«Quitapesares»: Archivo personal
Percute el cierzo, sin pausa, en las paredes de lona de la carpa de la terraza trasera donde ha instalado Olarieta, la cocinera, a los comensales rezagados que no han reservado mesa en el restaurante del bar del Salón Social, invadido por algo más de una veintena de ruidosos excursionistas. En la esquina a la que se han trasladado los cuatro jugadores de guiñote, oscila, azulado, el hilillo de llamas de la estufa de exterior que crea, entre los añosos guiñotistas, la ilusión de abrigado cobijo, como si se encontraran junto a la chimenea del comedor principal, en el rincón donde habitualmente dirimen, a la hora del café, absorbentes partidas por parejas en las que unos y otros se apuestan palillos planos que trocan, al final, por cortados y carajillos.
Cuando Josefo, el camarero, apila en la mesita auxiliar los primeros platos vacíos de entremeses para servir, como segundos, los canelones de confit de pato, Jenabou coloca las manos sobre el mantel y menea la cabeza. “A mí no me sirvas, Josefo, que me espero al postre”. “¿Y eso?”, se extraña la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. “Mamá, porfa, ¿cómo voy a comer carne de pato ahora si solo hago que acordarme de mi pobre Pitote? Sería como si me lo estuviera comiendo a él… Se me hace bola en el estómago solo de pensarlo”, asegura la niña, muy seria. “Eso mismo me ha dicho cuando hemos entrado y ha leido el menú del día en la pizarra”, la secunda Étienne. “¿Te traigo otra cosa…? ¿Algo de pescado, que puede que haya sobrado?”, insiste Josefo. “No, no. No tengo mucha hambre”. “Eh, Jenabou, ¿ese que dices era el pato que te dieron los polacos?”, se interesa el señor Miguel, uno de los jugadores. “Sí. Pitote. Se nos murió anteayer y mamá todavía no sabe de qué”.
Dan por terminada la tanda los guiñotistas, algo alborotados, y sirve Josefo las torrijas en la otra mesa; la de Jenabou con una bola de helado más grande. “¿Así mejor?”, le pregunta a la jovencita guiñándole un ojo. Ella asiente sonriendo y, en tanto se recrea en los postreros bocados, Josefo ayuda a los jugadores a disponer la mesa de guiñote junto a la de los tres comensales, al tiempo que Olarieta se acerca con la bandeja de las tazas de café. “Olarieta, ¿a mí me pondrás leche con cacao, por favor?”, pide Jenabou. “Claro que sí, corazón. Y, antes de marchar, pásate por la cocina, que te daré un par de torrijas para que te las lleves”.
Los canelones no me van mucho, preferiría si es posible quitarle la pasta y quedarme con unos filetes de pechuga de pato rebozados, los comí ayer, pero no me importa repetir y como quizás sean algo pesados, de segundo, unas piezas de conejo asado con alioli, son muy ligeras, al menos corre mucho, el postre no te molestes, ya cojo el de la imagen y sin que se lo digas a nadie un cortado… con leche no, por favor, con coñac y es que tengo que recuperarme.
¿Torrijas? Bueno, pero no dejes muchas que desaparecerán sin darnos cuenta.
¿Y vino dulce, de ese de las ferias con barquillo?
¿Y entremés tierra-mar no quieres, que lleva dos empanadillas de atún, huevo y surimi, ensaladilla rusa, endibia con queso y anchoas, dos croquetas de jamón y tres o cuatro rabas de calamar aliñadas con limón…?
Todo eso debe estar muy bueno, pero a mí, a estas horas, lo único que me pide el cuerpo es una cama… Antes de eso, pregunto: ¿Es que el pato se cría ahí para alimentación? Yo no lo he visto nunca en carnicerías ni supermercados, a no ser esas bandejas que traen en fechas especiales como Navidad, ni tampoco lo tienen en la carta los restaurantes normales, no se los de muchos tenedores porque no los frecuento.
Patos se crían, sí, y los muslos confitados, además, se venden envasados, en plástico o en lata, que los he visto en la carnicería, donde suelo acudir, aunque nunca los he comprado. Eso sí, ignoro si el relleno de confit de esos canelones era casero o comprado ya hecho, lo que sí sé es que no es preciso ir a restaurantes de gran copete para comerlos, porque ese menú, en concreto, costaba menos de 17 euros, que, para un día familiar de capricho, no es un precio desorbitado.
Bueno… si te empeñas y por no tirarlo…
Date, entonces, por servido.
Pobre Pitote, con lo guapo que posaba él para la foto. No me extraña que Jenabou prefiera ir directamente al postre.
Totalmente metida en las emociones de la historia según he ido leyendo.
Feliz semana, Una mirada!
A veces, la aprensión puede más que el razonamiento. Lo importante es que Pitote tuvo una buena vida.
Buena semana también para ti. Un abrazo.
[…] Uno de esos días párvulos — Una mirada alrededor […]
Pobre precioso Pitote pequeño pato polaco…
¿pinta paisajes por poca plata para poder pasear por París?
Abrazoootes
Vaya, Frodo, estás hecho un avezado tautogramista. Eres un todoterreno.
Abrazos.
Una delicia…
Gracias. Salud.
Un placer.
Un abri chaleureux et un bon dessert, il n’y a rien de mieux.
Un déjeuner apprécié en bonne compagnie.
[…] Uno de esos días párvulos — Una mirada alrededor […]
Puede que se quedara sin pato, pero me parece a mí que salió ganando con el cambio. Quién sabe si se puede usar como táctica gastronómica, aunque yo soy más de carnes que de dulces. El pato que más me gusta es el que sirven en el Périgord francés, aunque adoro también el pekinés.
En circunstancias normales no le hubiera hecho ascos a los canelones, pero las sensaciones mandan y tampoco iba a pasar hambre por no comer segundo plato. Estás más puesto que yo en guisos de pato; es una carne nada habitual en mis comidas.
Pues yo seguro que hubiera hecho lo mismo 🤷🏼, además basta que algo te lo comas con asco o disgusto para que te siente mal.
¡¡Anda lo que debió saciarle y consolarle el postre!!
Yo soy muy de postres. Ese «algo dulce» al final de las comidas, pocas veces lo perdono 😋
Feliz domingo.
Besos.
Cuando el hambre no es una amenaza, nos podemos permitir airear nuestros escrúpulos con la comida y más cuando se puede saltar de un plato a otro sin que el estómago se sienta insatisfecho.
También soy de postre dulce, también.
Un abrazo.