallecido, junto a un número indeterminado de familiares, en las deportaciones a Transnistria. “Mi padre decía que eran de nuestra sangre”, sintetiza. Y así, mentando al recordado patriarca, acalla cualquier intento de ahondar en el farragoso entramado genealógico donde los Gherghina tienen su sitio desde hace diecinueve o veinte años.
Los Gherghina son muchos y con recursos muy limitados. Originarios de Brăila, el núcleo famiiiar se trasladó a las afueras de Murgeni, a una vieja casa que nunca conoció buenos tiempos y en la que, hasta hace muy poco, carecían de electricidad y agua corriente. A menos de cien metros de la casa de los Gherghina, que tienen, en la trasera del humildísimo edificio, un selvático corral con patos, un par de gallinas y una cabra, se levantan algunas de las mansiones de los romaníes desahogados. Son monumentos a la horterada y el despropósito que hieren el buen gusto estético provocando la indisimulada hilaridad de los deudos foráneos de los Gherghina, que acuden a Murgeni, oficialmente en visitas de cortesía alentadas por maman Malika, y, en realidad, a paliar —en forma de productos semiperecederos o no perecederos que compran en abundancia en un supermercado de Galați— la maltrecha economía de unas personas a quienes el abuelo Lájos, trotamundos romaní nacido en Hungría y fallecido en Francia, consideró de su sangre. Sângele nostru. Nuestra sangre.
Para algunas personas y para algunos pueblos, eso de la sangre es muy importante y hablan de que “la sangre tira”, pero mi experiencia personal es negativa en ese aspecto. La sangre ya no tira, ni el apellido, ni siquiera la relación familiar, el tener un pasado común. Todo eso puede servir para encontrarse en una boda o un entierro, pero nada más. Acabada la boda o el entierro, parece que la sangre deja de tirar.
La vinculación familiar y los afectos no siempre son coincidentes y, desde luego, la pertenencia a un grupo no garantiza que las relaciones entre sus miembros se mantengan firmes con el paso del tiempo y las sucesivas ramificaciones.No hay, por lo tanto, ningún decreto natural que encauce las querencias de cada cual.
Aunque era previsible que el título no estuviera en fabla, lo he puesto en el traductor para que me dijera que idioma era, y era imaginable la respuesta que me ha dado. Estoy un poco con lo que comenta Senior citizen amigos con los que tratas muy a menudo, son tan familia o más que parientes cercanos que los tienes excesivamente alejados de ti, por la distancia y a los que ves una vez cada 10 años y solamente te comunicas, por carta, teléfono o en la actualidad por wasapp.
Efectivamente; mientras que los vínculos familiares vienen ya impuestos, las amistades se establecen libremente y, muchas veces, la relación es más firme y afectiva que dentro de la propia familia, precisamente porque han primado los sentimientos., sin otras apelaciones. En el caso de la relación con los Gherghina, más allá del posible vínculo familiar, lo que prima es el cariño y la lealtad hacia el abuelo ausente, que guió a sus descendientes en el concepto de la solidaridad hacia quienes consideraba los más desfavorecidos en el conjunto del ramaje.
A mí me parece muy tierno que ese concepto de «nuestra sangre» tenga como finalidad ayudar a quienes lo necesitan y que el recuerdo del abuelo ayude a reforzar ese vínculo. No es lo acostumbrado y por eso choca con lo que se ve en el día a día.
Un abrazo y feliz fin de semana, Mirada.
…tierno pero, sobre todo, efectivo. Hay quienes no olvidan jamás sus orígenes, el hambre pasada y las vicisitudes vividas y se duelen de ver ese reflejo de su propio pasado en otras personas que parecen tocadas, generación tras generación, por la adversidad.
Buen finde, con hielo y abanico, y un estupendo comienzo del vacacional julio.
Más abrazos.
Nuestra sangre, porque al final estamos todos todos emparentados en un grado más cercano de lo que queremos reconocer., algo que conviene recordar en estos tiempos en los que algunos quieren construir muros, sean reales o virtuales, con el origen, la lengua, la religión o la raza.
El día que, por fin, se asuma que la única raza de las personas es la humana y la patria común la Tierra y que el respeto por los Derechos Humanos es la summa actitud para modelar ese futuro que tantos han soñado, este planeta poseerá la Piedra Filosofal para erradicar todas las ruindades.