«Cabezo de Castildetierra»: Archivo personal
Cruje la tierra hendida. Suenan bajo los pies la arcilla desmigajada y el polvo de lutitas del desierto bardenero. Se recrea la brisa invisible en el suelo poblado de margas en este territorio baldío donde destacan, singulares, los elevados cabezos desteñidos, imponentes formaciones esculpidas por el viento y los embates del agua, que recorren los ojos ávidos del caminante plantado en medio de la nada, custodiado por escorpiones ocultos y el vuelo circular de las rapaces.
Piensa el solitario andarín en Sanchicorrota, el molinero de Cascante convertido en bandolero allá por el siglo XV, que encontró refugio en las grutas horadadas millones de años atrás por el agua, desaparecida ya de este paisaje´de aspecto lunar en donde, perseguido como prófugo de la justicia por doscientos caballeros al servicio de Juan II de Aragón y Navarra, a quien el bandolero traía de cabeza, se acuchilló a sí mismo el corazón para no darles el gusto a sus enemigos de prenderlo vivo ni vejarlo públicamente. Y aunque su cadáver fue expuesto en Tudela como escarnio y aviso a los aldeanos que lo habían protegido, su nombre y sus acciones permanecieron en la memoria colectiva del pueblo llano con admiración y respeto. Cinco siglos después, otro hombre, Honorino Arteta, protagonizaría en esta misma depresión de las Bardenas Reales, reino de Sanchicorrota, una increíble gesta, desconocida durante décadas, convirtiéndose en el único superviviente y testigo de la matanza de Valcaldera.
El 23 agosto de 1936, Honorino y otros cincuenta y dos presos republicanos fueron trasladados en autobús de la cárcel de Pamplona a las Bardenas, cerca de la localidad de Cadreita, con la excusa de ser liberados pero, en realidad, para ser pasados por las armas. Dada la orden de fuego, Arteta, herido en las piernas pero decidido a luchar por su vida, consiguió huir junto a dos compañeros que no tuvieron su suerte y, alcanzados, fueron rematados allí mismo por los pistoleros falangistas. Honorino, pese a sus heridas, puso tierra de por medio y, en penosísimas condiciones físicas, con la ropa hecha jirones, descalzo y con alguna ayuda prestada por pastores y campesinos bardeneros que compartieron su comida con él y no lo delataron, se mantuvo escondido cerca de tres meses en las Bardenas Reales hasta que decidió poner rumbo a la frontera francesa. Ayudado por un grupo de cazadores franceses, recaló en el hospital de Mauléon-Licharre y, tras recuperarse, se trasladó a Barcelona para ponerse al servicio de la República. Combatió con la Columna Ascaso en la ofensiva contra Huesca, con la idea de continuar hasta Pamplona una vez conquistada a los fascistas la ciudad oscense. Al fracasar la toma de la capital del Alto Aragón y disolverse la Columna, regresó a Francia, país en el que permaneció exiliado hasta su muerte, en 1978.
Chasca la tierra hollada. El cabezo de Castildetierra contempla, desde su cúspide de arenisca compactada, al caminante que, tras dar cuenta de un bocadillo y vaciar un botellín de agua sentado a la sombra de una covacha en forma de hornacina, se yergue y vuelve a ponerse en marcha, sin prisas, con el Sol otoñal destelleando en las chapas que ornamentan su gorra naranja.